Principios del Antiguo Testamento

            Esta es la primera de tres partes que componen este artículo, que busca identificar principios en el Antiguo Testamento para la relación entre la comunidad cristiana y las personas implicadas en algunas formas de actividad sexual fuera del casamiento heterosexual. Mi enfoque primario será sobre la actividad homoerótica consensuada, de acuerdo con cómo es practicada por personas identificadas con el movimiento de lesbianas, gais, bisexuales y personas transgénero (LGBT).[1]

El impacto de la caída en el ideal de la Creación

            Génesis 2 describe el ideal de la Creación para las relaciones sexuales humanas: un hombre y una mujer que son unidos como “una sola carne” en una relación monogámica, imitando la sagrada unión de la Deidad. Por medio del casamiento, dos seres humanos creados a la imagen de Dios como opuestos sexualmente y complementarios, deben continuar la Creación, por medio de la procreación.[2]

            El Antiguo Testamento muestra que la Caída (Gén. 3) afectó de muchas maneras el ideal de la Creación para el casamiento y la sexualidad. Por la primera de ellas, el varón tiende a ser dominante (vers. 16). En la segunda, el casamiento ya no es eterno, porque esposo y esposa mueren (vers. 19, 22-24). La tercera, un hombre puede sentirse insatisfecho con la esposa y divorciarse de ella (Deut. 24:1).[3] Cuarta, para contraer matrimonio, seres humanos pecadores siguen sus deseos, que no siempre están de acuerdo con la voluntad de Dios (Gén. 4:19, bigamia; 6:1-3). Quinta, las personas atienden a sus propios deseos, para comprometerse en varios tipos de actividades sexuales fuera del matrimonio.[4] Sexta, debido a varios factores, algunas personas son infecundas (Gén. 11:30; 25:21), o están incapacitadas para el desempeño sexual (Isa. 56:3, eunucos).

            Dios respondió a la condición del hombre caído permitiendo, y hasta bendiciendo, el nuevo casamiento después de la muerte del cónyuge (Rut 1:4, 5; 4:10-17. Admitiendo por medio de reglamentación el divorcio bajo ciertas condiciones (Deut. 24:2-4). Tolerando, aunque desalentándola, la poligamia (Éxo. 21:10, 11; Lev. 18:18; Deut. 21:15-17).[5] Permitiendo el casamiento entre parientes próximos (Gén. 4:26; cf. vers. 17), pero prohibiéndolo posteriormente, por causa de la degeneración de la raza (Lev. 18; 20). Y reprobando todas las formas de actividad sexual fuera del casamiento (Lev. 18; 20). De esa manera, Dios, misericordiosamente, acomodó de alguna forma las debilidades humanas, pero no modificó el principio de la actividad sexual restricta al casamiento, definido como relación de alianza entre un hombre y una mujer. Ese ideal pervivió a la Caída y, consecuentemente, a la depreciación de la imagen de Dios en los seres humanos.

            El hecho de que el Señor limitara la legítima práctica sexual al casamiento, excluye la posibilidad de que su comunidad de creyentes –plena y regularmente establecida en la Tierra– pueda incluir a aquellos que transgreden su voluntad, al involucrarse en actividades sexuales fuera del casamiento, como Dios lo ha definido (Lev. 18; 20). Desde la Caída, ese permanente principio debe ser aplicado a la condición humana, que se ha vuelto confusa. Por un lado, las distinciones entre los géneros no siempre son tan claras en la Biblia, como lo eran antes de la caída. La Biblia define identidad sexual, sea macho o hembra, solamente en términos de órganos reproductores; pero algunas personas pueden tener características de ambos sexos.

Crecimiento en la gracia

            Otra complicación surge porque todos los tipos de personas van a Dios por medio de Cristo para que sean salvas (Mat. 9:10; Juan 12:32; Luc. 14:21-23). Su transformación comprende una línea de aprendizaje, mientas progresivamente comprenden y siguen los principios divinos. No todas las cuestiones entre ellas y Dios desaparecen instantáneamente, en el momento en que inician el trayecto hacia él; sin embargo, el Señor nutre su respuesta positiva. Por ejemplo, él ordenó que los israelitas amaran a los extranjeros que vivieran entre ellos y que los trataran bien (Éxo. 22:21; 23:9; Lev. 19:10, 33, 34). Esos forasteros no eran ciudadanos con plenos derechos como los nativos israelitas, tampoco eran responsables por la observancia de todas las instrucciones religiosas aplicadas a los israelitas, como los requerimientos para la observancia de las fiestas anuales, la devolución de los diezmos y la donación de ofrendas de los primeros frutos (Éxo. 23:16, 19; Lev. 23:4-44; 27:30, 32; Núm. 18).

            Sin embargo, ellos eran responsables por la obediencia al Dios del acuerdo (Éxo. 12:19; Lev. 16:29), por la sumisión a sus instrucciones básicas sobre comportamiento sexual (Lev. 17:10, 12, 13; 18:26; 20:2; 24:16, 22) y por la purificación de la impureza física, en algunos casos (Lev. 17:15; Núm. 19:10). Les era permitido que participaran en los ritos de culto con los israelitas, así como era asignado para que siguieran los reglamentos aplicables (Éxo. 12:48, 49; Lev. 17:8; 22:18; Núm. 9:14; 15:14-16). A ellos también se les requería la expiación por la transgresión de los Mandamientos divinos, y esto era realizado por medio de ofrendas de purificación (“ofrendas por el pecado”; Núm. 15:26, 29). De esta manera, Dios buscaba atraer a los extranjeros que tenían poco o ningún conocimiento sobre él, hacia una relación con su comunidad de fe, a fin de cumplir parcialmente su propósito de hacer de los descendientes de Abraham un canal de bendición para todas las personas del mundo (Gén. 12:3; 22:18).

