(Continuación)

  • Las 70 “semanas de años’’ están designadas por el uso y por el contexto. El término que en Daniel 9:24 se traduce como “semanas”, es shabu’im (singular shabua’). Shabua’ denota simplemente una unidad de siete, y puede designarse como un período de siete días o siete años. La intención debe determinarse mediante el contexto y el uso. En la literatura posbíblica, también puede demostrarse el significado de “siete años”. Hebdomas, la traducción que da la LXX para shabua’, se emplea para un período de siete días y también para uno de siete años. La intención de la LXX debe determinarse por él contexto y el uso. Hacemos notar que este último empleo puede demostrarse en la literatura clásica en una época tan antigua como el siglo sexto antes de Cristo. (Véase Liddell y Scott, A Greek-English Lexicon, bajo “hebdomas”.)

Por lo tanto, nos vemos inducidos a concluir, en armonía con una hueste de eruditos, que en Daniel 9: 24-27 el profeta empleó shabua’ para designar un período de siete años literales. Consideramos que las siguientes constituyen razones ineludibles:

  1. Shabua’ ocurre seis veces en Daniel 9:24-27. En cada uno de estos casos se emplea el sustantivo sin calificativo. En el resto del libro de Daniel, shabua’ ocurre solamente en el cap. 10:2, 3. En este último, el significado es claramente “un período de siete días”, porque el pasaje describe el ayuno de Daniel —el que evidentemente duró tres semanas literales. Y la LXX sigue esta misma pauta que el hebreo. Contiene hebdomas sin calificativo en Daniel 9:24-27, pero calificada por “de días” en Daniel 10:2, 3. La distinción y la intención son obvias.
  2. Ya hemos visto (véase la pregunta 24) que uno de los rasgos característicos de la profecía simbólica es que presenta los períodos de tiempo que la integran, no en forma literal, sino simbólica. Y también se ha demostrado que Daniel 9:24-27 es una continuación de la explicación literal de la visión simbólica que comenzó en Daniel 8:19-26. Ahora bien, como Daniel 9:24-27 es una parte de la explicación literal de la visión simbólica, esperaríamos lógicamente que los elementos temporales también se hayan dado en términos literales. Tal es el caso si a shabua’ se le da aquí el significado evidente de “siete años”. Los eruditos judíos, católicos y protestantes concuerdan en que si shabua’ en Daniel 9:24 tiene el significado de “siete años”, entonces las setenta shabu’im indican claramente un período de 490 años.
  3. Subdivisiones de un periodo unitario abarcante. Primero hay una declaración general acerca de la extensión del período, y luego se dan los detalles de la forma como se desarrollarán los acontecimientos. Las 70 semanas, colectivamente, se dividieron para dar énfasis en tres segmentos desiguales: siete semanas, sesenta y dos semanas y una semana. Un acontecimiento importante se relacionaba con cada parte o división. Creemos que éstas no eran más que subdivisiones de una misma unidad cronológica abarcante, y las tres partes se continuaban sin interrupción. (Nuestras razones que apoyan este punto de vista las daremos en la Pregunta 26).

Notemos la situación: Jerusalén estaba cautiva y el santuario, o templo, estaba en ruinas. Por entonces se dio el “mandamiento”, o promulgación de una serie de decretos, de restaurar y reedificar a Jerusalén. Según Esdras 6:14, este mandamiento implicaba tres decretos sucesivos y relacionados unos con otros, dados por Ciro, Darío y Artajerjes. El de Ciro (quien dio solamente la orden de restaurar el templo) se promulgó en 537 AC; el de Darío Histaspes (quien confirmó la orden y continuó el trabajo de restauración del templo) probablemente se dio en 519 AC; y finalmente el decreto esencial se promulgó en 457 AC, en el séptimo año del reinado de Artajerjes Longímano, quien envió a Esdras a Judea con nuevos privilegios y prerrogativas.

El templo se terminó en 515 AC, en el sexto año del reinado de Darío (Esd. 6: 15). Pero no fue sino hasta 457 AC cuando se promulgó la autorización para la completa restauración de la ciudad. Esto apuntaba al futuro, cuando el estado judío recibiría plena autonomía, con la posibilidad de poner en vigencia sus propias leyes —sujeto, por cierto, al tutelaje del imperio persa (Esd. 7:11-26). Por lo tanto se necesitaron los tres decretos, y particularmente el de Artajerjes, para completar y constituir el “mandamiento” o propósito de Dios.

Las siete semanas iniciales, ó 49 años, vieron reedificadas las calles y las murallas de Jerusalén. Las 62 semanas adicionales (ó 434 años) se extendían hasta el tiempo cuando aparecería el Mesías. Este período de 62 semanas era una extensión de tiempo más bien tranquila, incluyendo los años entre Malaquías, último de los profetas, y Juan el Bautista, heraldo que bautizó al Mesías. Fue, significativamente, un período cuando no hubo comunicaciones proféticas especiales de Dios para el pueblo.

Pero las siete semanas de años iniciales, juntas con las 62 semanas, debían considerarse como una unidad cronológica ininterrumpida de 69 semanas (Dan. 9:25). Esto es un total de 69 “semanas” de años (que hacen un total de 483 años) que conducían hasta la semana final de siete años, en medio de la cual el Mesías sería muerto.

