Como sobreviviente del huracán Andrés, que azotó la región de Florida en los Estados Unidos, me asombra la manera como la naturaleza expone a veces el lado feroz de su fuerza. La potencia de los vientos, la velocidad y la intensidad de la lluvia, el silencio mortal de la destrucción, todo eso dejó profundas huellas en mi ser. Pasada ya la tormenta, sigo viendo en mi mente, como si fuera una película, las imágenes de la devastación. Incluyen el recuerdo de árboles frondosos arrancados del suelo, residencias destruidas, montañas de papel llevadas por el viento y amontonadas delante de mi casa. Es la inmensa fuerza de un huracán.

Ahora, a poco más de siete años y a centenares de kilómetros de Florida, al liderar una iglesia, me encontré hace poco dirigiendo los trabajos de una comisión local, participando de la junta directiva de nuestra Asociación y de una reunión de profesores de Biblia de la Universidad Adventista; todo eso en una semana. Entonces me enfrenté otra vez con el tema del poder; sólo que otra clase de poder: el poder de Dios manifestado en una comunidad de fe conocida como Iglesia Adventista del Séptimo Día.

Durante esa saturada semana, cuando participé de diferentes comisiones y reuniones, me puse a pensar en el foco central de nuestra iglesia y lo que realmente la dirige y le imprime movimiento. He notado que existen diversos conceptos respecto de cuál debería ser ese foco central y lo que debería impulsar a la iglesia. Y me he preguntado si, en efecto, no habría algunos paralelos entre eso y un huracán. Creo que los hay.

Mensaje o movimiento

“No importa cuál sea el centro de nuestra vida —escribió Stephen Covey—, será la fuente de nuestra seguridad, nuestro guía, nuestra sabiduría y nuestro poder”.[1] Ciertamente esa afirmación es la expresión de la verdad bíblica mencionada por Cristo: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mat. 6:21). ¿Cuál es el foco central de nuestra iglesia, ya sea institucional o local? Es una pregunta importante, porque al margen de cuál sea ese centro, será “la fuente de nuestra seguridad, nuestro guía, nuestra sabiduría y nuestro poder”.

En este punto la analogía del huracán es oportuna y aplicable. La fuerza del huracán reside en su dependencia del tamaño del ojo (o centro) de la tempestad. Mientras más grande es el ojo, más débil es la tempestad. Lo mismo sucede con la iglesia: mientras más cosas se pongan en el centro de nuestro foco tendremos que enfrentar más conflictos y la burocracia será mayor. Por consiguiente, nuestro poder será reducido y nuestro ministerio será menos eficaz.

La iglesia, como cualquier otra organización, pasa por crisis de identidad. Las creencias, prácticas y sistemas que una vez fueron aceptados por la familia mundial son ahora objeto de escrutinio e investigación. Muchos luchan para comprender y definir el corazón, o el foco central, de nuestro ser como iglesia. Se podría describir esa lucha como una batalla en la cual la comunidad tiene como centro el mensaje o el movimiento.[2]

La pregunta es: ¿Qué o quiénes somos nosotros?

Los que creen que el mensaje es el foco central consideran que la posesión de una doctrina correcta es la condición que nos permite identificar a la iglesia como verdadera. Tienden a considerar que la causa de los problemas internos es la desobediencia o la forma inapropiada de tratar una doctrina. Cada grupo que tiene el mensaje como centro está diciendo, de cierto modo, y teniendo en mente a los demás: “Si creemos verdaderamente en lo que es cierto, deberíamos ser una fuerza real en pro de la verdad en el mundo”. Por ejemplo, me he informado que existen varias corrientes de pensamiento dentro de la iglesia que se describen a sí mismas como “adventismo histórico”. Abogan por un regreso “a las creencias de los pioneros”, o sea, un intento de llevar de vuelta a la iglesia a la experiencia de sus fundadores, capaz de ejercer influencia y de transformar.

