En estas tierras latinoamericanas, de herencia eminentemente católica, la gente tiene un respeto casi natural por la religión. Ni siquiera el secularismo que está de moda es capaz de impedir, por ejemplo, que millones de personas acudan de todas partes del país para ver y oír al Papa. En algunos lugares el sacerdote aparece casi como un dios.

Nosotros, los pastores, no somos dioses ni semidioses, pero podemos tener la certidumbre de que cada vez que nos levantamos para predicar, la gente espera oír la Palabra de Dios. Hay muchos que sólo aparecen a la hora del sermón, y a veces ése es el único contacto que tienen con la iglesia, por lo que es también la única oportunidad que tiene el predicador para alcanzarlos con el evangelio.

Sin embargo, algo no está andando bien, porque mucha gente está regresando a casa frustrada y vacía. La predicación está perdiendo poder y autoridad. En general, en nuestros días se ridiculiza al predicador y, en consecuencia, la incredulidad parece apoderarse de la gente y la timidez se apodera del predicador. ¿Cuál es la causa de la pérdida de autoridad del púlpito moderno? La revista Christianity Today [La cristiandad de hoy] publicó hace algunos años el resultado de una encuesta llevada a cabo por la agencia Gallup, según la cual los ministros reconocían que la predicación era la primera de sus prioridades, pero al mismo tiempo consideraban que era una de las actividades que temían no se estuviera llevando a cabo muy bien.

Un predicador que no tiene la seguridad de la santidad y la solemnidad de su ministerio difícilmente predicará con autoridad; y si, como dice Philip Brooks, “predicar es comunicar la verdad divina por medio de la persona humana”, entonces el predicador, a pesar de ser humano, debe ser consciente de que él no es un simple orador y que su mensaje no es un simple discurso.

Y todavía más: la personalidad es inherente al predicador. Ninguna personalidad en el mundo es igual a otra. Por lo tanto, el predicador necesita ser consciente de que Dios lo puede usar con autoridad, a pesar de las limitaciones que pueda tener; con sus características, con su modo de ser, con su voz y con su apariencia física.

El ministro será un predicador consciente de su autoridad en la medida que mire a Jesús y deje de mirar a los otros predicadores, pasando por alto la tentación de sentirse inferior o superior a ellos.

La preparación

El predicador necesita conocerse y aceptarse tal como es. Sea usted mismo y pídale a Dios que lo ayude a desarrollarse. Nada de intentar imitar a otros predicadores, sin dejar de aprender de ellos tanto como se pueda. No se quede insatisfecho y reclamando porque no ha recibido los dones que otros predicadores tienen. Hubo un tiempo cuando yo pensaba para mí mismo: “Si Dios sabía que yo iba a ser predicador, ¿por qué no me dio una voz más grave y más potente?” Hasta que un día un colega se acercó y me dijo: “Sabe, Bullón, cuando usted empieza a predicar con esa voz débil y quebrada, desde el mismo principio comienza a tocar el corazón de la gente”. Nunca antes había notado ese detalle, pero éste es un ejemplo de cómo son las cosas cuando Dios quiere usar un instrumento humano para impulsar su evangelio.

La conciencia de nuestra autoridad en el púlpito tal vez sea más clara si observamos las tres palabras más importantes para definir la predicación, de acuerdo con el griego: euaggelízomai, que significa “anunciar las buenas nuevas”; kerússo, que quiere decir “proclamar como un heraldo” y marturéo, que significa “dar testimonio”.

En otras palabras, predicar no es otra cosa sino anunciar las buenas nuevas con la autoridad de un heraldo que ha vivido esas buenas nuevas. A diferencia del heraldo que comunica el mensaje que recibió, el predicador debe anunciar el mensaje que vivió. Cuando se trata de la predicación, el mensajero es parte del mensaje. Eso significa que para que haya un predicador con autoridad, Dios tiene que preparar inicialmente un mensajero que por medio del estudio personal y la experiencia prepare a su vez el mensaje. Después de todo, predicar no es solamente lo que hacemos o lo que somos. Para preparar a un predicador, Dios necesita primeramente preparar a un ser humano.

