La Iglesia Adventista ha diseñado variados y efectivos programas comunitarios para ayudar a la gente a reducir el riesgo de las enfermedades coronarias: planes para dejar de fumar, clases de control del peso, clínicas de control del estrés, etc. Sin embargo, los adventistas necesitamos más ataques al corazón como los que sufrió Jesús: “Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mat. 9: 36).

Cuando Jesús vio las multitudes, sufrió un “ataque coronario de compasión”. Su gran corazón de amor fue conmovido con lástima e interés porque de tantos, en tan grande necesidad, sólo unos pocos podían ser ayudados. Su intenso amor por los desamparados, y los aparentemente sin esperanza, lo llevó al Calvario para sacrificar su vida en favor de ellos.

¿Cómo vemos hoy nosotros, como adventistas del séptimo día, a las multitudes de la tierra? ¿Cómo un obstáculo a superar a fin de alcanzar el objetivo de llevar el Evangelio a todo el mundo? ¿O como un vasto potencial a ser ganado para el remo de Cristo y su gloria eterna? Si Jesús tuvo compasión” de las multitudes esparcidas que no tenían pastor, ¿qué deberíamos sentir mientras miramos hoy al mundo?

La población mundial actual es de unos 4.800 millones; para el año 2000 ¡será de aproximadamente 6.300 millones! El noventa por ciento de este crecimiento ocurrirá en los países menos desarrollados de Asia, África y Latinoamérica. Los demógrafos consideran que al fin del siglo la India tendrá 1.400 millones de personas, Brasil 275 millones, Bangladesh 245 millones y México 175 millones.

Los ingresos anuales per cápita fluctúan desde más de 8.000 dólares en Suiza a sólo 80 en Bangladesh. El 7 de julio de 1973 el Indian Express informó que un millón de niños de la India moría cada año porque no tenía suficiente para comer. El Ministerio de Salud de la India informó en febrero de 1973 que una quinta parte de los bebés que nacen en ese país no vivirán más allá de la edad de cinco años.

En la mayoría de estos países menos desarrollados los gobiernos están haciendo esfuerzos hercúleos para mejorar la salud, la educación y el bienestar económico de sus pueblos. Muchos se están atreviendo a tratar de lograr en unas pocas décadas la industrialización que Europa logró después de varios siglos. Este esfuerzo generalmente va acompañado por una gran migración de la campiña rural a las grandes metrópolis. La sociedad tecnológica a la que esta gente ha sido lanzada afecta seriamente las tradiciones éticas y las creencias religiosas de siglos de antigüedad. Los estrechos vínculos familiares, que proveen con estabilidad a las sociedades rurales, se quiebran sin ser reemplazados por ninguna otra estructura estabilizadora. La educación moderna y científica debilita entre los jóvenes los valores espirituales tradicionales.

El problema de los refugiados, creado por las guerras y revoluciones, también ha alcanzado proporciones gigantescas. Sólo en el continente africano hay actualmente más refugiados de los que alguna vez han existido en algún momento dado de la historia pasada.

La descripción que hizo el Señor de las multitudes como ovejas sin pastor se adapta perfectamente a la población mundial de los años ochenta.

¿Cuál debería ser nuestra respuesta? La respuesta de Jesús fue compasión. La compasión divina debe conmover al pueblo de Dios como conmovió a su Salvador. El principio del amor debe motivarlos a aliviar el sufrimiento y a proveer la esperanza de una vida mejor en un mundo mejor. Los programas que no consideran el destino eterno de esta gente no reflejan la compasión de Jesús. La situación más seria que enfrentan las multitudes en los países en desarrollo es que la mayoría de ellos nunca han oído el Evangelio de Jesucristo, y no lo oirán a menos que la iglesia se levante para cumplir su comisión divina.

Cuando Jesús vio a la sociedad humana en estado tal de crisis que la gente era como ovejas sin pastor, instruyó a sus discípulos a esperar un alto grado de disposición a recibir el Evangelio. “A la verdad la mies es mucha” (Mat. 9: 37). Esta sensibilidad es especialmente evidente hoy en los países en desarrollo. Mientras que el adversario trabaja en la sociedad, causando dificultades tales que la gente pierde toda esperanza y fe, Dios está trabajando entre estos mismos problemas preparando una cosecha para su reino. El Espíritu Santo está obrando, creando condiciones en las cuales pueblos y tribus enteras están llegando a ser sensibles al Evangelio. En la India de la actualidad hay más de 200 millones de personas que podrían ser llevadas a seguir a Jesucristo si los fondos, la organización y el personal estuvieran disponibles para la tarea. Los cristianos en Canadá y los Estados Unidos tienen el 80% de la riqueza que poseen los creyentes evangélicos en el mundo, mientras que del 80 al 90% de la gente que por primera vez está dando sus corazones a Cristo vive en los países en desarrollo de África, Asia y Latinoamérica.

Pero esta receptividad es un arma de doble filo. Las condiciones que hacen receptiva a la gente a la verdad eterna también la hacen receptiva a otros sistemas de pensamiento religioso y político.

¿Cuál es la respuesta de los adventistas? Estamos actualmente involucrados en un programa para ganar un millón de hombres y mujeres para Jesucristo, llevarlos a guardar sus mandamientos y prepararlos para su regreso. No vemos estos “Mil Días de Cosecha” como un fin, sino como el comienzo de un gran esfuerzo evangelizador que nos llevará a experimentar el momento cuando miles serán convertidos en un día, como en el Pentecostés. Tal derramamiento del Espíritu de Dios y tales éxitos evangelizadores serán acompañados por una profunda entrega espiritual como se vio entre los discípulos en el Pentecostés. Los creyentes de la Iglesia Apostólica no solamente estaban dispuestos a dar su dinero para el avance de la causa de Dios, sino que muchos estaban dispuestos a entregar todo su capital.

A medida que nuestra obra se acerque a su grande y glorioso triunfo bajo el poder de Dios, no veremos que la gente esté dando menos para las misiones mundiales, sino mucho más. Deben hacerse planes en cada iglesia de cada continente para que más y más de nuestras ofrendas sean destinadas al avance del Evangelio en todo el mundo.

Ante nosotros se presenta en este momento la oportunidad de hacer un sacrificio para la evangelización mundial.

Hay gran entusiasmo por los Mil Días de Cosecha en los países en desarrollo. Los adventistas de esos lugares saben que este es un día de gran oportunidad para la cosecha de almas. Algunos de los que con mayor sacrificio apoyan la evangelización mundial viven en la más absoluta pobreza. Muchos en los países en desarrollo darán más de lo que son capaces. No hagamos para Dios menos que ellos.

“El amor de Cristo gobierna nuestras vidas” (2 Cor. 5: 14, versión Dios habla hoy).

Sobre el autor: Ron Watts es director de Personal Ministres de la Asociación de Oregon de la Iglesia Adventista.