¿Cuál es la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día? ¿Debería ser una misión mundial? Y si es así, ¿por qué? Los seguidores de Cristo, los que han aceptado la misión que él les dejó, no pueden limitarla a su medio ambiente.
Martín Lutero tenía muy poco interés en una misión mundial. Creía que la comisión universal evangélica se les había dado exclusivamente a los apóstoles; los pastores de sus días debían preocuparse únicamente por sus iglesias. Básicamente, el mundo había sido evangelizado, exceptuando algunos lugares muy alejados, a los cuales Dios llevaría las buenas nuevas en el momento más oportuno y según sus providencias y métodos propios. La iglesia de Alemania no tenía por qué preocuparse de enviar misioneros a tierras lejanas. De hecho, los cristianos tomados prisioneros por los turcos podían ser misioneros.
Melanchton, compañero de Lutero, seguía una línea de razonamiento muy similar, pero permitía que las autoridades civiles se preocuparan por la propagación del mensaje cristiano.[1]
Al igual que Lutero, los primeros adventistas del séptimo día tenían una visión muy estrecha acerca de las responsabilidades de la iglesia con respecto a las personas que vivían fuera del país donde vivían. En el año 1859 cuando un lector de la Review and Herald preguntó si se debía predicar el mensaje del tercer ángel a la gente que vivía fuera de Norteamérica, el pastor Urías Smith le contestó que no era necesario. Siendo que los Estados Unidos estaban formados por inmigrantes provenientes de muchas partes del mundo, Apocalipsis 10:11 ya se había cumplido.[2] La visión de Smith nos parece estrecha ahora, pero en realidad era mucho más abierta que la idea de misión que habían tenido sus predecesores, quienes sostuvieron la teoría de la “puerta cerrada”, que decía que no valía la pena predicarles el mensaje a quienes no habían pasado por la experiencia de 1844.[3]
Uno no puede menos que preguntarse si los adventistas actuales, que omiten regularmente el informe misionero de su programa de Escuela Sabática, ¿no serán herederos inconscientes de la idea de misión que tenían Lutero y los pioneros adventistas? En cualquier caso, puede ser que se estén perdiendo una de las más emocionantes bendiciones de ser una iglesia mundial.
¿Qué misión?
El anuncio de la Estrategia Global para alcanzar a los que todavía no hemos evangelizado suscita preguntas que demandan una respuesta urgente. Las preguntas más importantes son: ¿Cuál es la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día? ¿Debe ser mundial? Y si lo es, ¿por qué?
La gente concibe la misión de la iglesia de muchas maneras. Para muchos la misión de la iglesia es “salvar almas”. Para otros, la misión significa alimentar a bebés hambrientos. O puede interpretarse la misión como la tarea de proveer una vida mejor para los desafortunados. ¿Cuál es, entonces, la misión de la Iglesia Adventista del Séptimo Día?
La comisión evangélica, que se registra en los cuatro evangelios y en los Hechos, abarca muchas actividades. La más notable es ir, hacer discípulos en todas las naciones, bautizar, predicar, enseñar y testificar. Juan, que siempre parece poner las cosas en forma un tanto diferente, a como la pusieron los otros evangelistas; registra otra dimensión de la orden de Jesús. “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). La misión consiste en hacer lo que Jesús hizo y en la forma en que él lo hizo.
Jesús anduvo sanando, enseñando y predicando. Pero también visitó a la gente en sus casas, comió en sus mesas, durmió en sus botes de pescar. La misión debe incluir la proclamación, el servicio, la comunión. La misión debe suplir las necesidades de los seres humanos: Una acción integral dirigida a la persona total. Esta clase de misión no sólo conlleva la promesa de una recompensa futura; sino que hace a la gente más feliz, más saludable y santa de lo que era antes de aceptar las buenas nuevas.
