Principios esenciales para la predicación eficaz extraídos de la vida y la misión de Elias, aplicados al ministerio de los que anuncian el triple mensaje angélico de Apocalipsis 14.

            Las Escrituras presentan a Elías como un importante modelo para los predicadores de la generación actual. Como sabemos, el mensaje de ese profeta, para Israel, tuvo como objetivo desviar al pueblo de la falsa adoración a Baal y llevarlo de vuelta a Dios. Israel se había olvidado de que Jehová es el único Dios, y atribuía a aquella divinidad la prosperidad nacional.

            La misión recibida de parte de Dios por Elías revela principios esenciales de la predicación eficaz. En este artículo, examinaremos cada uno de esos principios, así como la aplicación de ellos al ministerio de los predicadores que deben anunciar- le al mundo el triple mensaje angélico de Apocalipsis 14.

PREPARACIÓN

            De acuerdo con Santiago, “Elías era un hombre con debilidades como las nuestras. Con fervor oró que no lloviera, y no llovió sobre la tierra durante tres años y medio” (Sant. 5:17).

            Ese texto es esclarecedor sobre el énfasis dado por Elías a la oración, a fin de que pudiera anunciar con poder su mensaje a Israel. El profeta sabía cuán lejos el pueblo estaba de Dios y que, por eso, no le podía hablar descuidadamente a ese pueblo. Para el profeta, estaba claro que algo extraordinario necesitaba suceder, a fin que la atención de los oyentes fuese captada y dirigida hacia Dios. Por eso, oró insistentemente pidiendo la intervención del Señor en la naturaleza, haciendo que cesaran las lluvias, fenómeno este que llevaría al pueblo al reconocimiento de quién era el verdadero Dios.

            La oración es un factor esencial para que la predicación cumpla su real propósito. El predicador debe tener en mente que está trabajando con cuestiones eternas, la salvación de las personas, que –en su mayoría– se encuentran profundamente ahogadas en el pecado. Por esa razón, el predicador debe pasar tiempo junto a Dios, buscando el poder del Espíritu del Señor para que llene su corazón y prepare la mente de los oyentes.

            Elena de White escribió: “La mayor y más urgente de todas nuestras necesidades es la de un reavivamiento de la verdadera piedad en nuestro medio. Procurarlo debería ser nuestra primera obra. […] Solo en respuesta a la oración debe esperarse un reavivamiento. Mientras la gente esté tan destituida del Espíritu Santo de Dios, no puede apreciar la predicación de la Palabra; pero, cuando el poder del Espíritu toca su corazón, entonces no quedarán sin efecto los discursos presentados. Guiados por las enseñanzas de la Palabra de Dios, con la manifestación de su Espíritu, ejercitando un sano juicio, los que asisten a nuestras reuniones obtendrán una experiencia preciosa y, al volver a su hogar, estarán preparados para ejercer una in- fluencia saludable” (Mensajes selectos, t. 1, pp. 141, 142).

            El texto es claro. El deseo de Dios es que seamos reavivados, preparándonos así para el cumplimiento de la misión.

            Esa preparación esencialmente pasa por la búsqueda del Espíritu Santo, que nos es concedido en respuesta a la fervorosa oración. Así, la insistente oración de Elías lo habilitó para proclamar el urgente y solemne mensaje que le había sido confiado.

