Cuando la Universidad de Oxford acepta un manuscrito para publicarlo, el autor puede sentir un destello de orgullo. Y si el autor es un adventista del séptimo día y el libro trata sobre la historia del sábado, los adventistas de todas partes deberían enterarse. The Seventh-day Men: Sabbatarian and Sabbatarianism in Englandand Wales, 1680-1800, impreso en 1994, fue escrito por Bryan W. Ball, presidente de la División del Pacífico Sur. Es comentado aquí por Douglas Morgan, profesor asistente de historia del Columbia Union College.

En octubre de 1661 el predicador inglés John James fue arrestado mientras predicaba a su congregación y acusado de traición. Fue condenado y decapitado, y como una horrible advertencia a otros, su cabeza fue exhibida en una estaca fuera del lugar de reunión donde había sido arrestado. ¿Por qué fue tratado tan brutalmente? Durante aquellos turbulentos tiempos en Inglaterra, había sido identificado con un grupo apocalíptico considerado como una amenaza política. Además, las declaraciones de James antes de su ejecución indican su creencia de que parte de lo que lo puso en peligro fue su afirmación de que “el séptimo día de la semana es el sábado del Señor”. Él dijo que se negaba a violar alguno de los mandamientos de Dios ni siquiera para salvar su vida.

La historia de la ejecución de John James no es más que un detalle en un vasto rango de evidencias presentadas en el nuevo libro de Bryan Ball, The Seventh-day Men, que señalan la existencia de un ‘significativo cuerpo de cristianos en la Inglaterra del siglo XVII que observaban el sábado como parte de su dedicación a seguir las pisadas de Cristo. Estos observadores del sábado, por otra parte, enfatizaban también el pronto retorno de Cristo y practicaban el bautismo de los creyentes adultos (en contraste con el bautismo infantil).

El sábado, según demuestra el Dr. Ball, fue apasionadamente discutido en la Inglaterra del siglo XVII. Entre los defensores del reposo del séptimo día se encuentran ministros eminentes y otras figuras socialmente prominentes, tales como el médico de la corte Peter Chamberlen y Thomas Bampfield, miembro este último del parlamento de Exeter en la década de 1650 y orador de la Cámara de los Comunes durante un breve período en 1659. Uno de los proponentes de la observancia del sábado decía que en el período alrededor de 1650 el asunto sábado versus domingo fue el punto más debatido en la Iglesia de Inglaterra. El hecho de que algunos de los más prominentes escritores de la nación, como Richard Baxter y John Bunyan, se involucraran en la controversia arguyendo contra la observancia del sábado, respalda esa idea.

Los observadores de esa época aplicaron la etiqueta excluyente: “Hombres del séptimo día” al partido de observadores del sábado. Pero, según el registro, numerosas “mujeres del séptimo día” ocupan un lugar destacado en la historia. De cuarenta y tres creyentes que firmaron el pacto para formar la congregación en Pinners Hall, Londres, en  1676, 27 eran mujeres. En la aldea de Watlington, Margaret Hinton, reunía regularmente un “conciliábulo” de observadores del séptimo día en su casa, por lo cual fue “presentada” a la Iglesia de Inglaterra como sujeta a disciplina eclesiástica. Mary Chester fue puesta en prisión en Bridwell en 1635, acusada de ser “judía” por sus puntos de vista sobre el sábado y por hacer “distinción de carnes”. Se informa que se retractó, pero que después de su liberación continuó abrazando sus “puntos de vista heréticos”. Dorothy Traske se negó a retractarse o conformarse, y murió en 1645 después de muchos años de prisión, manteniendo un fiel testimonio durante un breve período en el cual no hubo prácticamente ningún otro creyente identificadle con la observancia del séptimo día en Inglaterra.

Importante como es, simplemente porque documenta un mayor grado de extensión de la observancia del sábado en la historia inglesa de lo que se conocía antes, The Seventh-day Men hace más que eso: explora también el carácter del movimiento del séptimo día. Al hacerlo, revela facetas del pensamiento y la experiencia de estos ancestros en la fe sabática y nos ofrece tanto inspiración como precaución para hoy. Su experiencia nos habla en particular acerca del sábado como una marca de una iglesia reformada y de una iglesia que confiesa su fe.

