Por qué no deberíamos abandonar la iglesia

El presente sermón fue predicado en la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Sligo, el 19 de agosto de 1995. Lo hemos acortado brevemente, pero hemos retenido su formato como proclamación pública. —Los editores.

La iglesia está hastiada… Hay ministros que anuncian que están cansados de las trivialidades de la vida de la iglesia local y por lo tanto la abandonan. Sus esposas se rebelan contra la obligación de vivir en una especie de pecera, donde su actuación cotidiana es observada por demasiados mirones y censores. Los escritores y oradores expresan el sentimiento común de que la iglesia local convencional es irrelevante”.

¿Suena familiar? Estas palabras en realidad son parte de la introducción a un editorial aparecido en el número del 17 de julio de 1981, de la revista Christianity Today.

En la era Post-Watergate todas las instituciones son sospechosas. La gente ha perdido el respeto por sus dirigentes, ya sean del gobierno, de la industria o de las instituciones. Con el creciente cinismo acerca de los líderes corruptos, la confianza en las instituciones ha llegado a un nivel muy bajo. Y eso incluye una falta de confianza en la iglesia.

Durante 11 años representé a nuestra iglesia en la comisión de trabajo de los medios masivos de comunicación sobre La Religión en la Vida Estadounidense. Esa comisión acuñó las frases “la familia que ora unida permanece unida” y “adore en la iglesia de su predilección esta semana”. Pero esos lemas surgieron en los primeros años de la comisión.

Cuando yo serví en ella, los representantes de diversas denominaciones religiosas se habían vuelto cínicos respecto del valor de la iglesia. A pesar de las protestas de algunos de nosotros, la campaña de la comisión estaba dirigida a lo que los cristianos hacen lejos de la iglesia. Se suponía que ella es el último lugar donde usted espera encontrar un creyente. El rabino Mark Tannanbaum, dirigiéndose a nuestra comisión, confesó: “No he asistido a una congregación local desde hace años, tampoco ninguno de los que conozco lo ha hecho; y es ‘ porque nada relevante ha estado ocurriendo allí”.

Dos de los miembros de la comisión confesamos que asistíamos a nuestras iglesias cada semana, y las encontrábamos, no sólo relevantes, sino también satisfactorias y esenciales. Nuestro testimonio no logró inspirar a nuestros colegas, pero propició un intercambio después de la reunión con un invitado de nuestra comisión que se había reunido con nosotros ese día. Era el presidente del concilio de publicidad, que estaba allí para advertir a RIAL (siglas de la comisión por su nombre en inglés [Religión in American Life]) que si íbamos a continuar recibiendo anuncios y publicidad gratuitos de los medios masivos de comunicación de la agencia creativa de asistencia, entonces debíamos comenzar a anunciar nuestros propios productos, es decir, las iglesias y la asistencia a las iglesias.

Nuestra próxima campaña, que se desarrolló durante el bicentenario, anunciaba: “Únase al bicentenario de los Estados Unidos. Practique aquello por lo cual ora”. Mientras que no sugería que cualquiera de las oraciones debería necesariamente hacerse dentro de un templo, me daba la oportunidad de felicitar a mis colegas de la comisión RIAL por una campaña de publicidad tan inspiradora.

Yo sugeriría a cada uno de los presentes esta mañana que si practicamos en verdad aquello por lo cual oramos, deberíamos mostrar más interés en el lugar donde adoramos. Tal como están las cosas, los grupos de estudios bíblicos en el hogar, los desayunos de oración y los grupos de estudio personal están creciendo más rápido que las iglesias.

Es posible que quienes hemos crecido en la iglesia no sintamos los problemas que ella afronta. Después de todo, estamos aquí esta mañana. Disfrutamos y nos gozamos en asistir a la iglesia, pues de otra manera, no estaríamos aquí fielmente cada semana. Pero muchos no asisten. Cuando comencé mi ministerio en 1960, la mayoría de los adventistas todavía asistía a la iglesia regularmente. Los predicadores adventistas podíamos jactamos en las reuniones de la Asociación Ministerial que no necesitábamos una feligresía de 3,000 miembros registrados en los libros para asegurar una asistencia semanal de 300 el sábado por la mañana. No deberíamos habernos jactado. Las estadísticas de la Iglesia Adventista del Séptimo Día presentan un cuadro cada día más pesimista.

Muchos encuentran a la iglesia irrelevante, aburrida, renuente al cambio, e incapaz de responder a los temas morales tales como la ordenación independientemente del género.

Los viejos clichés ya no sirven. Los adventistas se unen a otras iglesias. Algunos de nosotros estamos desanimados por causa de algunos votos del reciente congreso de la Asociación General y estamos tratando de decidir qué hacer.

