Reflexiones a partir del texto de Deuteronomio 28: 1 al 15

 El libro de Deuteronomio, cuyo nombre proviene de la expresión “deuteronomion” (17:8), que significa repetición o copia,[1] es el discurso que Moisés dejó como legado al pueblo de Israel, a fin de que las generaciones de israelitas después del Éxodo no se olvidaran de los actos sorprendentes que Dios realizó en favor de ellos. Otro aspecto importante del libro está relacionado con el repudio absoluto a la idolatría, especialmente después de la tragedia de Baal-peor.[2]

 En su contenido, el Señor animó al pueblo a que se mantuviera fiel a la alianza, pues en poco tiempo los israelitas estarían en la Tierra Prometida, donde se cumplirían totalmente las promesas divinas. Por este motivo, Moisés incentivó a los israelitas a entrar y poseer la tierra (Deut. 1:5-8).[3] Deuteronomio presenta tres grandes divisiones, que son tres grandes discursos o sermones. La primera, muestra lo que Dios hizo por Israel (1:1–4:43); la segunda, lo que Dios esperaba de Israel (4:44–26:19); y la última, lo que Dios haría por Israel (27:1–34:12).

 ¿Qué es predicación?

 La predicación es “la proclamación abierta y pública de la actividad redentora de Dios en Jesucristo y por medio de él”.[4] Existen algunas definiciones del término que no podemos olvidar, y que lo sitúan en un lugar especial. Por ejemplo, Phillips Brooks decía que la predicación es la comunicación de la verdad religiosa de un hombre a otros hombres. Por su parte, Andrew Blackwood afirmaba que es la verdad divina, como está en la Biblia, comunicada verbalmente; es decir, la verdad de Dios proclamada por una persona elegida o llamada por él. De acuerdo con Karl Barth, la predicación se transforma en Palabra de Dios. La palabra del hombre es palabra de Dios en la medida en que el Señor se complace en usarla para comunicar su verdad a las personas. Orlando Costas afirmaba que la predicación anuncia el Reino de Dios, gracias a la obra salvífica realizada por Cristo.[5]

La teología de la predicación está asociada a la teología de la revelación. Por revelación entendemos el acto divino de poner a disposición del conocimiento humano algo que anteriormente estaba restricto a la mente de Dios, y que el hombre no podría obtener por él mismo.[6] La revelación, por lo tanto, es lo que Dios permite que sea conocido y figura en su Palabra.

 En la teología de la predicación, el proceso es semejante. Sin embargo, se parte de lo que fue revelado: la Biblia. Predicar es presentar a las personas lo que Dios dice en su revelación. De esa manera, la doctrina de la predicación está basada en la Palabra de Dios; es decir, al exponer las Sagradas Escrituras, cada predicador lo hace asumiendo una enorme responsabilidad.

Escuchar la voz de Dios

“Acontecerá que si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, para guardar y poner por obra todos sus mandamientos que yo te prescribo hoy, también Jehová tu Dios te exaltará sobre todas las naciones de la tierra. Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios” (Deut. 28:1, 2).

 Con esta introducción, Moisés dio a Israel un mensaje íntegro y absoluto sobre lo que Dios esperaba de ellos como pueblo exclusivo. En sus palabras, están asociadas dos expresiones antagónicas: bendición y maldición.

Obedecer la Palabra de Dios trae, como consecuencia, sus bendiciones. De hecho, el contenido del libro de Deuteronomio tiene la intención de mostrar que es el Señor, y no Baal, quien provee de las buenas cosas. Además de esto, subraya que es Dios, y no otra divinidad con un ritual sacrílego, quien tiene el deseo de bendecir y no causar mal.[7] Por otro lado, el libro también presenta que la desobediencia provoca la remoción de la protección divina, que lleva al sufrimiento y a las consecuencias naturales de la vulnerabilidad.

Definitivamente, la predicación tiene una enorme importancia, al considerarse que el proclamador se transforma en un portavoz de bendiciones para el pueblo. Este hecho implica una inmensa responsabilidad sobre el predicador, por ser él quien busca incesantemente en la Biblia el mensaje divino para él mismo y para la vida de la iglesia.