Martín Lutero solía decir que lo que prepara a un predicador es la oración, la meditación y la tentación. Por medio de la oración busca el poder de lo alto. Confiesa su indignidad, su pequeñez y sus limitaciones, poniendo todo eso al servicio del Maestro. Por medio de la meditación el predicador recibe de Dios el mensaje de su Palabra y las maravillas del evangelio que necesita la humanidad. Pero es por medio de la tentación, es decir, por medio de la vida diaria y la experiencia, que el mensaje se simplifica y se vuelve comprensible para los oyentes.

Todo lo que acontece en la vida del predicador, sea bueno o malo, forma parte de la preparación parapresentar el mensaje en forma humana.

Hace tiempo me estaba preparando para desarrollar el programa Red 97, una semana de evangelización que se transmitía vía satélite a diversos continentes. Cuando faltaban exactamente diez días para comenzar la tarea, empecé a sentir un terrible dolor de estómago. Resistí todo lo que pude, y finalmente me fui al hospital para someterme a una operación quirúrgica. En mi humanidad pensé que eso malograba la cruzada evangélica, pero estaba equivocado. Allí, en la cama del hospital, leí una frase maravillosa de Warem Wierske: “Las experiencias por las cuales pasamos nosotros, los predicadores, no son accidentes: son compromisos marcados. No interrumpen nuestra preparación; por el contrario, forman parte esencial de ella”.

Allí mismo, y más tarde en manos del médico, entendí mi dependencia de Dios. Algunos días después salí enflaquecido físicamente del hospital, pero poderoso en mi sentido de insignificancia y mi dependencia de Dios. Ahora sí estaba listo para comenzar la cruzada de evangelización.

Tipos de sermón

Pero la autoridad de la predicación no depende solamente de la conciencia que el predicador tiene de su misión y de la preparación que necesita para llevarla a cabo. También depende del origen de su mensaje. ¿Qué podemos hacer entonces para que la gente se sienta alimentada con la predicación? ¿Cómo preparar un sermón de modo que encuentre en él las soluciones divinas para sus inquietudes humanas?

Los estudiosos de la predicación clasifican los sermones en varios tipos, según la forma, el estilo, la construcción del texto o la orientación del contenido. Quiero mencionar sólo los dos tipos más comunes, y decir por qué uno de ellos es la única respuesta para la falta de autoridad que amenaza al púlpito de nuestros días.

El primer tipo de sermón es el temático. Como su nombre lo indica, nace a partir de un tema. El predicador elige primero un tema, después busca en su propia experiencia los pensamientos básicos del asunto. Se pregunta: “¿Qué le quiero decir a mi iglesia?” Después va a la Biblia con el fin de buscar apoyo divino para sus pensamientos humanos. El mejor instrumento para conseguir versículos bíblicos que le brinden apoyo a sus ideas es, por lo general, la Concordancia bíblica.

Pero el sermón temático induce muchas veces al predicador a no respetar tanto el contexto. El sermón deja de ser un sermón, y corre el peligro de convertirse en un estudio bíblico solamente.

Se cuenta la historia de un predicador que quería convencer a su iglesia para que saliera a vender libros y revistas misioneros. Necesitaba un texto bíblico que reforzara sus argumentos. Como disponía de una Concordancia bíblica buscó en ella la palabra “vender”. No le costó mucho encontrar las palabras que Jesús le dirigió al joven rico: “Una cosa te falta; anda, vende…” (Mar. 10:21). Ahí estaba el versículo que él necesitaba. No se preocupó del contexto, ni preguntó lo que Jesús le estaba pidiendo al joven que vendiera. Sencillamente acomodó el texto a su intención de convencer a su iglesia para que vendiera libros misioneros, e incluso señaló: “Debemos vender todo, inclusive libros y revistas misioneros”.

