Necesitamos comprender que la aceptación de Cristo como Salvador personal no lleva automáticamente a alguien a seguir ciertos componentes de estilo de vida cristiano.

La Reforma Protestante del siglo XVI, originalmente, estaba fundamentada en el principio hermenéutico de sola Scriptura (exclusividad de la Escritura). Se puso mucho énfasis en el significado gramático-histórico del texto bíblico. Otras fuentes del conocimiento religioso, como la tradición, la razón y la experiencia, fueron consideradas aceptables solo si armonizaban con lo que era comprendido como las enseñanzas de la Palabra de Dios. Pero ese abordaje ha perdido mucho de su poder, bajo la influencia del existencialismo filosófico, la teología del encuentro, el pentecostalismo y el posmodernismo. Actualmente, muchos cristianos confían más en su propia experiencia subjetiva que en las enseñanzas objetivas de las Escrituras.

En contraste, los adventistas se ven como un movimiento profético especial en el tiempo del fin, levantado por Dios para mantener “la Biblia y la Biblia sola, como piedra de toque de todas las doctrinas y base de todas las reformas”.[1] No obstante, si es verdad que la religión cristiana consiste en una experiencia viva con Dios y en ser leales a las enseñanzas bíblicas, ¿qué papel específico desempeñan la Escritura y la experiencia en la vida cristiana? ¿Cómo pueden estar integradas para evitar el riesgo de enfatizar una en detrimento de la otra?

Este artículo analiza brevemente cuatro intentos distintos de integrar las Escrituras y la experiencia en la vida cristiana. Su principal objetivo es evaluar críticamente, a la luz de la Palabra de Dios, cada uno de estos intentos, procurando identificar el modelo que mejor refleje la visión bíblica del asunto.

La Escritura por sobre la experiencia

Con el pasar del tiempo, las denominaciones cristianas tienden a sustituir las enseñanzas de las Escrituras por componentes antibíblicos de la cultura contemporánea.[2] Intentando revertir ese proceso, algunas personas terminan suplantando la experiencia por un fuerte énfasis en las enseñanzas de las Escrituras. En este modelo, la dimensión objetiva de la religión habla mucho más alto que la subjetiva, y la obediencia a determinado cuerpo de reglas oscurece la relación viva con Cristo. El resultado natural de este abordaje puede ser el formalismo y el legalismo.

Indudablemente, el contenido cognitivo de las Escrituras desempeña un papel fundamental dentro de la fe cristiana. El apóstol Pablo argumenta que, para que alguien crea en Dios, necesita tener una comprensión objetiva de él (Rom. 10:13-15). De acuerdo con Alister McGrath, “no creemos en Dios; creemos en ciertas cosas muy definidas acerca de él. En otras palabras, la fe tiene contenido al igual que objeto”.[3]

Cristo definió a sus genuinos seguidores como los que viven de “toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4), escuchan sus palabras y las ponen en práctica (Mat. 7:24). En el Apocalipsis, Juan nos advierte que “si alguno añadiere” a las palabras proféticas de ese libro, “Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad” (Apoc. 22:18, 19). Y Pedro señala: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Ped. 1:19). Así, no tenemos derecho a descuidar las palabras de las Escrituras, pues son, realmente, la Palabra de Dios en lenguaje humano.

Por lo tanto, por más significativas que sean las doctrinas bíblicas, la verdadera religión es mucho más que convicción intelectual. Significa conversión espiritual que opera desde adentro hacia afuera de la persona (Juan 3:1-21), de manera que se convierte en una “nueva criatura” (2 Cor. 5:17). Ni el racionalismo ni el activismo social pueden generar tal experiencia salvadora.

La experiencia por sobre la Escritura

Apartándose del formalismo frío y de la mera religión intelectual, muchos cristianos han superado el componente cognitivo de las Escrituras con alguna clase de religión carismática y existencial.[4] Influyó en este proceso Martin Buber, con su libro I and Thou, en el que sugiere la sustitución de la relación formal por la personal; es decir, debemos tratar a las personas (y a Dios) como personas con quienes mantenemos relaciones, no sencillamente objetos de satisfacción de nuestras necesidades.[5] Tal abordaje ayudó a formar la así llamada “teología del encuentro”,[6] según la que el objetivo es conocer a Dios personal e individualmente, no solo conocer acerca de él.

Muchos cristianos modernos que supuestamente creen escuchar “la voz del Espíritu” hablándoles más que el texto bíblico, intentan justificar tal actitud con la declaración de Pablo según la que “la letra mata, mas el espíritu vivifica” (2 Cor. 3:6).[7] Pero el contexto de tal afirmación revela que el apóstol sencillamente está contrastando el Antiguo y el Nuevo Pacto. El Antiguo (referido como “la letra”) fue, en verdad, una limitada sombra del nuevo (ver Heb. 8). A pesar de todo, si asumimos que el Antiguo Pacto fue defectuoso en esencia, tendremos que admitir que Dios estableció un camino erróneo de salvación para Israel. El problema no estuvo con el Pacto, sino con su mala interpretación, primeramente por el Israel antiguo; después, por la iglesia de Corinto.

