El evangelista planificó su campaña con mucha anticipación y envió gente a preparar el terreno. Llegado el momento, escogió a los instructores bíblicos. Como no había mucho para elegir, llevó gente sin experiencia y con muchas limitaciones. Pero él era un predicador fogoso y elocuente, y sus temas eran claros, profundos y bien ilustrados. La predicación incluía temas sociales, de salud, educativos y teológicos. Fue así que despertó gran interés y reunió mucho público desde el comienzo, lo cual suscitó los celos y la oposición de los dirigentes de la religión popular.

Se realizó mucha obra personal en los hogares, a pesar de que los instructores discutían frecuentemente y uno de ellos literalmente era un instrumento satánico. La preocupación por las almas, por su equipo y por la oposición hizo que el evangelista durmiera poco y orara mucho.

Fue una campaña dura, llena de angustias, e incluso de lágrimas. No se bautizaba gran número de personas, hasta que un ataque de los opositores, apoyados por las autoridades civiles, puso fin al ciclo de conferencias. El evangelista dijo que su alma estaba muy triste, y sin embargo, en medio del dolor de ese fracaso, su equipo de instructores se fue cada uno a lo suyo dejándolo solo. Al menos no estaba preocupado por lo que pensaría el presidente de la asociación, pues sabía que aprobaba su obra. Su preocupación era por las almas y por su equipo, aunque en determinado momento su angustia fue tan grande que se creyó desamparado por su presidente, quien no hizo nada por librarlo de las manos criminales que pusieron fin a su joven vida.

Estimado colega, tú conoces a ese insuperable evangelista que todavía no terminó su campaña, pues trabaja y sufre contigo mientras te dice: “Soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio” (2 Tim. 4: 5).

Estos pensamientos vinieron a mi mente cuando, en medio de un ciclo de conferencias difícil, me encontraba solo en mi habitación después de un día de esos en que todo parece haber salido mal. Entonces recordé las palabras de Isaías acerca del evangelista Jesús: “Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isa. 53: 11), y me dije: “Es cierto, la mayor satisfacción que conozco es la de ver gente convertida y salvada por la gracia de Dios a través del esfuerzo humilde”.

Después de recordar este versículo tomé mi Biblia y leí en su contratapa aquella cita que me regalara un converso en mi primer ciclo de conferencias: “Se borrarán tus tristezas cuando recuerdes las sonrisas que guarda tu corazón, las de la gente que te quiere”.

Sobre el autor: José A. Plescia es secretarlo ministerial y evangelista de la Asociación Argentina Central, Argentina.