Marca de una iglesia reformada

Para comprender por qué el sábado había llegado a ser un asunto tan significativo, produciendo, no sólo debates públicos, sino arrestos, prisión, e incineración de libros por decreto del parlamento, necesitamos ver su relación con la reforma protestante en Inglaterra. Para fines del siglo XVII muchos protestantes ingleses se habían desilusionado con la iglesia de Inglaterra porque no llevó adelante la Reforma. Fueron llamados puritanos porque se dedicaron a purificar la iglesia de Inglaterra a través de una completa restauración de la enseñanza, las prácticas de adoración y el orden eclesiástico como creían que los había observado la iglesia apostólica. ¡Las vestimentas sacerdotales muy ornamentadas, costosas piezas para el altar y el gobierno de la iglesia por obispos debían desaparecer! En su lugar debía surgir una iglesia renovada con una fe en un Cristo personal y viviente y fidelidad a la Biblia en la adoración y la práctica.

Los conflictos entre los puritanos y la iglesia establecida así como con la monarquía estallaron en una guerra civil en la década de 1640. La victoria puritana y la decapitación del rey Carlos I en 1649 abrogaron temporalmente la monarquía en Inglaterra. Una serie de formas experimentales de gobierno se desarrollaron durante la siguiente década, con Oliverio Cromwell (con el título de “Lord Protector” de 1653 a 1658), ejerciendo el control del poder. Una variedad de innovaciones religiosas floreció durante este período, incluyendo la observancia del séptimo día.

La restauración de la monarquía en 1660 fue seguida muy pronto por un acta de uniformidad (1662), que requería que todos los clérigos hicieran un voto de lealtad a la iglesia de Inglaterra. Aquellos que rehusaron fueron expulsados del ministerio y se les llamó no conformistas. El siguiente cuarto de siglo fue un período de severas, si bien intermitentes, pruebas y persecuciones para los no conformistas incluyendo a los creyentes en el séptimo día.

A través de todas estas décadas de revueltas, los puritanos persistían en su objetivo de modelar una iglesia que estuviese de acuerdo con la autoridad de la Biblia. A pesar de su imagen en la mentalidad popular de hoy, no fueron en primer lugar (ni básicamente), aguafiestas. Más bien, estaban impulsados por un deseo honesto de reformar completamente a la iglesia, purgándola de los vestigios de catolicismo y restaurándola a la pureza apostólica. Y es aquí donde entra el sábado. Una iglesia bíblica debe ser observadora del sábado, decían los puritanos, y estaban consternados por la forma como Inglaterra “observaba el sábado (domingo)”. Era un día de parrandas y entretenimientos-cacería, cetrería, borracheras, bailes, y muchos otros “flagrantes abusos”, eran la norma.

Algunos representantes anglicanos adoptaban la posición de que el mandamiento del sábado no tenía vigencia para los cristianos. El domingo había sido designado simplemente por la iglesia como “el día del Señor”. Pero los puritanos insistían en que el cuarto mandamiento era una parte perpetuamente vigente de la eterna ley moral: los diez mandamientos. El día de observancia, decía la mayoría, había sido transferido del sábado al domingo en la era apostólica. Pero la observancia del cuarto mandamiento era central en el programa de una iglesia reformada en armonía con la autoridad bíblica y debía desecharse toda la corrupción acumulada durante muchos siglos.

Ball señala que los defensores del “séptimo día” simplemente presionaron al movimiento puritano a seguir adelante en su compromiso fundamental con la autoridad bíblica y apostólica. La lucha por completar la reforma conduce al sábado séptimo día porque, según decían, esa había sido la práctica de la iglesia en la era del Nuevo Testamento. El sábado cristiano, como James Ockford lo llamó en 1650, fue originalmente el séptimo día de la semana, pero en la transferencia de su observancia al domingo, había sido “deformado por el papado”. Para que el sábado fuese verdaderamente “reformado y restaurado a su pureza primitiva”, como demandaban los puritanos, debe observarse en el séptimo día, como era “en los tiempos del evangelio”, así como en “los tiempos de la ley”.

