Pregunta 25 — Continuación
7. Alcance del séxtuplo cumplimiento.— Se han mencionado los seis acontecimientos profetizados que ocurrirían en el “medio” de esa funesta septuagésima semana de años. Todos ellos inciden sobre el evento supremo de la muerte de nuestro Señor (Dan. 9:25), y tienen que ver con su primera, y no con su segunda venida. La muerte expiatoria del Mesías es fundamental y es el acontecimiento culminante de esta profecía. Y estos seis acontecimientos surgen de este hecho cumplido. Veámoslos:
(1) Para terminar la prevaricación (vers. 24). El pensamiento de esta frase es llevar al máximo la prevaricación. Jesús se refirió al hecho de que los judíos llenaban la copa de iniquidad con estas palabras: “¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres!” (Mat. 23:32; compárese con Gén. 15:16). Su pecado culminante fue, por supuesto, el rechazo y la crucifixión del Mesías. Así la nación dio el paso del cual no se vuelve atrás. “He aquí vuestra casa os es dejada desierta”, declaró Jesús (Mat. 23:38). Esto cumplió la profecía del Maestro: “El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él” (Mat. 21:43).
(2) Y poner fin al pecado, o a las ofrendas para el pecado (chatta’th; compárese con Lev. 4:3, 21, 24, 32). Cuando se hizo el gran sacrificio sobre el Calvario, y el Cordero de Dios, el verdadero Sacrificio, fue inmolado para quitar el pecado del mundo (Juan 1:29), eso puso fin a las ofrendas ceremoniales para el pecado. Daniel 9:27 dice: “Hará cesar el sacrificio y la ofrenda”. El velo del templo se rasgó cuando Jesús murió. En el Calvario las ofrendas ceremoniales para el pecado dejaron de tener eficacia y pronto cesaron por completo.
(3) Y expiar la iniquidad. Con la muerte del Hijo de Dios, se hizo una expiación completa para la redención de un mundo perdido. “Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Cor. 5:19). Se hizo paz por medio de la sangre de la cruz (Col. 1:20). Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo (Rom. 5:10), y con los apóstoles “nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (vers. 11).
(4) Para traer la justicia perdurable. La muerte de Cristo no hizo inmediatamente justos a todos los hombres, sino que su sacrificio proveyó los medios tanto para imputar como para impartir la justicia de su vida santa y sin pecado al pecador penitente. “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia” (Tito 3:5). Y ahora podemos “manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Rom. 3:25). El vino para cumplir “toda justicia” (Mat. 3:15). Y en él tenemos la seguridad de (fue la justicia pronto llenará la tierra, y el pecado será eliminado para siempre, cuando venga en gloria con sus santos ángeles.
(5) Y sellar la visión y la profecía. Esta profecía de las setenta semanas, al tener como centro el gran sacrificio de nuestro Señor, constituye el verdadero sello de toda profecía, porque en Cristo converge toda la historia y toda la profecía. Pero en un sentido especial, esta profecía, este período de setenta semanas, constituye el sello de la entera visión de los 2300 días años. El sellamiento de la entera visión es una evidencia adicional de que la profecía de Daniel 9 es una continuación de la explicación literal de la visión de Daniel 8.
(6) Y ungir al Santo de los santos. El término “Santo de los santos” se usa exclusivamente para cosas y lugares, y nunca para personas. Así, por ejemplo, Frederic Farrar (The Book of Daniel, 1895, pág. 278) dice: “Ni una vez referido a personas, aunque se encuentra cuarenta y cuatro veces”.
La Versión del Rey Jacobo dice en la lectura marginal “lugar santísimo”. En la lectura marginal de la American Revised Versión se lee “un lugar santísimo”. Keil (op. cit., págs. 346, 348, 349) recalca que éste es un “nuevo templo”, un “lugar santísimo”, la “instauración de un nuevo santísimo”, en el cual se manifestará la presencia de Dios.
Y siendo que el ministerio de Cristo se realiza en el santuario celestial, no en el terrenal, vemos en esto una obvia referencia al ungimiento o consagración del santuario celestial preparatorio o en conexión con la coronación de Cristo y la inauguración como Rey y Sacerdote (Heb. 8:2; 9:23, 24) —siguiendo a su muerte expiatoria, su resurrección, ascensión y precediendo a su ministerio intercesor a favor de los pecadores.
