“Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Tim. 2:4).

Cando los pastores reconocen su vocación y se comprometen a hacer la tarea para la que fueron llamados, se mantienen firmes en la buena dirección y atentos a las numerosas facetas de esa labor tan especial que el Señor les asignó. Jamás deberían dejarse distraer por tareas marginales, ni malgastar horas en asuntos que nada tienen que ver con la tarea pastoral. Desgraciadamente, los pastores corren el riesgo de perder el rumbo, y de esa manera volverse improductivos e ineficaces tanto para Dios como para la iglesia.

Las distracciones a menudo se comportan como disfunciones. Y las disfunciones son el resultado de actividades normales, propias del ministerio, que se han salido de la pista y que dejan de funcionar de manera aceptable. Las distracciones nos llegan de muchas maneras y formas, y con diversas máscaras.

Conozco a un pastor que pasa buena parte de los días en el campo de golf, y no le queda mucho tiempo para permanecer en su escritorio con el fin de estudiar, meditar y organizar planes para llevar adelante una tarea importante. Normalmente, llega tarde a las reuniones de la junta, porque algunas veces, junto con sus amigos, se ha ido a jugar un buen partido, con la excusa de hacer lo que él llama “la evangelización del golf”.

Otro colega que conocí, acostumbraba distraerse con la computadora. Era tan hábil para manejarla, que rara vez se apartaba de ella. Los miembros de la iglesia casi nunca lo veían durante la semana. Cierta vez, alguien dijo de él que era “invisible durante los seis días de labor, y por eso mismo era incomprensible durante el séptimo día”. Con eso expresaban que el pastor dedicaba muy poco tiempo a la preparación de sus mensajes.

Hubo un pastor que se quedaba en casa para cuidar de los dos hijos pequeños del matrimonio, mientras la esposa trabajaba afuera gran parte del día. Tenían graves problemas financieros, y necesitaban el dinero. Pero esa situación no le permitía rendir mucho en favor de la iglesia que se le había encomendado.

El uso del tiempo

Aparentemente, la tarea pastoral es un trabajo fácil, en el sentido de que el pastor es dueño de su tiempo y puede hacer lo que le plazca. Por eso, preocupados por mantener un estilo de vida sin dificultades financieras, algunos podrían razonar de esta manera: “¿Por qué no hacer algo productivo en mis horas libres? Muchos lo están haciendo” Y, en casos hipotéticos, podrían ponerse a vender, con mayor o menor discreción, toda clase de mercaderías. Conocí a un colega que actuaba como gerente adjunto de una funeraria en sus “horas libres”.

Las actividades marginales son distracciones que pueden tener serias consecuencias para la vida del pastor. Cuando no hacemos de la obra pastoral nuestra pasión y el centro de nuestra vida; cuando no le dedicamos la totalidad de nuestro tiempo, la obra de Dios languidece, nuestras congregaciones se debilitan, y los santos de Dios no reciben en plenitud el honesto liderazgo por el que oran y al que tienen derecho.

Un hermano que sirvió durante veinte años como director de música de su iglesia, afirmó que durante todo ese tiempo no había habido allí un solo pastor para quien la iglesia fuera su primer amor, su prioridad máxima o su pasión. Y comenzó a elaborar un listado de las ocupaciones que cercenaban el amor que deberían haber tenido por la obra pastoral. Lino vivía dedicado a comprar y vender autos; otro vivía pegado a la computadora; otro se dedicaba a comprar, vender y coleccionar libros; y otro compraba y vendía casas y terrenos.

Dijo más: “Hubo momentos cuando creímos que debíamos armar un tumulto para conseguir que el pastor nos prestara atención, aunque fuera por unos pocos momentos, antes de que se entregara de vuelta a su verdadera pasión”.

Dedicación total

Sé que las luchas económicas de los pastores son reales. Incluso cuando la esposa trabaja, las grandes presiones financieras persisten, especialmente para las familias numerosas. Sé que, al aceptar un llamado a servir en algunas regiones del mundo de hoy, la familia pastoral puede enfrentar la amenaza de inesperados problemas financieros.

Comprendo que la obra pastoral a veces produce frustraciones. Es posible que la iglesia no haya desarrollado aún una declaración de misión, de modo que el pastor sepa con total claridad qué se espera de él. Los hermanos, a veces, están fuera de casa por mucho tiempo y, cuando están, no quieren que se los moleste con visitas.