Ralph Martin sugiere que la “letra” se refiere aquí “a alguna interpretación de la Tora que prevalecía en Corinto” o, en otras palabras, “un uso erróneo de la ley de Moisés vista como fin en sí misma y que fracasó en apreciar su verdadero propósito de conducir a Cristo (Rom. 10:4 – telos; Gál. 3:24)”.[8]

A pesar de las distorsiones propuestas por la teología del encuentro y por la teología carismática, la experiencia personal con Dios es básica para la religión cristiana. En contraste con el énfasis griego en el autoconocimiento del hombre, la Biblia coloca la relación con Dios como el fundamento de todo conocimiento verdadero. Isaías invitó a Israel: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano” (Isa. 55:6). Oseas agregó: “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová” (Ose. 6:3). Jesús declaró que la vida eterna consiste en conocer a Dios, el Padre, y él mismo, el Hijo (Juan 17:3). Tal conocimiento incluye un profundo aspecto relacional, bien expresado en la analogía de la vid y de los pámpanos hecha por Jesús (Juan 15:1-17), en la expresión “en Cristo”, empleada por Pablo (Rom. 8:1, 39; 16:3, 7, 9, 10; 1 Cor. 1:30; 2 Cor. 5:17; Gál. 1:22; 5:6; Efe. 1:13) y en la mención que Juan hace acerca de tener al Hijo (1 Juan 5:12).

Al saber que la Escritura y la experiencia desempeñan un papel fundamental en la religión cristiana, necesitamos considerar más detalladamente su interacción con la vida cristiana.

Experiencia igual a la Escritura

Teniendo en mente la necesidad de conservar juntas la Escritura y la experiencia, algunos cristianos se ven tentados a igualarlas. Un ejemplo clásico de esto es el así llamado “cuadrilátero de Wesley”, en el que las Escrituras, la tradición, la razón y la experiencia son puestas en un mismo nivel de autoridad. Por otro lado, Donald A. D. Thorsen señala que la imagen del cuadrilátero no puede ser la mejor representación de la teología de Wesley:

“Si alguien insiste en escoger una figura geométrica como paradigma de Wesley, un tetraedro -una pirámide tetraédrica- sería más apropiado. La Escritura sirve como fundamento de la pirámide, con los tres lados formados por la tradición, la razón y la experiencia como fuentes complementarias, no primarias, de autoridad religiosa”.[9]

Todo intento de colocar la experiencia al mismo nivel que las Escrituras, crea algún tipo de lealtad dividida en la que, algunas veces, la Escritura supera a la experiencia que, a su vez, otras veces puede ser superada por la Escritura. Habrá ocasiones en las que la razón humana y el gusto personal decidirán cuál de esos elementos debería tener primacía. Así, las enseñanzas de la Biblia con las que alguien concuerda y considera agradables son reconocidas como normativas. Por otro lado, las partes de la Biblia que se asumen como absurdas o desagradables son consideradas culturalmente condicionadas y obsoletas. Si bien la autoridad de la Escritura es comprendida, frecuentemente es suplantada por la experiencia.

Al contrario de la teología del encuentro y a la teología carismática, que tienden a sustituir la Escritura por la experiencia, el texto bíblico parece ser tomado más en serio en la hermenéutica posmoderna. Pero, al emplear la “crítica orientada al lector” en relación con la Escritura,[10] el abordaje posmoderno está preocupado no tanto por lo que el texto bíblico realmente dice o cómo era comprendido por los lectores originales, sino por cómo las personas lo comprenden hoy y lo que significa para ellas. Al cambiar el foco (pasar de las Escrituras al lector) los posmodernos abren el texto bíblico a una variedad de interpretaciones subjetivas, todas igualmente válidas. Consecuentemente, ya no hay una clara y consistente Palabra de Dios, sino muchas palabras en conflicto, supuestamente atribuidas a él.

Al hablar sobre la “relevancia y la ambigüedad de la experiencia”, Anthony C. Thiselton menciona que, “si la experiencia es abstraída de la Escritura, es capaz de interpretaciones diversas e inestables”.[11] Entonces, para evitar este peligro, tenemos que tomar más seriamente en consideración lo que la Biblia tiene que decir acerca de sí misma y su relación con la experiencia.

La Escritura media la experiencia

La Biblia establece claramente que nuestra experiencia salvadora con Dios tiene que ser informada y mediada por su Palabra escrita. En el libro de los Salmos, la Palabra de Dios se menciona metafóricamente como una “lámpara” para nuestros pies y “luz” para nuestros caminos (Sal. 119:105). De acuerdo con Jesucristo, sus seguidores deben vivir “de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mat. 4:4). Y Pablo explica: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Rom. 10:13-15).

