¿Quiso Jesús realmente decir lo que dijo acerca de la fe, la oración y la recepción del poder del Espíritu Santo? ¿Cuántas personas hoy están dispuestas a arriesgar sus vidas por las verdades que están detrás de la encamación y la resurrección como lo hicieron los primeros cristianos?

Existe hoy crisis de confianza. Está de moda cuestionar la relevancia del cristianismo para la década de los ochenta, o al menos, preguntar cómo puede adecuarse a los tiempos. ¿Quiso Jesús realmente decir lo que dijo acerca de la fe, la oración y la recepción del poder del Espíritu Santo?

La tecnología no es suficiente

Tales preguntas acerca de la relevancia y la eficacia son insistentes estocadas a nuestra conciencia hoy, porque en las esferas tecnológicas y científicas donde los hombres están en el control, las cosas funcionan y las promesas se cumplen. Los hombres han caminado sobre la luna y han regresado. Los hombres viven y trabajan luego de complejas cirugías de recambio de órganos. Los viajes en avión y la vigilancia de los satélites han provocado que el mundo se encoja, y el desarrollo del programa del taxi espacial disminuirá aún más las distancias. Con solo discar unos pocos números en nuestros hogares podemos hablar casi instantáneamente con la mayor parte del mundo. El resultado de todas estas posibilidades tecnológicas es que mucha gente arriesgará sus vidas confiada en las facultades y la producción de sus amigos científicos. Pero pocos arriesgarán sus vidas por las verdades que están detrás de la encarnación y la resurrección, como lo hicieron los primeros cristianos.

Sin embargo, el hombre no está verdaderamente contento ni satisfecho. Con frecuencia sus preguntas no son mayormente producto del cinismo sino de la ansiedad. Su búsqueda podría estar revestida por la casualidad, pero cuando logramos quitar el revestimiento encontramos que su búsqueda es muy real, y a menudo también desesperada. En lo profundo, el hombre necesita una fe, y lo sabe. En medio de su salvaje jungla tecnológica, está buscando una guía clara y senderos seguros. Rodeado por un cúmulo de comodidades y tranquilizado por la música estereofónica de sus ejecutantes favoritos, necesita algo más para sofocar las acuciantes preguntas acerca de la vida y de la muerte.

A veces, desesperado, se aparta de todo lo que aquella tecnología puede proveer y busca un dios, incluso el Dios, a través de narcóticos, alucinantes viajes con drogas u otras rutas de escape. Pero si sobrevive se encuentra a sí mismo otra vez bajo el abrasante calor de sus propios soles, científicamente hechos, anhelando protección, poder, conducción, y una fe en proporción con su estilo de vida computadorizado.

Cristianismo genuino

En otra era, lo que conocemos como el cristianismo del Nuevo Testamento demostró ser una fe tal. Por cierto, el evidente contraste entre el cristianismo como lo conocemos hoy y el que aparece en el registro del Nuevo Testamento como artículo original y genuino, es lo que frustra todos nuestros intentos de responder a quienes preguntan por la relevancia del cristianismo en la década de los ochenta. ¿Se debió simplemente a que el primer siglo era una edad de credulidad? ¿A que el poder de la superstición controlaba la sociedad y hacía todo más fácil? ¿Era diferente la gente? ¿Ha alterado el tiempo la naturaleza y las necesidades humanas? ¿Estaban los proponentes del cristianismo, en el primer siglo, adelantados en técnicas de relaciones públicas y promoción? ¿Eran los apóstoles hábiles negociantes, o incluso estafadores? ¿Era todo fantasía?

No importa cómo uno aborde estas preguntas, se debe recordar que desde sus comienzos el cristianismo del Nuevo Testamento fue relevante. Nadie hizo esa pregunta. Lo que ellos pidieron fue el secreto que estaba tras su relevancia. Lea cuidadosamente Hechos 4:7-13. Un asombroso milagro había ocurrido el día anterior. Los resultados eran claramente evidentes: un hombre lisiado que había soportado su enfermedad durante más de cuarenta años estaba ahora caminando y saltando sobre sus piernas sanas. Nadie preguntó si la predicación de los sanadores y lo que habían hecho era verdadero o relevante. Los hechos hablaban por sí mismos. La preocupación era: “¿Con qué potestad, o en qué nombre, habéis hecho vosotros esto?’’ (vers. 7). Mientras la gente observaba lo que había ocurrido, el desafío apremiante era expresado con sencillez: ¿Cuál es el secreto de vuestro obvio dinamismo? ¿Quién es la fuente de vuestra indudable autoridad?

El registro de este destacado acontecimiento está en Hechos 3:1-10. Adviértase tanto el contenido como los contrastes. Pedro y Juan vivían su religión; habían venido al templo para orar y adorar. El mendigo había sido lisiado desde que tenía memoria. Siempre debía depender de otros. Había escuchado acerca del que hacía milagros, Jesús de Nazaret, que a menudo parecía estar en la vecindad de Jerusalén. Finalmente, unos pocos amigos lo trajeron a la ciudad, pero cuando llegaron fueron recibidos con las noticias de que ¡el Nazareno había sido crucificado! El lisiado quedó profundamente chasqueado. Ahora estaba irremisiblemente condenado a ser depositado día tras día junto a la puerta del templo para continuar mendigando. Esa puerta era llamada la Hermosa, pero él ciertamente tenía un aspecto nada hermoso.

