No hace mucho tiempo, un piloto amigo y yo estábamos volando en un pequeño aeroplano sobre el norte nevado de Nueva York. Después de algún tiempo, mi amigo me preguntó si me gustaría tomar el control. Y yo lo tomé al pie de la letra, ya que siempre he estado intrigado por el arte de volar. ¿Por qué no divertirse un poco? Con confianza, tomé los controles y levanté la nariz de nuestro aeroplano, ya que me parecía que estábamos perdiendo altitud. Yo sentía que estaba perdiendo altitud, pero mi amigo me dijo gentilmente que mirara los instrumentos: ¡Era todo lo contrario! Para un vuelo seguro, observar atentamente ese punto de referencia (los instrumentos) es indispensable. Los instrumentos dan a conocer al piloto la altitud, la velocidad y muchos otros detalles necesarios para pilotear de manera segura.

Los puntos de referencia son vitales en cada área de la vida. Antes de que llegara la navegación satelital, los marinos dependían de las estrellas y los faros como puntos de referencia. Sin esa ayuda para trazar la dirección y el curso de la navegación, los barcos se saldrían de su curso y se perderían en el mar.

En muchos países, he notado un pequeño, generalmente redondo, dispositivo empotrado en el suelo, con números y letras estampados. Es un marcador de trayectoria, sin el cual los límites de las propiedades no podrían ser adecuadamente delineados.

Si los marcadores y los puntos de referencia son tan vitales en los aspectos seculares de la vida, cuánto más en aquellas áreas que afectan nuestro destino eterno. En los últimos tiempos, se me ha recordado esos puntos de referencia. A pocos metros de mi oficina se encuentra el Instituto de Investigaciones Bíblicas de la iglesia. Cada vez que paso por esa oficina, soy confrontado por un referente: una gran Biblia abierta colocada sobre un maravilloso exhibidor. Es una edición de 1770 de una Biblia alemana traducida por Martín Lutero, que ha sido dejada abierta en Job 1. A menudo me detengo y leo unos pocos versículos, aun cuando no es el alemán moderno. Sin importar el idioma, me recuerda uno de los vitales puntos de referencia sin el cual el viaje de mi vida sería caótico, sin dirección ni significado.

Como cristiano adventista del séptimo día, y como ministro del evangelio, encuentro que la Biblia es mi punto de referencia final: para eso está la Palabra de Dios. Me dice quién soy. Me dice lo que soy. Me muestra cómo puedo ser salvo. Me provee el mapa más confiable para mi viaje aquí, en la vida, y la vida eterna venidera. Como Pablo escribiera: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Tim. 3:16, 17).

Nada ejemplifica mejor la importancia de la Palabra de Dios como un punto de referencia para la vida como Jesús. En el mismo comienzo de su ministerio, el tentador lo confrontó para que escogiera un camino diferente del que su Padre había determinado. Jesús atacó y derrotó a Satanás con la poderosa herramienta de “Escrito está” (Mat. 4:3-10). O considera el poderoso modelo de Jesús en Nazaret: cómo se volcó a la Palabra de Dios como la definidora de su misión. A menudo nos referimos a Lucas 4:16 al 30 como un ejemplo de la manera de guardar el sábado; y lo es. Pero Jesús explicó a su congregación local que su misión era cumplir la Palabra divina, profetizada por Isaías. La narración de Lucas muestra cuán natural era para Jesús tomar el rollo -la Palabra de su Padre- y leerlo. Jesús “halló el lugar donde estaba escrito”. Después de leer el pasaje, “enrollando el libro, lo dio al ministro y se sentó”. Todo pareció tan natural; a la manera de Jesús. “Y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él”. Sus oídos, creo, estaban sintonizando la Palabra de Dios. Si solo se hubieran concentrado en la Palabra, no se habrían llenado “de ira”. Pero eso sucede siempre que desviamos la mirada de la Palabra de Dios, el punto de referencia final: experimentamos un desastre.

La Biblia no es solo un punto de referencia; es un referente positivo: Dios la utiliza para producir una reforma en nuestra vida y en la vida de la iglesia. La historia es testigo de que siempre que el pueblo de Dios se centra en su Palabra, aparece una reforma. Josías encontró el Libro, y ocurrió un gran retorno al Señor (2 Rey. 22, 23). ¿Qué habría sido de Martín Lutero, Juan Calvino, John Knox o los hermanos Wesley sin la Palabra de Dios? En nuestra propia historia, ¿qué clase de desvío teológico estaríamos transitando si no nos hubiéramos concentrado en la Palabra de Dios? Siempre que hemos intentado seguir esos desvíos, la Palabra de Dios nos proveyó el punto de referencia y nos lleva de regreso al camino que debemos transitar.

Dos artículos de este número abordan el tema esencial de la unidad. La unidad no solo es esencial; es el plan de Dios para su pueblo. En este sentido, en última instancia, la unidad puede ser alcanzada solo si la Palabra de Dios es el único punto de referencia de la iglesia. Sin ese punto de referencia, ¿a dónde terminaríamos?

En nuestra vida diaria, los puntos de referencia son esenciales. Sin ellos, la vida sería caótica. Nuestro peregrinaje espiritual será exitoso únicamente si la Palabra de Dios es nuestro norte. Algunas veces, seremos desafiados a saber lo que dice la Palabra de Dios, pero bajo la conducción del Espíritu, Dios revelará sus Palabras de vida. Esta es la promesa de Dios.

Sobre el autor: Editor de Ministry.