En la predicación temática no siempre el predicador parece estar preocupado por el texto. El tema es lo que le interesa. Usa la Biblia sólo para reforzarlo. Ese tipo de predicación no tiene mucho poder, porque las ideas básicas del sermón no nacen en la mente divina, ni se las extrae del texto bíblico. Pueden ser ideas muy buenas, bien intencionadas y espirituales, pero nacen en la mente del predicador, y por eso mismo carecen de autoridad divina.

El sermón poderoso, y que le da autoridad al predicador, es el sermón que sale de la Palabra de Dios. Los estudiosos lo llaman sermón textual, bíblico o expositivo. Andrew Blackwood, famoso profesor de homilética, define numerosas variaciones de él. Nadie necesita estar al tanto de todo lo que enseña la homilética para ser un predicador poderoso. Basta saber que ése es el tipo de predicación que Dios quiere que se use. Cuando Pablo aconsejó al joven Timoteo fue categórico: “Predica la Palabra…”

Para preparar un sermón bíblico el predicador necesita ir a la Biblia con humildad y despojado de preconceptos. Debe abrir el texto bíblico con espíritu de oración y analizarlo para empezar en su contexto histórico. ¿Quién escribió esto? ¿Para quiénes lo escribió? Y finalmente la gran pregunta: ¿Qué me quiere decir el Señor a mí hoy mediante este texto? ¿Cómo me puede ayudar a solucionar mis problemas cotidianos, en el trabajo, en el seno de la familia y en mi vida personal? Si el texto tiene una respuesta para el predicador ciertamente la tendrá también para sus oyentes. Si no le dice nada, tenga la seguridad de que tampoco le dirá nada a la congregación. No se atreva a predicar acerca de un texto que no respondió a sus anhelos personales, aunque el tema le parezca extraordinario.

Cómo trabajar con un texto

Hay muchos predicadores que consideran difícil elaborar un sermón bíblico y predicarlo, y encuentro particularmente que el problema radica en los numerosos tratados de predicación expositiva que se han escrito. La verdad es que la técnica es buena, pero el tecnicismo destruye la belleza y malogra la espontaneidad de las cosas. No se desanime cuando lea un libro técnico sobre la predicación expositiva. Tome lo básico y adáptelo a su personalidad. Déle su estilo. Aplique su propia experiencia y cree su modo personal de predicar. Si su personalidad no brilla a través de su predicación, usted es sólo un robot. Podría ser reemplazado por una cinta magnética sin que nadie se diera cuenta.

Pasaron muchos años hasta que lo entendí. Cuando comencé mi ministerio trataba de seguir paso a paso todas las técnicas que había aprendido en los libros. Me levantaba junto al púlpito, leía el texto, y cuando comenzaba a hacer lo que los maestros llaman “el análisis”, la gente se dormía, bostezaba, miraba el reloj y los niños se impacientaban. Eso me desanimaba. Algo estaba mal, pero yo estaba siguiendo lo que había aprendido en los tratados referentes a la predicación expositiva.

Cierto día, después de la predicación, un hombre me abrazó llorando y me dijo: “Pastor, ayúdeme por favor, ore por mi hijo. No sé qué más hacer por él. Hace muchos años, cuando nació, mi esposa y yo lo presentamos al Señor en esta misma iglesia; soñábamos con verlo crecer siendo útil a Dios. Pero hoy se encuentra en la cama de un hospital, porque recibió un balazo en un tiroteo con la policía”. Yo creo que en ese momento Dios me despertó. Tenía delante de mí un padre desesperado, que no sabía qué más hacer para rescatar a su hijo que se había hundido en el pecado. Ese hombre había ido a la iglesia a la espera de una solución divina para su desesperada situación, y yo había gastado los quince minutos iniciales de mi sermón describiendo cómo era la geografía del Mar Muerto, la densidad de sus aguas y la historia de las guerras de Israel.

