Cuando Pablo escribió las cartas a Timoteo y Tito, probablemente no tenía idea de que estaba produciendo el primer manual para líderes eclesiásticos de la historia del cristianismo. En un lenguaje sencillo, el apóstol se dedicó a aconsejar a sus asociados sobre la mejor manera de afrontar las situaciones presentes en las comunidades cristianas de la ciudad de Éfeso y de la isla de Creta. Inspiradas por el Espíritu Santo, esas orientaciones compartidas con ellos trascendieron los límites temporales, geográficos y culturales, y nos ofrecen una guía valiosa para entender el ministerio y los desafíos de la iglesia.
En la cúspide de su experiencia y cercano al final de su vida, Pablo presentó en las epístolas pastorales las principales dimensiones de la actividad ministerial, esperando que sus lectores pudieran ejercer sus actividades con la excelencia que el oficio requiere. Así, señaló cuatro aspectos fundamentales.
En primer lugar, el apóstol demostró su preocupación en cuanto a la conducción de las iglesias. Por eso compartió instrucciones referentes a liturgia (1 Tim. 2), liderazgo (1 Tim. 3:1-13; Tito 1:5-9), organización (1 Tim. 5:3-25) y confrontación de falsos maestros y sus herejías (1 Tim. 4; Tito 1:10-16). Para él, era necesario que las cosas estuvieran en orden (Tito 1:5), de modo que cada congregación fuera reconocida por la reverencia de su culto, la consistencia de sus líderes, la adecuación de su estructura y la solidez de su doctrina.
Además, Pablo llamó la atención al desarrollo personal de los ministros cristianos. Esto incluye aspectos vinculados a su carácter (1 Tim. 3:1-13; 2 Tim. 2:14-26); espiritualidad (1 Tim. 4:13-16; 2 Tim. 1:6, 7) y fidelidad (2 Tim. 4:1-4). En la óptica paulina, un pastor debería tener una vida inmersa en la Palabra, de tal manera que su conducta, familia, actividad e instrucción la reflejaran de modo inequívoco. En este sentido, el ministerio está lejos de ser un oficio meramente operativo, sino que es absolutamente dependiente de la presencia real del Espíritu como agente activo de santificación personal y capacitación ministerial.
Las cartas pastorales también traen una serie de consejos sobre las relaciones interpersonales. La conducta adecuada de hombres y mujeres, jóvenes y ancianos tiene su lugar en la correspondencia entre Pablo y sus asociados (1 Tim. 5:1, 2; Tito 2:1‑10). La recomendación apostólica era que tuvieran interacciones marcadas por la educación, la discreción, la honestidad, la pureza y la dignidad. Al escribir a los corintios, Pablo comparó el trabajo de los dirigentes cristianos con el papel de embajadores del Reino (2 Cor. 2:50). Por lo tanto, un pastor debe reflejar la nobleza de su llamado ante las personas con las que se relaciona por medio de una conducta intachable y coherente.
Antes de concluir su última carta, según indican las evidencias, Pablo hizo un llamado fervoroso a Timoteo para que no se olvidara de lo principal: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. […] Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” 2 Tim. 4:1-2, 5). De este modo, nunca se alcanzará el cumplimiento pleno del ministerio a menos que el pastor se dedique a la proclamación del evangelio. En calidad y cantidad, “las buenas nuevas del reino” deben ser “proclamadas en todo el mundo, para que todas las naciones las oigan. Y solo entonces vendrá el fin” (Mat. 24:14, NBV).
Aunque aproximadamente dos mil años nos separen de la composición de las cartas pastorales del apóstol, es posible observar cuán actuales continúan siendo sus enseñanzas. Los lugares cambiaron, la sociedad se transformó, el conocimiento se multiplicó y surgieron otros desafíos. Aun así, en lenguaje actual y con estrategias contemporáneas, si somos fieles y ponemos en práctica estos principios, estaremos en condiciones de perfeccionar nuestra actividad y obtener un ministerio aprobado por Dios.
Sobre el autor: director de la revista Ministerio, edición de la CPB.