La mayoría de los especialistas en homilética concuerda en que la forma ideal de presentar un sermón es escribirlo palabra por palabra, para luego convertirlo en un bosquejo. Procure descubrir el método que se adapte mejor a su personalidad.

¿De dónde debería extraer su tema el predicador al exponerlo? ¿De un manuscrito? ¿De notas? ¿De la nada?

Por lo regular pensamos en cuatro opciones en la preparación y presentación de sermones: 1, Totalmente improvisado —ninguna preparación específica; 2. Improvisado, elaborar únicamente pensamientos; 3. Manuscrito —pensamientos y palabras previamente preparadas; 4. Memoria —pensamientos y palabras preparados y memorizados. En vista de que los números uno y cuatro son los extremos, y se usan muy rara vez, nos concentraremos en los otros dos métodos. Comparemos las ventajas y desventajas de la predicación con el método improvisado o preparación sólo de los pensamientos y el de manuscrito en tres áreas.

Preparación

En la mayoría de los casos, la predicación con manuscrito obliga al predicador a prepararse en forma más completa y precisa. Los que escriben íntegramente sus sermones pueden analizarlos con más exactitud antes de predicarlos.

Dado que los predicadores que improvisan no preparan las palabras de antemano —sólo preparan los pensamientos— ahorran una buena cantidad de tiempo en la preparación de sermones. Las dos o tres horas que ahorran, ya que no preparan un manuscrito, las pueden utilizar en una investigación adicional para el sermón o en la realización de otros deberes pastorales.

Presentación

Cierta vez escuché a un predicador, que solía escribir todo su sermón, describir a la Pitonisa de Endor como “un saco húmedo de arpillera colgado del poste de un vallado. Uno de sus incisivos se erguía como un centinela solitario en las puertas del infierno”. Sólo un predicador que escribe su sermón palabra por palabra y con mucha anticipación es capaz de una descripción tan precisa y vivida.

Los predicadores que preparan sólo los pensamientos generalmente son más relaciónales que quienes escriben todo su sermón. Henry Ward Beecher dijo que un sermón escrito le extiende una mano enguantada a la gente, pero que uno no escrito le presenta una mano resplandeciente. Un guante puede ser más vistoso que una mano callosa y llena de cicatrices, pero no tan sensible y cálida como ella.

La lectura de un sermón limita el contacto visual del predicador con la audiencia. Como decía Phillips Brooks con insistencia, la predicación es la presentación de la verdad a través de la personalidad. Y el ojo proyecta con más fidelidad la personalidad. De modo que todo lo que interfiera con el contacto visual del predicador impide la expresión de la personalidad y consecuentemente bloquea la predicación.

Los predicadores que leen sus sermones pueden obviar algunas de las debilidades inherentes a su método de presentación conociendo tan bien el material que no necesiten leerlo palabra por palabra. Mantener la voz y el gesto conversacional es también de gran ayuda.

Conservación

En la categoría de la conservación los que escriben sus sermones tienen, definitivamente, una ventaja. La preparación de sermones le enseña a uno a escribir. Y ello permite que éstos estén listos para ser publicados. La mayor parte de la literatura cristiana proviene de eruditos que escriben libros para probar sus teorías. Muy pocos de ellos provienen de pastores que están ejerciendo el ministerio. Necesitamos más libros escritos por pastores que tengan como propósito aplicar sus teorías a las vidas de las personas.

Prueba y error

La mayoría de los especialistas en homilética concuerda en que la forma ideal de presentar un sermón es escribirlo palabra por palabra, para luego convertirlo en un bosquejo —ya sea que el predicador lo use en el púlpito o lo memorice. Sin embargo, la realidad del vasto programa de trabajo del pastor impide que dedique tal cantidad de tiempo a la elaboración de un sermón.

Muchos predicadores llevan consigo un manuscrito al púlpito, pero sólo leen algunas partes de él, exponiendo el resto de memoria. Por ejemplo, las ilustraciones y el llamado no se prestan para leerlos y casi seguramente el predicador los presenta espontáneamente.

Un pastor de la ciudad de Sacramento me impresionaba especialmente por su forma de presentar su sermón. Seguía fielmente su manuscrito hasta que llegaba al llamado. Entonces, haciendo a un lado el manuscrito, unía sus manos, se inclinaba un poco hacia adelante sobre el púlpito y hablaba a su congregación. Lo único que había hecho el manuscrito fue poner las bases para el llamado. A decir verdad, la lectura cuidadosa de todo su sermón enfatizaba la intimidad del llamado.

No hay un solo método que se adapte a todos. Y, naturalmente, tanto la lectura del sermón como uno presentado espontáneamente, tienen sus ventajas y desventajas. El problema surge cuando el predicador elige un método que no se adapta a su personalidad. Sólo un predicador vivaz y simpático puede leer su sermón. Pero con seguridad será el ministro erudito y preciso quien escoja este método.

Por otra parte, la presentación espontánea requiere una buena memoria y una preparación cuidadosa, de suerte que mantenga el sermón moviéndose en la ruta señalada.

Pero será un predicador activo, con pocas pretensiones de erudición, quien normalmente elegirá este método.

Si el mejor gato es el que caza más ratones, el mejor método de caza será el que le procure más ratones —no el método que haga sentirse más cómodo al gato. Procure descubrir el método que se adapte mejor a su personalidad. Muchos de nosotros predicamos como lo hacemos porque nos hemos deslizado hacia allí y nos sentimos cómodos, y no porque hayamos llegado a la convicción de que con ese método nos comunicamos mejor con nuestros oyentes.

Si no ha experimentado lo anterior, y se quedó satisfecho con el método que le resulta familiar y confortable, es posible que esté usando un método equivocado. Es cuestión de prueba y error hasta dar con lo mejor.