Principios del Antiguo Testamento para orientar la conducta de la iglesia en relación con los homosexuales (final)

    Esta parte final de nuestro estudio intenta presentar, en el Antiguo Testamento, los principios relevantes para orientar la relación entre la comunidad cristiana y las personas involucradas en actividades homoeróticas consensuadas, de acuerdo con lo practicado en los círculos de los llamados movimientos LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y personas transgénero).

Lo que no dice el Antiguo testamento

    Existen algunos subtópicos de actividades homoeróticas, o temas relacionados, que no son abordados en el Antiguo Testamento. Primero, el Antiguo Testamento no hace referencia, ni siquiera en una narrativa descriptiva, al casamiento entre personas del mismo sexo o algo equivalente a esto, tal como sería relación exclusiva, cohabitación con el mismo sexo, etc. Eso ¿significa, entonces, que tal situación, fuera del ámbito de las posibilidades presentadas por el Antiguo Testamento, es admisible para los cristianos? Semejante conclusión ignoraría la naturaleza abarcadora de Levítico 18:22 y 20:13, que prohíbe categóricamente la práctica homosexual, sin cualquier tipo de excepción. Si el casamiento es una relación que incluye relaciones sexuales, y si Dios prohíbe las relaciones sexuales entre personas del mismo género, entonces no existe espacio para la discusión de la posibilidad de la legitimidad del casamiento entre personas del mismo sexo; por lo menos, desde el concepto divino.

    En segundo lugar, el Antiguo Testamento no se refiere explícitamente a la actividad sexual entre mujeres (lesbianismo).[1] Sin embargo, posteriormente, en el mundo grecorromano del Nuevo Testamento, el apóstol Pablo hace referencia a tal práctica (Rom. 1:26, 27).

    En tercer lugar, el Antiguo Testamento no exige que todos se casen. En la normativa divina para los israelitas, permanecer soltero no era un defecto moral ni un impedimento para ocupar una posición de liderazgo.

    En cuarto lugar, el AT no hace distinción entre orientación sexual y comportamiento, en el sentido de “identificar categorías” de la atracción sexual de una persona hacia otros individuos del mismo género, sea que él o ella actúen basados en esa tendencia. La única preocupación es con la actividad homosexual en sí, independientemente de su orientación sexual, con la suposición de que las acciones voluntarias reflejan los deseos. Sin embargo, esto no significa que el Antiguo Testamento ignore la distinción entre el deseo sexual y la acción correspondiente. Algunos pasajes describen los pasos en un proceso que se inicia con el deseo sexual y culmina con la acción (por ejemplo: 2 Sam.11, 13; Cantares de Salomón). El movimiento del deseo hacia la acción no es inevitable, y puede ser interrumpido por medio de una firme determinación moral (Job 31:1, donde dice: “Hice pacto con mis ojos”).

    Aunque algunas leyes del Antiguo Testamento reglamentan “actitudes” (Éxo. 20:17; Lev. 19:17, 18) para que cada persona sea responsable delante de Dios, no encontramos ningún texto en contra de una persona con tendencias homosexuales por más que no las practique. En sí misma, la tentación no es pecado.[2] Una persona atraída por alguien del mismo género, que no cedió a la atracción, tendría derecho a la protección integral bajo la ley israelita, incluyendo leyes contra el asesinato y el asalto (Lev. 24:17, 19, 20). Y no hay razón legal para que él o ella sean discriminados o impedidos de ejercer algún cargo de liderazgo.

    El hecho de que el Antiguo Testamento no haga distinción entre la orientación sexual y romántica y el comportamiento, como hace la ciencia moderna, no debe ser un indicativo de que los principios bíblicos sean obsoletos. El Creador conoce mucho más respecto del ser humano de lo que la ciencia alguna vez sabrá, no importa cuán moderna o sofisticada pueda ser (ver Sal. 139). Fue Dios quien estableció las leyes bíblicas, y él no consideró importante delinear las distinciones específicas de la llamada orientación sexual. En vez de eso, claramente prohibió las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. De esta manera, Dios evitó que se coloque una culpa aún mayor sobre una persona fiel que lucha con su orientación hacia personas del mismo sexo, pero que no practica el acto.