A aquellos cuya orientación se concentra en el movimiento, les parece que los directores de las instituciones y los administradores tienen la culpa de los problemas que enfrenta la iglesia. “Si tuviéramos mejores dirigentes y trazáramos planes mejores, o si adoptáramos sistemas más eficaces —dicen—, entonces seríamos una fuerza invencible” He oído varias versiones de estas declaraciones. Las personas que consideran que el movimiento es el centro creen en la iglesia, pero la consideran dolorosamente frágil, debido a la falta de dirigentes con visión y de planes eficaces en ella.

¿Cuál de los dos factores proporciona un foco central más estable y más dinámico: el mensaje o el movimiento? La seguridad, la conducción, la sabiduría y el poder, ¿deberían proceder de una organización centralizada en el mensaje o en el movimiento?

Un huracán con dos ojos puede tener mucho menos fuerza y efecto, y sus vientos no significarían ningún peligro para nadie. Una comunidad de creyentes con dos focos centrales le podría causar mucho menos daño al reino de Lucifer que otra con sólo un centro. Mientras más variedad de ideas haya en el núcleo del adventismo, más conflictos tendremos que enfrentar, y dispondremos de menos poder, energía y recursos para diseminar el evangelio.

La aplicación

La segunda observación que puedo derivar del huracán Andrés y de la semana que pasé dedicado a asistir a reuniones es que mientras más claramente definido esté el ojo de la tormenta, más peligrosa es ésta. No se trata sólo del tamaño de ese ojo, sino que su definición es lo más importante. Esa diferencia tiene que ver con el antagonismo crucial entre el centro del adventismo y su aplicación. Nuevamente, lo que constituye el foco central del adventismo proporciona la base de nuestra seguridad, conducción, sabiduría y poder. Ese centro es la fuerza de nuestra influencia: produce un impacto en todos los segmentos de la comunidad de la fe.

A eso se refiere el escritor James Collins cuando habla de “ideología central”.[3] Collins estudió los casos de doce compañías que habían merecido “medalla de oro”, empresas que habían estado en la cima de la distribución de sus productos durante un promedio de cien años. “Una compañía victoriosa —escribió— preserva y protege cuidadosamente su ideología central; no obstante, todas las manifestaciones específicas de esa ideología tienen que estar abiertas a los cambios y a la evolución”.[4] Dice más todavía: “Es absolutamente esencial no confundir la ideología central con la cultura, la estrategia, las tácticas, las operaciones, los sistemas u otras prácticas periféricas… Finalmente, lo único que una empresa no debe cambiar a lo largo del tiempo es su ideología central”.[5]

Collins admite que esa dinámica de “persistir en el centro y estimular el progreso” es la esencia de una empresa visionaria. Aunque haya claras diferencias entre empresas con fines de lucro y las que no los tienen —y la iglesia está incluida en este grupo— la tesis se aplica en ambos casos.

¿Cuál es nuestra ideología central, y cuáles son las manifestaciones periféricas de esa ideología? ¿Es el culto local una parte de esa ideología central, o parte de cierta manifestación periférica de esa misma ideología? La estructura de las clases de la escuela sabática, ¿es parte de nuestra ideología central o de las tradiciones? La estructura actual de nuestra iglesia mundial, ¿forma parte de nuestra ideología mundial o es sólo una manifestación periférica?

Hay serios asuntos que causarán su impresión en cada nivel de la organización de nuestra denominación. En suma, ¿es el movimiento la manifestación periférica de nuestro mensaje, o es el mensaje la manifestación de nuestro movimiento?

Aquí de nuevo es oportuna la comparación con el huracán. Ningún meteorólogo confundirá jamás el ojo de la tormenta con las paredes de ese ojo o con la parte externa de la tempestad. Cuando el centro de un huracán cambia de lugar, lo mismo ocurre con la cara exterior de la tormenta. O sea, permanece, pero su fuerza y su formato resultan afectados con facilidad. El poder del huracán se desvía del centro de la tempestad, cuya fuerza fluye hacia el exterior de las fajas del huracán. Pueden ser contenidas, pero reciben su fuerza y su energía del ojo.

Este fenómeno nos invita a hacer una importante reflexión como comunidad de creyentes.