¿Está arruinada la iglesia?, ¿O hay todavía lugar donde practicar aquello por lo cual oramos?

¿Estaba el director de Christianity Today sugiriendo que es tiempo de dejar la iglesia? ¿Estaban mis colegas de RP en lo correcto cuando abandonaron la iglesia hace dos décadas?

¿Ha llegado el tiempo de que los adventistas más educados, pensadores, y los más altamente motivados hagan una declaración moral para decir por qué se retiran de la iglesia?

Y si no, ¿por qué debería yo permanecer en ella? Quiero dirigir la atención de todos a Efesios 5. Lo hago con temor y reverencia. Temor, porque todos tenemos ideas preconcebidas acerca de lo que Pablo dice aquí. Reverencia dadas las poderosas verdades que Pablo comparte con nosotros.

El apóstol no está hablando aquí sólo del matrimonio; está hablando de Cristo y de su iglesia: “Grande es este misterio; mas yo digo esto respecto de Cristo y de su iglesia” (vers. 32).

Es una verdad muy profunda, la unión de Cristo con su “novia”. La iglesia trasciende toda comprensión humana. No es que la relación entre el esposo y la esposa nos permita ¡lustrar la unión de Cristo y de la iglesia; sino que esta última es la realidad básica, y el matrimonio es sólo un eco de aquella relación.

Este texto, este sermón, trata acerca de la relación que Cristo quiere tener con nosotros. Trata acerca de nosotros y Cristo. Y se lleva a cabo aquí, en el lugar denominado iglesia.

Espero que al terminar nuestro estudio esta mañana ustedes y yo podamos decir: “La iglesia es el lugar donde yo puedo practicar aquello por lo cual oro”. Y es mucho más cierto cuando vemos que los últimos días se acercan, como nos dice Pablo en Hebreos 10:25.

Efesios 5:21 nos dice: “Someteos unos a otros en el temor de Dios”. Esta relación incluye a hombres y mujeres por igual. El mensaje es para casados y solteros por igual.

Este profundo misterio llamado iglesia realiza lo que leímos en nuestro texto de hoy: “Para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha, ni arruga ni cosa semejante” (vers. 26,27).

Pablo llama a la iglesia santa, limpiada por el lavacro del agua por la palabra y lista para ser presentada a Cristo, radiante, sin mancha, sin arruga, ni cosa semejante, sino santa e inmaculada. Esto quiere decir que Cristo todavía tiene una obra que hacer en nosotros. Dios no ha terminado su obra con nosotros todavía. Y si hay un lugar que puede transformarme así, yo quiero estar allí, y ustedes no pueden echarme de allí. Es el tipo de lugar donde puedo practicar con toda seguridad aquello por lo cual oro.

¿Significa esto que la Iglesia Adventista del Séptimo Día no tiene problemas? ¿Qué hemos alcanzado el pleno potencial que Dios tiene para nosotros? ¿Hemos entendido completamente el misterio de nuestras relaciones unos con otros a medida que él se relaciona con nosotros?

Comparemos Efesios 5 con Hechos 10. Como adventistas somos rápidos para señalar que comer los animales que Dios le dijo a Pedro que comiera no es el tema principal del pasaje. Es acerca de la igualdad. No debo llamar a ningún hombre común o inmundo. Y el pasaje de Efesios habla acerca de Cristo y su iglesia: cómo nos acepta él, cómo espera moldearnos, desarrollarnos y llevarnos a la madurez para crecer en sumisión a él. Él lo hace como un siervo-líder, uno que se pone a nuestro lado para guiarnos. La espera que estemos para siempre en su familia, amándonos los unos a los otros (Efe. 5:33), siendo capaces de amarnos a nosotros mismos y a nuestras propias opiniones así como respetarnos unos a otros: algunos con opiniones que pueden no gustamos o que no las compartimos. Cristo espera pacientemente que cada uno aprenda “este profundo misterio”: el misterio de cómo Cristo puede amarnos como somos, tan diferentes unos de otros.

En nuestros 150 años de historia como iglesia tuvimos incluso temor de establecer una organización. Estructuramos nuestras doctrinas, haciendo una lista de 27 declaraciones fundamentales. Las revisamos de vez en cuando para volver a darles forma. Olvidamos a veces que tenemos una lista de las eternas verdades de Dios en cantidades y órdenes diferentes. ¿Ya hemos olvidado que comenzamos diciendo que la verdad siempre está en desarrollo y que siempre debemos estar aprendiendo?

De alguna manera Dios nos ha llevado a través de todas nuestras etapas, desde un rígido legalismo hasta la comprensión de la justificación por la fe, de estar tan áridos como “las colinas de Gilboa”, como dice Elena G. de White, hasta comprender que Dios no quiere la conformidad obligatoria, sino una relación fundada en principios y bien razonada.

