Los embajadores de Dios responden a todas las situaciones que causan amargura con la misma actitud de aquel a quien representan.

La crítica inflige dolorosas heridas emocionales a cualquier persona. Todos le tememos, y soñamos con el día en que podremos librarnos de ella. Sin embargo, los eventos de la vida constantemente nos recuerdan su punzante presencia. “Cuando somos golpeados por los proyectiles y alcanzados por intensos ataques de amigos y enemigos —escribió Hans Finzel—, eso produce un efecto devastador en nuestras emociones. Puede conducir nuestro trabajo a una inmovilidad angustiante, y entonces nos encontramos con que tenemos que tratar con la crítica misma [1]

Alguien podría preguntar: ¿Cuáles son los agentes que disparan el vicioso ataque de la crítica? ¿Cómo podemos atenuar su impacto?

Raíces

El espíritu de crítica emerge de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros” (Sant. 4:1-3). En otras palabras, la naturaleza humana contribuye al surgimiento de conflictos, querellas y luchas. Finzel identifica las siguientes causas de la crítica: envidia, expectativas no satisfechas, crisis organizacionales, incomprensiones, conflicto de valores, fallas, desconfianza, orgullo y arrogancia.

Raramente hemos experimentado la crítica originada en procurar el bien, que está presente con las más puras intenciones. Si ese fuera el caso, el resultado sería siempre el crecimiento de las relaciones. Por otro lado, la crítica a la que nos estamos refiriendo incluye el tortuoso e inhumano juzgamiento, además del diluvio de puntos de vista egoístas y obstinados, que desvalorizan el carácter. Es la crítica que todos conocemos muy bien. Usualmente, las intrincadas y obstinadas flechas de la crítica apuntan al nervio central de la sensibilidad emocional. Como resultado, el dolor por ella infligido activa los mecanismos humanos de defensa, despertando la actitud de luchar o huir. En ese sentido, la crítica y una correspondiente respuesta emocional exagerada son reactivas e igualmente nocivas. Finzel enumera las siguientes reacciones a la crítica: abandono, fuga, intentos de esconderse, ira, depresión, búsqueda de venganza, ataques traicioneros, menosprecio hacia los críticos.[2]

Derechos personales

Ahora, pasaremos a discutir otra visión muy ampliamente promovida en nuestro ambiente contemporáneo, que no es otra sino la famosa lucha por los derechos personales. Cuando esos derechos son utilizados como una contramedida defensiva en relación con la crítica, esa lucha también puede ser igualmente perjudicial. Las respuestas tanto ofensivas como defensivas reducen la objetividad de las soluciones del conflicto y, así, las partes involucradas continúan en una lucha infinita, que solo aumenta la profundidad de las heridas emocionales y destituye a la persona de la dignidad humana.

Mi análisis personal de diferentes conflictos sugiere que los individuos que son reactivos en su respuesta a la crítica acumulan mayor daño emocional que sus oponentes. En adición a esto, por causa del alto nivel de tensión emocional, se hace más fácil cruzar los límites de las relaciones morales.

El factor Dios

¿De qué manera entra Dios en esta ecuación? Si consideramos la responsabilidad del cuidado pastoral en cuanto a llevar a las personas a la presencia de Dios, ¿cómo puede el pastor llevar adelante esta tarea en circunstancias tan difíciles? Es muy interesante notar que Finzel introduce a Dios, en el contexto de las luchas creadas por la crítica, bajo una nueva luz. Él afirma: “Dios utiliza la crítica y el ataque personal para profundizar nuestro crecimiento y nuestra madurez”.[3]

¿Cómo? ¿Acaso Dios actúa de esta manera? En caso afirmativo, Dios ¿está ocupado en la ejecución de un “Juego emocional” con nosotros? Todavía de acuerdo con Finzel, “Parece ser un proceso que él utiliza para eliminar aristas ásperas y para profundizar nuestra humildad, al igual que nuestro sentido de dependencia de él”.[4] Y, para apoyar su pensamiento, cita Santiago 1:2 al 4: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna”.

En estos días en que, para muchas personas, Dios parece tan distante, y en ocasiones en que parecemos tan dependientes de nuestra propia sabiduría para resolver los problemas de la vida, la noción de detenernos en el taller del Alfarero divino (Isa. 64:8) crea cierto nerviosismo. Todavía mucho mejor que ver esa experiencia a través de una perspectiva escéptica, debemos considerarla una respuesta de Dios, que sana las amarguras humanas.

Como fue mencionado anteriormente, las respuestas reaccionarias intensifican el dolor de las heridas emocionales. Esas respuestas carecen de poder curador y la apertura para tratar objetivamente con la crítica. Al confrontarlas ataviados en los trajes de nuestra indigencia espiritual, tan solo adherimos a los mecanismos del egocentrismo, atacándonos unos a otros.[5]

El primer conflicto

Al comentar acera de la naturaleza del conflicto de Adán y Eva, Elizabeth Achtemeier expone la futilidad de los intentos que la primera pareja hizo a fin de resolver el trauma de la situación creada por ellos mismos. Dice ella: “Y así ellos hicieron algo para esconderse, buscaron una frágil protección mutua”.[6] Me gustaría sugerir que, en ese caso, el ambiente estaba cargado de dolor emocional, frustración, vergüenza y sentimientos de culpa. De hecho, la separación de Dios posibilitó que la vida fuese invadida por nuevas emociones. Tal condición abrió las puertas para reacciones inesperadas y de perplejidad.

