¿Sabes qué nombre recibía el cristianismo durante sus primeros años? Algunos líderes judíos lo denominaban como “la secta de los nazarenos” (Hech. 24:5), pero el apóstol Pablo se defendió diciendo que lo “que ellos llaman secta”, era en realidad “el Camino” (vers. 14).

Ese fue el primer nombre con el que el cristianismo fue conocido (Hech. 18:26; 19:9, 23; 22:4; 24:22). Este nombre proviene del concepto detrás del término hebreo derej, que significa “camino”. Para los antiguos hebreos, derej significaba más que una senda que se podía transitar, se refería al conjunto de valores y hábitos morales que regían la vida de una persona. Es claro que los primeros cristianos no veían su religión como un simple conjunto de rituales y creencias, sino como una cosmovisión ética, moral y teológica que guiaba la vida de las personas de acuerdo con el ejemplo dado por Cristo y la revelación divina proporcionada en la Escritura.

Nuestro nombre también dice mucho acerca de cómo consideramos la religión. Somos “Iglesia”, es decir, un cuerpo organizado de creyentes, un remanente aferrado a la verdad bíblica y provisto con una misión dada por Dios que debemos cumplir.

Somos “Adventistas”. Creemos en que la segunda venida de Cristo está cercana, que debemos prepararnos para este evento y anunciarlo al mundo para que se prepare también. Entregarle el corazón a Dios, pedir el perdón de nuestros pecados y vivir una vida guiada por el Espíritu y regida por los principios bíblicos es la preparación necesaria para este gran acontecimiento.

Por último, somos “del Séptimo Día”. Creemos que Dios, como nuestro Creador, sabe qué es lo mejor para nosotros y conoce las claves para tener una vida plena, próspera y feliz. Por lo tanto, consideramos a sus mandamientos como normativos para los cristianos. Eso incluye el mandato acerca de la observancia del día sábado (Éxo. 20:8-11), cuya importancia es vital, pues garantiza que una vez a la semana dejemos de lado nuestras actividades cotidianas y pongamos toda nuestra atención en Dios.

¿Son todas estas características expresadas en nuestro nombre lo que nos hace diferentes? En parte, sí. Sin embargo, en este caso es importante recordar que el todo es más que la suma de las partes. En otras palabras, no son solo estas características teológicas las que nos hacen diferentes a otras confesiones religiosas, sino el hecho de que todas ellas están unidas armoniosamente en un sistema teológico fundamentado en la Escritura.

Este sistema tiene un trasfondo denominado “la Gran Controversia”, que reconoce la existencia de una lucha entre el bien y el mal, entre Dios y el diablo, por la salvación de las almas y el orden del mundo creado. Asimismo, este sistema teológico está construido alrededor de un centro, que es la Cruz, y de un eje, que es el Santuario. Ambos elementos resaltan que las acciones de Dios no son arbitrarias ni improvisadas. Dios ha tenido como máxima prioridad la salvación de la humanidad caída, a través de un detallado plan de redención que fue ideado antes de la creación, tuvo su clímax durante el Calvario y continuará hasta su conclusión final, que implicará el fin total del pecado y sus consecuencias, la restauración salvífica de la humanidad y el restablecimiento de la armonía y el bien absoluto en todo el universo.

Ciertamente, somos una iglesia diferente. Tenemos una identidad, una misión y una esperanza. ¡Gracias, Señor Jesús, por haberte sacrificado en la Cruz por nosotros “para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras” (Tito 2:14)!

Sobre el autor: Director asociado de la revista Ministerio, edición de la ACES