El sellamiento es una obra de gracia que debe causarle gran alegría al cristiano.

Algunos cristianos reaccionan ante los eventos finales con cierto grado de inseguridad, temor y hasta terror. La inminencia de la ley dominical, el zarandeo, la puerta de la gracia que se cierra y, principalmente, el sellamiento, provocan en ellos muchos interrogantes teñidos de angustia. Esta actitud pone de manifiesto que no están entendiendo bien el asunto. Después de todo, la actitud que se espera del creyente, frente a la proximidad de los acontecimientos que culminarán con el regreso de Jesús, es de alegría y pleno regocijo. Elena de White afirma que “doquiera reine su Espíritu, morará la paz. Y habrá también gozo, porque habrá una serena y santa confianza en Dios”.[1]

El pecado es la causa de todo lo que se opone al regocijo y la plena alegría. El miedo está presente en el corazón errante e inseguro. Esa fue la primera consecuencia del pecado cometido por nuestros primeros padres. A la pregunta de Dios: “¿Dónde estás tú?” Adán respondió diciendo: “Tuve miedo […] y me escondí” (Gén. 3:10). Este es el objetivo de Satanás: apartar a la gente de Dios y de sus mensajes, para que el ser humano se aleje de él, y rechace sus consejos y advertencias. Uno de los mensajes en los que el enemigo inyecta el veneno del temor es el del sellamiento, que es central con respecto al tiempo del fin. Mediante él se determina quiénes son los verdaderos cristianos. La ley dominical apunta en esa dirección. El zarandeo es el instrumento que emplea el Señor para determinar quiénes serán sellados o no. Cuando se cierre la puerta de la gracia terminará la oportunidad del sellamiento, y el regreso de Jesús es el momento cuando se rescatará a los sellados.

El sello que separa

Hay algunos factores que pueden explicar por qué este mensaje del sellamiento está envuelto en el temor. Entre ellos están el desconocimiento del tema, ideas erróneas relacionadas con una selección rígida y legalista, el mismo sello que separa y las características de los sellados, para mencionar solo algunos.

El sellamiento, en cambio, es una obra de gracia que debe proporcionar inmensa alegría a los cristianos. Libra al pueblo de Dios de la destrucción inminente y lo preserva para su Reino.

Si tenemos que vivir hasta que Jesús regrese, necesitamos recibir el sello de Dios; si no estamos sellados, estaremos perdidos. Las siete últimas plagas caerán recién después de que el pueblo de Dios esté sellado. Por lo tanto, este es el tiempo en el que necesitamos no solamente entender que estamos viviendo en un momento crucial, sino también tratar de estar preparados para enfrentar los días que vendrán. El enemigo está empleando todos los artificios que puede para desviar la verdad presente de la mente de los hijos de Dios, e inducirlos a dudar. Felizmente, el Señor también obra: “Vi una cubierta que Dios extendía sobre su pueblo para protegerlo en tiempo de aflicción; y toda alma que se hubiese decidido por la verdad y fuera de corazón puro había de ser cobijada por la cubierta del Todopoderoso”.[2]

Para poder comprender cómo se lleva a cabo el sellamiento, necesitamos saber quién sella y qué sello usa. En Apocalipsis 7:2 se nos informa que un “ángel que” sube desde “donde sale el sol”, es decir, del oriente, tiene la misión de sellar. La puerta del Tabernáculo original se abría hacia el oriente (Éxo. 27:13-15). La tribu de Judá, de donde provino Jesús, estaba ubicada al oriente en el campamento de Israel, en el desierto (Núm. 2:3). En Lucas 1:78, versión DHH, leemos: “Porque nuestro Dios, en su gran misericordia, nos trae de lo alto el sol de un nuevo día”. El “sol de un nuevo día”, el “oriente”, descendió a la tierra en la persona de Jesucristo. Malaquías, cuando se refiere al Mesías, dice que “nacerá el Sol de justicia, y en sus alas (rayos) traerá salvación” (Mal. 4:2). Cristo y sus ángeles son los “reyes de Oriente” que aparecen en Apocalipsis 16:2.

Si esto es así, el ángel del sellamiento es Jesucristo. Esta conclusión nos permite comprender con más claridad en qué consiste el sello que separa a los redimidos de los réprobos. Juan nos dice: “Miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en la frente” (Apoc. 14:1. Comparar con 3:12; 22:14). El nombre del Padre y el de Cristo son símbolos del carácter divino. El salmista escribió: “Alabaré a Jehová conforme a su justicia, y cantaré al nombre de Jehová el Altísimo” (Sal. 7:17). Cuando alabamos el nombre del Señor estamos alabando su carácter.

