El don de la música ha sido otorgado al hombre por Dios con el sagrado propósito de “elevar los pensamientos hacia lo puro, noble y elevador, y para despertar en el alma la devoción y gratitud a Dios” (Mensajes para los Jóvenes, pág. 291).
A través de los siglos, la música ha estado íntimamente relacionada con el culto divino. El salmista dice: “Alabad a Dios en su santuario… Alabadle con salterio y arpa… Alabadle con cuerdas y órgano” (Sal. 150:1, 3, 4).
El canto es considerado como uno de Jos medios más eficaces para grabar el amor de Dios en nuestras almas. El espíritu de profecía nos dice: “Como parte del servicio religioso, el canto es tanto un acto de culto como la oración” (Id., pág. 290). Esto es aplicable tanto a la música vocal como a la instrumental.
¡Cuán grande es nuestra responsabilidad frente a la feligresía por la música que presentamos en nuestras iglesias! ¡Qué espíritu de devoción debiera acompañarnos en el canto, así como en cada nota instrumental para que nuestro culto sea acepto a nuestro Padre celestial!
Casi toda persona posee, en mayor o menor grado, cierto oído musical. Tenemos normalmente el sentido de percepción de los sonidos y nos vamos acostumbrando a Jos fundamentos de ciertas armonías. El mero hecho de que nos agraden dichas melodías, no nos autoriza para presentarlas al Creador como ofrenda de alabanza y adoración.
Consideremos el gran consejo: “Cada uno debe perfeccionar sus talentos hasta lo sumo”. Quien cultiva con amor este precioso don que se nos otorga; quien busca el mejor aprendizaje, siempre irá desarrollando el gusto y hallará nuevos y bellos horizontes. Su interés se acrecentará, su gusto se refinará hasta llegar a sentir amor únicamente por la buena música que edifica el alma y la eleva hacia lo divino. Sólo entonces estará en condiciones de ofrecer al Señor en su templo la ofrenda musical que pueda complacerle. Tenemos el deber de ofrecer al Señor lo mejor. El orador debe ser convincente y espiritual, y la música no puede ser menos, ya que está a la altura de la oración en importancia.
El rey David, el dulce cantor de Israel, en los servicios religiosos había designado a un grupo de levitas, profesionales de la música, para tocar instrumentos y cantar. Estos músicos se perfeccionaban para ser eficientes en sus responsabilidades. Una de las materias fundamentales de las escuelas de los profetas era la música. ¿Cómo puede sentirse honrado nuestro Padre celestial cuando loamos su nombre mediante un instrumento mal tocado o un canto imperfecto?
Los que toman parte en la música de un servicio religioso deben ser personas consagradas al Señor para que, al fusionarse su espíritu con la música, puedan contribuir a la salvación de otros.
La música presentada en el culto debe ser lo más perfecta posible y muy profunda en espiritualidad. El cielo dotó a algunos hombres, quienes consagraron su vida al estudio, y brindaron al mundo música apropiada para nuestros cultos. Hagamos uso de este material musical para ofrecer lo mejor al Señor. Tengamos en cuenta el origen y el motivo de cada composición.
Hay algunos himnos de origen frívolo y hasta existen algunos que son sacados de oberturas. Esto, por supuesto, puede desviar la mente del objetivo sagrado. La música de teatro es altamente artística, pero carece de espiritualidad. Sepamos establecer la diferencia entre una música y otra. De allí surge la necesidad de personas preparadas, a fin de que toda la música que se ofrezca en la iglesia dignifique los cultos. Un himno de una armonía sólida, con buena letra, bien interpretado, en forma sencilla, sin cambios rítmicos, puede ser muy eficaz para los servicios de la iglesia.
El organista o pianista debe ser muy cuidadoso de no hacer de su arte una rutina sentimental. Es la música sólida la que dignifica el servicio religioso. ¡Cuántos pianistas se deleitan en hacer sonar muy fuertemente el instrumento, emplear todas las teclas posibles para dar colorido, y hasta en usar ritmos populares! Esto se debe a que no han recibido una educación musical correcta. No basta tener buen oído. Este problema quedaría reducido al mínimo si todos los pastores tuviesen una profunda cultura musical.
