Pregunta 12

Muchos cristianos tienen la impresión de que los adventistas son legalistas: que enseñan que es necesario observar la ley para salvarse. ¿Cuál es la actitud de los adventistas respecto de la ley? ¿Cómo se compara su creencia con la posición histórica protestante?

La posición adventista respecto de los Diez Mandamientos está resumida en nuestra declaración de Creencias Fundamentales. En la sección 6 leemos: “6. Que la voluntad de Dios en lo que’ atañe a la conducta moral está comprendida en su ley de los Diez Mandamientos; que éstos son grandes preceptos morales inmutables, que tienen validez sobre todos los seres humanos, en todas las épocas. Éxodo 20:1-17”.

 Los Diez Mandamientos dados por Dios en el Monte Sinaí están separados de todos los demás mandamientos de Dios registrados en la Biblia por su misma naturaleza y la forma en que fueron dados. Ellos mismos son la mejor evidencia de su carácter duradero. La naturaleza moral del hombre responde a ellos con asentimiento, y resulta imposible para un cristiano bien informado imaginar una condición o circunstancia —Dios todavía siendo Dios, y el hombre todavía siendo una criatura moral— donde no sigan obrando.

Considerada correctamente, la ley moral es mucho más que un código legal; es una transcripción del carácter de Dios. A. H. Strong, teólogo bautista, declara:

 “La ley de Dios, entonces, es simplemente una expresión de la naturaleza de Dios en la forma de requerimiento moral, y una expresión necesaria de esa naturaleza en vista de la existencia de seres morales (Sal. 19:7; cf. 1). Todos los hombres testifican de la existencia de esta ley. Aun las conciencias de los paganos testifican de ella (Rom. 2:14, 15). Los que tienen la ley escrita reconocen esta ley elemental como de gran alcance y penetración (Rom. 7:14; 8:4). La perfecta personificación y cumplimiento de esta ley se ve únicamente en Cristo (Rom. 10:4; Fil. 3:8, 9). (Systematic Theology, pág. 538).

 Elena G. de White expresó estas verdades con palabras algo diferentes: “La ley de Dios es tan santa como él mismo. Es la revelación de su voluntad, el reflejo de su carácter, y la expresión de su amor y sabiduría. La armonía de la creación depende del perfecto acuerdo de todos los seres con la ley del Creador” (Patriarcas y Profetas, pág. 34).

 “La belleza divina del carácter de Cristo, de quien los hombres más nobles y más tratables son únicamente un pálido reflejo; de quien dijo Salomón, por el Espíritu de inspiración, él es ‘señalado entre diez mil… y todo él codiciable’ (Cant. 5:10-16), de quien David, viéndolo en visión profética, dijo: ‘Haste hermoseado más que los hijos de los hombres’ (Sal. 45:2); Jesús, la imagen exacta de la sustancia del Padre, el esplendor de su gloria; el abnegado Redentor, en toda su peregrinación de amor en el mundo, era una representación viva del carácter de la ley de Dios. En su vida se manifestó que el amor nacido en el cielo, los principios fundamentales de Cristo, sirven de base a las leyes de rectitud eterna” (El Discurso Maestro de Jesucristo, pág. 44).

 El cristiano debe volverse hacia Cristo para comprender plena y cabalmente la intención de Dios manifestada en su ley moral. Él es quien capacita al alma recién nacida a la vida espiritual para vivir esa nueva vida. Es verdaderamente la morada de Cristo en su corazón; esto le permite al creyente, por su sumisión a su señor, vivir los principios del carácter de Dios en su corazón y en su vida.

 La posición adventista acerca de la relación de los Diez Mandamientos con la salvación se establece en la sección 8 de las Creencias Fundamentales de los Adventistas:

 “8. Que la ley de los diez mandamientos señala el pecado, cuya penalidad es la muerte. La ley no puede salvar al transgresor de su pecado, ni impartir poder para guardarlo de pecar. En su infinito amor y misericordia, Dios proporcionó un medio para lograr ese fin. Proveyó un sustituto, a Jesucristo el Justo, que murió en lugar del hombre y al cual ‘hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él’ (2 Co. 5:21). Somos justificados, no por obediencia a la ley, sino por la gracia que es en Cristo Jesús. Aceptando a Cristo, el hombre es reconciliado con Dios, justificado, en virtud de la sangre de Cristo, de los pecados del pasado y salvado del poder del pecado por la morada de Cristo en su vida. Así el Evangelio llega a ser ‘potencia de Dios para salud a todo aquel que cree’. Esta experiencia la hace posible el poder divino del Espíritu Santo que convence de pecado y guía al que cometió el pecado, induciendo a los creyentes a entrar en la relación del nuevo pacto, en virtud del cual la ley de Dios es escrita en sus corazones y por medio del poder habilitado de Cristo al morar en el corazón la vida se conforma con los preceptos divinos. El honor y el mérito de esta maravillosa transformación pertenecen totalmente a Cristo (Juan 3:4; Rom. 7:7; 3:20; Efe. 2:8-10; 1 Juan 2:1, 2; Rom. 5:8-10; Gál 2:20; Efe. 3:17; Heb. 8:8-12).

 Esta creencia armoniza plenamente con las enseñanzas de las confesiones de fe históricas:

 El Catecismo Valdense (c. 1500) y La Confesión de los Valdenses (1655) citan los Diez Mandamientos y el Padrenuestro como “fundamentos de nuestra fe y nuestra devoción”. Otra declaración: “La fe viva consiste en creer en Dios, esto es, en amarlo y guardar sus mandamientos” (Schaff, The Creeds of Christendom, tomo 1, págs. 572, 573, 575; tomo 3, págs. 757, 768).

 El Pequeño Catecismo de Lutero (1529), después de citar los Diez Mandamientos, dice: “Deberíamos, por lo tanto, amar y confiar en él. y obedecer gozosamente sus Mandamientos” (Schaff, tomo 3, pág. 77).

 El Catecismo de Heildelberg (1563), el más popular de todos los credos reformados, y el primero que fue implantado en el suelo americano, entre las iglesias reformadas holandesa y alemana (Id., tomo 1, pág. 549), después de una extensa serie de preguntas acerca del Decálogo, declara que los Diez Mandamientos están proscriptos estrictamente para que podamos “buscar fervientemente el perdón de los pecados y la justicia de Cristo”, y “ser cambiados cada vez más a la imagen de Dios” (Id., tomo 3, págs. 340-349).

 La Fórmula de Concordia (1576), luterana, declara que los cristianos son liberados de la “maldición y compulsión” de la ley, pero no de la ley misma. Deben meditar día y noche en esos Diez Mandamientos, y “ejercitarse continuamente en su observancia”. Condena como “falso y pernicioso” el concepto que sostiene que el Decálogo no es la norma de justicia para el cristiano (Id., págs. 130-135).

 La Confesión de Fe Escocesa (1560), en el artículo XV destaca la perfección de la ley y la imperfección del hombre (Id., págs. 456, 457).

 El Catecismo Abreviado de Westminster (1647), fue adoptado por la Iglesia de Escocia en 1648, por el Sínodo Presbiteriano de Nueva York y Filadelfia en 1788, y por casi todas las iglesias calvinistas, presbiterianas y congregacionalistas. Se lo utiliza más extensamente que cualquier otro, excepción hecha del Pequeño Catecismo de Lutero y el Catecismo de Heidelberg (Id., pág. 676). Declara que los Diez Mandamientos o ley moral, revelan el deber que Dios requiere del hombre. Y añade: Estamos obligados a guardar todos sus mandamientos “(Id., págs.678, 684, 685).

 La confesión Bautista de Nueva Hampshire (1833) es aceptada en los estados del norte y del oeste. El articulo XII “De la armonía de la Ley y el evangelio “, declara que la ley de Dios es la “regla eterna e inmutable de su gobierno moral “y que debemos mediante nuestro Mediador, tributar “genuina obediencia a la ley de Dios “como un gran fin del evangelio (Id. Pág. 746)

Esto no es todo, sino que además los adventistas comparten con cientos de hombres eminentes de diferentes creencias —Calvino, Wesley, Clarke, Barnes, Spurgeon, Moody, G. Campbell Morgan, Henry Clay Trumbull, Billy Graham— la creencia en la perpetuidad de la ley moral de los diez mandamientos de Dios, y en su vigencia en todas las dispensaciones, según lo atestiguan las siguientes declaraciones características:

CALVINO: Eterna regla de vida.—“No debemos imaginar que la venida de Cristo nos ha libertado de la autoridad de la ley; porque es la eterna regla de una vida piadosa y santa, y debe, por lo tanto, ser tan inmutable como constante y uniforme es la justicia de Dios, a la cual comprende”. (Commentary on a Harmony of the Evangelists (1845), tomo 1, pág. 277).

