Frecuentemente se pregunta: “¿Es correcto que el pastor de iglesia conozca quiénes son los miembros que devuelven fielmente sus diezmos al Señor y quiénes no lo hacen?” ¿No sería mejor para el pastor de la iglesia ignorar esto, de manera que, cuando predique acerca de la mayordomía de los bienes o posesiones, no pueda ser acusado de tener como blanco a alguien en particular? En este artículo descubriremos la solemne responsabilidad que descansa sobre el pastor de iglesia.
En tiempos del Antiguo Testamento fue necesario que en muchas ocasiones el Señor suscitara un mensajero especial para encaminar a Israel en los principios de una mayordomía fiel, debido a la negligencia por parte de los ministros. Uno de ellos fue Malaquías, a quien Dios concedió un mensaje de reforma.
Las palabras registradas en Isaías 58: 1 nos muestran la solemne responsabilidad del ministerio a lo largo de las épocas: “Clama a voz en cuello, no te detengas; alza tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado”.
Elena G. de White habla acerca de la “oscuridad que se ha llevado a las iglesias” como consecuencia de la flaqueza o debilidad en la instrucción y preocupación de los ministros.
“Algunos dejan de educar a la gente en lo que se refiere al cumplimiento de su deber. Predican esa parte de nuestra fe que no despertará oposición ni desagradará a los oyentes; pero no declaran toda la verdad. La gente disfruta de su predicación; pero hay falta de espiritualidad porque no se satisfacen los derechos de Dios. Su pueblo no le da los diezmos y las ofrendas que le pertenecen. Este robo perpetrado contra Dios, practicado tanto por ricos como por pobres, ha llevado oscuridad a las iglesias; y los pastores que trabajan con la gente y no les presentan la sencilla voluntad revelada de Dios, son puestos bajo condenación con la gente, porque han descuidado su deber” (Consejos sobre mayordomía cristiana, pág. 92).
“Hay una gran necesidad de instrucción concerniente a las obligaciones y los deberes hacia Dios, especialmente con respecto a pagar honradamente el diezmo. Nuestros ministros se sentirían muy apesadumbrados si no se les pagara prontamente por su trabajo; ¿pero considerarán ellos que debe haber sustento en la tesorería de Dios para mantener a los obreros? Si dejan de cumplir con todo su deber en lo que atañe a la educación del pueblo para que éste sea fiel en el pago de lo que pertenece a Dios, habrá escasez de recursos en la tesorería para promover la obra de Dios” (ibíd., pág. 109).
“El veedor de la grey de Dios debería cumplir fielmente su deber. Si por la sola razón de que una cosa no le agrada decide dejarla para que otro la haga, no está siendo un obrero fiel. Debe leer en Malaquías las palabras del Señor con las que acusa al pueblo de robar a Dios al retener los diezmos. El Dios poderoso declara: ‘Malditos sois con maldición’ (Mal. 3: 9). Cuando el que ministra en palabra y doctrina ve que el pueblo adopta una conducta que acarreará esta maldición sobre él, ¿cómo puede descuidar su deber de instruirlo y amonestarlo? Cada miembro de iglesia debería ser enseñado a ser fiel en el pago honrado del diezmo” (loc. cit.).
Observemos ahora la declaración de la sierva del Señor en la página 110 del libro Consejos sobre mayordomía cristiana:
“Es parte de la obra del predicador enseñar a los que aceptan la verdad por sus esfuerzos a traer el diezmo al alfolí, en reconocimiento de su dependencia de Dios. Los nuevos conversos deben ser plenamente instruidos acerca de su deber en cuanto a devolver al Señor lo que le pertenece. La orden de pagar el diezmo es tan clara que no hay ni sombra de excusa para violarla. El que descuida de dar instrucciones acerca de este punto, deja sin hacer una parte muy importante de su obra”.
