En su libro Una iglesia mundial, el teólogo adventista George R. Knight establece una analogía entre el ciclo de la vida humana y el curso de la existencia de una organización religiosa, incluyendo a la Iglesia Adventista. Como sabemos, el ciclo de la vida comienza con la infancia, pasando por la adolescencia y la juventud, y alcanza la mediana edad. Entonces llega a la vejez, con sus limitaciones naturales, y finalmente, muere.
Esa es la trayectoria recorrida por las iglesias, y “el adventismo -asegura Knight— no escapó a esta dinámica. Pasó por la etapa de la infancia entre 1844 y 1863, y por la adolescencia entre 1863 y 1901. Alrededor de 1901 alcanzó, en términos sociológicos, la etapa de la eficiencia máxima. Desdichadamente, las etapas más allá de este nivel no son más agradables de lo que lo son para los individuos…
“Las buenas noticias son que, a diferencia de las personas, cuyo ciclo está vital y biológicamente condicionado, las organizaciones sociales no necesitan pasar necesariamente por las fases degenerativas del ciclo. La alternativa es el constante reavivamiento y la reforma. Para una iglesia, esos recursos significan dos cosas: (1) Mantener su misión siempre en vista y (2) tener siempre la disposición de reestructurar y reformar sus organismos y sus instituciones, conservando así la funcionalidad de esas organizaciones en cumplir la misión de la iglesia”.
A lo largo de los aproximadamente 143 años de su organización, la Iglesia Adventista del Séptimo Día enfrentó muchas dificultades, propias de todo organismo en proceso de madurez y de crecimiento; y las venció, sumisa a la voluntad y la conducción de Dios. Habiendo entrado en el siglo XXI, tiene ante sí desafíos característicos de un mundo en constantes y rápidos cambios, en todos los aspectos de la vida, y que terminan afectando su marcha. Algunos de esos desafíos son detallados en la entrevista, otros son mencionados en el artículo del pastor Jan Paulsen (“La iglesia del futuro”); ambos, en esta edición.
Sin embargo, ningún desafío o amenaza es lo suficientemente fuerte como para hacernos temer el mañana o poner en duda la victoria final del Remanente. A semejanza de las columnas de nube y de fuego que acompañaron a los israelitas en su éxodo, el Señor continúa guiando a su iglesia para el cumplimiento de sus propósitos de salvación y establecimiento de su reino.
La iglesia milita bajo la garantía de que “salió venciendo, y para vencer” (Apoc. 6:2); y que “las puertas del Hades no prevalecerán contra ella” (Mat. 16:18). Así, podemos encarar todo desafío con la actitud descrita en las palabras de Elena de White: “Al recapacitar en nuestra historia pasada, habiendo recorrido cada paso de su progreso hasta nuestra situación actual, puedo decir: ‘¡Alabemos a Dios!’ Mientras contemplo lo que el Señor ha hecho, me siento llena de asombro y confianza en Cristo como nuestro caudillo. No tenemos nada que temer en lo futuro, excepto que olvidemos la manera en que el Señor nos ha conducido y sus enseñanzas en nuestra historia pasada”.
Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.