Francis Bampfield, elocuente pastor de la congregación Pinner’s Hall en Londres, conectaba la observancia del séptimo día sábado con la comprensión protestante de la justificación y la santificación. Señaló que la observancia del séptimo día sábado, era parte de la perfecta obediencia de Cristo aplicada al creyente pecaminoso por medio de la fe. Aquellos a quienes esta “adecuada justicia-sabática de Cristo” les ha sido aplicada, deberían, a su vez, seguir su ejemplo en la observancia del sábado.

De manera que para los puritanos del séptimo día observadores del sábado, no era un asunto de obras de justicia o intrincados procesos legalistas, sino cuestión de seguir a Jesús y no a una tradición corrupta. A pesar de los excesos y aberraciones de unos pocos, en general, exhibían un sabatismo localizado firmemente dentro de la herencia del cristianismo protestante. De hecho, decían que su posición era la verdadera extensión de esa herencia. Mostraban un sabatismo que marca a una iglesia firmemente fundada en la salvación por la fe en Cristo y la autoridad de las Escrituras; una iglesia que alienta el cuestionamiento de toda tradición y autoridad humana sobre la base de la Palabra de Dios; en suma, una iglesia reformada y siempre reformándose.

Marca de una iglesia que confiesa su fe

La experiencia de los creyentes en el séptimo día de la era puritana también nos habla acerca de lo que significa ser una iglesia que confiesa su fe; es decir, que se adhiere a su confesión del Señorío de Jesús no importa qué presiones de los poderes terrenales existan. Muchos de los creyentes del séptimo día tomaron una posición muy valiente por sus creencias. Varios dieron sus vidas por sus convicciones. Dorothy Traske, Francis Bampfield y ~Robert Halder murieron poco después de ser encarcelados. John James fue decapitado. Otros perdieron sus ingresos y sus propiedades o fueron forzados a huir para evitar tales sufrimientos.

Cuando uno conoce esta confesión de fe, tiene la sensación de que esto es parte de la crisis final de la historia del mundo. The Seventh—day Men deja bien establecido que la concepción del sábado como asunto decisivo en la controversia final entre el bien y el mal, y descrito como tal en la profecía apocalíptica, no fue un invento de los adventistas del séptimo día en el siglo diecinueve. Los puritanos sostenían una ardiente esperanza en el próximo regreso de Jesús y un profundo interés en las profecías de Daniel y Apocalipsis. Los defensores del séptimo día entre los puritanos vieron, como lo harían los adventistas más tarde, la vuelta general a la observancia del domingo en la cristiandad como parte del desarrollo de la historia prevista en la profecía. Como Peter Chamberlen lo dijo en una carta abierta al Lord Canciller en 1682, el “cuerno pequeño -de tres coronas-, cambiador de los tiempos y la ley”, había cambiado el día de la observancia del sábado.

La restauración del verdadero sábado, entonces, marcaría a los fieles seguidores de Dios en los últimos días. Edward Stennet, que escribió varios tratados defendiendo el sábado y pastoreó una congregación observadora del sábado en Wallingfor, declaró; “Nos preocupa grandemente mostrarnos como el remanente de la simiente de la mujer”. Este remanente, dijo, se caracterizaba porque “guarda los mandamientos de Dios y la fe de Jesús”. El radical Thomas Tillam también empleó un lenguaje más tarde adoptado por los adventistas al describir el sábado como “la última gran controversia entre los santos y el hombre de pecado” y ofreciendo la seguridad de que los santos ganarían la “victoria sobre la marca de la bestia”.

Estos antepasados puritanos sentaron así un precedente para concebir el sábado como la marca de la lealtad a Dios exhibida por un remanente fiel en la crisis de la historia. Pero con las palabras de ánimo viene una advertencia. El mismo Thomas Tillam, quien escribió claramente acerca del sábado como un asunto de los últimos días, terminó guiando a sus seguidores a abandonar totalmente la sociedad inglesa para establecer en la región del Palatinado alemán una comuna en la cual ciertas prácticas del Antiguo Testamento, como la circuncisión y la poligamia, eran aceptadas. El extremismo de Tillam y su idiosincrática interpretación tuvo un efecto devastador sobre varias congregaciones del séptimo día.

El episodio nos recuerda que la obsesión con los aspectos apocalípticos del sábado puede llevar a un exclusivismo paranoico que se aparta del mundo, siembra discordias en la iglesia y ve conspiraciones siempre al acecho detrás de todas las acciones de la Iglesia Católica Romana, el gobierno de los Estados Unidos y las Naciones Unidas (para comenzar).

