La rebelión de Coré, Darán y Abiram
El plan de redención es el tema central de las Escrituras y está directamente relacionado con la historia del pueblo hebreo. Su peregrinación de Egipto a Canaán recibe especial atención en la narración bíblica, incluso en partes del Nuevo Testamento. El apóstol Pablo, en una de sus cartas, evoca este recuerdo y exhorta a la iglesia a aprender de la experiencia pasada: “estas cosas les sucedieron por ejemplo, y fueron escritas para advertirnos a nosotros, a los que han llegado al fin del tiempo” (1 Cor. 10:11).
No solo se registran las experiencias de gente corriente, sino también algunos episodios vinculados a los líderes del pueblo. Sus fracasos, crisis e incluso escándalos parecen cobrar relevancia. Por ejemplo, Miriam, hermana de Moisés, cayó enferma de lepra por celos y descontento contra su hermano (Núm. 12). Nadab y Abiú, hijos de Aarón y sobrinos de Moisés, fueron quemados vivos delante de todo el campamento por insistir en la desobediencia introduciendo fuego extraño en el Tabernáculo (Lev. 10:1-7). A Moisés y a su hermano se les impidió entrar en la Tierra Prometida por su acto destemplado, que privó al pueblo de la gloria de Dios (Deut. 32:48-52).
En este artículo, consideraremos otro episodio relacionado con el liderazgo: el caso de Coré, un destacado líder que fue engullido por la tierra cuando intentó, con el apoyo de dos príncipes: Datán y Abiram, subvertir el liderazgo de Moisés. Este capítulo de la historia de Israel adquiere contornos dramáticos debido a la influencia de los implicados.
Los personajes
Coré pertenecía a la tribu de Leví, era tataranieto de Jacob y primo de Moisés. Su descontento con el liderazgo de Moisés existía desde hacía tiempo y se agudizó tras el regreso de los doce espías. Ante la falta de fe de diez de ellos, Dios les ordenó volver atrás, retrasando su entrada en Canaán por 40 años (Núm. 13:14).
Desde la salida de Egipto, las quejas del pueblo habían sido frecuentes. Cada prueba generaba murmullos. Sin embargo, la revuelta de Coré no se limitaba a un mero descontento, sino que representaba un complot bien planificado para arrebatar el liderazgo de las manos de Moisés y Aarón.
Como Coré era bisnieto de Leví, de la línea de Coat, su familia era responsable de parte del servicio del Tabernáculo. A sus hijos se les dio la responsabilidad del ministerio de la música en los servicios del Santuario (véanse los títulos de los Salmos 42, 44-49, 84, 85, 87, 88). Pero esto le parecía insuficiente. Quería ejercer el sacerdocio, una tarea encomendada a la familia de Aarón.
Durante algún tiempo, Coré trabajó en la sombra, de forma velada, buscando socavar la autoridad de Moisés y Aarón. Sin embargo, al albergar descontento en su corazón, sin reprimir estos impulsos, su corazón se llenó de celos, unos celos que “habían provocado la envidia; y la envidia, la rebelión”.[1]
Cerca de allí, en el lado sur del Tabernáculo, estaba el campamento de Rubén, donde se encontraban las tiendas de Datán y Abiram. Estos dos príncipes se convirtieron en cómplices de Coré en su ambicioso plan. Siendo descendientes de los primogénitos de Jacob, aspiraban al mando civil, considerándolo un derecho inalienable de los primogénitos, mientras que Coré, siendo levita, aspiraba a tomar el control civil y religioso de la nación.
El clima favorecía los planes del trío. El pueblo estaba amargado y descontento por la noticia de que no entrarían en la Tierra Prometida. Desde el derramamiento de las plagas en Egipto, los israelitas habían perdido fácilmente de vista quién era el verdadero Líder de la nación. Incluso ante las innumerables manifestaciones de dirección divina, el pueblo insistía en atribuir la dirección de los asuntos a Moisés. La nube, símbolo permanente de la presencia del Señor, fue ignorada con profunda irreverencia.