En la representación terrena, el tabernáculo- santuario también era dedicado solemnemente, y todas sus partes e instrumentos eran ungidos con aceite sagrado antes que comenzaran los servicios terrenales (Exo. 30:26-28; 40:9). De la misma manera la gran realidad, el santuario celestial, fue ungido y puesto aparte para los servicios
celestiales y el inmaculado ministerio de Cristo como nuestro gran Sumo Sacerdote, en el mismo cielo (Heb. 9:23, 24). El también fue consagrado para este ministerio (Heb. 1:9; 7:28). Así que Cristo vino en el tiempo predicho y cumplió las cosas predichas. Pudo asumir su ministerio intercesor gracias a la cruz, y fue exaltado como Príncipe y Salvador. Mesías Príncipe (Mashiach Nagid), o “el ungido” (lectura marginal de Dan. 9:25 en la KJV), se refiere, creemos, a Cristo. Desde su crucifixión y resurrección él fue a sentarse en el trono del poder a la derecha de Dios (Heb. 1:3; 8:1; 9:24; 12:2). La aparente derrota de la cruz llegó a ser una victoria eterna y gloriosa.
Nosotros creemos que esta serie de cumplimientos confirma esta interpretación. Según entendemos, los acontecimientos del comienzo y del final de las setenta semanas armonizan de esta forma los unos con los otros y hay completa unidad y armonía con todas las subdivisiones que las componen.
8 La septuagésima “semana” confirma el pacto.—Se han dado dos versiones diferentes de Daniel 9: 27. Una dice que él “confirmará el pacto” (KJV [VM, Val., Bover- Cantera, Straubinger]); la otra, tomando “semana” como sujeto, dice: “Una semana establecerá el pacto” (LXX, versión griega de Teodoción). Parecería haber apoyo lingüístico para ambas formas —según un hebraísta hay la misma cantidad de evidencias determinativas para cada una de las dos posiciones. La posición protestante histórica aplica “él” a Cristo.
La otra traducción: “Una semana establecerá el pacto”, está basada en la interpretación de Teodoción. Y esta interpretación tiene un definido apoyo por parte de los eruditos. Zóckler (Lange’s Commentary, sobre Daniel 9:27) menciona a Hávernick, Hengstenberg, Auberlen, Dereser, Von Lengerke, Hitzig, Rosenmüller, y Hofmann quienes consideran a “una semana” como el sujeto. Keil (op. cit., pág. 365) afirma que “muchos” sostienen esta posición, y presenta algunos de estos mismos nombres. Young nombra a dos que sostienen esta posición (The Prophecy of Daniel, pág. 208). Y Biederwolf (The Millennium Bible, pág. 223), aunque no acepta esa posición admite: “Muchas autoridades toman a la palabra “semana” como sujeto de la oración —‘una semana confirmará el pacto con muchos’ ”.
Esta última semana, creemos nosotros, iba a ser marcada por el acontecimiento supremo de los siglos —la muerte redentora de Jesucristo. Lo que se cumplió durante esa última “semana” o hebdómada, confirmó el nuevo pacto y significó la cesación del entero sistema de sacrificios indicados para los tiempos del Antiguo Testamento, por medio de la ofrenda de Cristo como el sacrificio definitivo y suficiente para los pecados.
Cristo es quien confirma el pacto nuevo con su muerte. Así que, no importa que el sujeto sea “él” o “semana”, Cristo es la figura central en la septuagésima semana. Y ya que queramos enfatizar a Cristo mismo quien confirmó el pacto, ya la semana en la cual se realizan tan importantes acontecimientos, centralizándose en Cristo y la transacción del Calvario que confirma el pacto, Cristo queda la figura central del versículo 27. Esta posición da a la última semana de las setenta la importancia que le corresponde y que exige la profecía como un todo, en tanto las predicciones del versículo 24 dependen de los acontecimientos concomitantes de esa fatídica última semana.