Debemos notar también que muchos de los creyentes en el séptimo día, tales como John James, fueron identificados con un grupo conocido como The Fifth Monarchy Men. Este grupo radical surgió durante los disturbios de la era de la guerra civil y sus secuelas, convencidos de que ellos eran los agentes del quinto reino de Daniel 2, es decir, el reino de Cristo, representado por la piedra que destruye la estatua que simbolizaba los reinos precedentes y se convierte en una montaña que llena toda la tierra. Ellos propugnaban la acción política y en ocasiones incluso violentos levantamientos como medios para poner en marcha el reino milenial. El gobierno suprimió al grupo que se extinguió en las décadas de 1660 y 1670.

Sin embargo, la conexión entre The Fifth Monarchy Men y The Seventh-day Men es innegable y significativa, particularmente en las secuelas de Waco y el bombazo de la ciudad de Oklahoma. Ahora más que nunca necesitamos aclarar ante todos que una fe bíblica apocalíptica nunca nos llama a tomar las armas en favor del reino de Dios, ni siquiera para defendernos de nuestros perseguidores. Más bien, como el remanente fiel, seguimos al Cordero en la senda de la cruz, la senda del amor y la no violencia.

Por otra parte, podemos aprender algo positivo del radicalismo de The Fifth Monarchy Men y de Tillam y sus asociados. The Fifth Monarchy Men estaban equivocados al intentar iniciar el reino milenario a través de la fuerza. Pero estaban en lo correcto al considerarse como agentes de avanzada del reino, con toda su agenda y estilo de vida que es conformado por esa lealtad e identidad. Tillam y sus seguidores estaban equivocados al intentar aislarse de la sociedad y en sus prácticas extremistas. Pero su “pacto solemne” es digno de reflexión. En una era cuando las lealtades nacionalistas y étnicas se endurecen, y la búsqueda de las riquezas materiales nubla la visión espiritual, los radicales pueden ayudarnos a aprender lo que significa ser una iglesia que confiesa su fe, que da a conocer de manera inequívoca que su lealtad pertenece a Cristo Jesús solamente y no a los principados y potestades de este mundo.

La historia que relata Ball en The Seventh-day Men edifica nuestra fe ayudándonos a ver importantes aspectos de las creencias sabáticas que se han profesado a través de la historia de la cristiandad inglesa a un grado mayor del que nunca antes se había hecho. Y la experiencia del movimiento de los observadores del sábado que surge del puritanismo nos deja algunos desafíos. El desafío de sostener una identidad de “remanente” sin degenerar en un exclusivismo arrogante y destructivo. Y el desafío de ser una iglesia que confiesa su fe en Jesús como su único Señor y sobre esas bases ofrece una clara alternativa a la sociedad que lo rodea sin perder el contacto, a fin de poder hacer un impacto positivo sobre ella.

La incapacidad de mantener unidos ambos lados de estas tensiones nos coloca en el peligro de caer en los factores que Ball cree que causaron la muerte del movimiento del séptimo día en Inglaterra, en general, alrededor del año 1800. Porque, por una parte, los creyentes en el séptimo día no lograron sostener finalmente una identidad clara. No establecieron ni apoyaron las asociaciones y organizaciones necesarias para mantener la dinámica del movimiento. Con mucha frecuencia el esfuerzo evangelístico estaba ausente. Además, el extremismo y una tendencia hacia las contenciones de parte de algunos, hicieron que se aislaran y así no pudieran alcanzar a otros.

The Seventh-day Men es una obra formidable de erudición y por lo tanto no es un libro que usted pueda digerir en una rápida lectura un sábado por la tarde. Su lectura exige una cuidadosa atención porque una mirada retrospectiva a la historia de la iglesia de Inglaterra en los siglos XVII y XVIII puede ayudarnos a comprendernos más claramente a nosotros mismos y a nuestros antepasados mientras avanzamos hacia el futuro.

Nota: Este artículo fue tomado de la Revista Adventista de enero del 96. Lo publicamos también en Ministerio por la importancia de su contenido para el cuerpo ministerial de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. -Nota de la Redacción.

Sobre el autor: Douglas Morgan es profesor asistente de Historia en el Colombia Union College.