Coré y sus aliados habían sido favorecidos al ser testigos de manifestaciones especiales del poder de Dios. Habían subido a la montaña con Moisés, servían en el centro del campamento, se ocupaban de la vida cotidiana del Tabernáculo y habían sido testigos de la manifestación de la gloria divina a pocos metros de sus tiendas. Sin embargo, eran rebeldes. Ni siquiera el caso de Miriam, enferma de lepra y separada del campamento durante siete días, bastó para despertar en ellos el temor. ¡Qué riesgo supone involucrarse en las cosas de Dios de forma casual y rutinaria!
Una tentación leve, no reprimida, albergada en el corazón, se hizo más fuerte hasta que Satanás tomó el control de sus mentes y voluntades. Con este espíritu, perdieron el temor, incluso mientras hacían las cosas de Dios. Esto nos enseña que un corazón resentido y chasqueado puede ser terreno fértil para las sugerencias más terribles y peligrosas del enemigo.
La revuelta
El descontento se convirtió en abierta rebelión. Coré y sus aliados albergaban un espíritu de crítica y una visión muy inflada de sí mismos, creyéndose superiores a sus hermanos. Sin embargo, lo que realmente les hacía peligrosos eran sus argumentos. Para sembrar la duda, utilizaban una apariencia de benevolencia, un barniz de virtud. Argumentaban querer el bien común, expresando un gran interés por la prosperidad del pueblo, algo parecido a la revuelta de Lucifer en el Cielo.
Al principio, sus conversaciones subversivas se limitaron a sus círculos más íntimos, pero poco a poco fueron acercándose a otros dirigentes y príncipes de la nación. Sus insinuaciones fueron tan bien recIbidas que se arriesgaron cada vez más, llegando a creer que estaban cumpliendo la voluntad de Dios. Proyectaron sobre Moisés y Aarón intenciones de sus propios corazones corruptos. Les acusaron de pecados relacionados con la autoexaltación, negándose a aceptar que la distinción conferida a Moisés y Aarón era una ordenanza divina.
En estas conversaciones, Coré, Datán y Abiram persuadieron a 250 príncipes de la congregación. Con este influyente apoyo, pensaron que tenían derecho a llevar a cabo una reforma radical en la manera de dirigir las cosas, tanto a nivel civil como religioso. Comentado este tema, Elena de White advierte: “A los que yerran y merecen reprensión, nada les agrada más que recibir simpatía y alabanza”.[2]
Coré y sus cómplices engañaron al pueblo diciéndole que Dios no estaba enfadado con ellos, sugiriendo que se trataba de una mentira de Moisés y Aarón. Vendieron la idea de que los dos hermanos querían dominarlos y oprimirlos, acusándolos de ser pecadores. Según los rebeldes, Moisés era la causa de los males, incluida su exclusión de Canaán. Ellos argumentaban que si Coré fuera el líder los animaría y motivaría en vez de regañarlos, y así “realizarían un viaje apacible y próspero”,[3] sin vagar por el desierto y yendo directamente a la Tierra Prometida.
Coré tuvo tanto éxito en su plan con el pueblo que su confianza lo cegó ante los resultados de su rebelión. El pueblo nunca pareció haber estado en tanta armonía como durante esta revuelta contra Moisés. Coré se presentó como alguien a quien Dios había confiado los cambios tan necesarios, una especie de libertador de la opresión, un rescatador de las libertades.
Esto se hizo en secreto durante un tiempo. Sin embargo, tan pronto como el movimiento cobró impulso, Coré desafió a Moisés pública y abiertamente, acusándolo de privar al pueblo de su libertad e independencia. ¿No suena esto como un eco de lo que ocurrió en el Cielo? ¿No suena también familiar a algunas de las tendencias actuales?
