Nos estábamos despidiendo de nuestra hija Alini a las 15:15 hs. del 8 de marzo de 1999, en Salvador, Bahía, Brasil. Ella estaba regresando a la Universidad Adventista del Plata (UAP) para proseguir sus estudios de Psicología. A las 23:48 hs. de ese día nos telefoneó para decirnos que estaba lista para continuar su viaje con dos amigos que la habían ido a buscar al aeropuerto de Buenos Aires. Llamaría otra vez al llegar a la UAP a eso de las seis de la mañana del día siguiente. No llamó.

Preocupados, tratamos de conseguir noticias, pero nadie la había visto ni sabía nada. A eso de las 08:30 hs., mientras oraba implorando la protección divina, mi esposa Nilza tuvo una especie de visión en la que vio a nuestra hija en los brazos de un ángel, con lo que dejó de preocuparse. Recién a las 11:40 llegó la verdadera noticia. Alini y sus amigos habían sufrido un accidente. Estaban hospitalizados en las proximidades de Buenos Aires, ella con varias fracturas. La UAP ya había tomado las medidas del caso, y envió al hospital a los Prs. Jorge de Souza Matías y Rubén Pereyra, vicerrector y capellán respectivamente.

Mi esposa y yo volamos inmediatamente para ese lugar, donde en cuanto llegamos nos enteramos de la muerte de los amigos de Alini, los jóvenes Juan Goltz y Sergio Redondo. El estado de nuestra hija era grave. En el hospital respiraba con la ayuda de aparatos, porque sus pulmones habían sido seriamente dañados por las costillas fracturadas. Si lograba superarse en las próximas 48 o 72 horas todo podría cambiar. Mientras tanto, una porción de la maravillosa familia de Dios, tanto en la UAP como en diversos lugares del Brasil, intercedía por ella en oración.

Pero el Señor, mientras tanto, tenía un plan diferente del que podía desear nuestra voluntad finita, y se dignó revelarlo en rápidas pinceladas a algunas personas que oraban y ayunaban. Una de ellas vio a nuestra Alini revestida de ropas resplandecientes, al lado de Jesús. Otra oyó en sueños, después de dormirse, las notas de un himno que contiene esta frase: “Su nombre en el libro escrito está”. En medio de tales experiencias el Señor la hizo reposar el sueño de la muerte a la hora 20:00 del viernes 12 de marzo.

Un año después puedo afirmar, por experiencia propia, que es posible obtener lecciones positivas de las tragedias, por más crueles que sean. La gracia y la misericordia del Señor nos acompañaron en todo momento. La solidaridad de los administradores de la UAP, de los amigos de Alini, del coro de la Universidad, de mis amigos y colegas en el ministerio; en fin, de muchos hermanos que forman la familia de Dios en el Brasil y en otras partes; todo ello fue un instrumento divino fundamental para proporcionarnos consuelo y fuerza en una situación sumamente dolorosa.

Las personas que actuaron decididamente para solucionar los trámites burocráticos, facilitando de esa manera el traslado del cuerpo al Brasil; la propietaria del hotel en que nos hospedábamos, que rehusó cobrar ciertos gastos con el argumento de que no podía “lucrar con el dolor ajeno”, entre otras manifestaciones de bondad, nos dieron la garantía de que no estábamos solos. El Señor estaba con nosotros, y daba pruebas de ello al usar también a simpáticos cristianos no adventistas. El maravilloso Señor no retiró su mano. Obró con gracia y poder, acompañándonos, confortándonos, abriendo puertas, tocando corazones.

Lo más precioso, sin embargo, es la certeza que su gracia nos permite alimentar acerca de la salvación de nuestra hija. Las rápidas revelaciones mencionadas antes no significan que ella ya está en el Cielo. La Biblia no enseña eso. Pero nos aseguran que, por la gracia de Dios, en la gloriosa mañana de la resurrección, ella estará entre los que responderán al llamado del Salvador.

Humanos como somos, mi esposa Nilza, mi hijo Nilton y yo bebemos el amargo cáliz de una nostalgia que para describir su intensidad y su extensión no existen palabras. El vacío sólo se llena con el apego a las promesas de Dios: “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (Sal. 116:15). “Por la noche durará el lloro, y a la mañana vendrá la alegría” (Sal. 30:5). Esperamos anhelosamente el despuntar de esa mañana gloriosa. Mientras tanto, alabaremos a Dios: “Porque ha engrandecido sobre nosotros su misericordia, y la fidelidad de Jehová es para siempre” (Sal. 117:2). Mientras vivamos, cantaremos y hablaremos de su amor y de su bondad hacia nosotros.

Alini siempre le perteneció. En su bondad nos permitió tenerla con nosotros durante veinte años. Ahora la guarda para sí. Dentro de muy poco tiempo más la volveremos a tener con nosotros de nuevo. “Bendito sea el nombre del Señor”.

Sobre el autor: Pastor en la Asociación de Bahía, Brasil.