    En quinto lugar, el Antiguo Testamento nunca se refiere a géneros separados de los órganos de reproducción, incluyendo los genitales externos y los órganos internos.[3] Hay solamente “macho y hembra”, sin ninguna referencia a las variedades excepcionales entre categorías. En la Biblia, solamente los órganos reproductivos determinan si el ser vivo es macho o hembra; y solo es permitido que los seres humanos tengan relaciones con el sexo opuesto dentro del casamiento. Esto está de acuerdo con la complementariedad natural entre la forma y la función de los órganos reproductivos masculino y femenino, que claramente fueron creados uno para el otro. Esa complementariedad es un hecho fisiológico.

    La cultura contemporánea desafía la definición de géneros fundamentada exclusivamente en el formato físico, insistiendo en que también deben ser tomados en cuenta otros factores. Defiende la realización emocional de acuerdo con la orientación sexual y romántica, aunque esta no esté en armonía con los órganos reproductivos. Es decir, la orientación sexual que la ciencia muestra ser “inherente” es vista como natural, y por lo tanto, practicarla es aceptado como moralmente correcto.

    Finalmente, en sexto lugar –y nueva-mente sin estar en armonía con la cultura moderna–, la Biblia no afirma en ningún lugar que la realización emocional y/o sexual sea un derecho inalienable. El hecho de que Dios haya provisto a Eva como un arquetipo “auxiliar semejante a” Adán (Gén. 2:18) no significa que cada persona tenga derecho a un “auxiliar semejante a” ella, en el sentido de adecuar su orientación sexual, aunque sea una orientación hacia el mismo sexo.

    Aunque, a veces, las luchas y los desafíos puedan parecer insuperables, lo que realmente importa en esta vida no es la realización emocional o sexual, sino la fidelidad a Dios. Algunos personajes bíblicos que fueron más próximos al Señor y fieles a él experimentaron poca satisfacción emocional y, en algunos casos, ninguna realización sexual.[4] El pueblo de Dios puede vivir solitario y no estar realizado en algunas áreas en esta vida, pero vive por la fe, creyendo que el Señor le dará una experiencia mejor en la eternidad (Heb. 11).

Aplicación a la comunidad de la fe

    El Antiguo Testamento es consistente en relación con la actividad homoerótica: Dios no permite tal acto, aunque sea mutuamente consensuado, porque está afuera de los límites del matrimonio bíblico, que es definido como la relación entre un hombre y una mujer, de acuerdo con la naturaleza física de sus órganos sexuales. Obviamente, las definiciones son cruciales aquí, por eso no es de extrañar que gran parte de los debates actuales gire alrededor de esas definiciones. Muchas personas hoy, especialmente los jóvenes, están observando a la iglesia para ver si ella demostrará la sensibilidad, la compasión y la coherencia de Cristo, al afrontar esta cuestión.

    Muchos tienen dificultades para aceptar que un Creador justo y bueno condenaría a personas que están solamente “expresando” su sexualidad en armonía con la manera en que él las creó. Valiéndose de la cultura contemporánea, incluyendo lo que ha sido llamado “políticamente correcto”, argumentan que el matrimonio debe ser una institución de iguales oportunidades para todos, abierto incluso a aquellos que tienen una atracción sexual por el mismo género. Ese tipo de argumento falla en relación con el hecho de que nuestros problemas no son causados por Dios, sino por la consecuencia corporativa de la rebelión humana contra él, que no afecta a todos igualmente. Dios es justo, pero la vida no lo es, porque está bajo la sombra del gran conflicto entre el bien y el mal.

    Como el antiguo Israel, la iglesia es responsable por cooperar con Dios en la obra de la salvación por medio de la fidelidad a sus principios, que están en armonía con su justo y misericordioso carácter (Éxo. 34:6,7); y por la influencia positiva sobre otros, especialmente, mediante el ejemplo.

    Sin embargo, por más que la comunidad de fe intente influir en la sociedad a través de los canales adecuados, no es responsable por la vigilancia de la moralidad de las personas que todavía no pertenecen al cuerpo de Cristo, ni las puede forzar a obedecer sus normas.[5]

    En el estado de derecho civil y secular, aquello que es “legal” y lo que es “correcto a los ojos de Dios” son dos cosas diferentes, y se fundamentan en autoridades diferentes.

    Lo “legal” tiene como base el razonamiento humano, y puede involucrar algún aspecto social de lo “políticamente correcto”. Por otro lado, lo “correcto a los ojos de Dios” está fundamentado en las Escrituras, adecuadamente entendidas por sus propias reglas de interpretación. Como cristianos, debemos cuidarnos de no absorber la cosmovisión secular, haciendo de aquello que es aceptado como “políticamente correcto” nuestra autoridad moral, en lugar de la Biblia. Debemos tratar a todas las personas con respeto y cumplir las leyes civiles en la medida en que no entren en conflicto con los principios divinos (Hech. 5:27-29; Rom. 13:1-7).