Predicar un mensaje espiritual “azucarado”, sin un llamado a confesar y arrepentirse de los pecados, promueve un falso alivio de la conciencia y confirma al transgresor en el camino de su maldad. Esto también parece ser una realidad hoy en día. Nunca hemos oído hablar tanto del amor, y nunca ha sido tan engañoso. Sin embargo, Dios no puede ser burlado (Gál. 6:7). La obra del Señor es algo muy serio. Conviene recordar que mostrar compasión al pecador no implica en aceptar y promover su conducta pecaminosa.
Al verse confrontado, Moisés tuvo una reacción conmovedora: cayó de rodillas con las manos en la cara, en una súplica silenciosa a Dios (Núm. 16:4). Así es como actúa un siervo de Dios en tiempos de crisis.
Dios se manifiesta
Al igual que como sucedió en el Cielo, cuando Dios toleró a Lucifer durante mucho tiempo, todo el campamento debía tener un período de reflexión. Dentro del perfecto propósito de Dios, el mal necesita madurar antes de poder ser exterminado. Como resultado, tarde o temprano, el espíritu detrás de todas las motivaciones es revelado.
Los que pretendían ejercer el sacerdocio tenían que presentarse, cada uno con un incensario en la mano, para ofrecer incienso en el Tabernáculo, en presencia de todo Israel (Núm. 16:5-7). Las instrucciones eran muy claras en cuanto a que solo aquellos que habían sido ordenados para el oficio sagrado debían ministrar en el Santuario. El episodio de Nadab y Abiú debería haber servido de advertencia sobre el riesgo de no cumplir con las exigencias divinas. Sin embargo, Moisés les dio la oportunidad de llevar la disputa ante el Eterno.
Los líderes de la rebelión no pudieron sostener su discurso vacío durante mucho tiempo. Cuando se les contradijo, acabaron revelando las razones de sus corazones impenitentes. Cuando Moisés los convocó para hablar, Datán y Abiram adoptaron una postura audaz: ambos se negaron a ir. “No iremos allá”, dijeron (vers. 12).
A la mañana siguiente, Coré y todo el grupo que los respaldaba acudieron al patio del Tabernáculo mientras el pueblo esperaba ansiosamente afuera. Entonces el Eterno se manifestó. Su gloria fue vista ante los hijos de Israel. En este momento solemne, Dios dijo: “Apártense de esta congregación, y los consumiré en un momento” (vers. 21). De nuevo, la reacción de Moisés y Aarón fue conmovedora. Ambos se postraron ante Dios, suplicándole que perdonara a su pueblo (vers. 22).
Coré se retiró para estar junto a Datán y Abiram, mientras Moisés, acompañado de los 70 ancianos, les hacía una última advertencia. Se advirtió al pueblo que se mantuviera alejado de las tiendas de los rebeldes para no perecer junto con ellos (vers. 26). Aunque se quedaron atónitos ante el tono de Dios, el trío mantuvo su postura audaz, arrastrando a sus familias con ellos. Moisés anticipó que su final llegaría de una forma inusual. Y en cuanto terminó de hablar, la tierra se tragó vivos a los líderes de la rebelión y a todos los que estaban con ellos. Al igual que Lucifer y sus cómplices fueron arrojados al abismo, Coré y aquellos sobre los que influyó también fueron precipitados al vientre de la tierra.
La mano de Dios se hizo sentir. El pueblo huyó, pero los juicios aún no habían terminado. De la nube, símbolo de la presencia de Dios, salió fuego que consumió a los 250 príncipes que habían ofrecido incienso. El fuego del Señor sirve para purificar y destruir. Los que se resisten a la corrección y disciplina divinas sentirán el efecto destructor del fuego, mientras que los que se someten a Dios serán purificados.
Juicio divino
Episodios como este sirven para enseñar a la gente el terrible e inevitable futuro de quienes son rebeldes y presuntuosos. La tierra se abrió para tragarse al jefe de la rebelión. Luego, el fuego de la presencia de Dios consumió al resto del grupo.