Hoy no dedico más tiempo en hacer un análisis frío del texto. Entro en la aplicación desde el principio. El análisis va entretejido con la aplicación, o la aplicación con el análisis, según el caso. Pero la gente se queda atenta todo el tiempo. A lo largo del sermón voy presentando datos del análisis relacionados directamente con la aplicación para la vida diaria de los oyentes, y eso me da muy buenos resultados. Digo más, creo firmemente que un sermón expositivo puro, en el aspecto técnico, es adecuado cuando se lo predica ante un grupo de pastores, profesores o alumnos de Teología, pero no para las grandes congregaciones constituidas por la gente que nos oye predicar semanalmente.

En la vida diaria de un predicador eso se puede equiparar a la receta de cierto plato, y el plato en sí. La receta puede decir algo, pero la experiencia diaria le enseña al cocinero a crear sus propias variantes, y en eso radica la gran diferencia. Tenga siempre presente que, en la elaboración del sermón, la vida y la experiencia diaria lo llevarán a crear su propio estilo y su propia técnica.

Muchos pastores jóvenes me preguntan cómo preparo mis sermones. En mi vida hay dos momentos de estudio de la Biblia: el devocional y el profesional. En los momentos de devoción personal abro el Libro sagrado para alimentarme. El Señor es mi pastor y yo soy su oveja. Le pido que me lleve a los verdes pastos de su Palabra, trato de encontrar respuestas para mi propia vida como ser humano, como esposo y padre; trato de encontrar joyas preciosas en el tesoro de la Palabra divina, joyas que me den ánimo y coraje para mi vida diaria.

A veces, en ese estudio encuentro un pasaje del cual me imagino podría salir un sermón. Entonces lo anoto en un papel, y continúo con mi devoción personal.

Mi estudio profesional de la Biblia es otra cosa. En él tomo el pasaje que había anotado antes y comienzo a trabajar con él. El primer paso que doy es leer el capítulo entero y, a veces, los capítulos anteriores y posteriores. Eso me da una visión de conjunto. Puede haber oportunidades en que sea necesario leer todo el libro, como es el caso del libro de Jonás.

Después tomo un papel y anoto las ideas homiléticas que me proporcionó el texto. Ése es un proceso que puede llevar días, semanas, meses y hasta años. Es el caso del pasaje de Génesis 1:1 al 3, por ejemplo, sobre el cual todavía no prediqué, pero estoy trabajando en eso hace ya tiempo. En ese segundo paso voy añadiendo en cada período de estudio una o dos ideas homiléticas, hasta que llega el momento cuando tengo la impresión de que la mina se agotó. Y en un tercer paso busco en los escritos de Elena de White. Leo todos los comentarios que ella ha hecho acerca del texto que estoy considerando, lo que me ayuda a añadir algunas ideas más.

El cuarto paso consiste en investigar en los comentarios bíblicos. A veces ése es un momento doloroso porque a la luz de los comentarios me doy cuenta de que algunas de las ideas homiléticas que yo había encontrado carecen de sustentación teológica. Entonces, por más extraordinarias que me hayan parecido, debo dejarlas a un lado.

Después de todo ese proceso me quedo con las ideas que constituirán la estructura de mi sermón. Elijo sólo cuatro de ellas, lo que depende de la orientación que el Espíritu Santo me inspira acerca del tema. El estudio del texto me proporciona, a veces, hasta veinte ideas homiléticas, pero siempre elijo sólo cuatro. Las otras me ayudarán a predicar sermones en otras oportunidades, con otras orientaciones, partiendo del mismo texto.

Hoy, cuando doy una mirada retrospectiva, tengo que agradecerle al Señor por la forma maravillosa como me ha guiado en el ministerio de su Palabra. Recibo centenares de cartas que expresan gratitud a Dios como consecuencia del cambio operado en la vida de esas personas. Sé que la transformación experimentada es el fruto de la predicación con autoridad, empleada como un poderoso instrumento en las manos de Dios para alcanzar a los individuos.

Como pastores, necesitamos crecer permanentemente en el bendito ministerio de la predicación.

Sobre el autor: Secretario de la Asociación Ministerial de la División Sudamericana.