Nuestra iglesia ha pasado por debates doctrinales y crisis financieras; y yo espero, especialmente ahora que nuestros miembros ya soprepasan los ocho millones, conflictos más difíciles en el porvenir. Pero todavía es la iglesia de Dios. Cristo está en el control. ¡Qué misterio tan profundo! Así llama Pablo a esta saga de Cristo y su pueblo. Un Cristo perfecto y un pueblo imperfecto. ¡Mézclenos a todos y lo que resultará será el caos! ¡Opiniones divergentes! Añada a Cristo y él es capaz de hacer surgir de allí pacientemente a su iglesia, permitiéndole ser diversa y al mismo tiempo una.

Yo no soy teólogo. Mi humilde maestría la saqué en sólo doce meses en el seminario cuando todavía estaba aquí, en Takoma Park. Pero tuve el privilegio de inscribirme en “teología 101” cuando tenía 12 años en una clase que recibía antes del amanecer en el camión repartidor de leche de mi padre y de mi tío en el norte de Nueva Jersey, mientras entregaba leche con Louie, un católico romano que entregaba leche dos veces los viernes a clientes mayormente judíos de parte de una compañía adventista que no trabajaba los sábados.

-¡Tú estás en grandes problemas, Herb! -decía-. Si yo estoy equivocado en cuanto al día de reposo, puedo culpar al sacerdote que me dijo lo que tenía que hacer. Pero si tú estás equivocado, ¿a quién vas a culpar?

Louie no lo supo, pero me enseñó uno de los conceptos más importantes de Elena de White: la capacidad que Dios nos da a cada uno de pensar y hacer, de no ser “meros reflectores de los pensamientos de otros hombres”.

¿De dónde obtuvo nuestra iglesia la idea de que todos debemos tener una estricta conformidad de pensamiento y que todos debemos estar siempre en el mismo lugar en nuestras convicciones? Elena de White misma discutía con los hermanos cuando pensaba que se habían tomado decisiones equivocadas. A veces parece que los adventistas piensan que se necesita ser profeta para distinguir la diferencia entre lo correcto y lo erróneo. Yo no creo que ella pensara eso. Ella dijo que todos debemos pensar y hacer, razonar, y sostener nuestras propias convicciones.

Hemos de culparnos todos por no enseñar como ella enseñó. No hemos enseñado al creciente número de nuevos miembros que se han añadido a nuestra iglesia que no todo es blanco o negro. Como ocurre en la fotografía, las imágenes no comienzan a formarse hasta que el blanco y el negro se han mezclado. Así la verdad debe desarrollarse en cada mente. Se llama unidad en la diversidad. Dios no sólo lo permite, sino lo requiere. Louie estaba en lo correcto. Dios esperaría de cada uno de nosotros que le explicáramos nuestras convicciones a él. Yo me siento compelido a aceptar y permitir a aquellos de los nuestros que no pueden tomar sus propias decisiones, que esperan que los hermanos decidan para que sepan qué creer; pero temo por ellos cuando llegue el día en que debamos responder por nosotros mismos a Dios por lo que creímos.

Lo que está en nuestras mentes en estos días es: “¿qué debo hacer cuando veo que hay faltas en la iglesia?” “¿Rebelarme? ¿Abandonarla? ¿Mantenerme callado? ¿Abandonar mis convicciones adoptadas con la más clara conciencia?

Oro por el día cuando podamos ser más tolerantes unos con otros, cuando seamos capaces de distinguir entre las decisiones eclesiológicas y las escatológicas. Me consuelo, en parte, porque el debate actual acerca de la ordenación de las mujeres no es escatológico sino eclesiástico.

Lo que quiero decir es esto: ¿Dónde está el texto que dice “tendrás ancianos, y habrá dos tipos de ellos; una clase son ancianos locales elegidos en una iglesia local para servir durante el término de un año y otros son ordenados para un ministerio vitalicio para servir y ser aceptados en todo el mundo?” Esa es precisamente la forma en que lo hacemos; es eclesiástico. Un ejemplo mucho más sencillo seria ¿dónde está el texto que dice, “tendrás conquistadores, y ellos serán coeducados?”

Volvamos a aquel artículo en Christianity Today. El director continúa: “Veo las faltas de la iglesia. He pasado toda mi vida de adulto en ella. Conozco políticos de la iglesia que preferirían mantener su puesto que hacer lo correcto. Conozco predicadores adúlteros que han vendido su alma por una migaja de sexo. Conozco a racistas blancos que mastican la Escritura, envían misioneros al pueblo de … África, y sin embargo, no permitirían que un negro viviese al lado de ellos en la misma cuadra de la ciudad. Yo conozco ancianos de iglesia llenos de justicia propia que cuelan el mosquito más tragan el camello. Conozco a cristianos perezosos para quienes el cristianismo es simplemente un seguro barato contra el fuego.

