Han pasado ya 20 siglos desde el día cuando los ángeles cantaron para celebrar el nacimiento del Salvador, inaugurando así la era de los himnos cristianos.
La música, si bien es un arte y debe ser considerada como tal, haciendo abstracción de sus fines, presenta en el aspecto religioso un efecto utilitario definido. No significa esto que la música religiosa sea inferior, por estar ligada a una actividad no artística en sí, sino que este tipo de música, particularmente los himnos, por el hecho de estar inspirados precisamente en los afectos más hondos del sentir humano, puede penetrar más profundamente en el alma y colaborar con eficacia para lograr la comunión con el Ser Supremo.
El origen de los himnos se confunde con el de la religión, pues muy pronto comprendieron los santos hombres de Dios la importancia de la música en la adoración y la saludable influencia que ejerce el cantar himnos fuera del culto, guiando de esta manera la mente hacia pensamientos elevados, aún durante la realización de las tareas más comunes de la vida. San Pablo exhorta a los creyentes con las siguientes palabras: “Hablando entre vosotros con salmos, y con himnos, y canciones espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones” (Efe. 5:19). Ignacio aconseja también a los efesios: “Formad todos un coro, para que fusionándose en concordia, y tomando la nota dominante de Dios, podáis cantar en unísono con una voz a través de Jesucristo al Padre”.
Pero pronto la situación cambia y se advierte un notable paralelismo entre el oscurecimiento espiritual y el olvido de los himnos. Sir Hubert Parry afirma al respecto: “Desde el principio el espíritu de la religión cristiana fue perfecto y completamente reproducido en su música, y hasta las varias fases por las que pasó durante muchos siglos sucesivos se hallan reflejadas exactamente en el arte que más de cerca presenta el aspecto espiritual del hombre” (Evolución del Arte de la Música, pág. 82).
No hubo reavivamiento espiritual en la historia del cristianismo que careciera de su fase musical, provocando un resurgimiento de los himnos. No podemos dejar de referirnos aquí a Lutero, padre del coral, la magnífica forma de himno. Él sacó la música religiosa del estrecho circulo de entendidos; la transformo para hacerla inteligible, natural y agradable, y la entrego al pueblo junto con la Biblia traducida al idioma nacional: dos legados que sellaron su triunfo como campeón de la Reforma.
Estudiando la historia de los himnos cristianos se advierten dos tendencias: la salmodia y la himnodia. La primera propicia el uso exclusivo de los Salmos en el culto; la segunda permite y propicia, además de los Salmos, el uso de los himnos. En general se ha impuesto la himnodia, aunque no sin luchas y sacrificios.
Ya que pretender hacer una historia de los himnos escapa a los propósitos de estas breves consideraciones, nos referiremos solamente a tres momentos de la misma: Isaac Watts, quien implantó el empleo de los himnos en Inglaterra a principios del siglo XVIII; los hermanos Wesley. autores y editores de numerosos himnos; y J. B. Cabrera, tenaz luchador español cuya labor constituye un aporte muy valioso a nuestros himnarios.
Isaac Watts
Isaac Watts nació en Southampton, Inglaterra, en 1674. Su familia pertenecía al grupo religioso de los no conformistas, de modo que al joven Isaac le estaba vedado el acceso a las instituciones oficiales de enseñanza. Sin embargo estudió particularmente con esmero y tesón, llegando a ser ministro de una iglesia independiente de Londres.
En 1712 debió retirarse de sus actividades públicas debido a su mala salud, yendo a vivir al campo para llevar una vida de tranquilidad e inspiración. Allí vieron la luz muchos de sus himnos, y allí quedó hasta su muerte, acaecida en 1748.
La salmodia predominaba en su época en forma absoluta, y los fieles miraban con malos ojos a los himnos, que eran considerados “de composición humana”. Watts se propuso introducir los himnos en los oficios religiosos. Pese a los prejuicios existentes, y gracias a su audacia y a la hermosura de sus composiciones, logro su propósito constituyéndose en el padre de la himnología inglesa
Entre los 600 himnos que escribió, que figuran en números himnarios, algunos publicados por el mismo, sobresale “Al contemplar la Excelsa Cruz” que data de 1707. Escrito en su juventud, para acompañar el rito de la cena del señor, este himno ha perdurado a través de los siglos, gracias a su pureza y sencillez, amén de su belleza poética y la acertada evocación de la muerte del Señor. Es tal su fama que algunos lo consideran como el himno más perfecto del idioma inglés. La música, llamada Hamburgo, fue compuesta por el Dr. Lowell Masón (1792-1872). Basada en un canto gregoriano muy antiguo, concuerda exactamente con el espíritu del poema, advirtiéndose en ella una sencilla belleza. Sin embargo, en nuestro Himnario Adventista este himno aparece con otra melodía, también muy apropiada, escrita por E. S. Widdemer.