Estas y otras invitaciones bíblicas para vivir fielmente por la Palabra de Dios implican que la Palabra precede a la experiencia. De acuerdo con Arthur Weiser, “la fe siempre es la reacción del hombre a la acción primaria de Dios”.[12]

Las evidencias escriturísticas indican que la “palabra” por la que deben vivir los cristianos no es una impresión subjetiva del Espíritu Santo en la conciencia de ellos. Esa “palabra” se refiere a voces proféticas objetivas relatadas en las Escrituras. Isaías advierte: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Isa. 8:20). Y Pedro agrega: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:19-21).

Aun aceptando la primacía de la Escritura sobre la experiencia, muchos cristianos hoy ya no leen la Biblia para aprender la verdad, sino solo para nutrir su relación mística con Cristo.[13] La obediencia a los valiosos componentes éticos de la Biblia es considerada una derivación espontánea de una relación personal con Jesús. Los componentes que no se encuadran en este concepto son considerados insignificantes e irrelevantes. Por más atrayente que pueda ser esta noción, necesitamos comprender que la aceptación de Cristo como Salvador personal no lleva automáticamente a alguien a seguir ciertos componentes del estilo de vida cristiano como la observancia del sábado, la entrega del diezmo y la reforma de la salud. Cuando alguien acepta a Cristo, el principio y la motivación para la obediencia son implantados en su vida (Fil. 2:13), sin dar margen a algún mérito humano de salvación. Pero la obediencia en términos concretos tiene que ser aprendida de las Escrituras.

Al hablar de la experiencia de Cristo, la Biblia declara que “crecía en sabiduría y en estatura” (Luc. 2:52). Elena de White menciona que “de labios de ella [María] y de los rollos de los profetas, [Jesús] aprendió las cosas celestiales”.[14] Y Pablo aconsejó a Timoteo en los siguientes términos: “Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Tim. 3:14, 15). Eso significa que el conocimiento salvador de Dios debe ser aprendido de la Escritura y practicado en la vida diaria.

Palabra eterna

Dado que la verdadera religión cristiana es una experiencia personal con Dios y con los semejantes (Mat. 22:34-40), no podemos descartar su elemento experiencial sin arruinar toda nuestra religión. Pero muchos cristianos actuales aceptan un abordaje experiencial que expone a las Escrituras a una gran variedad de interpretaciones subjetivas. Los que apoyan el principio de sola Scriptura jamás considerarán que la experiencia tiene el mismo valor, o hasta mayor valor, que la Escritura. El mismo Espíritu Santo que inspiró a los profetas canónicos guiará a los creyentes a la completa conformidad con la Palabra de Dios. “Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad” (Juan 16:13). “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17). En otras palabras, nuestra experiencia debe ser mediada y guiada por la Escritura. Eso significa que nuestra experiencia personal con Dios, en lugar de apartarnos de su Palabra, crecerá cada vez más íntimamente con ella.

El pensamiento independiente es considerado una característica básica de la persona madura. Indudablemente, los cristianos deben ser “pensadores y no meros reflectores de los pensamientos de otros hombres”.[15] A pesar de todo, al mismo tiempo, la madurez cristiana también significa una creciente dependencia de Dios y de su Palabra. En realidad, “toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Isa. 40:6-8).

Sobre el autor: Rector del Seminario Adventista Latinoamericano de Teología y coordinador del Espíritu de Profecía en la División Sudamericana.


Referencias

[1] Elena de White, El conflicto de los siglos, p. 653.

[2] Jacques Ellul, The Subversión of Christianity (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1986).

[3] Alister McGrath, Understanding Doctrine: Its Relevance and Purpose for Today (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1990), p. 39.

[4] Vanderlei Dorneles, Cristãos em Busca de Êxtase (Engenheiro Coelho, SP: Unaspress, 2003).

[5] Martin Buber, I and Thou (New York: Charles Scribner’s Sons, 1970).

[6] Charles B. Ketcham, A Theology of Encounter: The Ontological Ground for a New Christology (University Park, PA: Pennsylvania State University Press, 1978).

[7] Harold Weiss, Spectrum 7, n° 3, 1975, p. 53.

[8] Ralph Martin, 2 Corinthians (Word Biblical Commentary; 52 v.; Waco, TX: Word Books, 1986), t. 40, p. 55.

[9] Donald A. D. Thorsen, The Wesleyan Quadrilateral: Scripture, Tradition, Reason & Experience as a Model of Evangelical Theology (Grand Rapids, MI: Zondervan, 1992), p. 71.

[10] Edgar V. McKnight, Postmodern Use of the Bible The Emergence of Reader oriented Criticism (Nashville, TN: Abingdon, 1988).

[11] Anthony C. Thiselton, The Hermeneutics of Doctrine (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2007), p.

451, 453.

[12] Arthur Weiser, en Gerhard Friedrich, ed., Theological Dictionary of the New Testament (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 1968), t. 6, p. 182.

[13] Morris Venden, Love God and Do as Yon Please: A New Look at the Old Rules (Nampa, ID: Pacific Press, 1992).

[14] Elena de White, El Deseado de todas las gentes, p. 50.

[15] Elena de White, La educación, p. 17.