El instrumento más indicado para el culto es el órgano. A través de los siglos, su armonía ha elevado el alma del hombre en reverencia a su Creador. ¡Ojalá que todas nuestras iglesias pudieran poseer un buen órgano! Sin embargo, otros instrumentos bien tocados pueden ayudar en la adoración y la alabanza al Señor. Los instrumentos que se usan comúnmente en los clubes populares, no son apropiados para la iglesia.
No cabe duda de que el acordeón ha sido de ayuda espiritual en pequeñas reuniones o grupos al aire libre, pero no es un instrumento para ser usado en el templo. No permitamos que los que no conocen la verdad presente tengan normas más elevadas que las nuestras, sin caer en el extremo de pensar que el piano es un instrumento condenable porque algunas denominaciones no lo usan. Un buen piano puede sustituir en gran parte al órgano. Cada iglesia adventista grande debiera poseer un buen piano y un buen órgano. El primero, correctamente tocado, acompañará con más facilidad a ciertas partes corales, escritas por hombres dirigidos por el Espíritu de Dios. No nos dejemos impresionar por gustos no correctamente cultivados para acompañar alguna parte artística en los servicios religiosos.
¡Qué digna alabanza al Creador es un coro formado por miembros que sienten el fervoroso deseo de participar de esa manera en los cultos de la iglesia! En una iglesia grande se debiera presentar cada sábado un número coral. La dificultad no reside en la música, que es muy apreciada en la casa de Dios, sino en el espíritu que la misma encierra y la forma en que es presentada. Un coral muy sencillo puede ser tanto o más edificante que una obra que ofrece muchas dificultades. En realidad esta última debe ser presentada en un concierto y no en un servicio religioso.
El ambiente puede fácilmente rebajar principios y pervertir nuestro gusto musical. Hay quienes piensan que si el coro intercala números en latín, sería considerado de mayor categoría; y si estos números fueren antiguos, o de la Edad Media, sería aún mejor; ignorando que la música clásica y religiosa proveniente de aquella época es sólo de compositores católicos. Las composiciones de Palestina figuran entre dichos números.
Los reformadores protestantes se opusieron firmemente a presentar dicha música en sus iglesias. Tanto Martín Lutero como otros, descartaron el espíritu católico de sus composiciones para alabar a Dios con sencillez y rica armonía.
Quiero citar algunos párrafos de eruditos en música, de iglesias protestantes. “Al introducir prácticas que no están de acuerdo con la sencillez de la música de la religión protestante, los dirigentes han presentado sus servicios como en un idioma no aceptable o incomprensible… Por agradar a los oídos, queriendo hacer mejores presentaciones, servicios musicales elaborados parecieron verdaderamente pobres, comparados con otros sencillos que apelan al espíritu de la naturaleza del hombre. Esta clase de música coral en vez de ser una ayuda al servicio de -la iglesia, puede ser un estorbo al objeto de nuestro culto”. —R. B. Daniels.
“Algunos directores de coro piensan que si su programa coral no tuviese algo de latín, sería de poca jerarquía. ¿No sería mejor cantar los corales de Bach en alemán? Sería más lógico, siendo que Bach fue una de las grandes figuras de la música protestante”. —H. A. Miller, profesor de música del Union College, Lincoln, Nebraska, EE. UU.
¿Acaso la música católica atrae las almas a nuestra verdad? Los que dedican su precioso tiempo al aprendizaje de coros en latín, ¿están alimentando su mente y espíritu con el amor del Evangelio?
Ojalá que Dios ilumine a todos los directores de coro para que encuentren belleza y riqueza en la luminosa senda de la música que edifica y eleva a las gloriosas alturas donde mora nuestro Padre celestial. Quiera el Señor ayudar a cada uno que tenga responsabilidades musicales en su iglesia a tomar las debidas precauciones contra toda exaltación propia. Que la música del servicio religioso sea sólida y llena de belleza digna para honra y gloria de Dios.
Sobre el autor: Directora del Depto. de Música del Colegio Adventista del Plata