Cierto agricultor procuraba aumentar sus ganancias. Notó que sus mayores gastos se debían a la siembra de la semilla y a la cosecha de los frutos. Pensó que eliminando estos grandes gastos quedaría más de su dinero en el banco. De modo que al año siguiente decidió dejar que los pocos jornaleros que trabajaban regularmente en su hacienda sembraran lo que pudieran mientras cumplían con sus tareas ordinarias. Esto redujo enormemente sus gastos de siembra. Después siguió este mismo plan para la recolección. Otra vez tuvo notables ahorros.
Pero cuando se puso a realizar los cálculos, quedó chasqueado hasta lo sumo. La siembra había sido tan escasa e irregular que los frutos habían sido ínfimos. Los trabajos de cosecha habían sido todavía menos eficientes. Los jornaleros, dentro de su tiempo limitado, capacidad y equipo, no habían podido recoger todo el fruto producido. Todo el plan resultó un completo fracaso.
Diréis que fue una necedad del agricultor. Es verdad. Pero ¿no caemos a menudo nosotros en este mismo error en nuestros planes para la cosecha de almas para el reino?
El trabajo especializado e intensivo del evangelismo público es oneroso. Requiere el trabajo de todo un equipo. Parecería fácil decir: “No podemos soportarlo; procuremos arreglarnos sin este gasto adicional”.
Pero la Palabra de Dios todavía tiene razón: “El que siembra escasamente, también segará escaramente; y el que siembra en bendiciones, en bendiciones también segará” (2 Cor. 9:6). En la Versión Moderna leemos esta última parte: “Y el que siembra generosamente, también generosamente segará”.
Cuando reducimos la obra del evangelismo público no ahorramos nada —únicamente reducimos la cosecha. No se trata sólo de una cuestión de pérdida financiera. Significa que algunas almas jamás serán alcanzadas con el mensaje de salvación, y así se perderán eternamente.
Respecto de la primera expresión, “estoy salvado”, Pablo le escribió a Tito: “Conforme a su misericordia él nos salvó” (Tito 3:5); asimismo, “en esperanza somos salvos” (Rom.8:24). En ambos casos el verbo griego está expresado en forma de aoristo. Por ejemplo, este último texto podría rendirse más exactamente: “Fuimos salvados”, o “hemos sido salvados”. Así se destaca un aspecto de la salvación que es un hecho consumado.
Pero también es verdad que como creyentes sinceros en Cristo estamos siendo salvados.
Esto es algo que está en proceso de realización cada día. Leemos: “A nosotros que somos salvos” (1 Cor. 1:18). Pero aquí otra vez sería más exacto traducir: “A nosotros que estamos siendo salvados”. Este caso se repite en Hechos 2:47, VM, donde leemos: “Y el Señor añadía a la iglesia los salvados”; en cambio la versión de Valera rinde con más exactitud este pensamiento: “Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos” (Hech. 2:47).
Finalmente está la expresión: “Seré salvado”. Leemos también: “Seremos salvos” (Hech. 15:11; Rom. 5:9).
Esta es la triple forma en que la obra de salvación toca los corazones humanos. Así hemos sido salvados: justificación; estamos siendo salvados: santificación; seremos salvados: glorificación.
VII. El pueblo de Dios se deleita en el Señor
Cuando Dios perdona nuestros pecados y nos da la seguridad en su Palabra de que son perdonados (Efe. 4:32), no necesitamos preocuparnos y molestarnos por el futuro. Es cierto que habrá un juicio en el cual los pecados de los hombres serán ventilados. Pero eso no necesita preocupar al hijo de Dios, porque como cristiano sabe que permanece en Dios, y Dios permanece en él (Juan 14:20). “Vuestros pecados os son perdonados por su nombre” (1 Juan 2:12). La fe se ase de su palabra y se deleita en el conocimiento de que los pecados son perdonados.
El que en verdad ha pasado de muerte a vida, y mantiene una actitud de entrega constante, no vive en la incertidumbre. Habiendo colocado su caso en las manos de su poderoso Abogado, no tiene temor en el futuro. Cristo es su garantía, y él vive en una atmósfera de confianza plena en Dios, deleitándose porque el “perfecto amor echa fuera el temor”.
A la luz de una salvación tan grande, ¿no deberían las vidas del pueblo de Dios ser vidas deleitosas? Aun los israelitas de los tiempos del Antiguo Testamento sabían lo que esto significaba. Notemos su expresión de gozo: “Alegraos, justos, en Jehová” (Sal. 33:1); “Hijos de Sión, alegraos y gozaos en Jehová vuestro Dios” (Joel 2:23). Y el salmista dice: “Para siempre darán voces de júbilo” (Sal. 5:11).
Una vez y otra se repite: “Alabad a Jehová”, y el pueblo lo hacía de corazón, porque leemos: “Alegráreme y regocijáreme en ti” (Sal. 9:2); “Gócese mi alma en Jehová” (Sal. 35:9); “En gran manera me gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios” (Isa. 61:10); “Contaré lo que ha hecho a mi alma” (Sal. 66:16).
En el Nuevo Testamento aparece la misma nota de gozo. “Gozo” es una de las grandes expresiones del Nuevo Testamento. En realidad, el Evangelio mismo tiene el sentido de “nuevas de gran gozo” (Luc. 2:10). Y Jesús, el autor de eterna salvación (Heb. 5:9), quería que sus discípulos participaran de su gozo, para que en él y por él su gozo fuera pleno (Juan 15:11; 16:24). El gran apóstol a los gentiles expresó el mismo pensamiento cuando exhortó a los santos a gozarse en el Señor (Fil. 3:1); “Gozaos en el Señor siempre: otra vez digo: Que os gocéis” (Fil. 4:4). Así podemos unir nuestras voces con los coros celestiales, “que decían en alta voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder y riquezas y sabiduría, y fortaleza y honra y gloria y alabanza” (Apoc. 5:12).
Sobre el autor: Evangelista de la Asociación de Atizona