La posición de los adventistas concerniente a las bebidas embriagantes ha sido siempre consecuente y bíblica. La iglesia ha sostenido constantemente que las bebidas alcohólicas debilitan el cuerpo y la mente, y por eso no deben utilizarlas los hijos de Dios, porque “si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Cor. 3:17). El empleo de esa clase de bebidas no sólo contamina el cuerpo y la mente, sino también su empleo continuo incapacita a una persona para entrar en el reino del cielo. (1 Cor. 6:10.) El alcohol se forma mediante el proceso de fermentación. La fermentación significa muerte, la muerte es el resultado del pecado, y por esto la fermentación es un símbolo del pecado.

Diversos estudiosos de la Biblia están en desacuerdo en lo que atañe al uso de las bebidas denominadas “vino” en la Biblia. Sin embargo, numerosos eruditos del pasado y del presente concuerdan en que el término “vino”, como se lo emplea en la Biblia, se refiere a una bebida intoxicante. Algunos han ido tan lejos hasta el punto de suponer que su uso como tal en las Escrituras tenía la aprobación divina. Esto mismo ha servido para algunos como una especie de licencia para ingerir bebidas alcohólicas, y emplear vino fermentado en el servicio de comunión, pretendiendo que la Biblia, y aun Jesús, respaldan su uso.

Varias obras de referencia —comentarios, diccionarios y enciclopedias —también concuerdan en que “vino” y sus sinónimos, se refieren únicamente al licor fermentado. En ciertos casos esto parece darse por supuesto, con lo cual se cae en una falsedad. Otras fuentes declaran enfáticamente que los vinos empleados en los tiempos bíblicos eran fermentados, en general. El Dr. William Smith, en su Dictionary of the Bible, constituye uno de estos casos:

“Se ha discutido si el vino hebreo era fermentado, pero la impresión que deja en la mente el estudio de las referencias citadas [pasajes del Antiguo Testamento] es que las palabras hebreas que designan el vino se refieren a un vino fermentado e intoxicante” (pág. 997).

Si la declaración anterior fuera exacta en términos generales, habría una evidente contradicción entre los autores bíblicos en lo que concierne al significado del término “vino”: una bebida fermentada o sin fermentar. Admitámoslo, en un clima caluroso, sin los beneficios de la refrigeración, el jugo puro de uva debía consumirse pronto después de su producción a fin de evitar la fermentación, pero ni esta suposición puede utilizarse para sostener que cada vez que se emplea la palabra “vino” en la Biblia, se hace referencia al vino fermentado.

Es obvio que los autores bíblicos distinguen entre los diversos vinos. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes aarónicos tenían la prohibición de consumir vino o bebidas fuertes mientras servían en el tabernáculo. (Lev. 10:9.) También a los que habían tomado el voto de nazareo se les había prohibido beber vino fermentado. (Núm. 6:2, 3.) Estas prohibiciones no pueden referirse a “la sangre de la uva”, en la que “bendición hay” (Deut. 32:14; Isa. 65:8).

El relato del Nuevo Testamento es igualmente consecuente. El primer milagro de Cristo, en la fiesta de bodas, lo hizo para producir “buen vino” en una emergencia. Este vino era jugo puro de uva. Leamos esta declaración inspirada:

“Cristo fue quien indicó que Juan el Bautista no debía beber ni vino ni bebida alcohólica. Él fue quien ordenó abstinencia similar a la esposa de Manoa. Y él pronunció una maldición sobre el hombre que ofreciese la copa a los labios de su prójimo. Cristo no contradice su propia enseñanza. El vino sin fermentar que él proveyó a los huéspedes de la boda era una bebida sana y refrigerante. Su efecto consistía en poner al gusto en armonía con el apetito sano” (El Deseado de Todas las Gentes, pág. 123).