WESLEY: Permanece en vigencia.—“Pero la ley moral comprendida en los diez mandamientos, y puesta en vigor por los profetas, él no la suprimió. El propósito de su venida no era revocar ninguna parte de ella. Esta es una ley que nunca puede ser quebrantada, que ‘permanece firme como el testigo fiel en el cielo’. La ley moral está en una posición enteramente diferente que la ley ritual o ceremonial… Cada parte de esta ley debe permanecer en vigencia sobre toda la humanidad, y en todas las épocas; porque no depende del tiempo ni del lugar, o de ninguna otra circunstancia sujeta a cambios, sino de la naturaleza de Dios, y de la naturaleza del hombre, y de su inmutable relación mutua” (Sermons on Several Occasions, tomo 1, págs. 221, 222).

 MORGAN: Obediencia por fe.—“Únicamente cuando la gracia capacita a los hombres para guardar la ley, éstos quedan libres de ella; tal como el hombre moral que vive de conformidad con las leyes del país está libre de la penalidad. Dios no ha desechado la ley, sino que ha encontrado una forma mediante la cual los hombres pueden cumplirla, y así quedar libres de ella (The Ten Commandments (1901), pág. 23).

SPURGEON: La ley de Dios es perpetua. —“Se han cometido grandes errores en relación con la ley. No hace mucho había a nuestro alrededor quienes afirmaban que la ley ha sido completamente abrogada y abolida, y quienes enseñaban abiertamente que los creyentes no están obligados a hacer de la ley moral la regla de sus vidas. Lo que habría sido pecado en otros hombres ellos no lo consideraban pecado para ellos mismos. Que el Señor nos libre de tal antinomianismo…

“LA LEY DE DIOS DEBE SER PERPETUA. No ha sido abolida, no ha sido enmendada. No ha de ser modificada o ajustada a nuestra condición caída, sino que cada uno de los justos juicios del Señor permanecen para siempre…

“Si alguien me dice: ‘En lugar de los diez mandamientos hemos recibido los dos mandamientos, y éstos son más fáciles’. Yo contesto que esta forma de leer la ley en nada es más fácil. Tal observación implica una falta de reflexión y experiencia. Esos dos preceptos comprenden a los diez en toda su extensión, y no pueden considerarse como la anulación de una jota o una tilde de ellos…

“Por lo tanto, Cristo no ha abrogado o siquiera moderado la ley para satisfacer nuestra desvalidez; ha dejado en toda ella su sublime perfección, como siempre debe ser dejada, y ha señalado cuán profundos son sus fundamentos, cuán elevadas son sus alturas, cuán inconmensurables son su longitud y anchura…

“Para mostrar que nunca intentó abrogar la ley, nuestro Señor Jesús personificó todos sus mandamientos en su propia vida. En su propia persona había una naturaleza que estaba en perfecta conformidad con la ley de Dios; y como era su naturaleza así era su vida. Él pudo decir: ‘¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?’ Y otra vez dijo: ‘Yo también he guardado los mandamientos de mi Padre, y estoy en su amor’…

“Por su muerte vindicó el honor del gobierno moral de Dios, y mediante ella ha justificado su misericordia. Cuando el legislador mismo se somete a la ley, cuando el soberano mismo sufre la penalidad máxima de la ley, entonces la justicia de Dios es puesta sobre un trono elevado y glorioso de tal modo que todos los mundos que contemplan deben maravillarse a causa de ello. Por lo tanto si se prueba claramente que Jesús fue obediente a la ley, aun hasta el extremo de padecer la muerte, ciertamente no puede decirse que vino para abolirla o abrogarla; y si él no eliminó la ley, ¿quién puede hacerlo? Si él declara que vino para establecer la ley, ¿quién puede derribarla?…

“La ley está absolutamente completa, y nadie puede añadirle algo o quitarle algo. ‘Porque cualquiera que hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un punto, es hecho culpado de todos. Porque el que dijo: No cometerás adulterio, también ha dicho: No matarás. Ahora bien, si no hubieres cometido adulterio, pero hubieres matado, ya eres hecho transgresor de la ley’. Entonces, si no es posible suprimir ninguna parte de ella, debe permanecer, y permanecer para siempre” (“The Perpetuity of the Law of God”, publicado en Spurgeon’s Expository Encyclopedia, por Baker) .

