Hace un tiempo decidí que había llegado el momento de averiguar francamente si mi trabajo por las almas estaba a la altura de las expectativas del Cielo. De modo que inicié un detenido examen de los métodos empleados por Cristo en su ministerio terrenal. Antes de mucho experimenté una quiebra definida en muchos de mis conceptos acerca de la obra ministerial. lo cual me llevó hacia un intenso programa de experimentación que duró un año, 1961, y que abrió nuevas fronteras al servicio que estaban ante mis propios ojos. Aunque no podríamos comparar ciertos acontecimientos de ese año con la experiencia de Pablo en el camino a Damasco, algunos aspectos bien podrían compararse a una explosión de luz, a un humilde postrarse de rodillas, y además a la emergencia de un concepto más amplio de lo que es la labor ministerial.

Como base de este análisis, detengámonos a repasar varias declaraciones que han desencadenado algunas emocionantes series de experimentos médico-ministeriales aquí en la Unión del Atlántico.

La sierva del Señor dijo: “Puedo ver en la providencia del Señor que la obra médica misionera ha de ser una gran cuña de entrada, mediante la cual podrá lograrse acceso al alma enferma” (Comiséis on Health, pág. 535). Ahora leamos detenidamente esta notable declaración: “¡Con cuánta lentitud comprenden los hombres los preparativos de Dios para el día de su poder! Dios obra en la actualidad para llegar a los corazones del mismo modo como lo hacía cuando Cristo estaba en este mundo. Cuando leemos la Palabra de Dios, vemos que Cristo introdujo la obra médica misionera en su ministerio. ¿No pueden ser abiertos nuestros ojos para discernir los métodos de Cristo? ¿No podemos comprender la comisión que dio a sus discípulos y a nosotros?” (Medical Ministry, pág. 246).

Y en otro pasaje leemos: “Ministros, no limitéis vuestra obra a dar instrucción bíblica. Haced un trabajo práctico. Tratad de devolver la salud a los enfermos. Este es un verdadero ministerio. Recordad que la restauración del cuerpo prepara el camino para la restauración del alma” (Id., pág. 240).

Notemos además esta otra notable declaración: “No debe establecerse una separación entre la obra médica misionera genuina y el ministerio evangélico. Ambos deben ir unidos. No deben estar aparte como líneas separadas de trabajo. Deben unirse inseparablemente, así como la mano va unida al cuerpo” (Id., pág. 250).

Examinemos ahora una última declaración que ilumina el mismo centro de este tema vital: “La unión de una obra como la de Cristo por el cuerpo y de una obra como la de Cristo por el alma es la verdadera interpretación del Evangelio” (Welfare Ministry, pág. 33). Esto nos conduce al solemne consejo de que “ahora debemos unirnos, y mediante la verdadera obra médica misionera preparar el camino para nuestro Rey que vendrá” (Testimonies, tomo 8, pág. 212).

Frente a estas declaraciones y a otras similares, el pastor que desea actuar en la obra médica misionera descubre un enorme golfo que separa la teoría de esa obra misionera médica de su capacidad para transformarla en acción práctica. Sin embargo, dejemos que las siguientes palabras proféticas nos inspiren con renovado ánimo y con una preparación personal para el día cuando “veremos la obra médica misionera ampliándose y profundizándose en (todo sentido en su progreso, porque cientos y miles de corrientes correrán hacia ella, hasta que toda la tierra quede cubierta, así como las aguas cubren el mar’’ (Medical Ministry, pág. 317).

Nadie negará que nuestra red mundial de sanatorios y hospitales cumple una gran parte de esta profecía. Sin embargo, si nos detenemos en esto, ignoraremos los planes más amplios del cielo para la participación de cada ministro y de cada miembro en una obra médica misionera genuina, tal como se manifiesta en estas palabras inspiradas: “Hemos llegado a un tiempo cuando cada miembro de la iglesia debería ocuparse de la obra médica misionera” (Testimonies, tomo 7, pág. 62).

Reconozcamos francamente que estas claras palabras a primera vista parecen imposibles de cumplirse prácticamente debido a que la sociedad actual vive en contacto telefónico con innumerables instituciones médicas especializadas, y que además cuenta con leyes restrictivas que coartan la actuación médica laica.

Por otra parte, veremos más adelante que en realidad podemos llevar a cabo estos consejos, mediante un moderno plan médico misionero que el Dr. J. Wayne McFarland y yo hemos estado probando ¡mediante programas pilotos en la Unión del Atlántico durante más de un año. Pero será de muy poca utilidad analizar los principios médicos misioneros desde un punto de vista ministerial si no comprendemos que en el Edén el hombre cayó a causa del ‘triple asalto de Satanás a sus naturalezas física, mental y espiritual. Después de lanzar un exitoso ataque contra la naturaleza física del hombre, el diablo procedió con éxito a entorpecer la relación espiritual con el Creador. Debido a que el hombre cayó en estos tres niveles, ¿no se advierte inmediatamente que los intentos ministeriales genuinos para salvar a la totalidad del hombre deben por lo tanto dirigirse igualmente hacia sus naturalezas física, mental y espiritual, si queremos agradar a Dios con nuestros esfuerzos?