El acto final que el Salvador realizó en compañía de sus discípulos fue la institución de la Cena del Señor, que debía tomar el lugar de la comida de la pascua. Que el vino empleado en esa ocasión no era fermentado queda establecido por el hecho de que durante la fiesta de la pascua, en ningún hogar hebreo debía encontrarse levadura ni cosa fermentada alguna. (Éxo. 12:15.) No se puede pensar que el vino empleado para simbolizar su sangre (1 Cor. 11;25) llevara la mancha de la fermentación y su causa, que es la muerte. Jesús dijo a sus discípulos: “Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mat. 26:29). El vino utilizado en la Cena del Señor fue llamado el “fruto de la vid”. La fermentación es un símbolo del pecado, y puesto que en él no había pecado, el vino que representa su sangre debe ser sin fermentar.

El Antiguo Testamento habla del empleo de vinos “mezclados” (Prov. 9:2,5) en las fiestas, y de ocasiones cuando se practicaban excesos. (Isa. 5:22.) Esa mezcla de vinos evidentemente tenía efectos muy perjudiciales. (Prov. 23:29, 30.) Conviene recordar que a Jesús le ofrecieron vino mezclado con mirra en su crucifixión a fin de disminuir el dolor (Mar. 15:23), pero él lo rehusó porque conocía su efecto estupefaciente sobre el cerebro. El Salvador del hombre necesitaba las facultades de todo su ser a fin de triunfar sobre el adversario en esos momentos cruciales, y por eso rehusó aquello que le habría ayudado a disminuir su dolor.

Diremos también que en los tiempos bíblicos no se cultivaba la viña únicamente para producir vino, sino también con otros propósitos. El Dr. Eli Smith, quien pasó años en la Tierra Santa, escribe: “El vino no es el más importante, sino más bien el menos importante de todos los objetivos por los que se cultiva la viña”. Creo que es significativo el hecho de que casi todas las palabras hebreas que se utilizan para designar el producto de la viña se traduzcan simplemente como “vino”. La palabra hebrea que designa el “vino” tiene también otros significados. Por ejemplo, en Oseas 3:1 se la ha traducido “tortas de pasas” en la versión Reina Valera de 1960, en tanto que en la versión anterior y en la Moderna se la traduce como “frascos de vino”.

Un cuidadoso examen del empleo del término “vino” en su marco de referencia original del hebreo y el griego revelara claramente que en las Escrituras se alude a dos clases de vinos: vino embriagante y vino no embriagante.

El hebreo es un idioma muy conciso y sin embargo posee riqueza de sinónimos. Por ejemplo, cuenta con trece términos para designar el concepto de “hombre”. Dispone de sesenta palabras para el verbo “tomar”. Hay once términos hebreos que en nuestra Biblia se han traducido como “vino”, pero una traducción que encierra en una palabra una docena de términos hebreos, inevitablemente destruye muchos matices de su significado. Es evidente que no todas las once palabras que traducimos como “vino” se refieren al vino como lo entendemos nosotros, embriagante o no, sino también a otros productos de la viña. Por lo tanto no es necesario examinar los once términos hebreos traducidos como “vino”, porque el testimonio de la Biblia hebrea descansa mayormente sobre tres palabras principales y sus usos.

EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

1. Tirosh. El examen de los pasajes donde aparece esta palabra muestra que el vino a que se refiere no era intoxicante. Este término se emplea 38 veces y siempre se lo asocia con lo que es bueno. El tirosh alegra el corazón (Sal. 104:15); se lo equipara con los buenos frutos de la tierra (Ose. 2:22). (Véanse también Joel 2:19; Miq. 6:15 y Zac. 9:17.)

2. Shekar. El término “vino”, cuando se lo traduce del hebreo shekar siempre se refiere a una bebida intoxicante. No hay un solo caso cuando esta bebida cuenta con la aprobación de la Divinidad. Veamos su uso: “El vino es escarnecedor, la sidra alborotadora” (Prov. 20:1); produce aflicción y contienda (Prov. 23:29, 30); sacerdotes y profetas han errado a causa del vino fermentado (Isa. 28:7); ¡ay de los que van en pos del vino! (Isa. 5:11).