CONTENIDO

            Es importante tener en mente que Elías sabía lo que debía predicar para el Israel de sus días, y no se desvió del foco. En realidad, él era un predicador osado y valiente, que no pretendía ser considerado política- mente correcto, relativizando la verdad que debía anunciar. Al rey Acab, le fue directo: “Tan cierto como que vive el Señor, Dios de Israel, a quien yo sirvo, te juro que no habrá rocío ni lluvia en los próximos años, hasta que yo lo ordene” (1 Rey. 17:1). Aquí está presente el tema de la “adoración”. El anuncio de ese juicio a Israel estaba funda- mentado en la advertencia de Moisés dada en el pasado, según la cual el pueblo no debía abandonar la adoración al verdadero Dios ni, consecuentemente, comenzar a seguir dioses falsos. La desobediencia a esa orientación implicaría un severo juicio; es decir, cesarían las lluvias para los israelitas: “¡Cuidado! No se dejen seducir. No se descarríen ni adoren a otros dioses, ni se inclinen ante ellos, porque entonces se encenderá la ira del Señor contra ustedes, y cerrará los cielos para que no llueva; el suelo no dará sus frutos, y pronto ustedes desaparecerán de la buena tierra que les da el Señor” (Deut. 11:16, 17).

            Es interesante observar las similitudes entre este mensaje de Elías y el tono imprecatorio que aparece en el contenido del tercer mensaje angélico: “Los seguía un tercer ángel que clamaba a grandes voces: ‘Si alguien adora a la bestia y a su imagen, y se deja poner en la frente o en la mano la marca de la bestia, beberá también el vino del furor de Dios, que en la copa de su ira está puro, no diluido. Será atormentado con fuego y azufre, en presencia de los santos ángeles y del Cordero’” (Apoc. 14:9, 10).

            El tema del mensaje del tercer ángel es la adoración. Dios espera que prevengamos al mundo de las consecuencias terribles de la adoración a la bestia y a su imagen. Es nuestro deber preparar a hombres y mujeres para que tomen posición del lado de Dios, no contrariamente a él.

            Fue el tema genuinamente bíblico del mensaje de Elías lo que garantizó la relevancia de su mensaje. Teniendo como base el “así dice el Señor”, Elías dejó claro cuáles serían las consecuencias de la idolatría. Aunque hubiese muchas cosas “agradables” sobre las que podría hablar, Elías era consciente de lo que había recibido de Dios para proclamarle al pueblo. No se trataba de un mensaje fácil de ser presentado; pero, a fin de permanecer fiel a su vocación profética, él, al contrario de otros predicadores de su tiempo (1 Rey. 22:11, 12), no podía huir de su deber.

            “Hoy también es necesario que se eleve una reprensión severa; porque graves pecados han separado al pueblo de su Dios. La incredulidad se está poniendo de moda aceleradamente. Millares declaran: ‘No queremos que éste reine sobre nosotros’ (Luc. 19:14). Los suaves sermones que se predican con tanta frecuencia no hacen impresión duradera; la trompeta no deja oír un sonido certero. Los corazones de los hombres no son conmovidos por las claras y agudas verdades de la Palabra de Dios” (Elena de White, Profetas y reyes, p. 103).

            Dios espera que nosotros, como predicadores, seamos absolutamente fieles al mensaje que predicamos. Del púlpito de nuestras congregaciones debe ser oída la Palabra de Dios, de acuerdo con lo que él espera que las personas escuchen. El sermón no es un mero recurso terapéutico emocional para las personas, mucho me­nos es ocasión para que los pecadores se sientan confortables con su terrible condición. Precisamos confrontar a las personas con la esperanza de la salvación contenida en la Biblia, sin aplacar la conciencia con temas que les impidan encarar su propia necesidad.

            Proclamando el mensaje recibido de Dios, Elías estaba preparado para llevar al pueblo a tomar una decisión.

APELACIÓN

            El clímax del mensaje del profeta se produjo en el monte Carmelo. Allí, él tuvo oportunidad de llevar al pueblo a rendirse al verdadero Dios. Los altares de Jehová y de Baal fueron preparados, como si le mostrasen dos caminos al pueblo. Aquel fue el momento de la decisión. “Elías se presentó ante el pueblo y dijo: ‘¿Hasta cuándo van a seguir indecisos? Si el Dios verdadero es el Señor, deben seguirlo; pero si es Baal, síganlo a él’. El pueblo no dijo una sola palabra” (1 Rey. 18:21).