Los 483 años (69 semanas), se verá, alcanzan hasta el ungimiento de Jesús como el Mesías por el Espíritu Santo en su bautismo (Luc. 3:21, 22). Creemos que él comenzó su ministerio público en el año 27 DC, después de su ungimiento (Mar. 1:14; Luc. 4:18; Hech. 10:38; Heb. 9:12). Pero las 70 semanas de años no debían terminar hasta la muerte expiatoria de Cristo (véase la sección 9), lo cual incluiría seis acontecimientos específicos —indicados por seis cláusulas consecutivas del vers. 24. Estos eran: (1) los judíos debían terminar su transgresión mediante el rechazo de Jesús como el Mesías, (2) el Mesías debía poner fin a las ofrendas por los pecados, (3) debía hacer expiación por la iniquidad, (4) debía traer la justicia perdurable, (5) la visión debía ser sellada o autenticada, (6) el Santo de los santos debía ser ungido.

Pero sólo “después” de las 69 semanas de años —sin embargo dentro de la última o heptagésima semana de años— el Mesías sería muerto, lo cual constituye el punto focal de esta profecía. Creemos que cuando nuestro Señor ascendió al cielo, y el Espíritu Santo descendió como señal de la inauguración de Cristo como Sacerdote celestial, no quedaba una sola de estas especificaciones de Daniel 9:24 que no se hubiera cumplido plenamente.

Como lo reconocen muchos eruditos cristianos, Jesús comenzó su ministerio público al mismo comienzo de la última o heptagésima semana de años, declarando: “El tiempo se ha cumplido” (Mar. 1:15). Y en esta postrera semana de años, así comenzada, confirmó mediante su vida y sus enseñanzas, y ratificó con su muerte, el pacto eterno de la gracia que Dios había hecho con la humanidad. Debido a su muerte, resurrección y ascensión en la “mitad” de la heptagésima semana, no permaneció en la tierra durante la segunda mitad de la semana. Pero su mensaje y su misión siguieron siendo predicados por los primeros evangelistas a los judíos de Jerusalén, durante un poco de tiempo (posiblemente unos tres años y medio). Así fue como el tiempo de gracia para Israel continuó durante un corto lapso, y las setenta semanas completaron su extensión temporal.

  • Se quita la vida al Mesías por muerte violenta. La precisión de los acontecimientos finales de las setenta semanas es impresionante. La confirmación del pacto caracteriza la heptagésima semana, con la muerte del Mesías “a la mitad de la semana”. Y aquí se revela hasta el lugar o la ciudad donde se realizaría la expiación. El Mesías Príncipe (Dan. 9:25; véase Hech. 10:38) no vendría como un glorioso conquistador y emancipador, sino que perecería (karath) “no por sí”, es decir sería una muerte violenta, vicaria (Véase Isa. 53: 8). El Mesías fue muerto por el hombre y para el hombre. Tal era el medio por el cual debía cumplirse esta profecía.

La expresión “a la mitad de la semana” es bien específica, y designa un punto preciso en el que ocurriría algo: la muerte de Cristo el Mesías, que ocurrió en la primavera del año 31 DC, justamente tres años y medio después de su ungimiento y del comienzo de su ministerio público. Aun cuando se tome el año 30 como la fecha de la crucifixión, todavía corresponde a la mitad de esta última semana de años.

En el momento de la muerte de Cristo como el Cordero de Dios, todos los sacrificios simbólicos encontraron su cumplimiento en la realidad. Ahora debían cesar. La ruptura sobrenatural del velo del templo (Mat. 27:50, 51) constituyó la declaración del Cielo de que los sacrificios animales y las oblaciones simbólicos de los judíos ya no tendrían eficacia y habían terminado para siempre en el plan de Dios. El camino de acceso hacia la presencia de Dios había sido abierto mediante Cristo (Heb. 10:19, 20). El hombre podría ahora aproximarse directamente a Dios, sin la intervención de un sacerdote humano, porque Cristo, y únicamente Cristo, constituía el “camino” nuevo y viviente (Juan 14:6). El cumplimiento satisfizo enteramente las especificaciones de la profecía: “Hará cesar el sacrificio y la ofrenda”.

El término de la heptagésima semana no fue señalado como algo importante. Ocurriría cuando se cumplieran los seis acontecimientos especificados. Numerosos eruditos han sostenido que el rechazo contra los judíos, como pueblo del pacto de Dios, no tuvo lugar hasta que los judíos apedrearon a Esteban, el primer mártir cristiano (Hech. 7:57-60). Cuando concluyeron las setenta semanas de años se desató una persecución general contra la iglesia (Hech. 8:1). La profecía declara que el pacto se confirmaría “por otra semana” (Dan. 9:27). Durante la segunda mitad de esta heptagésima semana profetizada, los apóstoles predicaron la muerte expiatoria, la resurrección y la ascensión de Jesucristo en Jerusalén, hasta que el sermón culminante de Esteban, dirigido por el Espíritu Santo, terminó en su martirio, momento cuando el mensaje del Mesías fue definitivamente rechazado por los judíos (Hech. 7).