Para Dios, no hay nada más precioso en la tierra que su iglesia. Las Escrituras emplean, para referirse a ella, diversas imágenes, bellas y significativas. Pablo dice que es “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15). A los corintios les transmitió su deseo de que la comunidad cristiana que se encontraba allí apareciera “como una virgen pura a Cristo” (2 Cor. 11:2). De acuerdo con Zacarías, “(los miembros del pueblo de Dios) como piedras de diadema serán enaltecidos en su tierra” (Zac. 9:16). Y añade: “El que os toca, toca a la niña de su ojo” (2:8). Por su parte, Elena de White asegura: “La iglesia, debilitada y deficiente, que necesita ser reprendida, amonestada y aconsejada, es el único objeto de esta tierra al cual Cristo con cede su consideración suprema” (Testimonios para los ministros, p. 49).
Otras imágenes, también evocadas por el apóstol Pablo, le añaden a esas descripciones la razón de ser de la iglesia. La primera es la imagen del cuerpo formado por muchos miembros articulados, coordinados y en pleno funcionamiento (1 Cor. 12:12-31). La segunda es la de un edificio vivo que crece (Efe. 2:19-21). “Cuando Pablo habla de la iglesia como de un cuerpo -opina el autor Ray Stedman-, aclara que los que se unen a ese cuerpo solo lo pueden hacer si nacen de nuevo por fe en Cristo. No hay otro camino que lleve a ese cuerpo. Si alguien llega a ser miembro, tiene que hacer una contribución”. Cuando el apóstol se refiere al edificio, está diciendo que cada cristiano es un ladrillo que se le añade, es una piedra viva, una parte vital del gran templo que el Espíritu Santo está construyendo para morada de Dios.
De acuerdo con el contexto de los pasajes bíblicos que transmiten estas imágenes, el telón de fondo sobre el que se está pintando el cuadro es una iglesia viva destinada a expandirse, a crecer. La idea de la expansión de la iglesia está presente en toda la Biblia. Los Salmos cantan las alabanzas y la salvación de Dios hasta “los confines” y “los fines de la tierra” (Sal. 2:8; 65:8). En Isaías, el Dios “que reúne a los dispersos de Israel” les habla “a los extranjeros” que lo siguen, lo aceptan y se integran en la congregación que debe formar una “casa de oración para todos los pueblos” (Isa. 56:6-8).
Lo que dice el Antiguo Testamento acerca del crecimiento de la iglesia lo confirma el Nuevo Testamento. En él encontramos el amor de Dios conduciendo al “mundo”, a “todo aquel que en él cree” (Juan 3:16), en dirección de Dios. La figura de las ovejas descarriadas que deben ser llevadas de vuelta al aprisco del Buen Pastor (Juan 10:16) implica el mandato de Cristo a la iglesia (Mat. 28:19). La idea del crecimiento estaba presente en las enseñanzas de Jesús cuando hablaba de cantidades (Mat. 13:17-14:8), de cosecha (Juan 4:35), de producción de frutos (Juan 15:5, 8), de la búsqueda de gente (Luc. 15:21-24), entre otras figuras. Puesto que él es la Luz del mundo, fundó una comunidad para que a su vez fuera luz, a fin de iluminar el cami no que conduce a hombres y mujeres, y los lleva junto a Dios (Mat. 5:16). Nosotros formamos parte de esa comunidad.
Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.