Otro punto fundamental en el texto es que la duración de este pacto no sería solamente “por” una semana, sino que el pacto sería, y lo fue, confirmado para siempre en un punto histórico en esta última hebdómada. Y este pacto —el pacto eterno de Dios— fue confirmado por la sangre del divino Hijo de Dios (Heb. 13:20), cuando se dio a sí mismo por los pecados del mundo “a la mitad de la semana”.
9. El fin de la septuagésima semana.— Los expositores han estado buscando largamente algunos acontecimientos incontrovertibles que marcaran el fin de las setenta semanas de años del versículo 27. No pocos han sugerido el apedreamiento de Esteban (Hechos 7). Pero este hecho ha sido fechado variadamente en los años 32, 33 ó 34 DC. Otros han considerado la conversión de Saulo (Hechos 9), o la declaración “He aquí, nos volvemos a los gentiles” (Hech. 13:46). Sin embargo, la fecha de estos episodios no está fehacientemente probada. Pero surge la pregunta: ¿Es realmente necesario señalar algún acontecimiento que marque el fin de las setenta semanas? En la profecía no se predice ningún hecho específico, y parecería que por lo tanto ningún acontecimiento histórico es realmente necesario para indicar su fin.
Notemos la forma de esta notable profecía y lo que quiere recalcar. En las 70 “semanas de años —que suman 490 años como generalmente se admite— el énfasis no está sobre cada uno de los años que las componen como tales, sino sobre 70 unidades de siete años. Estas unidades son comúnmente llamadas hebdómadas (del griego hebdomás, grupo de siete), o héptadas (con el mismo significado). Hay, pues, 70 de estas hebdómadas en la profecía, separadas en tres grupos —7, 62, y 1— sumando así las setenta. La profecía trata de acontecimientos que ocurrirían en cada una de estas divisiones principales: Las 7 hebdómadas (que suman 49 años) y las 62 (434 anos) juntas forman 69 hebdómadas (483 años), antes que venga la septuagésima hebdómada, o última unidad de 7 años. Young ha señalado el hecho interesante que la profecía está “septimizada” en estas unidades de 7 años cada una, con ciertas cosas que deberían ocurrir en cada uno de estos segmentos principales.
Si las miramos así, veremos que todas las 70 hebdómadas están plenamente explicadas cuando los acontecimientos de la septuagésima o última hebdómada tienen lugar en la historia. La fracción de la septuagésima hebdómada que queda después de la muerte, resurrección y ascensión de nuestro Señor ya no es un asunto de importancia. Los términos de la profecía exigían una serie de siete acontecimientos (seis en el versículo 24 y uno en el 27), todos los cuales ocurrirían en “la mitad” de la última o septuagésima hebdómada. Y todos ellos ocurrieron a su tiempo. Pero, repetimos, no se necesita ningún acontecimiento predicho para marcar el fin de la última unidad. Las primeras 69 hebdómadas alcanzan a la manifestación del Mesías, y la septuagésima —la restante hebdómada— está señalada como una unidad por los acontecimientos del Calvario, que ocurrieron “a la mitad” de ella. Si tenían que ocurrir ciertos acontecimientos al mediodía de cierto día específico, y ocurrieron a las doce de ese día, ¿no se habría satisfecho perfectamente lo estipulado, sin tener en cuenta lo que ocurriera durante el resto de ese día o al final del mismo?
Así, creemos, ocurrió con la septuagésima hebdómada, o grupo de 7, en la serie de las setenta. Se ha fijado el año 457 AC como el punto exacto de partida de la primera hebdómada de la serie de 70. Esto es muy importante. Y también se conoce el año de comienzo de la última hebdómada, el año 27 DC. Conociendo estos factores, no puede haber error en calcular el tiempo de los acontecimientos que ocurrirían “a la mitad” de la septuagésima hebdómada, que es el punto central de la entera profecía.
Así que, aunque varios expositores (como Hales, Tanner, Taylor, etc.) sugieren el martirio de Esteban como el acontecimiento que clausura la septuagésima semana —y esto podría ser bastante razonable— no es necesaria en realidad ninguna marca histórica, y posiblemente no se pueda señalar ninguna con certeza. Reconocemos sin embargo que la septuagésima hebdómada tiene su énfasis especial sobre el acontecimiento trascendental de la muerte de Cristo, a la par con sus seis grandes corolarios, todos centralizados en “la mitad” de la última hebdómada.
