El mundo está en llamas. Nuestra motivación en el ministerio debe ser el amor por las almas que perecen en este mundo incendiado.

 Aquella mañana no será fácil olvidar. El edificio del Banco del Estado estaba en llamas. Todos corrían, las motivaciones eran muy diferentes: el arquitecto que diseñó dicho edificio veía cómo su obra de arte era consumida por las llamas; los ahorristas estaban ansiosos porque veían sus ahorros consumirse; los empleados del banco, con gran preocupación, pensaban en su futuro laboral; los periodistas vieron una oportunidad para llenar espacios en el noticiero.

 Pero, entre todos los que estaban allí, nadie tenía más interés que aquella madre que no lograba encontrarse con su hijo, que estaba dentro del banco en el momento de la explosión. Aunque quisieron prohibírselo, desafiando las llamas, entró y rescató a su amado hijo.

 Nuestro mundo también está en llamas. Todos tenemos algún grado de interés en él. Las motivaciones de todos los que observamos este incendio también son muy diferentes. Incluso los pastores, al predicar el evangelio, inquietos porque el planeta arde, podemos tener diferentes motivaciones al anunciar el evangelio.

 La misma Biblia nos dice que algunos predican por envidia; otros, por contienda (Fil. 1:15). ¿No sería importante detenernos a pensar en cuál es la motivación que nos mueve a predicar? ¿Queremos un ascenso? ¿Tenemos la necesidad de mantener nuestra credencial? ¿Nos motiva saber que cuando terminemos de predicar volverá Jesús y entonces todo será más lindo?

 No me entiendas mal. No es malo predicar porque anhelamos que termine el mal, porque queremos que Jesús regrese o porque cuando terminemos de predicar, y Jesús vuelva, nos encontraremos con nuestros amados.

 Existen muy buenas motivaciones para predicar; pero no debemos perder de vista que Jesús nos dijo: “Será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”.

 ¿Cuál es el evangelio del Reino? ¿Acaso no es el evangelio del amor? Dios es amor. Amó tanto al mundo que dio a su Hijo.

 La madre de nuestra historia inicial no estaba preocupada por los ahorros, el edificio, las noticias, mantener un puesto de trabajo, etc. Su motivación era el amor; amor por un hijo que se podía morir quemado.

 ¿Nos sentimos motivados a predicar el evangelio del Reino, el evangelio del amor, sabiendo que si no anunciamos el evangelio con poder y rapidez habrá muchos que se quemarán? ¿Nos motiva el verdadero amor al prójimo, anhelando estar con ellos en el cielo junto a Jesús? ¿Nos duele pensar que si no hacemos pronto nuestra parte habrá muchos que se perderán? ¿Podemos permanecer indiferentes?

 En ocasión de las guerras tribales en Ruanda, entre los Hutus y los Tutsis, una aldea fue atacada por los enemigos. Muchos murieron; entre otros, los padres de un niño de ocho años que ahora huía, cargando en sus hombros a su hermanito de cuatro años, tratando de salvar su vida. Una persona mayor que lo vio corriendo con dificultad por el peso que llevaba, compadeciéndose de él, le dijo, refriéndose a su hermanito: “Es pesado, ¿no?”, a lo cual el niño respondió: “NO, ES MI HERMANITO”.

 ¿No será que estamos todavía aquí porque nuestra motivación es equivocada al predicar? Acaso, ¿es posible predicar el evangelio del Reino, el evangelio del amor, sin amar a nuestros hermanos?

 Tú y yo, antes de que el mundo sea consumido por las llamas, ¿estamos motivados a “cargar” a nuestros hermanitos, predicándoles el evangelio del Reino, el evangelio del amor, y por amor?

Sobre el autor: Secretario ministerial de la División Sudamericana.