A medida que Pedro y Juan se acercaban, sintió que en ellos había algo diferente. Respondieron a su súplica. Esperó expectante la codiciada moneda. Y entonces vino el chasco. No tenían dinero; no tenían nada material para ofrecerle. Pero, ¿qué era esto? “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda’’ (vers. 6). La fe se abrió paso. El fortalecimiento físico fue seguido por el despertar espiritual, y ocurrió el milagro de la transformación. Este ex cojo, un individuo indigente, llegó a estar sano y ser independiente, con una nueva perspectiva de la vida. Ahora podía enfrentarla por medio del poder de Dios. No es extraño que su sanamiento causara consternación en los religiosos que no veían tal poder en sus propias vidas, y entusiasmo entre los que estaban buscando el poder genuino.

Lecciones para hoy

Hay en este incidente del Nuevo Testamento un desafío para nosotros como ministros de aquel mismo Evangelio, casi dos mil años después. Es el desafío de mostrar el cristianismo verdadero. Hoy es la oportunidad para los milagros. ¿Qué nos enseña el Espíritu Santo de este acontecimiento?

1. En medio del trajín de deberes e intereses religiosos está la diaria y lacerante necesidad de una humanidad lisiada.

No es una necesidad nueva; los hombres nacen así. Todos son pecadores y ninguna solución meramente humana satisfará su necesidad. Conciudadanos, tal vez menos afectados físicamente, están dispuestos a tirarles una moneda, a urgir a las autoridades de bienestar social para proveer mejores instalaciones, a buscar mejorar modestamente sus vidas, pero ninguna de esas provisiones alcanza la raíz del problema. La humanidad lisiada y necesitada debe experimentar un milagro espiritual. De esta manera, cuando a Pedro se le solicita una explicación, afirma: “No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech.4:12).

Podemos trasladar a la gente a nuevos ambientes; podemos buscar rehabilitarlos con diferentes métodos, pero la única cura para la humanidad lisiada es aceptar la oferta que Dios ha hecho por medio de Jesucristo.

2. La humanidad busca la solución de sus problemas en las cosas materiales.

Esto es lo que el cojo pidió. Esta es la dirección en la cual las personas buscan segundad. Algunos reconocen que su necesidad va más allá de lo material. Pero luego se desaniman y tornan a “la plata y el oro”. La enseñanza del Fundador del cristianismo resumió la falacia de este enfoque. Jesús afirmó que “la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee” (Luc.12: 15). La vida es más que pesos, soles y centavos, casas y automóviles, muebles y receptores de televisión en color, botes y casas rodantes, éxitos académicos y buenas pólizas de seguros. La única solución para la cojera de la humanidad está en el milagro que se opera al recibir el poder de Cristo en la vida.

3. La humanidad inválida está ante la Puerta Hermosa: fuera de la iglesia.

Esta es la oportunidad de la iglesia, la oportunidad para los milagros. En verdad no debería haber lisiados dentro de la iglesia, porque Cristo sana. Podría haber quienes hayan caído y se hayan quebrado una pierna, o quienes de alguna manera se hirieran transitoriamente, y debemos socorrerlos. Pero nuestro desafío constante es el mundo necesitado. Alcanzarlos no es una opción. La obra de la restauración es un decreto de origen divino.

4. Los agentes para cubrir las necesidades de la humanidad son otros seres humanos que han sido transformados.

El plan de Dios es que quienes hayan experimentado el poder transformador y vivificador de la gracia en sus propias vidas, compartan esta experiencia con otros que están en necesidad. “Lo que tengo te doy” (Hech.3: 6), dijo Pedro. El compañerismo de Cristo en la vida de Pedro demostró ser suficiente. Como ministro del Evangelio, ¿qué tiene usted para dar a otros? Usted y yo debemos tener algo para ofrecer, y debemos saber que da resultado. A medida que nuestra comprensión de los valores se transforma, la presentaremos de ese modo a los necesitados. “El Evangelio que presentamos para salvación de las almas debe ser el Evangelio que salva nuestra propia alma” (El ministerio de curación, pág. 372). Note que Pedro tomó por la mano a quien estaba en necesidad y lo ayudó a levantarse. Mientras Dios realiza la tarea por medio de su Espíritu, el instrumento humano también tiene un papel que desempeñar. No podemos llevar a cabo nuestra misión con citas en la oficina o llamados telefónicos. Usted y yo debemos involucrarnos personalmente en el contacto directo con las almas necesitadas.

La única cura para la humanidad inválida es recibir a Jesucristo como Señor. Los lisiados espirituales nunca serán puestos sobre sus pies por ninguna otra persona o por ningún otro medio. No hay evangelio de vida excepto el Evangelio de Jesucristo.

El cristianismo genuino es tan relevante para la década de los ochenta como lo fue para el mundo de los apóstoles en el primer siglo. Nuestra tarea, entonces, como ministros adventistas del séptimo día, es demostrar en nuestras vidas y en nuestros ministerios que la oportunidad para los milagros todavía existe.

Sobre el autor: Roy E. Graham es asistente del rector de la Universidad Andrews y profesor de Teología del Seminario Adventista de Teología.