10. Ayes adicionales que caerían sobre los judíos.
Luego se predicen las abrumadoras calamidades que seguirían después del fin de las setenta semanas. Estas ocurrieron a consecuencia del rechazo del Mesías por parte de los judíos, e implicaron la destrucción del templo, la destrucción de la ciudad de Jerusalén, la dispersión del pueblo judío y una sucesión de calamidades que llovieron sobre Jerusalén como un diluvio desolador (Dan. 9:26). El tiempo exacto no fue predicho, pero los acontecimientos ocurrirían después del fin de las 70 semanas de años, hacia el 34 DC. Y debería notarse especialmente que esta trágica visitación no era uno de los actos especificados como que tenían que señalar las setenta semanas —terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía y ungir el Santo de los santos. Era el terrible resultado y la inevitable consecuencia del rechazo de Israel a su Mesías.
La terrible “abominación desoladora” de la cual habla el profeta Daniel, fue citada por el mismo Cristo en su gran profecía: “Cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda)” (Mat. 24:15-20; compárese con Mar. 13:14). Esto está más plenamente explicado por las palabras: “Cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado” (Luc. 21:20). Centenares de miles fueron degollados, decenas de miles vendidos como esclavos, y las guerras se sucedían la una a la otra.
11. El terrible castigo se derrama sobre Jerusalén.
Cristo mismo, al predecir la total destrucción y desolación que vendría sobre Jerusalén por causa de sus crecientes iniquidades, declaró: “De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación” (Mat. 23:36). Estos juicios profetizados sobre Jerusalén y el templo cayeron después del fin de las setenta semanas, pero dentro de la generación especificada. Fueron la consecuencia inevitable del pecado supremo de Israel en su rechazo del Mesías. Así su copa de iniquidad se llenó (vers. 32). Al mirar nuestro Señor en el futuro inmediato, lloró sobre la ciudad diciendo:
“¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación” (Luc. 19:42-44).
Comenzando el año 66 DC, hubo guerras entre los judíos y los romanos que alcanzaron el clímax el año 70 DC. El templo ya no era la morada de Dios y sus sacrificios terrenos habían perdido su significado. Los celotes fueron denunciados por Josefo como la causa directa de la destrucción (Guerras, iv, 3, 3). Estos sicarios (asesinos) profanaron todo lo que era santo, y sus actividades se caracterizaron por atrocidades, profanaciones y violencia. La consumación terminó en la destrucción completa.
Algunos días antes de la pascua del año 70 DC, el destructor romano, Tito, vino a Jerusalén. Atacaron la ciudad y pronto rompieron la muralla. La ciudad fue copada. Al entrar los romanos en los recintos del templo, los sacrificios diarios terminaron. El templo fue incendiado y destruido, y los judíos cruelmente degollados —y su sangre, según Josefo, corría como arroyos por las gradas del templo. El desolador había venido. La ciudad y el templo estaban en ruinas; la desolación se había cumplido.
12. Íntima relación de las setenta semanas y los 2300 días.
Siendo que la crucifixión de Cristo en la mitad de la semana prueba definitivamente el exacto comienzo de las 70 semanas, y como las 70 semanas están cortadas de los 2300 días, nosotros sostenemos en consecuencia que los dos períodos comenzaron simultáneamente con la plena restauración de Jerusalén y del santuario-templo, y de las leyes y gobierno judíos, el año 457 AC. Numerosos otros comentadores han tomado el año 457 DC como la fecha clave. James Strong, del Drew Theological Seminary, quien tradujo al inglés y revisó las obras de Zockler (Lange’s Commentary, sobre Dan. 9: 24-27), dice: “La única ‘orden’ que responde a la del versículo 25 es la de Artajerjes Longimano, dada en el séptimo año de su reinado, y registrada en el capítulo siete de Esdras, como Prindeaux lo ha demostrado ampliamente y como muchos críticos aceptan”.
Veintenas y veintenas de eruditos en diversos países y de diferentes confesiones, desde el tiempo de Johann Petri, de Alemania, de 1798 en adelante, estuvieron de acuerdo en esto completa pero independientemente. (Véase la evidencia histórica presentada en la Pregunta 27).