Dentro de este esquema, cada miembro de iglesia puede y debe ser un misionero. Elena G. de White lo dice claramente: “Cada verdadero discípulo nace en el reino de Dios como misionero”.[4] Y también escribió lo siguiente: “Todo hijo e hija de Dios está llamado a ser misionero; se nos llama a servir a Dios y a nuestros semejantes, (ya sea que los cristianos) sigan alguna de las profesiones ordinarias de la vida o vayan a países paganos para predicar el Evangelio; pero todos serán igualmente misioneros de Dios, ministros de misericordia para el mundo”.[5]
La misión, tal como se presenta en estas citas, puede tener lugar en cualquier parte del globo. No necesitamos cruzar el mar ni siquiera abordar un tren para ser misioneros. El único paso que debemos dar es cruzar la línea que separa la fe de la incredulidad. La validez de esta misión para la iglesia y sus miembros no debe ser discutida, porque, como lo expresó el teólogo suizo Emil Brunner: “La iglesia existe para la misión como el fuego existe para quemar”. La misión es la iglesia; la iglesia es la misión.
¿Por qué una misión mundial?
El tema de la Estrategia Global es la misión mundial, misiones extranjeras, misión en otras tierras, otras lenguas otras culturas. ¿Debe la iglesia de Avellaneda en Argentina o la de Bigcity, Australia, involucrarse en lo que pasa en África, Asia, o Latinoamérica? ¿Deben los miembros oír los relatos de las misiones en lejanas tierras y dar ofrendas para gente que nunca ha visto u oído excepto a través de esos relatos? Dicho de otro modo, ¿por qué tendría una iglesia que está haciendo su parte, preocupándose por los necesitados de su ciudad, interesarse en una estrategia o una misión global?
Hay tres razones por las cuales la Iglesia Adventista del Séptimo Día debería tener la visión de una misión mundial. Todas son susceptibles de análisis.
1.Cristo lo desea
El modelo de misión del Antiguo Testamento se centraba en un pueblo cuyo bienestar atraería la atención de todos los que lo observaran. Israel debía ser próspero y santo, bendito y feliz. Sus vecinos preguntarían: “¿Qué nación grande hay que tenga sus dioses tan cercanos a ellos como lo está Jehová nuestro Dios en todo cuanto le pedimos?” (Deut. 4:7). Israel sería cabeza y no cola (Deut. 28:14).
Elena G. de White escribió: “Era el propósito de Dios que, por la revelación de su carácter mediante Israel, los hombres fueran atraídos a él’’.[6] Israel no sólo debía atraer a sus vecinos inmediatos hacia Dios, sino debería ser también “luz a las naciones” (Isa. 49:6). En otras palabras, era el propósito de Dios llevar a cabo una misión mundial por medio de Israel.
El Nuevo Testamento no abandona la idea de las bendiciones que entraña el pertenecer al pueblo de Dios o de la atracción que su estilo de vida podría ejercer sobre los incrédulos. Pero en el Nuevo Testamento la misión ya no es centrípeta. Ahora es un mandato de ir. La misión se vuelve centrífuga.
Cristo les dijo a sus discípulos claramente que “se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Luc. 24:47). Los apóstoles fueron enviados a “Judea, Samaría y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8). Sus seguidores deberían llevar las buenas nuevas de esperanza, gozo, paz, y amor a todo lugar donde hubiera gente. Y Mateo 24:14 aclara bien que esta instrucción abarca más que el conocido y familiar mundo mediterráneo: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”. Cristo dijo que la misión mundial debía ser una señal de la cercanía de su regreso a la tierra.
El Apocalipsis reitera la universalidad de la misión de Cristo y de su iglesia. El Evangelio eterno debe predicarse “a los moradores de la tierra, a toda nación, tribu, lengua y pueblo” (Apoc. 14:6). Los 24 ancianos alaban al Cordero porque compró con su sangre a personas “de todo linaje y lengua y pueblo y nación” (Apoc. 5:9). Y el Apocalipsis dice que, cuando todo termine, una gran multitud estará de pie en el mar de vidrio alabando al Cordero. Describe a esta multitud como viniendo “de todas naciones y tribus y pueblos y lenguas” (Apoc. 7:9). El mensaje de salvación habrá llegado hasta los confines de la tierra.
