Según una leyenda, al regresar al cielo después de concluir su ministerio terrenal, Jesús habría sido abordado por ángeles ansiosos de conocer detalles del trabajo realizado en la tierra.

-¿Qué sucedió? -preguntó uno de ellos-. ¿Formaste un gran ejército? ¿Atrajiste a muchos seguidores?

Jesús respondió:

-Generalmente, yo atraía a incontables multitudes. Sin embargo, hubo apenas un grupo de doce que permaneció hasta el fin, y uno de ellos desertó.

Otro ángel habría replicado:

-Entonces, ese era un grupo significativo, compuesto por hombres superdotados, muy capaces, ya que era tan pequeño ante una tarea tan gigantesca.

A lo que Jesús nuevamente responde:

-De hecho, era un grupo especial: hombres simples, algunos pescadores, nada más…

-En ese caso -intervino otro ángel-, seguramente eran muy leales. Un grupo reducido, sin calificaciones intelectuales notables, con la misión de conquistar al mundo, tiene que ser, por lo menos, extremadamente leal a su líder.

Y Jesús dijo:

-Parecían tener buena voluntad, aceptaban mis enseñanzas, experimentamos juntos muchos reveses, pero en la hora decisiva, uno me negó, otro me traicionó y los restantes huyeron.

-Y ¿cómo piensas cumplir la misión de conquistar al mundo con tu mensaje? ¿Escogerás a otro grupo? ¿Tienes un plan alternativo? -quiso saber otro ángel.

-No -respondió Jesús-, esta es mi iglesia. Estos son mis discípulos, los mensajeros que envié al mundo.

Esta es solo una leyenda, pero ciertamente nos podemos ver retratados en ella, con nuestras flaquezas, limitaciones, temores, caprichos personales, motivos incorrectos, exactamente como eran los discípulos, sujetos a las mismas pasiones humanas que nosotros. A esos hombres perplejos, atemorizados, confundidos, enlutados, titubeantes, desanimados y frustrados, Jesús apareció en la noche del domingo en que resucitó y, por primera vez, les comunicó su misión: “Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Juan 20:21). Sin embargo, no debían ir como se encontraban. Por eso, el Maestro “habiendo dicho esto, sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (vers. 22).

La experiencia se repite, y nosotros somos sus protagonistas modernos. Jesús no tiene un equipo de reserva para enviar en nuestro lugar. El equipo es el mismo del que formamos parte usted y yo. No hay un plan alternativo. Nosotros somos sus mensajeros escogidos. Es a nosotros a quienes él desea otorgar el Espíritu Santo para que, plenamente capacitados, podamos ir a todos los lugares, a todas las personas, como sus embajadores, mensajeros de esperanza. Al celebrar otro “Día del Pastor”, alabemos a Dios por una manifestación tan grande de su gracia y misericordia hacia nosotros. Y renovemos el compromiso de vivir a la altura de su noble llamado.

Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.