La fría y pagana filosofía satánica según la cual se dice: “Comamos y bebamos que mañana moriremos”, con todas sus funestas consecuencias históricas, en un grado más amplio que el sospechado ha penetrado aun en la actualidad en el pensamiento religioso. Después de una reciente conferencia sobre salud presentada por el Dr. McFarland ante una asociación ministerial, un destacado clérigo dijo: “Como ministros hemos creído durante demasiado tiempo que la mente y el alma eran los elementos más importantes del hombre, hablando religiosamente, y por eso hemos prestado demasiado poca atención a su naturaleza física”. Para precaver contra este concepto errado, Jesús, el gran Médico Misionero, generalmente ministró primero las necesidades del cuerpo antes de procurar llegar al corazón humano. Cien lamente Jesús sabía lo que estaba haciendo cuando se inclinó hacia el polvo y modeló un cuerpo físico como murada del cerebro, capacitando así a Adán para adorar a su Creador.

De modo que fuimos creados con naturalezas física, mental y espiritual. Entonces, si queremos realizar una labor ministerial equilibrada por el hombre total, no nos especialicemos en su restauración espiritual y mental, trabajando sólo a medias en su restauración física. Si descuidamos el soma, nuestra obra será comparada por el Cielo a un trípode incompleto, con una pata más corta que las otras dos, e incapaz de permanecer derecho.

Leamos con detenimiento estas palabras inspiradas: “Cristo está delante de nosotros como el Hombre modelo, el gran Médico Misionero —un ejemplo para todos los que vendrían después” (Id., pág. 20). A esto sigue una pregunta casi dolorida: “¿Harán alguna vez los hombres y las mujeres una obra que lleve las características y el carácter del gran Médico Misionero?” (Ibid.). Debido a que la gracia de Dios siempre reforma y es eficaz, la enseñanza ministerial del evangelio de la gracia celestial constará de un inteligente programa triple de educación en beneficio de las facetas física, mental y espiritual del hombre.

Como adventistas hemos desarrollado una notable habilidad para predicar la naturaleza obligatoria de los Diez Mandamientos, con una habilidad especial reservada para el cuarto. Sin embargo, me pregunto si hemos comprendido que dentro del sexto mandamiento —“No matarás”— yace el principio básico de nuestra verdadera obra médica misionera. Entonces, moralmente, es nuestro sagrado deber declarar que cualquier práctica física que ponga el fundamento para futuras enfermedades y posiblemente una muerte prematura, constituye una solemne violación del directo mandamiento de Dios: “No matarás”.

Observando el flujo y reflujo de la humanidad desde una calle de Nueva York, cierto día pensé: “¿Cómo puedo emplear nuestro mensaje de la salud como una cuña de entrada a esos corazones?” Después de considerable meditación sobre el hecho de que Dios nos ha confiado un plan de vida superior destinado a reformar los hábitos de vida del mundo, pensé que no era más que natural sondear en El Ministerio de Curación y adaptar sus principios de validez eterna al escenario moderno.  Luego, durante una reunión para planear los anuncios para una serie de reuniones sobre la salud en general, surgió la atrevida idea de cobrar la entrada a los programas y suprimir así la necesidad de tomar ofrendas. En consecuencia, nuestros anuncios publicados en el New York Times declaraban que los asientos reservados costarían un dólar y veinticinco centavos cada uno. Para asombro mío, el lesiono sonó constantemente durante varios días, y finalmente todo culminó con un salón repleto con 800 personas que escuchaban con toda atención, cada una de las cuales estaba decidida a extraer lo máximo posible del dinero que había pagado. Estimulados por este resultado, seguimos con la idea vendiendo entradas para veinte programas adicionales sobre salud, con el resultado de que contamos con un auditorio mucho mayor del que teníamos para conferencias religiosas gratuitas. Por cierto, que este método puede emplearse solamente en ciertas condiciones y con extrema precaución. Después de este éxito inicial no necesité otra prueba adicional para comprender que los buenos principios de salud pueden convertirse efectivamente en una buena cuña de entrada.

Pero comprendí que apenas había escarbado la superficie del plan de Dios para llegar, a los corazones. A los ministros que deseen ¡desarrollar más plenamente su propia filosofía sobre el evangelismo médico misionero, pudo recomendarles que estudien con oración una compilación de 47 páginas del espíritu de profecía, titulada A Call to Medical Evangelista and Health Education, con su estimulante prefacio del Departamento Médico de la Asociación General, y publicado por la Southern Publishing Association. En la página 8 leemos: “El evangelio de la salud ha de unirse firmemente con el ministerio de la palabra’’ (citado de Medical Ministry, pág. 259). Luego viene la pregunta inevitable: “¿Está mi ministerio unido inseparablemente con la obra misionera médica?”