Los seguidores de Cristo, los que han aceptado la misión que él les dejó, no pueden limitar su misión a su medio ambiente. La comisión que se les dio debe alcanzar hasta los confines de la tierra. Y no pueden defraudar las expectativas de su Maestro.
2.La iglesia lo necesita.
Cuando hablamos de misión mundial, inmediatamente vemos que la iglesia se compone de dos partes: la de aquí y la de más allá, la iglesia que envía y la que recibe. Ambas necesitan de la misión.
La iglesia de aquí, de casa —sea cual fuere el lugar del planeta donde se encuentre— no puede darse el lujo de atrincherarse en una isla, separándose del resto de la iglesia. En este momento recuerdo la historia de aquel excéntrico anciano, muy rico, que tenía tanta plata que hizo que sus criados Platinaran el exterior de sus ventanas. Después de eso, sólo se vio a sí mismo. Ya no contempló más la luz del sol, las flores, a los niños jugando bajo los árboles. Lo que hizo fue sentarse y verse envejecer a sí mismo.
Dar, interesarse por los demás y compartir —son medios ordenados por Dios para amar y servir. Cuando la iglesia de aquí mira más allá de sus propias necesidades, se fortalece. A veces pensamos que damos porque amamos. Pero la verdad es que sólo cuando damos aprendemos a amar realmente.
La iglesia de “aquí” no puede darse el lujo de perder el amor y el apoyo que vienen de afuera. En una pequeña iglesia de Sudamérica escuché a un miembro, una anciana, leer con suma dificultad el relato del misionero mundial, acerca de un proyecto en los Estados Unidos. Cuando terminó, bajó el folleto que tenía en la mano, y miró a los ojos de los más o menos veinte miembros de la congregación. “Por favor”, dijo, “debemos dar generosamente. Puede ser que vivan en los Estados Unidos, pero ellos nos necesitan a nosotros y a nuestras ofrendas. Son nuestros hermanos”.
Mucha gente ha dado por sentado que la iglesia en Norteamérica está sosteniendo prácticamente sola el programa de las misiones extranjeras de la Organización. Pero un análisis más cuidadoso del Informe Estadístico, y de las actas del “Concilio Anual” de 1988 no apoya esa idea. El presupuesto de la Asociación General para 1989 designó algo así como unos 80 millones de dólares para la obra de la iglesia fuera de Norteamérica.[7] De esa cantidad, unos $33,000,000 (el 41 por ciento) provino de esas divisiones, dejando $47,000,000 (el 59 por ciento) para el apoyo de la División Norteamericana. Esta última cifra representa sólo el 14.5 por ciento de los aproximadamente $323,000,000 que fue el total de las contribuciones que la iglesia recibió y distribuyó entre las divisiones fuera de Norteamérica. El resto provino de los miembros de esas divisiones.
Hay quienes piensan que lo que la División Norteamericana da para el resto del mundo absorbe la mayor parte de las contribuciones que recibe. Pero también esto es un error. En 1988 la División Norteamericana recibió aproximadamente $619,500,000. Los $47,000,000 que salieron de allí para las otras divisiones no fue ni siquiera el 8 por ciento del total de contribuciones recibidas.
Es verdad, sin embargo, que la iglesia de allá —cualquier rincón del globo terráqueo que no sea aquí —necesita el cuidado y la preocupación de la iglesia en Norteamérica. El Informe Estadístico de 1888 revela que el 87 por ciento de los adventistas del séptimo día viven fuera de la División Norteamericana. Y que el 87 por ciento de la feligresía sólo pudo proveer el 30 por ciento del total de diezmos y ofrendas que se recibieron en 1988. La misión de la iglesia mundial necesita las ofrendas de los hermanos más solventes. En verdad, la iglesia del segundo y tercer mundo es pobre.
