Tres clases de hambre afectan en forma dramática a la generación contemporánea

Mientras preparamos este editorial, podemos ver con la imaginación a enormes masas humanas encerradas en el círculo de hierro del hambre. Millones de hombres, mujeres y niños sostienen con manos trémulas un plato vacío, como expresivo símbolo de miseria y hambre que amenaza la paz social.

“En esta noche —declaró patéticamente el senador chileno Rodomiro Tomic 130 millones de personas de toda América Latina cerrarán los ojos con hambre, ¡con hambre física de pan!” (Revista Eclesiástica Brasileira, tomo 22, pág. 507).

“En la India, en Indonesia, África y otras áreas subdesarrolladas, mueren anualmente 30 millones de personas… En las grandes ciudades de la India, de madrugada recorren las calles camiones cuya función consiste en transportar a los desgraciados que murieron en la noche víctimas del hambre y el agotamiento” (Kraft und Licht, 11-3- 1962).

Sin embargo, por sorprendente que parezca, en un mundo donde millones de personas no pueden obtener ni siquiera una comida por día, el Mercado Común Europeo sufre las consecuencias de un sorprendente abarrotamiento de alimentos.

Los campesinos de Valenciennes, Francia, llevaron sus camiones frente a la prefectura y descargaron en la calle cuatro toneladas de papas sin comprador.

En Villedubert, en las cercanías de Toulouse, grupos de viñateros derramaron azufre en la ruta 113, y lo incendiaron para llamar la atención al exceso de producción vinícola.

Un grupo de chacareros holandeses destruyó 1.600.000 pepinos en la plaza del mercado de Endhoven, porque no consiguieron un precio satisfactorio.

Campesinos del Palatinado, en Lambsheim, Alemania Occidental, realizaron una reunión de protesta contra el gobierno, porque no encontraron compradores para 300 mil kilos de porotos. Uno de los oradores dijo con vehemencia: “¡Los campesinos de Alemania están siendo sacrificados en el altar de una Europa más grande!”

¡Cuán paradojal es nuestro siglo! El Mercado Común Europeo amenazado por la superabundancia de alimentos, mientras millones de desventurados, en diferentes partes del mundo, viven el drama brutal producido por la falta de pan.

Otra clase de hambre que aqueja a la generación actual es un hambre mental: hambre de ideas, de ideologías, de la verdad.

En efecto, asistimos en nuestros días a una febril y tumultuosa eclosión de ideas y doctrinas, representadas por muchos ismos: humanismo, positivismo, materialismo, racionalismo, marxismo, existencialismo, evolucionismo, freudismo, y muchos otros.

Esta extraordinaria proliferación de doctrinas y dialécticas, es una respuesta a esta voraz hambre de nuevas ideas.

En nuestra época hay 500 millones de analfabetos entre 15 y 50 años. El hambre mental se manifiesta en forma más intensa en estos millones que no saben leer. Ahora se alzan clamando por escuelas y exigiendo que se satisfaga su derecho a ser instruidos.

La UNESCO, atendiendo este vehemente clamor, ha iniciado una gigantesca campaña internacional con el propósito de alfabetizar, en cinco años, a 350 millones de los 500 millones de analfabetos, indudablemente ésta es una realización extraordinaria.

Hay una tercera clase de hambre: el hambre del corazón que reclama amor. El ser humano necesita sentir que es apreciado, que es amado. Necesita a alguien para amar. Si esta hambre no es satisfecha, el ser humano se embrutece, se animaliza.

Hace años, varios periodistas de la agencia París Presse organizaron un falso accidente automovilístico en una ruta bien transitada. Durante 42 minutos pasaron sin detenerse 51 vehículos junto al accidente simulado. No manifestaron ninguna preocupación por ayudar a las supuestas víctimas, que simulaban estar heridas o muertas. Finalmente el conductor de un camión se detuvo con el deseo de socorrer a los heridos.

¡Cuánta insensibilidad! ¡Cuán intensa es el hambre del corazón en un mundo embrutecido por el egoísmo!

“Si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía” (Isa. 58:10). ¡Qué promesa alentadora!

Dentro de los límites de nuestras posibilidades, mediante el Departamento de Asistencia Social de la iglesia, y por medio de las sociedades de beneficencia locales, estamos atendiendo el doloroso clamor de los hambrientos.

Como heraldos de la verdad, mensajeros del Evangelio, necesitamos acelerar nuestras actividades a fin de presentar a Cristo, el único capaz de satisfacer el hambre mental y del corazón de los hombres: “Jesús, la esperanza de gloria”.

En estos días asistimos al cumplimiento parcial de una predicción muy significativa: “He aquí vienen días, dice Jehová el Señor, en los cuales enviaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Jehová” (Amos 8:11).

Hay multitudes afligidas y desesperadas que languidecen en la más melancólica inanición espiritual. En una época como ésta, las palabras de Jesús resuenan con un nuevo y profundo significado: “Dadles vosotros de comer”.

Millones sucumben por falta de esperanza y amor. Carecen de lo necesario para suprimir el hambre de la mente y el corazón. Pero nosotros, que recibimos el Pan de vida, tenemos el deber ineludible de compartirlo con los hambrientos, los que viven extenuados sin Dios y sin esperanza en el mundo.

¿Qué estamos haciendo? La voz suave de Jesús se hace oír con extraordinaria resonancia: “Dadles vosotros de comer”