Escuchar la voz de Dios y obedecerla traería consecuencias visibles para el pueblo de Israel. “Las bendiciones de la alianza pueden ser divididas en tres grupos: bendición sobre la tierra y las personas (Deut. 28:3-5), victoria sobre los enemigos (ver. 7) y exaltación de Israel sobre los adversarios (vers. 1, 9, 10, 13)”.[8]

Aunque nuestro interés no esté concentrado en el contenido de las bendiciones, es importante destacar que son el resultado de “oír” las orientaciones divinas. Contextualizada para nuestros días, la predicación de la Palabra de Dios puede traer consecuencias semejantes a las descritas en Deuteronomio. No podemos considerar la predicación meramente como algo que presenta lo que las personas quieren escuchar. Hay una necesidad urgente de proclamadores que estén dispuestos a llevar al pueblo las buenas nuevas de salvación.

 Es importante notar que Deuteronomio 28:1 al 15 presenta claramente los elementos básicos de la predicación. Estos son: el mensaje divino; el predicador, proclamador o exaltador, que en este caso es Moisés; y las personas, que escuchan la voz de Dios por medio del predicador. De esta manera, el pueblo tenía la posibilidad de aceptar el mensaje y practicar las orientaciones tanto individuales como colectivas.

 Actualmente, los tres elementos también existen. La Biblia, los predicadores, ministros de la Palabra, y las personas, que integran la congregación o iglesia. Estas también pueden tomar decisiones individuales y colectivas.

Naturalmente, el interés de Israel se concentraba en su bienestar. Por eso, atender a la invitación que Dios les hacía por medio de su siervo se transformaba en un imperativo. En nuestros días, las personas también deberían estar interesadas en la salvación. Por eso, deberían prestar atención a la calidad de la predicación. ¿Nos dio el Señor un mensaje hoy? ¿Podré regresar a casa con la convicción de haber aceptado una verdad de Dios? Esas son algunas de las preguntas que podrían realizar los oyentes de un sermón. No sería malo que la iglesia exigiera más de los predicadores. No sería algo negativo, si las personas quisieran escuchar mensajes que provengan de Dios, y no experiencias personales.

 La sección bíblica se cierra de la siguiente manera: “… si no te apartares de todas las palabras que yo te mando hoy, ni a diestra ni a siniestra, para ir tras dioses ajenos y servirles. Pero acontecerá, si no oyeres la voz de Jehová tu Dios, para procurar cumplir todos sus mandamientos y sus estatutos que yo te intimo hoy, que vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te alcanzarán” (ver.14-15).

 Conclusión

El Señor desea que sus palabras sean internalizadas en el corazón de sus hijos. Por lo tanto, la predicación, aplicada a la búsqueda humilde y sincera de la Palabra de Dios, traerá consecuencias positivas sobre las mentes que se sensibilicen por la influencia del Espíritu Santo (Juan 16:8). Evidentemente, no se debe olvidar que, en ese proceso, el instrumento no es más que eso: un instrumento. De cualquier manera, en las manos de Dios se transforma en un elemento tan poderoso, que su mensaje puede salvar vidas.

Así como Moisés estaba preocupado por transmitir el mensaje divino a las generaciones de israelitas después del Éxodo, los predicadores contemporáneos deben intentar, con humildad y dedicación, presentar la Palabra de Dios para que las personas recuerden su condición pecaminosa y busquen fervorosamente al Señor y a la salvación.

 Como Israel en el pasado, estamos a las puertas de Canaán. Por lo tanto, presentar correctamente la Palabra de Dios hará que el Israel moderno pueda escucharla y tomar decisiones que traerán consecuencias eternas. De esa manera, asumir el papel de un heraldo transmisor del mensaje divino al pueblo marcará una diferencia significativa y perceptible en las congregaciones actuales.

Sobre el autor: Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Adventista de Chile.


Referencias

[1] Wilton M. Nelson, y Juan Rojas Mayo, Nuevo diccionario ilustrado de la Biblia [edición digital] (Nashville, TN: Editorial Caribe, 2000).

[2] Alfonso Lockward, Nuevo diccionario de la Biblia (Miami, FL: Editorial Unilit, 2003), p. 285.

[3] Ibíd.

[4]  J. D. Douglas, Nuevo diccionario bíblico (Miami, FL: Sociedades Bíblicas Unidas), 2000.

[5] Pablo Alberto Deiros, Diccionario hispanoamericano de la misión (Casilla, Argentina: Comibam Internacional, 1997).

[6] Lockward, p. 883.

[7] D. A. Carson, R. T. France, J. A. Motyer y G. J. Wenham, Nuevo comentario bíblico: Siglo Veintiuno [edición digital]. (Miami, FL: Sociedades Bíblicas Unidas, 2000), Deuteronomio 28:1-14.

[8]  Daniel Carro, José Tomás Poe y Rubén O. Zorzoli, Levítico, Números y Deuteronomio (El Paso, TX: Editorial Mundo Hispano, 1993-1997), p. 511.