Pero al margen de todo ello, la iglesia de allá necesita el corazón juntamente con el tesoro. Como ustedes recordarán, Jesús no dijo que uno debería poner su tesoro donde está su corazón, sino por lo contrario, el corazón va naturalmente en pos del lugar donde se ha puesto el tesoro (Mat. 6:21).
Muchos de los grupos poblacionales a quienes se dirige la Estrategia Global están tan lejos de alguna iglesia “local” como lo están de Alemania o Norteamérica. Las estadísticas de 1987 muestran que en la división norteamericana, en promedio, cada pastor ordenado o con licencia, tiene una población de 91,026 personas no adventistas que deben ser alcanzada por el Evangelio. La misma proporción en la División Sudasiática muestra que cada pastor es responsable de alcanzar a unos 2,110,149 de personas —¡virtualmente imposible! En el territorio de la Unión del Norte de la División Sudasiática, hay unos 333 grupos con un millón de habitantes cada uno que todavía no hemos alcanzado. Y alrededor del mundo hay unos 1,050 grupos similares en áreas donde no existe una división organizada. La iglesia local sencillamente no está presente allí.
La iglesia de “aquí” debe ayudar a llevar el mensaje a la de “allá” donde simplemente no existe iglesia.
3.Los tiempos lo demandan
Los misiólogos notan que se están produciendo importantes cambios que afectarán a la predicación del Evangelio a medida que nos acercamos al tercer milenio. Aunque los estudios se han hecho por otras iglesias, mucho de lo que dicen también se aplica a los adventistas.[8]
Un cambio en lo referente a los agentes de la misión es una tendencia del tiempo en que vivimos. Los misioneros tienen una permanencia más corta, vienen de lugares todavía considerados como campos misioneros, y abarcan a voluntarios de todas las edades, incluyendo a los “fabricantes de tiendas” que, como Pablo, tienen que autosostenerse.
Los misioneros, tanto los llamados como los voluntarios, van al campo para permanecer por períodos de tiempo más cortos. Algunos sólo van por un determinado tiempo —por lo regular no más de seis años. Otros van para terminar un proyecto; su período de servicio es tan breve que puede reducirse a sólo dos semanas. Es probable que su contribución a la iglesia a la cual sirven no sea tan grande como la que ofrece un misionero permanente; sin embargo, la iglesia de donde son miembros y a la cual regresan —rebosantes de entusiasmo y pletóricos de relatos emocionantes— se beneficia enormemente con su experiencia misionera. Los estudiantes misioneros, los voluntarios adventistas, los Maranatha Volunteers International—todos forman parte de este creciente número de misioneros de servicio breve.
La tendencia de la década actual es aumentar constantemente el porcentaje de misioneros provenientes de países que ya no son los tradicionales que enviaban misioneros al campo. En una reunión celebrada en 1989 al abordarse el problema de la educación de los hijos de los misioneros protestantes, una de las mayores preocupaciones era cómo proveer educación apropiada para los hijos de centenares de misioneros coreanos en África y Latinoamérica. En la actualidad se pueden encontrar misioneros adventistas de las Filipinas en hospitales, escuelas y oficinas administrativas en África; pastores coreanos sirviendo en Sudamérica, y sudamericanos enseñando en el Seminario de la División del Lejano Oriente en las Filipinas. De hecho, muchos extranjeros sirven a la iglesia en los Estados Unidos de Norteamérica. Por supuesto, cuando la mayor proporción de la iglesia se halla fuera de dicho país, ¿cómo podría ser de otra manera?
Otros agentes de la misión no tradicionales son en su mayoría laicos que deciden servir fuera de su país de origen. Algunos pueden tratarse de profesionales empleados por firmas internacionales; otros son maestros; unos más sencillamente viven el Evangelio como empleados en granjas o en sus propias estaciones misioneras. Puede ser que no estén sirviendo bajo la dirección de la iglesia, pero están contribuyendo a su crecimiento.