Hay una notable semejanza entre las respuestas de Adán y de Eva a la situación enfrentada por ellos y la lista de las reacciones humanas, elaborada por Finzel, a la crítica (fuga, sentimiento de culpabilidad, intento de ocultamiento).

En la experiencia original, está bien claro que la solución para las tensiones no emerge de las respuestas reactivas espontáneas; al contrario, estaba comprendida en el poder terapéutico de la voz que llamaba insistentemente: “¿Dónde estás tú?” (Gén. 3:9). Posteriormente, al explorar el engañoso egocentrismo de la naturaleza humana, Achtemeier escribió: “Cuán frecuentemente nos cubrimos de mentiras, engaños y racionalizaciones, con el fin de protegernos en nuestras relaciones más estrechas”[7]

Nuestras respuestas

La profundamente arraigada inseguridad de nuestra alma despedazada afecta la manera en que respondemos a la crítica. Generalmente tendemos a abordarla a partir de nuestros temores, sentimientos de culpa, vergüenza, ira, frustraciones y amarguras. Así, como dice Finzel, es posible considerar esa experiencia como un instrumento en las manos de Dios para ayudarnos en nuestra madurez y profundizar nuestra confianza en él. En 2 Corintios 5:2 al 5, Pablo expresa el deseo de ser revestido por la habitación celestial. En sus palabras: “Por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida”.

Aquí, él expresa que la “habitación celestial” cubre la desnudez humana. Y podemos sugerir que, con el término “desnudo”, se refiere a la completa exposición del “yo”, con todas sus inconsistencias. Pero Dios nos creó para la eternidad. Esta condición presente nos vuelve reacios a ser transparentes (vers. 4). El anhelo secreto del alma involucra una respuesta humana de confianza en aquel que se adentra en nuestros dolores y amarguras emocionales, llamando de manera apasionada y amorosa: “¿Dónde estás tú?”

Una respuesta a ese llamado significa “liberar el control de nuestras relaciones a Dios, con el fin de que él venga a encontrarse con la clase de persona que somos, en la profundidad de nuestro ser”.[8] El Señor está deseoso de cubrir nuestros temores y nuestra vergüenza, reparando gentilmente las asperezas de nuestra humanidad.

Sí, las circunstancias adversas de la vida y todo lo que despedaza emocionalmente al ser humano modelan el carácter para la eternidad. Esas cosas tocan las cuerdas de nuestras emociones, produciendo una respuesta, y nos habilitan para que nos veamos bajo la verdadera luz. Lo que Finzel considera la manera de Dios de eliminar las aristas de nuestro egocentrismo yo lo considero la respuesta humana al ablandamiento divino.

Ablandamiento divino

Lo que llamo “ablandamiento divino” refiere a una actitud que está relacionada con el proceso a través del cual alguien comienza a manejar la crítica a partir de una perspectiva centrada y orientada por Dios. En virtud de que Dios es el restaurador y el alfarero, la prioridad en el abordaje de la crítica no es proveer una respuesta reactiva a nuestros oponentes, sino aprender, aprehender y aplicar las lecciones que él intenta enseñarnos. Una de esas lecciones es que el incremento del dolor debe dirigirnos hacia la Fuente de cura (Mal. 4:2; Isa. 40:28-31).

Este modelo de comportamiento no sugiere desconsideración o indiferencia hacia la crítica. Sugiere, sí, un abordaje asertivo, que es el resultado de la cura experimentada por la presencia de Dios, y que implica resignación, paciencia, pureza, comprensión, bondad, amor, alegría y autenticidad. Es como escribió Pablo: “No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo”.

Al abrir nuestra vida a la presencia de Dios y colocarnos en las manos del Alfarero divino, también entregamos las peligrosas armas de nuestros fallidos mecanismos de defensa al poder curativo de su gracia. Esa reciprocidad relacional nos induce a abrir nuestro corazón a Dios, a medida que confiamos en él. Dijo el salmista: “En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios. El oyó mi voz desde su templo, y mi clamor llegó delante de él, a sus oídos” (Sal. 18:6). Note incluso lo siguiente:

“Alzaré mis ojos a los montes; ¿De dónde vendrá mi socorro?

Mi socorro viene de Jehová, Que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero, Ni se dormirá el que te guarda.

Jehová es tu guardador;

Jehová es tu sombra a tu mano derecha.

El sol no te fatigará de día, Ni la luna de noche.

Jehová te guardará de todo mal;

Él guardará tu alma” (Sal. 121:1-3, 5-7).