    Aunque la realización emocional no sea garantizada a los seguidores de Dios en esta vida, Isaías transmitió un valor especial a los miembros leales de la familia de Dios que no puedan disfrutar de la vida de casados: “Porque así dijo Jehová: a los eunucos que guarden mis días de reposo, y escojan lo que yo quiero, y abracen mi pacto, yo les daré lugar en mi casa y dentro de mis muros, y nombre mejor que el de hijos e hijas; nombre perpetuo les daré, que nunca perecerá” (Isa. 56:4, 5).

    En armonía con su carácter y la forma en la que trata a los seres humanos (Deut.10:17-19), Dios ordenó a su pueblo en el Antiguo Testamento que amara a sus vecinos y a los extranjeros como a él mismo (Lev.19:18, 34); y también que protegiera, cuidara e incluyera a los que eran socialmente desfavorecidos (Éxo. 22:21-24; Lev. 19:9, 10; Deut. 10:18, 19; 16:11, 14; 24:19-21, etc.). De la misma manera, la comunidad cristiana es responsable de aliviar los fardos de aquellos que se encuentran dentro o alrededor de ella. “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gál. 6:2).

    Para una persona que desea seguir al Señor, pocos fardos son tan pesados como el de la orientación sexual inherente por el mismo sexo, reconocida en un ambiente cultural y emocional.[6] El deseo que cada uno de nosotros tiene por alguien que esté a nuestro lado es vigoroso, porque eso es de origen divino y fue colocado en nosotros por Dios desde el principio (Gén. 2:18-20). La caída no removió ese deseo; sin embargo, lo corrompió, llevando al ser humano a tener una inclinación por el mismo sexo, lo que nunca fue la intención del Creador.[7] Si las personas del grupo LGBT no sintieran la necesidad de compañía, el celibato sería relativamente fácil; pero también la sienten. Por eso el celibato es una lucha. Completando la dificultad, la sociedad pasó a aceptar algunas asociaciones alternativas como naturales, y por eso mismo “legítimas”; lo que coloca aún más presión sobre una persona homosexual para que ignore la desaprobación divina en la búsqueda de la realización pervertida.

    Un compromiso total con Dios es especialmente difícil para quienes experimentan actividades homosexuales. Sin embargo, el Señor los invita a abandonar ese camino y disfrutar de su compasión, y de su perdón que transforma (Isa. 55:7; ver Sal. 51; 1 Cor.6:9-11). Dios asegura que sus mandamientos no son imposibles de obedecer (Deut. 30:11- 14), porque él proveerá la manera de escapar de la tentación (1 Cor. 10:13).

    Los miembros de iglesia también pueden ayudar en este proceso de restauración, desarrollando lazos fraternales y creando alternativas sociales más efectivas que vayan más allá de las reuniones regulares de la iglesia. De esta manera, estarán cumpliendo la ley de Cristo, con sensibilidad y respeto, auxiliando en la trayectoria de esas personas en su andar con el Salvador. Al acoger e interactuar con ellos, escuchar sus historias y ser beneficiada con sus talentos, la iglesia será enriquecida, fortalecida y bendecida (ver Isa. 58:6-12).

    Para ayudar a las personas del grupo LGBT, los cristianos necesitan superar algunas barreras: 1) la suposición de que ellos sean LGBT simplemente por una elección; 2) la idea de que cualquier persona LGBT se puede transformar en heterosexual; 3) el concepto de que todos los individuos LGBT son sexualmente activos e, incluso, promiscuos; y 4) el asco y el miedo de contraer algún tipo de “contaminación” por mantener cualquier tipo de relación social con estas personas.

    Tal vez, parte de la razón por la que algunas personas LGBT relatan fallas para superar sus prácticas, a pesar de repetidos intentos de victoria por medio de oraciones sinceras y agonizantes, sea en razón de la falta de apoyo de los miembros de la comunidad de fe, que muchas veces prefieren mantener distancia, aunque no los rechacen ni los ignoren. Esa distancia puede reflejar falta de fe en la capacidad de Cristo para preservar la pureza y la santidad de sus seguidores, mientras ellos sirven como sus representantes en este mundo quebrantado (Mat. 18:19, 20; Juan 17:15-19).