“Alguien ha dicho (con más verdad que humor): ‘¡La iglesia es como el arca de Noé. Si no fuera por la tempestad que hay afuera, no podría soportar el hedor que hay dentro de ella!”. Hace mucho que habría abandonado la iglesia y el cristianismo si no fuera por Jesucristo su Señor. Conozco la iglesia y sus faltas demasiado bien. Pero también conozco a Jesucristo. Me he consagrado -de modo irrevocable- a él. Conozco el lugar de la iglesia en su plan y en su amor, y por lo tanto no me atrevo a rechazarla. Rechazar a la iglesia de Cristo es rechazar a Dios”.

Si bien el artículo de Christianity Today declara que la iglesia de Dios tiene problemas, también tiene un punto de vista optimista. El editorial se titulaba: “El amor por Dios demanda amor por su iglesia”. Citaba a Eltron Trueblood:

“El problema más difícil del cristianismo es el problema de la iglesia. No podemos vivir sin ella, y no podemos vivir dentro de ella… Sin embargo, por mala que sea la iglesia en la práctica, es el necesario vehículo para la penetración de Cristo en el mundo. No importa cuánto se adultere con el tiempo, la iglesia es ahora, como siempre, la única sal salvadora que tenemos en este mundo. El plan inteligente es, por lo tanto, nunca abandonar la iglesia, porque entonces lo habremos perdido todo. Lo que debemos hacer, más bien, es encontrar alguna forma de restaurar la sal a una mayor pureza y asi tener mayor calidad de poder preservados. Cuando un cristiano expresa tristeza por la condición de la iglesia, es casi siempre la tristeza de un amante”.

Por lo general, es la gente que se aleja de la iglesia la que habla mal de ella. Aquello que no nos eleva nos hunde. Hay un cáncer que hiere a la iglesia que amamos. ¿Ha oído usted últimamente alguna crítica contra la iglesia, sus dirigentes, contra la asociación, contra el pastor?

El cáncer de la crítica incluye casetes y publicaciones que hablan mal de la denominación, los errores de los “hermanos” y diferencias teológicas de toda laya, todas acompañadas con centenares de citas del espíritu de profecía, a menudo fuera de contexto.

Algunos de nosotros que somos “obreros” también somos culpables. He escuchado a pastores criticar a la “asociación”. He oído a obreros de la asociación hablar mal de la unión o de la Asociación General. La crítica debe ser desarraigada. Esaú, aunque buscó de rodillas el perdón de Jacob, no lo pudo hallar a causa de la raíz de amargura que había en su corazón.

Pero la iglesia seguirá adelante porque es preciosa a la vista de Dios. “La iglesia de Cristo es muy preciosa a su vista. Es el estuche que contiene sus joyas, el aprisco que circunda a su grey’ (Comentario bíblico adventista, comentarios de Elena de White, tomo 6, pág. 1118).

Sin embargo, la iglesia debe ser conducida a Dios.

“Cuando la iglesia primitiva se corrompió al apartarse de la sencillez del evangelio y al aceptar costumbres y ritos paganos, perdió el Espíritu y el poder de Dios: y para dominar las conciencias buscó el apoyo del poder civil. El resultado fue el papado” (El conflicto de los siglos, pág. 496).

Usted y yo nunca creeremos que Jesús ama a la iglesia y que la hará su gloriosa novia a menos que la amemos también. El editor de Christianity Today estaba en lo cierto:

“Prefiero verme muerto que ser hallado luchando contra la iglesia de Jesucristo, la cual él compró con su preciosa sangre y prometió preservarla para siempre. Cristo no sólo estableció esta institución desamparada, confusa, intolerante, agobiada por el pecado -incluso repulsiva a veces-, sino que también prometió apoyarla y protegerla contra todos sus enemigos hasta el fin del tiempo”.

Christianity Today concluye su editorial con este desafío: “¿Está harta la iglesia? … La iglesia es un instrumento escogido por Dios, el único a través del cual completará su obra. No debemos preguntar si la iglesia está harta. La pregunta real es: ¿estoy harto yo? ¿Cuál es mi relación con la sociedad de amor que tiene a Jesús como su centro?”

Yo amo a la iglesia. Sé que es el lugar donde puedo practicar aquello por lo cual oro.

Sobre el autor: Herberl Broeckel es presidente de la Asociación de Potomac.