            Esta apelación nos reserva una lección importante. El profeta presentó dos caminos: Jehová o Baal; colocó al pueblo frente a una encrucijada, incentivándolo a tomar una decisión. Elías no presentó un variado abanico de opciones, sino apenas dos: Jehová o Baal. Eso nos enseña a ser específicos en relación con el fin al que pretendemos llevar a los oyentes. El tema del mensaje necesita estar delimitado, de modo que las personas aprecien claramente su contenido, y sean llevadas a percibir los beneficios de aceptar y los perjuicios de rechazar la propuesta divina.

            Como centro del mensaje, la apelación es retomada de la tesis del predicador, pre- sentada en el inicio del sermón. El predicador, que es claro con respecto a su tema y que presenta buenos argumentos para la comprobación del mensaje, está preparan- do la mente de los oyentes para la decisión. Elías hizo exactamente eso: “El pueblo no dijo una sola palabra” (1 Rey. 18:21). Eso muestra que, aunque hasta allí el abordaje del profeta fuese perfecto, había algo que necesitaba ocurrir: la manifestación del poder de Dios.

            Entonces, Elías le dijo a todo el pueblo: “Acérquense” (1 Rey. 18:30). El pueblo se aproximó y Elías reparó el altar del Señor, que estaba en ruinas. “A la hora del sacrificio, el profeta Elías se colocó frente al altar y oró: ‘Señor, Dios de Abraham, de Isaac y de Israel, que todos sepan hoy que tú eres Dios en Israel, y que yo soy tu siervo y he hecho todo esto en obediencia a tu palabra. ¡Respóndeme, Señor, respóndeme, para que esta gente reconozca que tú, Señor, eres Dios, y que estás convirtiendo a ti su corazón!’ En ese momento cayó el fuego del Señor y quemó el holocausto, la leña, las piedras y el suelo, y hasta lamió el agua de la zanja. Cuando todo el pueblo vio esto, se postró y exclamó: ‘¡El Señor es Dios! ¡El Señor es Dios!’” (1 Rey. 18:36-39).

            La manifestación del poder de Dios vino solamente en respuesta a la fervorosa oración del profeta, quien solicitaba la intervención de Dios con el propósito de exaltarlo y hacer volver el corazón del pueblo hacia él. Siendo así, la eficacia de la apelación depende de la manifestación del poder de Dios. El predicador que apela debe hablarle al pueblo y, al mismo tiempo, tener la mente dirigida a Dios, en fervorosa súplica por la manifestación de ese poder en la vida de cada persona.

            En el Carmelo, el resultado fue una conversión en masa. El pueblo reconoció a Jehová como el verdadero Dios, y rechazó a Baal.

NECESIDAD ACTUAL

            Los predicadores que tienen la misión de dar la más solemne advertencia al mun­do de hoy necesitan invertir tiempo en la preparación espiritual para el cumplimiento de esa misión. Cada predicador debe sentirse dependiente del Espíritu Santo, que trabajará tanto en su corazón como en el de quienes escuchan el mensaje. Los predicadores de la verdad necesitan preparar y presentar mensajes con el contenido que Dios espera transmitir a las personas. Esto significa que nuestros mensajes deben ser genuinamente bíblicos, mostrando la verdadera condición del mundo y de los oyentes, individualmente, así como la solución ofrecida por Cristo Jesús.

            Finalmente, las personas deben tomar una decisión; y no debemos tener miedo de apelar a ellas. Al cumplir fielmente nuestro deber, en el poder y en la virtud de Elías, podemos estar seguros de que Dios derramará su Espíritu Santo sobre nosotros, ratificando el mensaje para que el mundo sea iluminado con la verdad (Apoc. 18:1). De esta forma, los sinceros que hoy están lejos de la salvación serán llevados a exclamar: “¡El Señor es Dios!”

Sobre el autor: Editor asociado en la Casa Publicadora Brasilera.