Recuerde, el tratamiento autodefensivo frente a la crítica provoca reacciones agresivas; por otro lado, el poder terapéutico de Dios crea nueva autenticidad y apertura. La demostración de confianza en las manos del Alfarero nos capacita para tratar con nuestros males con renovada esperanza, y nos da las condiciones para valorar a las personas, aun a nuestros más ardientes oponentes, como posesión de Dios. Así, guiar a las personas a la presencia de Dios significa exponerlas a la autenticidad de su poder curativo, confirmada por la respuesta pastoral a la crítica, que ya no es reactiva, sino relacionalmente capacitadora. Incluye una completa medida de sensibilidad y tacto en el trato amoroso hacia los que nos hieren.

El ejemplo de Cristo

Jesús nos dejó un ejemplo de absoluta confianza en la infalible justicia de Dios: “Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 Ped. 2:23). Entonces, es posible ver a nuestros críticos como instrumentos de Dios, utilizados para modelar nuestra confianza y dependencia de él. No está fuera de lugar, a esta altura, recordar que Jesús aconsejó a sus seguidores que amen a sus enemigos (Mat. 5:44).

Repito, no estoy sugiriendo que debamos ser indiferentes o ignorar la crítica. La asertividad a la que me estoy refiriendo es sencillamente un comportamiento revelador de la restauradora presencia divina en nosotros. Es importante notar que Pablo (2 Cor. 6:3-10) señala la realidad de la incomodidad emocional creada por personas difíciles. Él se refiere a la experiencia de deshonra, infamia, acusación de ser engañador, castigo, tristeza y pobreza; pero presenta una visión contrastante: “[…] entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (vers. 10).

Parece que el apóstol conocía muy bien el secreto de ese restaurador cambio de actitud. Ancló su confianza en el poder de la gracia de Dios, manifestada en Cristo Jesús: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor. 8:9). Consideremos lo siguiente:

  • La presencia de Dios cura las heridas emocionales.
  • La presencia de Dios provee capacitación, sensibilidad y tacto para tratar la crítica con apertura y responder a los críticos con firme gentileza. Los críticos también poseen emociones y sentimientos.
  • Dios provee la visión necesaria para nuestro crecimiento personal.
  • Dios nos da paciencia.
  • Dios provee razones para la oración, la adoración y el amor responsivo.
  • Dios nos da un sentido de objetividad que ayuda a distinguir la crítica positiva de la difamación injusta. Y nos da poder para convivir con la difamación.

La respuesta de Dios a la crítica guía a las personas a su presencia. En medio de los infortunios y las pruebas, Pablo enfatizó el propósito de la misión de Dios. En primer lugar, Dios nos reconcilió con él a través de Jesús. En segundo lugar, nos dio el ministerio de la reconciliación. Finalmente, nos hizo sus embajadores (2 Cor. 6:18, 19). En la mente de Pablo, esto incluye la cura personal. Lo que sigue es la responsabilidad de enfrentar las cuestiones de la vida como embajadores de la gracia divina. Los embajadores de Dios responden a las circunstancias que causan el sufrimiento con la actitud de aquel a quien representan. “Si tenemos siempre presente las acciones egoístas e injustas de otros, encontraremos que es imposible amarlos como Cristo nos ha amado; pero si nuestros pensamientos se espacian continuamente en los maravillosos amor y piedad de Cristo por nosotros, manifestaremos el mismo espíritu para con los demás. Debemos amarnos y respetarnos mutuamente, no obstante las faltas e imperfecciones que no podemos menos que observar”.[9]

Al hablar sobre el perdón, J. P. Pingleton escribió: “Nos hacemos más semejantes a Dios cuando perdonamos. Ninguna otra descripción de la Deidad se aproxima a la cualidad del perdón. El perdón genuino solo es posible por el amor, la gracia y la misericordia de Dios”.[10]

Recibir y compartir el amor divino es el cénit del liderazgo pastoral. Revela madurez espiritual y psicológica, y realmente es la esencia del ministerio de éxito.

Sobre el autor: Director del Centro de Investigaciones White del Colegio Avondale, Australia.


Referencias

[1] Hanz Finzel, Empowered Leadrrs [Líderes capacitados] (Nashville,TN: W. Publishing Group, 1998), p. 76.

[2] Ibíd, p. 77.

[3] Ibid

[4] Ibíd

[5] Elizabeth Achtemeier, Preaching Biblical Texts: Exposition by Jewish and Christians Scholars [Cómo predicar los textos bíblicos: Exposición por judíos y cristianos eruditos] (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1995). p. 5.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] M Robert Mulholland Jr., Invitación to a Journey: A Road Map for Sipiritual Formación [Invitación a un viaje: Un mapa para la formación espiritual] (Downers Grove, IL: InterVarsity Press 1993), p. 31.

[9] Elena G. de White, El camino a Cristo, p. 122.

[10] J. P. Pingleton, Journal of Psycholovy and 7Zw%25,N«4(1997),p.411.