Se ha dicho que “el canto es tanto un acto de culto como la oración”. Por cierto es posible interpretar equivocadamente esta sencilla declaración. El culto es un acto individual. No es algo que otra persona hace por nosotros y que aceptamos de lejos. Es una experiencia personal, y no un reconocimiento de las devociones de otro. Por lo tanto, si el canto ha de ser un “acto de culto”, entonces requiere participación.

¿No se advierte una tendencia a sustituir el canto congregacional por coros y cuartetos? En algunos lugares no es infrecuente que el segundo y el último himno se sustituyan por “música especial”. La congregación participa en la doxología y en el primer himno. En otras iglesias se ha suprimido el segundo himno de la hora del sermón. Alguien ora por los feligreses, un grupo canta por ellos, y el ministro les habla a ellos. Puesto que la mayor parte de la actividad se realiza desde el púlpito y la plataforma, ¿no sería conveniente que la congregación cantara los tres himnos, elegidos en armonía con el tema del sermón?

Si el coro entona un himno, y si se desea con ello alcanzar los mismos beneficios derivados del canto hecho por la congregación, debe cantarlo con perfección, y esto implica que el himno esté al alcance de la preparación técnica que posee el coro. Leemos en Testimonies.

“El canto no debe ser presentado solamente por unos pocos. Toda la congregación debería ser animada a participar en el servicio de canto. Hay quienes poseen un don especial para el canto, y hay ocasiones cuando el canto de una sola persona o de varias puede significar un mensaje especial. Pero pocas veces conviene que sólo unos pocos participen en el canto. La habilidad del canto es un talento capaz de ejercer influencia, y Dios desea que todos lo cultiven y empleen para gloria de su nombre” (Tomo 7, págs. 115, 116).

¡Oh, cómo les agrada a algunos cantantes entonar himnos elaborados y con grandes dificultades técnicas! Esto podría indicar, entre otras cosas, que el canto no asciende más alto que el techo de la iglesia, en su camino hacia el cielo. No es posible cantar como acto de adoración con el yo destacándose prominentemente en toda la presentación, como tampoco es posible orar eficazmente cuando la oración ha sido preparada para que suene bien retóricamente, con abundantes figuras y frases rebuscadas. Tanto en la música como en la oración se disminuye su verdadera devoción o adoración en la medida en que se busca admiración o alabanza por la presentación personal. Dios mira el corazón antes de escuchar la voz. No busca tanto la perfección como la sinceridad.

Un himno entonado por la congregación dispone el corazón para recibir la palabra, y si el ministro canta suavemente para oír los poderosos tonos procedentes de los que han acudido a la iglesia para recibir ayuda, recibirá una nueva inspiración para llevar a cabo un servicio más eficaz. Los cantos entonados por toda la congregación constituyen un factor poderoso para unir a los participantes con un vínculo más íntimo en la adoración.

“Los servicios de música elaborados aunque resultan agradables para el oído cuando son bien presentados, y son capaces de despertar las emociones momentáneamente cuando todas las condiciones son favorables, resultan pobres comparados con los servicios devocionales sencillos y rendidos de corazón, los cuales estimulan la naturaleza espiritual del hombre, y en los cuales pueden participar todos.

“La música coral complicada puede ser agradable, pero cuando se introduce donde no se la requiere, puede (lejos de ser una ayuda en la devoción) resultar un impedimento, y hasta tiende a hacer olvidar la verdadera finalidad del culto. Que esos servicios corales deleitan el sentido del oído en la gente descuidada parece algo muy probable; pero no existen razones sólidas para suponer que el escucharlos haga devotas a tales personas. Agradan más bien que edifican.

“El silencio no es alabanza, y escuchar el canto y pensar cuán hermoso es, no es oración” (R. B. Daniels, Chapters on Church Music).

Evitemos cualquier tendencia a limitar la participación activa de la congregación en el culto, y cuidemos de no privarla de los preciosos beneficios que podrían obtener de la interpretación de himnos.