Debemos, por lo tanto, a Isaac Watts el gran mérito de haber roto el prejuicio existente contra los himnos y el haber abierto el camino para la gran legión de compositores de himnos de habla inglesa, cuyo aporte a nuestros himnarios es de gran importancia.
Los hermanos Wesley
De los 19 hermanos Wesley, tres escribieron himnos: Carlos, Juan y Samuel. A Carlos y a Juan se los conoce como los gestores de un despertar religioso ocurrido en Inglaterra durante el siglo XVIII, cuyo resultado fue la fundación de Ja Iglesia Metodista. Poseedores de una vasta cultura y de una profunda experiencia cristiana, se dieron cuenta de la importancia de los himnos y comenzaron su fecunda actividad musical. Publicaron una serie de himnarios con poesías propias o traducidas, cuyas melodías eran las de los salmos métricos anglicanos, corales luteranos y composiciones contemporáneas.
No podemos dejar de mencionar aquí a los hermanos moravos, cuya influencia sobre los Wesley fue decisiva tanto en lo religioso como en lo musical y, por supuesto, tampoco a Watts, quien ya había cambiado la manera de pensar de los creyentes con respecto a los himnos, lo que facilitó la aceptación y difusión de los publicados por los Wesley.
Juan fue más traductor, recopilador y editor que compositor de los himnos. Comenzaba sus himnarios con los siguientes consejos que no han perdido su valor: “Aprended estos himnos; cantadlos como están escritos; cantad todo el himno; cantad con entusiasmo; cantad con humildad; cantad con ritmo; sobre todo, cantad con el espíritu, pensando en Dios en cada palabra”.
Carlos sobresale como compositor. Escribió más de 6.000 himnos, entre los cuales se destacan: “Cariñoso Salvador” y “Oíd un Son en Alta Esfera”. El primero fue publicado en 1740 y se relata una historia muy interesante con respecto a las circunstancias de su composición. Estaba Carlos Wesley contemplando una furiosa tormenta desde su ventana, cuando, entre los truenos y las furiosas ráfagas del viento, apareció un pajarillo que huía desesperadamente de un ave de rapiña. El incidente penetró profundamente en el corazón de Wesley, quien, al establecer la feliz comparación con el pecador que halla refugio en Cristo, escribió las estrofas de este himno.
La música de “Cariñoso Salvador’ data de 1834 y pertenece a Simeón B. Marsh. Es muy sencilla y fácil, y con ella hacen sus primeras armas los que comienzan a tocar los himnos. La versión castellana es de Tomás M. Westrup, quien vertió en ella toda la belleza del contenido original de este himno de consolación.
Juan Bautista Cabrera
Cabrera nació en España en 1837, y en su juventud conoció la verdad evangélica, huyendo a Gibraltar para poden profesar libremente su fe. Permaneció allí hasta 1868 viendo cómo se perseguía, encarcelaba y desterraba a los que se atrevían a cruzar la frontera para predicar el Evangelio. En esa fecha se decretó la tolerancia para los cultos no católicos de España, lo que hizo que el joven Cabrera se trasladara inmediatamente a Sevilla para abrir obra allí. Siguió su pastorado largo y fecundo seis años más tarde en Madrid, donde murió en 1916.
Al igual que tantos otros dedicados a la sublime tarea de llevar el Evangelio al pueblo, Cabrera utilizó para ese fin el poderoso medio de los himnos, dejando a su muerte, entre otras obras literarias, un libro de Poesías Religiosas y Morales. Muchas de estas poesías son aptas para ser cantadas como himnos en las congregaciones cristianas, según lo indica el autor. No se sabe si compuso todas las poesías, pues algunas de ellas son imitaciones de himnos latinos e ingleses y otras son traducciones. Pero se sabe que al traducir y adaptar puso toda su alma en la labor, resultando obras de gran calidad tanto por el fondo como por la forma. Allí tienen su origen muchos de los himnos que figuran en los himnarios castellanos. Por ello le debemos un especial reconocimiento a este valiente defensor de la verdad en lugares muy difíciles, que quiso, por medio de los himnos, comunicar a sus feligreses la realidad de su propia experiencia cristiana. Podemos nombrar solamente algunos himnos de Cabrera, entre ellos “Nunca, Dios Mío”, que según todas las evidencias es original, como también muchos traducidos y adaptados como “Santo, Santo, Santo”, “Castillo Fuerte es Nuestro Dios”, “Grato es Contar la Historia”, “Yo Soy Pecador”, “Preste Oídos”, “Unidos en Espíritu”, etc.
Para los que tienen interés en este asunto y desean profundizar el tema queremos recomendar la lectura de dos libros muy interesantes y útiles para comprender mejor la relación existente entre la música y la religión: Diecinueve Siglos de Canto Cristiano, de Eduardo S. Ninde, y Música y Religión, de Brian Wibberley.
Sobre el autor: Estudiante de Medicina, Montevideo, Uruguay