A pesar de todo, pastor, considere esto: “Algunos que han trabajado en el ministerio no han tenido éxito porque no han dedicado todo su interés a la obra del Señor. […] El ministro necesita todas sus energías para cumplir con su elevada vocación. Sus mejores facultades pertenecen a Dios. No debe implicarse en especulaciones financieras ni en ningún otro negocio que pueda apartarlo de su gran obra. ‘Ninguno que milita -declaró Pablo […] se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado’ (2 Tim. 2:4). Así recalcó el apóstol la necesidad del ministro de consagrarse sin reservas al servicio del Señor”.[1]

Una situación preocupante

Hace algunos años, un administrador de Asociación me pidió que evaluara a sus pastores. Enviamos un cuestionario a los oficiales de siete iglesias de ese campo. Se les pidió que fueran breves y honestos en sus respuestas. Lo que recibimos, nos permitió obtener un cuadro de situación de cada pastor. A continuación, presentamos algunos de los valiosos resultados de ese trabajo.

“El pastor no nos causa la impresión de ser espiritual”. Es posible que ésta haya sido la denuncia más seria que recibimos. El informe refería que el pastor era “corto de genio” y de mal carácter. Las reuniones de la junta eran un verdadero campo de batalla porque, si no conseguía lo que quería, se ponía furioso. Y si alguien decía o hacía algo que no le agradaba, difícilmente se olvidaba y no perdonaba.

Cuando se le presentó esta evaluación, el pastor hizo cargo de ello a otras causas: la insensibilidad de algunos dirigentes y las tremendas presiones bajo las cuales tenía que trabajar. Le costó asumir alguna responsabilidad por las observaciones que se le hicieron.

Es oportuno recordar que “el enemigo a quien más hemos de temer es el propio yo […] Mientras permanezcamos en el mundo, tendremos que enfrentar influencias adversas. Habrá provocaciones que probarán nuestro temple, y si las arrostramos con buen espíritu, desarrollaremos las virtudes cristianas. Si Cristo vive en nosotros, seremos sufridos, bondadosos y prudentes, alegres en medio de los enojos y las irritaciones. […] Cada cual tiene su propia lucha”.[2]

Otra respuesta mencionaba lo siguiente:

“El pastor tiene muchos intereses particulares, de los cuales excluye a la iglesia y a la hermandad. Rara vez se lo ve en las reuniones de junta, en encuentros de laicos o en reuniones de la Asociación. Su familia también se ve muy poco”.

Al parecer, ese pastor no se daba cuenta de que era responsable por la dedicación de su tiempo y sus energías a lo que, en buenas cuentas, era lo que se esperaba de él. Pero el Señor advierte: “Recuerden los predicadores y maestros que Dios los hace responsables de desempeñar su cargo lo mejor que puedan, de poner en su trabajo sus mejores facultades. No han de asumir deberes que estén en conflicto con la obra que Dios les dio”.[3]

Un enfoque correcto

Cuando comenzaba mi ministerio, un anciano predicador me aconsejó así: “Dé un buen paseo, Lloyd, alrededor de sí mismo. Trate de ver y oír lo que los demás podrían estar viendo en usted. Será un paseo muy productivo”. ¿Se ha oído usted a sí mismo últimamente? ¿Se ha dado cuenta de cuál es el núcleo de su ministerio? ¿Ha evaluado la influencia que ejerce su vida y el ejemplo que está dando? ¿Aprueba las conclusiones a las que está llegando? ¿Cuenta con la aprobación de Dios? Las respuestas a estas preguntas podrían ocupar muchas páginas. Pero, en resumen, yo diría:

  • Revise cada tanto el llamado que Dios le hizo.
  • Renueve su consagración a Dios (Fil. 3:7, 8).
  • Busque de todo corazón, cada día, la voluntad de Dios para su vida (Efe. 6:6).
  • Ubique su compensación financiera en segundo plano respecto de su verdadero compromiso con el ministerio que le fue confiado por Cristo.
  • Dé prioridad al reavivamiento de los “santos” y a la búsqueda de las ovejas extraviadas.
  • Estudie profundamente la Palabra y guárdela en su corazón, de modo que pueda presentar mensajes capaces de transformar a la gente.
  • No pierda tiempo tratando de agradar políticamente a los hombres. Preocúpese por agradar a Dios.
  • Ponga su matrimonio en la cima de sus prioridades. Ame a su esposa, y haga de sus hijos su primer campo misionero.
  • Jamás pierda de vista el sentido de urgencia del ministerio. Estamos preparando a la gente para la venida del Señor.

La exhortación de Pablo al joven Timoteo fue: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra, que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina […] haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4:1-5).

Sobre el autor: Doctor en Ministerio. Secretario de la Asociación Ministerial de la Unión del Pacífico, California, Estados Unidos.


Referencias

[1] Elena G. de White, Los hechos de los apóstoles, p. 301.

[2] El ministerio de curación, pp. 386-388.

[3] Obreros evangélicos, p. 286.