            Básicamente, el mismo abordaje divino se aplica al Israel espiritual de hoy (Gál. 3:26-29), con la diferencia de que somos una comunidad de creyentes, en lugar de una nación teocrática que pertenecía a un cierto grupo étnico. En armonía con el ejemplo de Cristo (Mat. 9:10, 11; Luc. 15:1, 2), debemos permitir que las personas que se equivocan (así como nosotros) lleguen a Dios y sean fortalecidas en su relación con él, garantizándoles acceso a la fraternidad y a la adoración junto con nosotros, sin comprometer los principios por los que somos responsables delante del Señor, de modo que la influencia se dé exclusivamente en una dirección positiva. Cuando los fariseos cuestionaron el evangelismo inclusivo de Jesús, él les respondió: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mat. 9:12, 13).

Nuestra respuesta

            Dios no juzga a una persona como responsable por la luz que no haya recibido o no haya comprendido (Sant. 4:17). De esa manera, estaríamos cometiendo un crimen muy serio si cerráramos nuestro corazón y las puertas de la iglesia a las personas que están buscando a Dios, pero que tienen problemas, incluyendo sexuales, y que son moralmente inmaduras, a quienes está atrayendo a sí mismo (Mat. 19:14). Si son habilitadas o no para unirse oficialmente y permanecer en la comunidad de fe, eso dependerá de que acepten los principios “innegociables” por los cuales Dios hace responsable a su comunidad. De acuerdo con Jesús, el principio más innegociable descrito en el Antiguo Testamento es el evidente, eterno y redentor principio del amor altruista (Mat. 22:37-40; Luc. 10:27-37; cf. Lev. 19:18, 34; Deut. 6:5). Continuará.

Sobre el autor: Profesor de Hebreo y Lenguas del Antiguo Oriente Medio, en el Seminario Teológico de la Universidad Andrews.


Referencias

[1] Una forma anterior de este estudio fue presentada el 18 de marzo de 2014, bajo el título “La imagen de Dios: Escrituras, sexualidad y sociedad”, en un encuentro organizado por la Asociación General de la IASD, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Para mis discusiones sobre este asunto, ver Roy E. Gane, Nicholas P. Miller y H. Peter Swanson, eds., Homosexuality, Marriage and the Church: Biblical, Counseling and Religious Liberty Issues (Berrien Spring, MI: Andrews University Press, 2012); que incluye a Richard M. Davidson, “Homosexuality in the Old Testament”; Robert A. J. Gagnon, “The Scriptural Case for a Male-Female Prerequisite for Sexual Relations: A Critique of the Arguments of Two Adventist Scholars”, pp. 53-161; y Roy E. Gane, “Some Attempted Alternatives to Timeless Biblical Condemnation of Homosexual Acts”, pp. 163-174.

[2] James V. Brownson argumenta que “el lenguaje de ‘una sola carne’ en Génesis 2:24 no se refiere a la complementariedad física de género, sino al elemento en común de afinidad compartida. Por lo tanto, es simplemente engañoso decir que los actos eróticos del mismo sexo, descritos en Romanos 1:26 y 27, sean ‘contrarios a la naturaleza’ porque transgreden la complementariedad física de los géneros descrita en la unión en ‘una sola carne’ de Génesis 2:24” (Bible, Gender, Sexuality: Reforming the Church’s Debate on Same-Sex Relationships [Grand Rapids, MI, Eerdmans, 2013], p. 35). Es verdad que Génesis 2:24 enfatiza la unidad, pero otras partes del relato de la creación revelan complementariedad. Por ejemplo, en Génesis 1:27 y 28, Dios creó al hombre y a la mujer y bendijo su procreación. En el capítulo 2, versículo 18, Dios dice a Adán: “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él”. Las palabras “ayuda” e “idónea” derivan del hebreo kenegdo (cf. vers. 20), en que neged se refiere a lo “que es opuesto, que corresponde” (Ludwig Koëhler e Walter Baumgarten, The Hebrew and Aramaic Lexicon of the Old Testament, ed. M. E. J. Richardson (Leiden: Brill, 2001, 1:666). Eso indica diferencia, así como semejanza (cf. Brownson, ibíd., p. 30, esp. N° 27).

[3] En el Nuevo Testamento, Jesús también se refirió a la posibilidad de que una esposa se divorcie del marido (Mar. 10:12).

[4] Esto incluye sexo previo al casamiento (Éxo. 22:16), estupro (Gén. 34:2), adulterio, incesto, relación homosexual y bestialismo (Lev. 18, 20). El Antiguo Testamento no menciona la masturbación. El pecado de Onán fue “coito interrumpido”, para impedir el propósito del levirato en el casamiento (Gén. 38:9).

[5] Sobre Levítico 18:18, que algunos intérpretes consideran una comprensiva prohibición de toda poligamia, ver Roy E. Gane, Leviticus, Numbers, NIV Application Commentary (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2004), pp. 319, 320.