Cada año encontramos un buen número de miembros nuevos que se añaden a la iglesia que no han sido debidamente instruidos en el principio de devolver fielmente su diezmo y sus ofrendas, y por lo tanto no han sido probados en su fidelidad a estos principios antes de bautizarse. ¿Debiéramos arriesgarnos a bautizar a alguien que no haya hecho una decisión definida a guardar el séptimo día -el sábado- y que haya dado evidencias de su convicción? Entonces, ¿cómo podemos bautizar a una persona que no haya sido instruida y no haya dado evidencias de la convicción de que Dios requiere nuestros diezmos y ofrendas? La mayordomía de nuestro tiempo y la mayordomía de nuestras posesiones son doctrinas. Ambas fueron instituidas en la creación, en el Jardín del Edén. Ambas están ligadas al hombre a lo largo de todas las edades.
“Que la iglesia designe a pastores o ancianos que se hayan consagrado al Señor Jesús, y que esos hombres comprendan que se elige a dirigentes que se desempeñarán fielmente en la obra de reunir el diezmo. Si los pastores demuestran que no están capacitados para ese cargo, si dejan de destacar ante la iglesia la importancia de devolver a Dios lo que le pertenece, si no se preocupan de que los dirigentes de iglesia que dependen de ellos sean fieles, y de que el diezmo sea llevado a la tesorería, están en peligro. Están descuidando un asunto que implica una bendición o una maldición para la iglesia. Deberían ser relevados de su responsabilidad y habría que poner a prueba a otros hombres” (ibíd., pág. 111).
Si un ministro no se preocupa en descubrir a aquellos miembros de su iglesia, que por causa de alguna debilidad espiritual fallan en la devolución de un diezmo fiel, ¿cómo podrá asegurarse de que ningún miembro que no sea fiel en este aspecto sea escogido como uno de los oficiales de la iglesia? El manual de la iglesia clarifica el hecho de que las personas nombradas como dirigentes deben ser “fieles y leales miembros de la iglesia” (pág. 173).
“Nadie que no se conforme con esta norma debe conservar su cargo, sea como dirigente de la iglesia o como obrero de la asociación” (ibíd., pág. 183). El ministro tiene la solemne responsabilidad de asegurarse que tales normas sean conocidas y practicadas por su congregación.
En cierta oportunidad un tesorero de iglesia rehusó cooperar con el pastor de la iglesia y el primer anciano en hacerles conocer aquellos miembros que no eran fieles. El declaró que la información de la cual era responsable era estrictamente confidencial. Esto es verdad y un tesorero tal debiera ser encomiado. Sin embargo, él estaba llevando su responsabilidad demasiado lejos, pues El manual de la iglesia declara lo siguiente: “El tesorero… debe ser cuidadoso en no hacer jamás comentarios sobre el diezmo pagado por algún miembro, o sobre las entradas o cualquier otra cosa que se relacione con esto, excepto con los que comparten la responsabilidad de la obra con él” (pág. 96, la cursiva es nuestra).
El tesorero de la iglesia local puede ser una fortaleza al ayudar a los miembros débiles del rebaño a alcanzar una mayor experiencia de fidelidad.
“El tesorero puede estimular grandemente la fidelidad en el pago del diezmo y profundizar el espíritu de liberalidad de parte de los miembros de la iglesia. Una palabra de consejo dada con el espíritu del Maestro ayudará al hermano o a la hermana a entregar a Dios con fidelidad lo que le pertenece en materia de diezmos y ofrendas, aun en tiempos de apretura financiera” (Pág. 90).
Creo que es deber de los pastores, ancianos y tesoreros de iglesia, cooperar juntos en la orientación de cada miembro de iglesia, de modo que alcancen un alto nivel de relación espiritual con su Señor y lleguen a ser fieles mayordomos de sus posesiones. El “desagrado” de Dios no descansará entonces sobre su pueblo. La “oscuridad” no podrá entrar en la iglesia. La “espiritualidad enana” se tornará gigante para la causa de Dios.
Sobre el autor: Gordon A. Lee es Director de Mayordomía de la División Australasiana.