Podemos ver la distinción que Dios hace entre los dirigentes y el pueblo. Los juicios caen en diferentes momentos y de diferentes formas. Y en cada intervalo, hay una oportunidad para la reflexión y el arrepentimiento. Dios se ocuparía ahora de los simpatizantes. Estaba claro que estaban en un error. Ya no había ninguna duda. Sin embargo, la rebelión y la subversión parecen no tener límites. Una de las cosas más difíciles para un corazón orgulloso es reconocer su culpa y revisar sus opiniones.
Cuando el pueblo regresó a sus tiendas con la intención de escapar al castigo, todavía había quienes miraban a Moisés como la causa de todo el mal. Sus corazones estaban contaminados por las dulces palabras de Coré y sus falsas esperanzas. Elena de White comenta: “Es casi imposible para los hombres infligir a Dios mayor insulto que el que consiste en menospreciar y rechazar los instrumentos que él quiere emplear para salvarlos”.[4]
El Señor les dio la oportunidad de humillar sus corazones en arrepentimiento, pero este tiempo extra solo sirvió para despreciar la gracia que aún les había sido extendida. Este pueblo obstinado consideró seriamente matar a Moisés y Aarón.
Cuando las personas rechazan los instrumentos a través de los cuales Dios trata de salvarlas, ya no les queda esperanza. Aunque parezca mentira, no faltó quien dijera que Coré fue víctima de la severidad y el autoritarismo de Moisés. Parece haber un patrón en las rebeliones, similar a lo que ocurrió en el Cielo: el levantamiento comienza por expectativas no cumplidas, lo que genera celos y autocompasión. Resentidos y dolidos, los subversivos buscan aliados con la excusa de buscar bien común. Se forma un complot secreto en la que maduran sentimientos de insubordinación, seguidos de una revuelta abierta. Y cuando su indignación se hace pública y se les opone resistencia, adoptan una postura victimista y se autodenominan perseguidos.
Dios se encargó de ello. Primero el líder, luego sus cómplices y finalmente sus simpatizantes. La tierra se tragó a Coré, a su familia y todas sus pertenencias. El fuego consumió a los 250 príncipes con sus incensarios impíos. Finalmente, la plaga cayó sobre el campamento.
Al oír la sentencia divina, el corazón pastoral de Moisés, lleno de interés y cuidado por el rebaño, temió la destrucción total del pueblo. Así que Moisés ordenó a su hermano que ofreciera incienso con fuego desde el altar y que hiciera expiación por ellos (vers. 46). El relato bíblico afirma que la plaga cesó cuando comenzó la intercesión (vers. 48).
Conclusión
En 1 Corintios 10, Pablo nos aconseja que aprendamos de la experiencia del pueblo de Israel. Como ellos, estamos en camino hacia la Tierra Prometida. Debemos recordar que los conflictos y las disputas internas ralentizan la marcha y retrasan la llegada al destino. Los que realmente se preocupan por llegar allí no deben distraerse con disputas, envidias e intrigas.
La profecía indica que se producirán tropiezos y conflictos, tal como sucedió en el pasado. Sin embargo, Dios salvará a los que se vuelvan a él con arrepentimiento, y por el bien de ellos, el campamento tendrá que ser visitado por sus juicios.
Israel no fue aniquilado porque la intercesión del sacerdote detuvo el brazo de la venganza. Los tiempos son diferentes, pero seguimos necesitando personas dispuestas a caminar con el incensario en medio del campamento para que el juicio pueda equilibrarse con la misericordia.
Sobre el autor: Pastor en Dallas, Estados Unidos
Referencias
[1] Elena de White, Patriarcas y profetas (Florida: ACES, 2015), p. 419.
[2] Ibid.
[3] Ibid., p. 420.
[4] Ibid., p. 425.