Un matrimonio de éxito no está compuesto solamente por dos individuos, sino más bien incluye a tres personas: el hombre, la mujer, y Dios.

            Imagínate como parte de la congregación que asistió a la ceremonia del casamiento de Adán y Eva, presenciando el intercambio de votos entre los novios. Justo antes de que el gran evento llegara a la culminación, cuando Dios los declara marido y mujer, Adán mira con ternura a los ojos de Eva y le dice: “Esto es ahora hueso de mis hue­sos y carne de mi carne; esta será llamada Varona, porque del varón fue tomada” (Gén. 2:23). Una cosa llega a ser perfectamente clara: un matrimonio de éxito no está compuesto solamente por dos indi­viduos (ciertamente no hombre y hombre, o mujer y mujer), sino más bien incluye a tres personas: el hombre, la mujer, y Dios.

            Hace años, a menudo decía que ninguno debía escribir libros sobre el matrimonio y la paternidad hasta que hubiera celebrado su vigesimoquinto aniversario de bodas, y hubiera tenido por lo menos dos hijos en la escuela secundaria o en educación superior. Mi esposa y yo he­mos alcanzado esos hitos, pero todavía no me siento calificado para hablar sobre esos temas. No obstante, me voy a aventurar a compartir algunos pensamientos no originales acerca del matrimonio, especialmente matrimonios que involucran a un pastor y su cónyuge (aunque la mayoría de los principios, si no todos, se aplican también a otros matrimonios).

  1. El matrimonio no es una propuesta de 50-50; al contrario, es una propuesta de 100-100. El concepto de 50-50 a menudo estuvo basado en la premisa de que las parejas, con frecuencia, tienen que encontrarse a mitad de camino, especialmente en la solución de conflictos. Y, aunque esto pueda ser cierto, el matrimonio debe ser vivido en el contexto de la entrega total de uno hacia el otro, expresándose abnegadamente cada uno para el gozo completo del otro.
  2. El esposo debe mostrar, en forma consistente, un verdadero liderazgo. ¿Quién de nosotros no ha oído historias de horror a causa de la mala aplicación del consejo de Pablo a las esposas de Éfeso, de someterse a sus esposos? Pablo dice muy claramente: “Porque el esposo es cabeza de su esposa, así como Cristo es ca­beza y salvador de la iglesia” (Efe. 5:23, NVI; la cursiva fue añadida), y “Esposos, amen a sus esposas, así como Cristo amó a la iglesia y se entre­gó por ella” (vers. 25, NVI; la cursiva fue añadida). No hay dudas, el rol del esposo sigue siendo marcar el tono de un hogar feliz; poner un fundamento basado en Cristo para un hogar que sirva como un microcosmos del Cielo.
  3. Aprende a decir con sinceridad: “Lo lamento”. Pedir disculpas por las equivocaciones, limitaciones y errores de juicio de uno no nos denigra, aunque otros elijan pensar en forma despectiva de ti. En cambio, confesar las faltas propias a menudo muestra que uno reconoce su falibilidad y el deseo de crecer en Cristo. He aprendido, hace muchos años, que pedir disculpas pavimenta el camino para un matrimonio más fuerte, además de constituir una buena práctica para la siguiente vez que haya necesidad de decir: “Lo lamento”.
  4. No intentes cam­biar a tu cónyuge en algo que no es. Este punto y el siguiente llegan más al corazón de los matrimonios pastorales, debido a que los pastores a menudo traen expectativas a su matrimonio en cuanto a la imagen de la familia “perfecta” que el pastor debe presentar. En otras ocasiones, los pastores aceptan las percepciones que los feligreses plantean con respecto a la manera en que su esposa debería contribuir en la vida de la iglesia; dejando de reconocer o aceptar que ella debe responder ante Dios por los dones espirituales recibidos, así como deben hacerlo los demás miembros de la iglesia. Permite que tu cónyuge sirva a Dios de la manera que el Espíritu Santo le haya proporcionado.
  5. Recuerda que tu cónyuge siempre debería ser más importante para ti que tu congregación. Esto se aplica no solo a los pastores, sino también a los profesores universitarios, los administradores de la iglesia, y también a los editores de nuestras revistas. Aun cuando uno haya servido como pastor antes de casarse (como sucedió en mi caso), la institución divina del matrimonio, creada en el Edén, antecede y supera en importancia las responsabilidades reconocidamente elevadas del pastor en su vocación ministerial. Este hecho, indudablemente, no le da permiso para ignorar las responsabilidades profesionales, porque aun así todas las cosas deben ser hechas para la gloria de Dios (cf. 1 Cor. 10:31).

Apenas he compartido cinco pensamientos sobre este tema; yo sé que muchos de ustedes tienen gran sabiduría, la que yo y otros necesitamos para que nuestros matrimonios puedan crecer más fuertes y que nuestra vida pueda reflejar la imagen de Dios.

Sobre el autor: Editor asociado de Ministry.