Aunque respetando la autoridad y trabajando de acuerdo con planes sabiamente trazados, todo obrero es responsable ante el gran Maestro del debido ejercicio del juicio que Dios le ha dado y de su derecho de mirar al Dios del cielo para lograr sabiduría y dirección. Dios es el Comandante y Gobernador supremo. Tenemos un Salvador personal, y no hemos de cambiar su palabra por la palabra de algún hombre. En las Escrituras el Señor ha dado instrucción a todo obrero. Las palabras del obrero Director deben ser estudiadas con diligencia; porque son espíritu y son vida. Los obreros que están luchando para actuar en armonía con esta instrucción se hallan bajo la dirección del Espíritu Santo, y no necesitan siempre, antes de tomar cualquier determinación para avanzar, pedir permiso a algún otro. No ha de trazarse ninguna línea precisa. Permitid que el Espíritu Santo dirija a los obreros. Mientras se mantienen mirando a Jesús, el autor y consumador de la fe, los dones de gracia aumentarán por un uso sabio de los mismos.

Dios desea que nos coloquemos en la debida relación con él. Desea que toda voz sea santificada. Quiere que todo lo nuestro —el alma, el cuerpo y el espíritu— sea plenamente santificado para hacer su voluntad. Es tiempo de que comencemos a saber que estamos vinculados con el Señor Jesucristo por una fe viva y actuante; es tiempo de que nos aferremos de la ayuda expresada por el Espíritu Santo, y que nuestras palabras revelen que nos hallamos bajo el dominio divino. Creamos en Dios, y confiemos en él; y veremos su grandioso poder actuando entre nosotros.

En 1895 escribí a mis hermanos en el ministerio como sigue:

“Debo hablar a mis hermanos que están cerca y lejos. No puedo guardar silencio. No están trabajando a base de principios correctos. Los que se hallan en puestos de responsabilidad no deben sentir que su posición de importancia los hace hombres de juicio infalible.

“Todas las obras de los hombres están bajo la jurisdicción del Señor. Será completamente seguro que los hombres consideren que hay conocimiento con el Altísimo. Los que confían en Dios y en su sabiduría, y no en sí mismos, andan por senderos seguros. Nunca creerán que están autorizados a poner bozal aun al buey que trilla el grano; y cuán ofensivo es que los hombres controlen al agente humano que trabaja en sociedad con Dios, y a quien el Señor Jesús ha invitado con las palabras: ‘Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga’. ‘Nosotros, coadjutores somos de Dios; y vosotros labranza de Dios sois, edificio de Dios sois’.

“El Señor no ha colocado a ninguno de sus agentes humanos bajo el dictado y el control de aquellos que son ellos mismos solamente mortales sujetos a error. Él no ha colocado sobre los hombres el poder de decir: Ud. hará esto, y Ud. no hará aquello…

“Ningún hombre es juez adecuado del deber de otro hombre. El hombre es responsable ante Dios; y cuando hombres finitos y sujetos a error toman en sus manos la jurisdicción de sus semejantes, como si el Señor los hubiera comisionado para elevar y degradar, todo el cielo se llena de indignación. Hay extraños principios que han sido establecidos, con respecto al gobierno de las mentes y las obras de los hombres, por jueces humanos, como si estos hombres finitos fueran dioses…

“Las organizaciones y las instituciones, a menos que sean guardadas por el poder de Dios, actuarán bajo el dictado de Satanás para colocar a los hombres bajo el gobierno de los hombres; y el fraude y el engaño presentarán el aspecto del celo por la verdad y por el avance del reino de Dios…

“Dios no defenderá ningún plan por el cual el hombre, en el menor grado, gobierne y oprima a sus semejantes. La única esperanza para los hombres caídos es mirar a Jesús, y recibirlo como el único Salvador. Tan pronto como el hombre comienza a hacer una regla férrea para otros hombres, tan pronto como comienza a enjaezar y conducir a los hombres de acuerdo con su propia mente, deshonra a Dios, pone en peligro su propia alma y las almas de sus hermanos. El hombre pecaminoso halla esperanza y justicia solamente en Dios; y ningún ser humano es justo sino mientras tiene fe en Dios y mantiene una conexión vital con él. Una flor en el campo debe tener su raíz en el suelo; debe tener aire, rocío, lluvia y sol. Florecerá sólo cuando reciba estas ventajas, y todas son de Dios. Así ocurre con los hombres. Recibimos de Dios lo que sirve a la vida del alma. Se nos amonesta a no confiar en el hombre, ni hacer de la carne nuestro brazo”.

