Cuando el ministerio presenta desafíos que amenazan con desanimarlo, recuerde: usted está en las manos del Todopoderoso.

La vida de un ministro de Dios suele ser bastante sacrificada. A su trajín diario, se suman las dificultades de las iglesias, las juntas problemáticas, las necesidades de las distintas familias e individuos de la iglesia, el peso de la responsabilidad de las almas que perecen en el pecado, la atención y la contención de la esposa y los hijos y, por si fuera poco, el cambio de distrito cada cuatro años, aproximadamente, recomenzando la tarea pastoral en un nuevo lugar, con la adaptación personal y de la familia que esto implica. La lista podría extenderse mucho más, y estoy seguro de que cada pastor podría añadir sus propias dificultades y peripecias personales, familiares y eclesiásticas.

 Es importante que, en medio de este panorama aparentemente oscuro, recordemos que no estamos solos.

“YO TAMBIÉN”

 Esta vida ministerial agitada ya existía desde los albores del cristianismo. Pablo, el gran apóstol del Señor a los gentiles, nos habla al corazón, describiendo sus peripecias en la obra pastoral: “¿Son ministros de Cristo? […] Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Cor. 11:23-28).

 ¡Qué lista impresionante! ¡Cuántos padecimientos! Debemos reconocer que nuestras circunstancias no se comparan con todo lo que tuvo que sufrir Pablo, principalmente porque las persecuciones que él sufrió por causa de su fe no están presentes en nuestros días. Sin embargo, probablemente podemos sentirnos identificados con algunas de las dificultades que enfrentó el apóstol: trabajo abundante, peligros entre “falsos hermanos”, muchos desvelos y la preocupación por todas las iglesias. Es interesante que Pablo coloque su ansiedad por las iglesias a la par e, incluso, por encima de otras dificultades aparentemente mayores, como azotes, cárceles y naufragios. Es que sin duda la preocupación por la grey encomendada por Dios ocupaba la mayor parte de sus pensamientos, como sucede también con los ministros de la actualidad. Cabe recordar que el distrito de trabajo de Pablo era mucho más grande que cualquier distrito pastoral actual: su campo de labor incluía provincias enteras del Imperio Romano de aquella época, con decenas de iglesias y congregaciones en cada una.

“NO DESMAYAMOS”

 Ahora bien, ¿cómo logró el apóstol soportar todo esto? ¿Cuál fue su secreto para no desanimarse y bajar los brazos en el ministerio? Sin duda, su espíritu y actitud positivos contribuyeron, pero principalmente, su valerosa fe y su dependencia de Dios. Pablo entendía que solo no podía. Entendía su propia debilidad, y que era por la gracia y la fortaleza que le daba Dios que podía llevar adelante su ministerio y soportar las dificultades que surgían en la labor pastoral. En sus propias palabras: “Tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos […] teniendo el mismo espíritu de fe […] Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Cor. 4:7-9, 13, 16).

 Por esto, el apóstol pudo decir: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor. 12:10). Aquí está el secreto: la dependencia completa de Dios. Entender que sin él nada podemos hacer. Captar la realidad de nuestra propia debilidad. Esa debilidad que nos llevará a caer rendidos en sus brazos de amor: pues solamente en sus manos seremos fuertes, y podremos soportar y salir victoriosos en nuestro ministerio. He aquí la paradoja del cristiano: que las ocasiones de debilidad puedan transformarse en ocasiones de fortaleza. La derrota siempre se puede convertir en victoria. “La verdadera fortaleza de carácter proviene de la debilidad que desconfía del yo y se entrega a la voluntad de Dios. El que es fuerte en su propia fortaleza tiende a confiar en sí mismo en vez de depender de Dios, y con frecuencia no se da cuenta de su necesidad de la gracia divina […]. Solamente aquellos cuya debilidad e inseguridad han quedado completamente inmersas en la bendita voluntad de Dios saben lo que es poseer verdadero poder” (CBA 6:918).

“EN SU DIESTRA”

 Lo más sorprendente es que él ya ha prometido sostenernos en su mano poderosa. Más específicamente, su diestra. El apóstol Juan vio en visión al Hijo del Hombre, que “tenía en su diestra siete estrellas” (Apoc. 1:16). “Los ministros de Dios están simbolizados por las siete estrellas, las cuales se hallan bajo el cuidado y protección especiales de aquel que es el primero y el postrero […]. Las estrellas del cielo están bajo el gobierno de Dios. Él la llena de luz. Él guía y dirige sus movimientos. Si no lo hiciese, pasarían a ser estrellas caídas. Así sucede con sus ministros. No son sino instrumentos en sus manos, y todo el bien que pueden hacer se realiza por su poder […]. El Salvador ha de ser su eficiencia. Si quieren mirar a él como él miraba a su Padre, harán sus obras. A medida que ellos dependan más y más de Dios, él les dará su resplandor para que lo reflejen sobre el mundo” (OE 13, 14).

 Amigo pastor: cuando se sienta sobrecargado de problemas, cuando lo desvele la ansiedad por las iglesias, cuando las dificultades del ministerio parezcan abrumarlo más allá de lo que puede soportar, recuerde que no está solo. Recuerde que el Todopoderoso lo sostiene en su diestra.

Sobre el autor: Director de Ministerio Adventista, edición ACES.