Durante más de un año he tenido el privilegio de llevar a cabo con el Dr. McFarland, aquí en la Unión del Atlántico, una serie de experimentos médicos misioneros controlados. Como antecedente, he observado al Dr. H. W. Vollner y a su esposa en sus clases de nutrición llevadas a cabo en toda nuestra unión, preparando a las esposas de nuestros ministros en el arte de exponer la forma correcta de cocinar. Era emocionante ver a una joven esposa, bien preparada, subir a la plataforma, antes de la conferencia de su esposo, y durante treinta minutos preparar diestramente una comida saludable. Su esposo declaró modestamente: “Vienen a verla cocinar y se quedan a escuchar mi conferencia”. Tiene razón en parte, por supuesto. Estos dos jóvenes obreros están exponiendo el genio mismo del evangelismo de la salud. Se nos ha dicho claramente que las escuelas de nutrición deberían acompañar a cada campaña de evangelismo, haciendo uso de este modo del plan del Cielo para salvar al hombre total.

Durante el año 1961 observé a los ministros que invitaban a médicos a las conferencias, y lado a lado desarrollaban una entrevista formulándoles preguntas estudiadas previamente, lo cual fue para mí más efectivo que una charla de quince minutos dada por un médico solo. Los auditorios quedan impresionados por el hecho de que los ministros y los médicos están visiblemente asociados en estrecha colaboración. Otros pastores, por falta de un médico accesible, introducían el aspecto médico en sus mensajes presentando las series de vistas tituladas “Radio Doctor”, del Dr. Clifford Anderson, acompañadas con narraciones hechas con ayuda de una grabadora. Algunas noches, una enfermera demostraba sencillos (tratamientos que podían realizarse en el hogar, y el auditorio observaba fascinado. ¿Y qué acontecía? Esos ministros empleaban los principios básicos de la obra misionera médica, obteniendo así experiencia para mayores realizaciones en el futuro.

Cierto día una singular declaración me afectó con fuerza competente: “Hay que introducir un nuevo elemento en la obra. El pueblo de Dios debe recibir la advertencia, y debe trabajar por las almas en el mismo lugar donde se encuentran porque la gente no comprende su gran necesidad y el peligro en que se hallan” (Id., pág. 319).

Una vez y otra surgía en mi mente esta pregunta: “¿Cuál es este ‘nuevo elemento’ que debería introducir en mi obra?” No podía descartar livianamente este interrogante. Durante mucho tiempo me había sentido insatisfecho predicando a la gente y visitándola únicamente desde el plano espiritual, mientras comprendía demasiado bien que sus mentes a menudo estaban anubladas a causa de malos hábitos de vida, incapacitándolos para captar los grandes temas del deber y el destino. Además, en la cita referida se recomienda “trabajar por las almas en el mismo lugar donde se encuentran”. Es obvio que esto sugiere un intento de elevar a la humanidad comenzando con un plan que les ayude a libertarse de hábitos esclavizadores con los cuales desde hace mucho han estado uncidos al carro de Satanás.

Naturalmente debía haber un principio para esta obra, y ese comienzo debía ser de interés común para aquellos a quienes queríamos ayudar. Es sabido que el promedio de la gente no siente deseo de cambiar sus puntos de vista sobre el milenio o el estado de los muertos, pero hay multitudes de gente que piensa que están preocupadas con el cigarrillo y la salud en general. ¿Podría ser que aquí estuviera la clave de una nueva frontera para la obra médica misionera? Como pueblo, hemos estado proclamando durante décadas los peligros del tabaco y ayudando a la gente a dejar de fumar. Entonces, desde un punto de vista histórico y de la salud, ¿no somos precisamente quienes debemos mostrar al mundo la forma de romper ese hábito contaminador?

Concebí este pensamiento: ‘Tero aquellos a quienes ayudamos generalmente están motivados en su lucha con el tabaco, y el hombre común de la calle no lo está”. De algún modo, surgió la convicción de que hemos de emplear muchas técnicas que ya han utilizado con éxito durante años los ministros y los médicos de nuestra denominación. Podía trazarse un plan para suprimir el hábito de fumar en grupos numerosos de gente, aun cuando no estuvieran motivados por convicciones religiosas.

En esta etapa temprana de la experimentación, resultó de mucho valor la colaboración del pastor W. J. HackeCt, el presidente de la Unión del Atlántico, quien expresó firme confianza en la idea básica, y urgió al Dr. McFarland y a mí mismo a iniciar un programa de experimentación en gran escala. Al cabo de un año de experimentos nos encontramos embarcados en un emocionante programa de tremendas posibilidades, en el cual esta forma de encarar el evangelismo hace algo más que abrir las puertas. Cuando se lo lleva a cabo en forma correcta, este plan, hablando figuradamente, arranca las puertas de sus goznes. Lo hemos denominado “El Plan de Cinco Días para Dejar de Fumar”, y será descripto en otro artículo.

Sobre el autor: Director Adjunto del Depto. Ministerial de la Unión del Atlántico