Un segundo cambio se ve en la estructura de apoyo de la misión. El poder financiero mundial se está deslizando de las manos “cristianas” en la región del Atlántico Norte hacia el Japón, Singapur, Hong Kong y los países árabes productores de petróleo. Al mismo tiempo, el centro de la población cristiana está cambiando del hemisferio norte hacia el sur, donde ya vive el 70 por ciento de los cristianos. Pero la administración eclesiástica todavía permanece en el mundo occidental. Los misiólogos prevén la disminución de los fondos para las misiones provenientes del Norte del Atlántico y el aumento de la pobreza entre los cristianos del hemisferio sur. No saben con certeza lo que estos cambios puedan significar para el evangelismo, pero temen que los mismos aviven los conflictos dentro de la iglesia.
En vista de estos cambios esperados en el poder —el personal y las finanzas—, los misiólogos sugieren la necesidad de una “globalización”. La Asociación de Seminarios Teológicos de los Estados Unidos, tras ocho años de estudio, está urgiendo a todos los seminarios que enfaticen la globalización durante la década de 1990.[9] Se espera con este énfasis “liberar a las iglesias y a las escuelas teológicas de la miopía institucional y del parroquialismo. [10]
Una preocupación por lo cercano, y centrada en nosotros, debe dar lugar a un interés y una preocupación por el mundo’ entero. La actitud que procura mantener a- la iglesia en nuestro país debe cambiarse, por el apoyo a una misión mundial. El lugar especial que todos conferimos a los pastores debe dar lugar al ministerio compartido de todos los creyentes —y para que esto ocurra, la iglesia debe aportar lo necesario para el equipamiento de los laicos. El diálogo entre el Evangelio y las diferentes culturas debe intensificarse, a la par que la iglesia instrumenta los mejores medios para ganar a la gente para Cristo. La iglesia debe llegar a considerar al mundo como una aldea global.
Frente a estos trascendentales cambios, la Estrategia Global es un llamado a la Iglesia Adventista del Séptimo Día mundial a dejar de mirar hacia adentro. Es un llamado a compartir y a amar. Esto corresponde, más o menos, a lo que el General Beckwith dijo a los Valdenses en 1848, cuando su celo misionero comenzó a menguar: Voi sarete missionari o non sarete nulla, “Vosotros seréis misioneros o no seréis nada en lo absoluto”.
Sobre la autora: fue profesora de Biblia en el Instituto Internacional Adventista de Estudios Avanzados, en Silang, Cavite, Filipinas. Actualmente se encuentra en la Universidad Andrews.
Referencias:
[1] Gustav Warneck, Outline of History of Protestant Missions from the Reformaron to the Present Time (Edinburgh: Oliphant, Anderson and Ferrier, 1906), págs. 8-20.
[2] Respuesta a A. H. Lewis, 3 de febrero de 1859, pág. 87.
[3] Gerard Damsteegt, Foundations of the Seventh- Day Adventist Message and Mission (Grand Rapids: Eerdmans, 1977), págs. 105-115.
[4] El Deseado de todas las gentes, pág. 166.
[5] El ministerio de curación, pág. 307.
[6] Palabras de vida del gran Maestro, pág. 232.
[7] El presupuesto designó $71,343,300 para las misiones de ultramar, y yo concedo unos $8,656,700 para que la Asociación financie el costo de la administración de la obra de ultramar (del total de 14,000,000 designados para gastos administrativos).
[8] En relación con la misión para los años 1990, véase Robert J. Schreiter, “Mission into the Third Millenium”, Missiology 18 (enero 1990): 4-12.
[9] Véase ATS Bulletin 38 (1988): 22-33; 101-120.
[10] Norman E. Thomas, “Globalization and the Teaching of Mission”, Missiology 18 (enero 1990): 14.