Por lo tanto, el sello del Dios vivo es su carácter grabado en el alma de los que se dedican enteramente a Cristo (Rom. 8:9, 10). Cuando vivimos la experiencia del nuevo nacimiento (Juan 3:1-16), recibimos inicialmente el Espíritu, “las arras (garantía) de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión adquirida” (Efe. 1:14). La gracia de Cristo, por medio de la obra del Espíritu Santo en el corazón, es el sello que nos separa y nos define como su pueblo peculiar. “La cera recibe la impresión del sello, y así también el alma debe recibir la impresión del Espíritu de Dios y conservar la imagen de Cristo”.[3] Mientras la gracia de Cristo es el medio por el cual se sella, el sábado aparece como su identificador, o señal exterior, que pone en evidencia a quienes han sido separados en Cristo. El error consiste en poner la evidencia en lugar de la causa, porque así le estamos atribuyendo características redentoras a un Mandamiento, a una norma inmutable. Ese error de interpretación puede comprometer la comprensión del proceso de la salvación, que es un acto de Jesucristo.

Al mismo tiempo, a la luz de la Biblia, no es error declarar que el sábado es el sello de Dios, pues eso es lo que se dice de él (Éxo. 31:13, 17; Eze. 20:12, 20). El nombre de Dios, o su carácter, se revela por medio de sus obras, tanto en la creación como en la redención, de las cuales el sábado es un recordativo. Quien recibe el carácter de Cristo demuestra, mediante la observancia del sábado, que ha ganado la victoria espiritual en Jesús. Concluimos entonces que la gracia, que se alcanza por medio de la fe, es el verdadero sello que separa, mientras que el sábado es el sello de Dios por que es una señal que revela una vida de obediencia, fruto de la gracia.

Los 144.000

En relación con el tema del sellamiento aparecen los 144.000 como el fiel pueblo de Dios, sellado en la frente, y que estará vivo en la tierra en ocasión de la segunda venida de Cristo. De acuerdo con las Escrituras, este grupo proviene de las doce tribus de Israel; no en un sentido literal, puesto que esas tribus ya no existen. Se las menciona porque representan al pueblo de Dios, compuesto de israelitas y gentiles espirituales. Este tema está presentado en lenguaje simbólico y requiere una interpretación espiritual.

En los capítulos 7 y 14 del Apocalipsis se afirma que los 144.000 estarán reunidos en el Monte de Sion junto con el Cordero. Ese Cordero es Cristo, de quien Juan el Bautista dijo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Si el Cordero no es literal, tampoco lo son el Monte de Sion y los 144.000. Al recorrer el texto bíblico descubrimos que en lo pasado Sion era el lugar desde el cual Dios hablaba (Joel 2:15).

No hay duda de que el Señor lo hace hoy desde la iglesia fundada por Cristo, organizada por los apóstoles y que constituye el nuevo Israel.

Las verdades bíblicas se presentan en muchas formas: parábolas, cronologías, cánticos, narraciones, poesías, biografías y números que representan perfección, plenitud o universalidad. En el caso de los 144.000, se trata de un número sujeto a interpretación, e implica plenitud. Al responder a la pregunta de Pedro acerca de cuántas veces se debía perdonar, el Maestro le dijo 70 veces 7, y con eso se refería a un perdón completo, total, pleno (Mat. 18:22).

Además, descubrimos que el número 144.000 resulta de multiplicar 12 por 12.000. Aunque recomendó el silencio en lugar de las especulaciones ociosas, Elena de White presenta las siguientes características de los 144.000 en perfecta consonancia con el texto bíblico: “Son éstos los que ‘siguen al Cordero por donde quiera que fuere’ (Apoc. 14:4). Habiendo sido trasladados de la tierra, de entre los vivos, son contados por primicias para Dios y para el Cordero’ (Apoc. 15:2, 3; 14:1-5). ‘Estos son los que han venido de grande tribulación’ (Apoc. 7:14); han pasado por el tiempo de angustia cual nunca ha sido desde que ha habido nación; han sentido la angustia del tiempo de la aflicción de Jacob; han estado sin intercesor durante el derramamiento final de los juicios de Dios. Pero han sido librados, pues ‘han lavado sus ropas, y las han blanqueado en la sangre del Cordero’. ‘En sus bocas no ha sido hallado engaño; están sin mácula’ delante de Dios (Apoc. 7:14’ 17)”.[4]

Este grupo pasará por una experiencia singular de angustia, sufrimiento, purificación espiritual y fidelidad inquebrantable. Y saldrá victorioso por la gracia y el poder de Dios. En el “mar de vidrio” junto al Cordero, entonará un himno especial de victoria y liberación (Apoc. 14:3). Delante de ese cuadro, lo mejor que podemos hacer es seguir el consejo del Maestro: “Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos” (Mat. 5:12).

Sobre el autor: Pastor en la Asociación de Bahía, Rep. de Brasil


Referencias

[1] Elena G. de White, El Deseado de todas las gentes, p. 127.

[2] Primeros escritos, p. 43.

[3] Comentario bíblico adventista t. 7, p. 981.

[4] ______________, El conflicto de los siglos p. 707.