Dios siempre está cerca de nosotros, a la espera de que aceptemos su abrazo restaurador.
En algún momento de tu vida ¿tuvo la sensación de que estaba sola? Aunque se encontraba en una gran ciudad y transitaba por una calle muy concurrida, enfrentándose con gente que caminaba de un lado al otro con mucha prisa, y observaba el intenso tránsito de vehículos, estando sumergida en medio del ruido de ese incesante movimiento; aun así, ¿se sintió sola?
Muchas personas viven cerca las unas de las otras, en condominios cerrados, en edificios de departamentos. Hay quienes viven en un vecindario, y tienen gente que vive al lado o al frente de su casa. Hay otros, incluso, que comparten el techo con familiares, compañeros de trabajo y de estudio. Pero muchos de ellos, a pesar de eso, se sienten solos.
Visité, hace poco, a una joven señora, madre de dos pequeños. En un determinado momento de nuestra conversación, me dijo: “Siento la gran necesidad de comunicarme con alguien. Mi esposo trabaja todo el día, y tenemos poco tiempo para estar juntos. Como me especialicé en artesanías, voy a poner un letrero en la puerta para anunciar: “Doy clases de pintura’; puede ser que alguna vecina venga a mi casa y se interese en las clases. Entonces, tendré alguien con quien conversar, con quien compartir mis preocupaciones, intercambiar ideas y sentir que tengo un brazo amigo que alivia mis cargas o me ayuda a atender las tareas del hogar”.
En los brazos del Señor
No hay duda de que necesitamos un brazo amigo, alguien que tenga rostro tangible, a quien podamos mirar a los ojos, y sentir la sinceridad de sus palabras y acciones. Pero el brazo amigo y fiel al que me quiero referir en esta oportunidad es el brazo del Señor.
Por más fuertes que sean los lazos de la amistad humana, no nos satisfacen tanto como los brazos del Señor. En ellos encontramos protección, seguridad y tranquilidad. Sentimos el perdón que produce la restauración de nuestra vida; la cura interior que disipa los males de la existencia, y que nos devuelve una mente renovada y equilibrada. Podemos recurrir a Jesús en procura de consuelo ante cualquier crisis existencial, porque él no falla: el Señor no nos abandonará, no nos dejará solos. Dios le prometió ese sentimiento restaurador a todo aquél que cree.
Mucha gente trata de llenar el vacío interior intentando llevar a cabo grandes empresas, corriendo en procura del poder material y la satisfacción personal. Viven buscando “vanas filosofías”, fama, éxito terreno, ganancias económicas perecederas, alabanzas y aplausos de la gente.
De alguna manera, cada una de esas búsquedas se puede convertir en un sustituto de Dios en nuestra vida; pero, por detrás de cada supuesto triunfo, surge de nuevo el vacío y la insatisfacción interior. “Las cosas del mundo no pueden satisfacer su ansiedad. El Espíritu de Dios está suplicándoles que busquen las cosas que sólo pueden dar verdadera paz y descanso: la gracia de Cristo y el gozo de la santidad” (El camino a Cristo, p. 26). Sólo cuando permitimos que se cumpla la voluntad de Dios en nuestras vidas, se satisfacen los anhelos más profundos y esenciales de nuestro corazón.
Paz y seguridad
Si por casualidad usted estuvo toda la vida tratando de saciar su sed de ganancias, de triunfos, de éxitos materiales, le aseguro que existe Alguien que puede llenar el vacío de su alma. Es más que una visita semanal y mucho más de lo que un brazo amigo puede ofrecer. Él es la vida, porque “todas las cosas en él subsisten” (Col. 1:17). Los brazos del Señor Jesús se extendieron en la cruz del Calvario como prueba de la amplitud de su amor, que alcanza a todo aquél que en él cree y le ofrece la vida eterna.
En el libro El camino a Cristo, que acabamos de citar, encontramos, en la página 55, estas hermosas palabras de consuelo: “El gran corazón de amor infinito se siente atraído hacia el pecador por una compasión ilimitada. ‘En quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de nuestros pecados’ (Efe. 1:7) Sí, cree tan sólo que Dios es tu ayudador. Él quiere restituir su imagen moral en el hombre. Acércate a él con confesión y arrepentimiento, y él se acercará a ti con misericordia y perdón”.
Sólo en los brazos del Señor Jesús encontramos la paz y la seguridad de ese amor incondicional que sólo espera nuestra aceptación completa; y no está lejos de ninguno de nosotros. Está bien cerca, y quiere abrazarnos estrechamente. Deje que él enjugue sus lágrimas, cure sus heridas y elimine sus dolores. Deje que él complete su vida y le conceda fuerza espiritual.
Sobre el autor: Coordinadora de AFAM en la Unión del Sur de la Rep. del Brasil.