 BILLY GRAHAM: Permanente e inmutable.—“La palabra ‘ley’ es empleada en dos sentidos por los escritores neotestamentarios. A veces se refiere a la ley ceremonial del Antiguo Testamento, la cual atañe a los asuntos y regulaciones rituales que regían sobre el alimento, la bebida y cosas de esa clase. Los cristianos están en realidad libres de esta ley. Pero el Nuevo Testamento también habla de la ley moral, la cual es de carácter permanente e inmutable y se resume en los Diez Mandamientos” (Despacho de la Associated Press, Chicago Tribune Syndicate).

MOODY: La ley eterna: obedecida con amor en el corazón.—La pregunta para cada uno de nosotros es: ¿Los estamos observando [los Diez Mandamientos]? Si Dios nos midiera con ellos ¿seríamos hallados deficientes o no lo seríamos? ¿Observamos la ley, toda la ley? ¿Obedecemos a Dios de todo corazón? ¿Le prestamos una obediencia plena y voluntaria? “Estos diez mandamientos no son diez leyes diferentes; son una sola ley. Si estoy sostenido en el aire por una cadena de diez eslabones, y rompo uno de ellos, caigo en el vacío tan ciertamente como si hubiera roto a los diez. Si se me prohíbe que salga de un sitio cerrado, no tiene importancia el lugar por el cual rompa el cerco. ‘Cualquiera que hubiere guardado toda la ley, y ofendiere en un punto, es hecho culpado de todos’. ‘La cadena de oro de la obediencia se rompe si falta un eslabón’.

“Durante mil quinientos años el hombre estuvo sometido a la ley, y nadie pudo satisfacer sus exigencias. Cristo vino y mostró que los mandamientos tenían un alcance más vasto que lo que decía la mera letra; ¿y puede alguno decir desde entonces que ha sido capaz de guardarlos por su propia fuerza?

“Me imagino que os estáis diciendo: ‘Si hemos de ser juzgados por estos principios, ¿cómo podremos salvarnos? Los hemos transgredido casi todos —en espíritu si no en la letra’. Casi os oigo decir: ‘Me pregunto si el Sr. Moody está listo para ser pesado. ¿Le gustaría someterse voluntariamente a esa prueba?’

“Replico con toda humildad que si Dios me ordenara ponerme en la balanza ahora, estoy listo para hacerlo. “‘¡Pero! —diréis vosotros— ¿No ha transgredido usted la ley?’

“Sí, la he transgredido. Era un pecador delante de Dios lo mismo que vosotros; pero hace cuarenta años me reconocí culpable ante su tribunal. Clamé por misericordia, y él me perdonó. Si subo a la balanza, el Hijo de Dios ha prometido estar conmigo. No me atrevería a subir sin él. Si lo hiciera, con cuánta rapidez ascendería el otro platillo.

“Cristo guardó la ley. Si la hubiera transgredido, habría tenido que morir por sí mismo; pero porque era un Cordero sin mancha o arruga, su muerte expiatoria es eficaz para vosotros y para mí… Cristo es el fin de la ley para justicia para todo aquel que cree. Somos justos ante los ojos de Dios porque la justicia de Dios, la cual se obtiene por fe en Jesucristo, es para todos y sobre todos los que creen…

“Si el amor de Dios es derramado con abundancia en vuestros corazones, seréis capaces de cumplir la ley (Weighed and Wanting, págs. 119-124).

“MOODY MONTHLY”: Cristo amplificó su alcance.—Hace unos años se publicó una serie de artículos en el Moody Bible Institute Monthly bajo el título “¿Están los cristianos libres de la Ley?” El autor de esta serie declara en su primer artículo: “Veamos ahora cómo la ley moral es puesta de relieve, ampliada y puesta en vigor en todos sus detalles en el Nuevo Testamento”. Muestra cómo Cristo y los apóstoles trataron con ella: “Lejos de anular ninguno de los Diez Mandamientos [Cristo] amplificó su alcance, enseñando que un pensamiento airado o una palabra áspera violaba el sexto mandamiento, y una mirada concupiscente, el séptimo (Mat. 5:21, 22, 27, 28) (Moody Bible Instituto Monthly, octubre de 1933).