-Mira lo que encontré por muy poco dinero -anunció mi esposo al entrar por la puerta de la cocina con cinco destartalados libros en sus manos-. Tú también disfrutarás de su lectura.

Leí el deslucido título: Historia de la Reforma, de D’Aubigne. ¡No, esos feos libros en nuestra biblioteca, no!, pensé.

-Se verán muy lindos -me aseguró Carlos- cuando los forre con papel marrón y les escriba el título en el lomo.

¡Y realmente, cómo disfruté al leerlos! A medida que la época de la depresión se fue desvaneciendo, también lo fue el papel de forro de estos preciosos volúmenes. Una nueva encuadernación roja reemplazó eventualmente a las viejas tapas. Las historias de Martín Lutero y otros reformadores tomaron su lugar en mi vida junto con la Biblia, Josefo, El Peregrino y otros atesorados volúmenes. Además hubo títulos de autores contemporáneos y los libros necesarios para mantenerme al día con mi profesión de maestra. Todos ellos, junto con las revistas que llegaban a nuestra casa, conformaban mi repertorio de lectura obligada.

Cuando era joven y recién despertaba a las demandas de una esposa de pastor en la obra evangélica, pasé una memorable tarde con Evangelina Mattinson, quien junto con su esposo, Howard, estaban de regreso en su hogar, de vacaciones del servicio misionero en la India. Nuestra familia, con dos hijas pequeñas, estaba cumpliendo un compromiso misionero en la República Dominicana. Evangelina y yo pasamos largo rato mirando saris hindúes y objetos de arte que ella y Howard usaban al contar su experiencia. Luego nos reclinamos en nuestros sillones para hablar por algo más de una hora.

-Nunca mantienes tu statu quo -me dijo Evangelina-. O creces o disminuyes.

Aquél era su mensaje especial para mí, y tomé muy en serio su consejo. La importancia de este consejo fue subrayada más tarde por algunas referencias que llegaron susurradas a mis oídos, concernientes a las esposas de ciertas figuras políticas de Washington. Se referían a ellas como “las chicas con las que ellos se casaron en su juventud”. No habían mantenido el paso con el crecimiento político e intelectual de sus esposos.

Pocas esposas de pastores -o esposas de otras figuras públicas- escogen deliberadamente las vidas que llevan. Cada esposa se enamora de un joven soñador… dándose escasa cuenta del alcance de sus sueños. A medida que éstos maduran y él crece en su carrera, ella debe crecer con él o quedarse detrás.

Los primeros años en la profesión ofrecen oportunidades inapreciables para que el ministro y su esposa desarrollen amistades con dirigentes de la comunidad y personas de diferentes creencias religiosas y culturales. Aun durante los años de mayor madurez, con niños en el hogar, la esposa de un ministro puede convertirse en una autoridad en algún campo de interés o actividad. Quizá su contribución a su familia, iglesia o comunidad, resida en demostrar el arte de manejar un hogar, combinar en forma experta un trabajo con las tareas de la casa, hacer amigos, ser experta en el arte de la conversación, o excelente cocinera.

Leer buenos libros, apreciar la música inspiradora y una variedad de formas diferentes de arte, amar a la gente y entender diferentes culturas, costumbres y trasfondos geográficos, son todas cosas que alimentan el alma y hacen que una vida sea completa. Una esposa de pastor a menudo tiene mayor acceso a tales experiencias y materiales que lo que pueden tener otras. Ella puede compartir esto con una amplia variedad de personas y grupos por diversas avenidas: comentarios de libros, grupos de estudio, historias para niños; o charlas con grupos de padres, de damas o de jóvenes.

Para crecer tanto espiritual como intelectualmente, la esposa del pastor buscará, constantemente ampliar sus horizontes. Aprenderá, con la ayuda de Dios, a elevarse por encima de la vacilación, los sentimientos heridos y el desánimo. Con un corazón que ora y manos que sirven, la orientación que dé a su vida será tan brillante y radiante que iluminará su entorno. Mientras mantiene el paso con su esposo, se sentirá más cómoda al servir a su lado.

Sobre el autor: LaVerne Beeler es esposa de pastor, madre y recepcionista en la Christian Record Braille Foundation, en Lincoln, Estados Unidos.