Para una pareja pastoral, el matrimonio involucra abnegación: dejar de lado algo bueno que podría ser sol mío, y dividirlo con otra persona.
¡Compañerismo! Decidí investigar todo lo que lo involucra ese concepto.
Inicialmente, llegué a los términos “compañero”, “compañera”, “compañía” y “acompañar”. Terminé sintiéndome limitada por el diccionario, que me dio la siguiente información: (1) “Compañero(a) es quien acompaña o hace compañía”. (2) “Compañía es la acción de acompañar”. (3) “Acompañar es hacer compañía”.
Después de dar algunas vueltas con el diccionario y no llegar al lugar que deseaba, ante la ausencia de un diccionario etimológico impreso, recurrí a un diccionario etimológico virtual. Entonces, encontré que la palabra “compañía”, en términos etimológicos, deriva de la con- junción de las palabras latinas cum (con) y panis (pan), y que se refiere a personas que, por andar juntas, comparten el pan.
Vivimos en una época en la que andar juntos y compartir el pan representa un enorme desafío, ante el cual las personas desisten con mucha facilidad. De acuerdo con el censo de 2010 realizado por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), la proporción de personas divorciadas en el Brasil casi se duplicó entre los años 2000 (un 1,7%) y 2010 (un 3,1%). Algunos atribuyen la causa de ese creciente número de divorcios a la actual facilidad con la que un matrimonio puede divorciarse en este país.
Sin embargo, la verdad es que, aunque la facilidad del proceso colabore para el aumento de ese número, debemos recordar que las personas no se divorcian solo porque el proceso es menos burocrático. Desgraciadamente, esa no es una realidad exclusiva del Brasil.
En mi experiencia personal y profesional, estoy tentada a creer que uno de los motivos por los que muchos matrimonios terminan en divorcio es que las personas ya no logran compartir el pan, andando juntas. En otras palabras, falta compañerismo en las relaciones. Y si, algún tiempo atrás, ese era un problema exclusivo de las personas que no profesaban ninguna fe religiosa, hoy es un problema que alcanza a religiosos, cristianos, adventistas e incluso a familias pastorales.
En este momento estoy escribiéndoles a matrimonios pastorales. Siendo así, no hay razón por la que deba hablar del fracaso de matrimonios entre no creyentes o entre miembros de la iglesia. Necesitamos reflexionar sobre la vida en el ministerio, y lo que –eventualmente– complicó el compañerismo del matrimonio pastoral.
Responda francamente: Usted ¿tiene –realmente– un compañero o compañera? Usted ¿fue –realmente– un compañero o una compañera? Ciertamente, usted ya aconsejó a parejas de novios o incluso a esposos. Es muy probable que, al leer este artículo, usted haya pensado en alguna pareja conocida, o colegas de trabajo. Sin embargo, me gustaría que leyera cada línea pensando única y exclusivamente en usted.
En su opinión, ¿qué significa compartir el pan? Es muy común pensar en el compañero como en alguien con quien iremos a compartir las cargas pesadas de la vida. En realidad, es bastante confortable pensar que, cuando nos casamos, tendremos a alguien para aliviar el peso de las cosas que llevamos en nuestros hombros. Pero, compartir el pan es algo relacionado con la abnegación, dejar de lado algo bueno que podría ser solo mío, y compartirlo con otra persona.
¿Recibió su cónyuge parte de su pan? ¿Ha disfrutado de las mismas alegrías que usted está disfrutando en el ministerio? ¿Conoce el grado de satisfacción que su cónyuge experimenta con el ministerio que ambos desarrollan? Acaso, ¿sabe si ella (o él) no está sintiendo que usted comparte bien sus fardos, pero no comparte tan bien el pan?
El ministerio pastoral tiene muchos desafíos. Al responder a un llamado, el pastor asume un compromiso que afecta su vida y la de toda su familia. Eso implica, a veces, momentáneas pérdidas, sufrimiento, despedidas, lágrimas, aunque también debe implicar alegrías. Querido pastor, usted necesita compartir el pan con aquella a quien usted eligió para que sea su compañera de vida. No es suficiente atribuirle a ella las responsabilidades de esposa de pastor. No basta imponerle la realización de los sueños que usted alimenta en su ministerio. Ella necesita recibir parte del pan que usted podría saborear solo.
En los últimos años, conocí a muchas esposas de pastores que cada día se encuentran más enfermas e infelices. Depresión, trastornos de ansiedad y estrés se transformaron en diagnósticos comunes entre muchas mujeres. Algunas ya desarrollaron problemas somáticos, transformándose en personas mental y físicamente incapaces para el trabajo. ¡Algo está mal! Esas mujeres sienten el dolor del ministerio, pero no están disfrutando del placer inherente a él. Eso puede ocurrir fácilmente, cuando el marido comparte con ella nada más que las responsabilidades, las dificultades y los problemas ministeriales.
El término “compañía” está relacionado con andar juntos. No es suficiente compartir el pan, sino “compartir el pan por andar juntos”. Con respecto a esto, me dirijo ahora más específicamente a usted, que es esposa. ¿Está andando junto a su marido? Los sueños de él ¿también son sus sueños? Los objetivos de él ¿son sus objetivos?
La Biblia, libro que fundamenta la fe y el ministerio de las familias pastorales, suscita la siguiente cuestión: “¿Pueden dos caminar juntos sin antes ponerse de acuerdo?” (Amós 3:3). Andar juntos requiere acuerdo, unidad de pensamiento, sueños y objetivos.
En las últimas décadas, nosotras, mujeres, disfrutamos de grandes conquistas sociales. Algunas mujeres utilizaron esas conquistas en favor de su felicidad y de la felicidad de su hogar. Sin embargo, muchas de ellas se transformaron en personas individualistas y perdieron sus relaciones, por decidir vivir únicamente para sus propios sueños, en lugar de vivir en pro de un sueño común como matrimonio.
Como resultado, encontramos esposas enfermas, con problemas como los que hemos mencionado anteriormente, por vivir a contramano de sus sueños y objetivos. Por ejemplo, el llamado aceptado por el esposo no combina con los planes personales y profesionales de la esposa. Y, por más que el esposo se esfuerce, no consigue hacer que ella se alegre con las victorias que él experimenta en el ministerio y lo hacen feliz. Ella cree estar andando junto a su marido, simplemente por el hecho de haberse mudado de ciudad, dejar atrás a la familia, los amigos y el empleo. Sin embargo, mentalmente, anda en la dirección opuesta. Por eso es infeliz.
El compañerismo en la relación conyugal exige que el marido y la mujer anden juntos y, al andar juntos, compartan el pan entre ellos. Para eso necesitan, en primer lugar, afinar pensamientos, sueños y objetivos, a tal punto que puedan hacerlos comunes a los dos. No se trata de despreciar los propios intereses, sino de priorizar los intereses comunes.
Una vez que se haya dado ese primer paso, la alegría de la realización de cada proyecto idealizado en conjunto fácilmente podrá ser compartida en conjunto. Entonces, marido y mujer serán, verdaderamente, compañeros.
Sobre el autor: Magister en Psicología.