    Jesús nos mostró el camino. María Magdalena no estaba inmune al peligro de recaer en sus pecados después de que él la libró de la posesión demoníaca (ver Mat. 12:43-45). Sin embargo, Cristo la adoptó en su círculo de amigos (Luc. 8:2), y fue reverenciado por ella cuando lo ungió (Juan 12:3-8; ver Mat.26:6-13; Luc.7:37-50). En forma semejante, los israelitas adoptaron a Rahab, una ex prostituta convertida al verdadero Dios (Jos. 6:25; ver Jos. 2), que tuvo el privilegio de transformarse en uno de los antepasados de Cristo (Mat. 1:5). Si Jesús, y la exigente sociedad israelita que se encontraba bajo un régimen teocrático, demostraron aceptación para con esas personas que tenían un pasado tan problemático, pero que deseaban seguir al Señor, entonces no hay razón para que no hagamos lo mismo.

Conclusión

    Este estudio consideró el principio bíblico del Antiguo Testamento concerniente a la sexualidad. Es innegociable en la iglesia cristiana y se afirma en la decisión de seguir toda la Escritura (ver 2 Tim. 3:16, 17). Dios sanciona la actividad sexual solamente cuando ocurre dentro del matrimonio, entre un hombre y una mujer. Sin embargo, existe otro principio innegociable en el Antiguo Testamento que es tan relevante como este para nuestro trato con personas del grupo LGBT: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lev. 19:18; ver vers. 34).[8]

    El tema de esta discusión no es solamente asunto de aquellas personas, sino que es nuestro también. Si están siendo probadas, nosotros también lo estamos siendo, y tenemos espacio para mejorar. Que el Señor nos ayude a equilibrar la aplicación de sus principios en conformidad con su amor, ¡que incluye tanto la justicia como la misericordia![9]

Sobre el autor: Profesor en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews, Estados Unidos.


[1] Contraste la prohibición de la actividad homosexual masculina en Levítico 18:22 y 20:13 con 18:23, y 20:15 y 16, que prohíbe a personas del sexo femenino, así como del sexo masculino, que se involucren en bestialismo. Richard M. Davidson, sin embargo, argumenta que “la prohibición de relaciones lésbicas probablemente esté implícita en la injunción general de Levítico contra las prácticas abominables de los egipcios o cananeos, como es reconocido en la interpretación rabínica” (Flame of Yahweh: Sexuality in the Old Testament [Peabody, MA: Hendrickson, 2007], p. 150). Él sugiere que “la razón para que hombre y mujer sean mencionados solo en lo que respecta al bestialismo en Levítico 18 y 20 puede ser simplemente porque, en el caso del bestialismo, el lenguaje masculino del género inclusivo no incluye a los animales y, por lo tanto, no es implícitamente reversible (aplicable al otro género), al describir las relaciones entre ser humano y animal, como lo hace en las relaciones sexuales que involucran solamente a los seres humanos” (150, n.75).

[2] Pero la intención lasciva es pecado (Rom. 1:27; de acuerdo con Mat. 5:28).

[3] Por ejemplo, Deuteronomio 23:1 (en el original, vers. 2): “testículos y pene”; Génesis 20:18: “vientre/ útero”. El término para hembra, naqibah, se refiere a la vagina.

[4] Por ejemplo, Jeremías y Jesús nunca se casaron, y ellos sufrieron rechazo y pesar.

[5] En ciertas ocasiones, Dios encargó al propio pueblo de Israel que fuera su agente para ejecutar la pena capital a grupos que eran violadores crónicos de la moralidad (Deut. 7:1-5, 16, 24-26; 20:16-18; Jos.7, de acuerdo con Roy Gane Leviticus, Numbers, NIV Application Commentary [Grand Rapids, MI: Zondervan, 2004], pp. 771-773). Sin embargo, era

una concepción divina bajo un régimen teocrático. La presente comunidad de fe está compuesta por una iglesia cristiana, en lugar de ser un Estado teocrático. Entonces, el mantenimiento de nuestros límites se restringe a medidas no corporales, de las que la remoción de la comunión se transforma en la acción más extrema (cf. 1 Cor. 5).

[6] La vida de soltero de cualquiera, ya sea “correcta” o LGBT, no comprende meramente abstinencia de sexo; involucra cuestiones de compañía, amor y lealtad.

[7] Evelyn Tollerton, Comunicación personal.

[8] Ese principio es reiterado varias veces en el Nuevo Testamento (Mat. 22:39; Juan 13:34; 15:12; Rom. 13:8-10; Gál. 5:14; 1 Juan 4:20).

[9] Ver Salmo 85:10 (en el original, vers. 11).