En 1903, escribí al presidente de una asociación:

“Por medio de un agente, es a saber, Cristo Jesús, Dios ha vinculado misteriosamente a todos los hombres entre sí. A todo hombre le ha asignado él algún ramo especial de servicio; y debemos ser rápidos en comprender que hemos de guardarnos de abandonar la obra que nos fue asignada para interferir en el trabajo de otros agentes humanos que están haciendo una obra que no es precisamente la misma que la nuestra. A ningún hombre le ha sido asignada la obra de interferir en el trabajo de uno de sus compañeros en la labor, tratando de tomarla en sus manos; porque la manejaría de tal manera que la echaría a perder. A uno Dios le da una obra diferente que la obra que él asigna a otro.

“Recordemos todos que no estamos tratando con hombres ideales, sino con hombres reales elegidos por Dios, hombres precisamente semejantes a nosotros, hombres que caen en los mismos errores que nosotros, hombres de semejantes ambiciones y debilidades. Ningún hombre ha sido convertido en amo, para gobernar la mente y la conciencia de sus semejantes. Seamos muy cuidadosos acerca de como tratamos con la herencia de Dios comprada con sangre

“A ningún hombre le ha sido señalada la obra de ser un gobernante sobre sus semejantes. Cada hombre ha de llevar su propia carga. Él puede hablar palabras de ánimo, fe y esperanza a sus compañeros en la obra; puede ayudarlos a llevar sus propias cargas sugiriéndoles métodos mejores de trabajo; pero en ningún caso ha de desanimarlos y debilitarlos, para que el enemigo obtenga una ventaja sobre sus mentes: una ventaja que a su tiempo reaccionará sobre él mismo.

“Por las cuerdas de tierno amor y simpatía el Señor vinculó a todos los hombres consigo mismo. Acerca de nosotros dice: ‘Coadjutores somos de Dios; y vosotros, labranza de Dios sois, edificio de Dios sois’. Esta relación debe ser reconocida por nosotros. Si estamos unidos con Cristo, constantemente manifestaremos una simpatía y una tolerancia semejantes a las de Cristo hacia los que están luchando con todas las capacidades que Dios les dio para llevar sus cargas, así como nosotros nos esforzamos para llevar nuestras propias cargas.

“En nuestras distintas vocaciones debe haber mutua dependencia para ayudarnos. No ha de ejercerse un espíritu de autoridad, ni aun por parte del presidente de una asociación; pues el puesto no cambia a un hombre en un ser infalible. Cada obrero a quien se le confió el manejo de una asociación ha de trabajar como Cristo trabajó, llevando su yugo y aprendiendo de él su mansedumbre y humildad. El espíritu de un presidente de asociación y su conducta en palabra y en hechos revelan si se da cuenta de su debilidad y coloca su dependencia en Dios, o si piensa que su posición de influencia le ha dado sabiduría superior. Si él ama y teme a Dios, si comprende el valor de las almas, si aprecia toda ayuda que un obrero colaborador, habilitado por el Señor, puede prestar, será capaz de vincular el corazón con el corazón por el amor que Cristo reveló durante su ministerio. Hablará palabras de consuelo a los enfermos y dolientes.

“Si no cultiva modales impositivos, sino que recuerda siempre que Uno es el Señor, Cristo Jesús, puede dar consejo a los que carecen de experiencia y puede animarlos a ser la mano ayudadora de Dios.

“Las manos débiles no han de ser disuadidas de hacer algo por el Maestro. A aquellos cuyas rodillas son débiles no ha de hacérselos tambalear. Dios quiere que animemos a aquellos cuyas manos son débiles, a asirse más firmemente de la mano de Cristo, y a trabajar con esperanza. Toda mano debe ser extendida para ayudar a la mano que está habiendo algo por el Maestro. Puede llegar el tiempo cuando las manos que han sostenido las manos débiles de algún otro, a su vez sean sostenidas por las manos de aquellos a quienes ministraron. Dios ha ordenado las cosas de tal manera que ningún hombre es absolutamente independiente de sus semejantes” (Testimonios para los Ministros, págs. 600 605).