3. Yayin. Los textos donde ocurre esta expresión muestran que es una palabra genérica que hace referencia al vino en general. En la Biblia se la emplea con aprobación y con desaprobación, y únicamente el contexto revela si se trata de bebida embriagante o no. Este término ocurre unas 140 veces en el Antiguo Testamento. Veamos el empleo que se le da para significar cualquiera de los dos vinos: Noé “bebió del vino, y se embriagó” (Gén. 9:21); “¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino” (1 Sam. 1:14); “Tomaron de ellos por el pan y por el vino” (Neh. 5:15); “Comprad sin dinero y sin precio, vino y leche” (Isa. 55:1).

Oseas 4:11 proporciona un buen ejemplo del empleo de dos palabras hebreas mencionadas anteriormente: “Fornicación, vino [yayin] y mosto [tirosh] quitan el juicio”. Adviértase que yayin, la palabra genérica para designar el vino, y tirosh, el término para designar el vino no intoxicante, se asocian aquí con la fornicación y se dice que tienen el efecto de quitar “el juicio”. Esto constituye un reproche contra la explotación del apetito y señala el estado de degradación en el que todas las cosas sirven a la sensualidad y a la naturaleza carnal. Bien podría decirse esto del consumo excesivo de alimento bueno y bebidas lícitas tanto como de las intoxicantes.

EN EL NUEVO TESTAMENTO

Hay tres términos griegos que se han traducido como “vino” en el Nuevo Testamento. El más común es oinos; sin embargo hay otras dos palabras que se emplean una vez cada una con referencia al vino intoxicante: síktera y gléukos, en los siguientes pasajes: “[Juan el Bautista] no beberá vino [oinos] ni sidra [síkera]” (Luc. 1:15); “Mas otros, burlándose, decían: Están llenos de mosto [gléukos]” (Hech. 2:13).

La Septuaginta emplea el término griego oinos para traducir las palabras hebreas yayin y tirosh —la primera se refiere al vino en general y la segunda al vino embriagante. Sobre esta base, es necesario interpretar cuidadosamente los pasajes en los que se emplea oinos, considerando el contexto donde aparecen. Únicamente así es posible determinar si oinos debe traducirse como bebida intoxicante o no. Notemos el empleo de oinos en los siguientes pasajes: Lucas 7:13: “Porque vino Juan el Bautista, que ni comía pan ni bebía vino, y decís: Demonio tiene”. Lucas 10:34: “Y acercándose, vendó sus heridas echándoles aceite y vino”. Juan 4:46: “Vino, pues, Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde habían convertido el agua en vino”. El término oinos se emplea en cada uno de los pasajes anteriores, pero es obvio que aluden a clases diferentes de vino.

Algunos eligen ciertos pasajes donde se emplea el término “vino”, sin conocer su significado en los idiomas originales, y en su presentación distorsionan el verdadero significado para servir a sus designios personales. Por ejemplo, es inconcebible que Pablo aconseje a los diáconos de la iglesia primitiva (1 Tim. 5:23) o a las mujeres de edad avanzada (Tito 2:3) a emplear el shekar [intoxicante] en un caso, y a no utilizarlo, en otro caso, porque Pablo sabía que en el Antiguo Testamento se condenan las bebidas intoxicantes.

El estudio de los vinos de la Biblia revela que por cada cosa buena que Dios ha creado, Satanás ha preparado una falsificación. En ninguna parte de las Escrituras puede encontrarse la aprobación de Dios para el uso de vino embriagante. Le ha dado al hombre el jugo puro de la uva para que disfrute de él y se beneficie. Lo hizo un símbolo de la sangre de Jesucristo derramada por nuestros pecados. Y además de todo esto, tenemos la preciosa promesa del Salvador: “Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre” (Mat. 26:29).

Sobre el autor: Pastor de la Asociación de Chesapeake, EE.UU