La gran pregunta

Decir que nuestra comunidad debe concentrar su atención en un foco único no le resta importancia a otros aspectos, de la misma manera como el ojo de la tormenta no le resta importancia a sus estructuras. Al contrario, las áreas periféricas reciben su significado y su importancia del foco central. Éste le proporciona motivación a las diversas manifestaciones exteriores. Tal como la cara externa de un huracán, las áreas periféricas de una comunidad de creyentes fluyen y giran en tomo de su foco central y se nutren de él.

No se trata de un asunto de si/no, sino de características primarias y secundarias. Tanto el mensaje como el movimiento son importantes. Las dos cosas ocupan su lugar en la comunidad. Es todo asunto de centralización y de fuente. ¿Quién dirige a quién?

Si tenemos consenso acerca de cuál es nuestra única, objetiva y clara ideología central, eso unirá a la iglesia mundial de tal forma que proporcionará una mayor sensación de dirección y un mejor desempeño. Podría sugerir una buena cantidad de valiosas ideologías para nuestro foco central. Pero si este foco es nuestra obra de publicaciones, o de educación, o la obra médica, la evangelización, la iglesia local o cualquier otra entidad relacionada con la iglesia, es posible que haya un flujo de poder, sabiduría, conducción y seguridad que fortalezca cada segmento y a la iglesia en su totalidad. En verdad, será más grande que la suma de sus partes.

Las paredes del foco

Aprendí una tercera lección de los huracanes: el verdadero poder de la tempestad se percibe en lo que se ha dado en llamar “las paredes del ojo”. Es una comparación apropiada para nuestra comunidad global. En las zonas más cercanas al centro se producen los conflictos y las luchas más intensos. Cuando más próxima al foco central de una organización se encuentra una discusión, un voto o una declaración, más intensa y más rápida es la reacción de la gente o de esa organización.

La tensión arterial de una comunidad se eleva cuando el asunto gira más cerca del foco central, al revés del huracán, donde la presión decae mientras más cerca se está del ojo. Cuando usted tiene que luchar con muchos asuntos identificados como el foco central, los conflictos aumentan en cantidad y en significación. Por eso, aparentemente, la mayor parte de nuestro tiempo y de nuestra energía se deben dedicar a protegerlo.

Esto abre una ventana de percepción para muchos de nuestros actuales conflictos denominacionales. Muchos de ellos revelan que hay una creciente comprensión de que el foco central del adventismo está pasando por un momento de examen propio.

Parece que hay más de un esfuerzo en el sentido de determinar si una discusión está relacionada con el movimiento o con el mensaje. Ese proceso de aclaración, me parece, puede ser muy beneficioso si tiene como resultado inducir a la iglesia a dilucidar por sí misma cuál es su propósito central, y será lo que nos prepare en el próximo milenio, con renovado vigor, energía y visión, para la venida de Jesús.

La fuerza de la unidad

La comparación final entre un huracán y la Iglesia Adventista es la más obvia de todas. Se relaciona con el increíble poder que ejercen los vientos del huracán en un corto espacio de tiempo. El huracán Andrés duró cerca de cuatro horas, y en ese corto lapso transformó el paisaje del sur de Florida. La memoria de las comunidades azotadas por la tormenta está dividida por ese evento. La vida se ve a través de ese fenómeno. La gente, allí, no volverá a ser la misma.

Imagine una iglesia capacitada por el poder que emana de la extrema unidad establecida en tomo de su foco central. Imagine una iglesia que se mueve con tanta rapidez, atrayendo a miles de personas por medio del poder de esa unidad. A esta altura nos parece sumamente significativa la oración de Cristo por sus discípulos de entonces y de hoy: “Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Juan 17:20, 21).

Esa unidad no puede ser establecida por reuniones de comisiones locales o las juntas administrativas de los campos y las instituciones. No se la puede planificar en los numerosos encuentros de dirigentes, y mucho menos puede ser implantada por una declaración de creencias. Esa clase de identidad y unidad no se puede establecer mediante circulares y acuerdos. Los administradores no pueden determinar cuáles son sus parámetros; los pastores no los pueden promulgar. Ni los dirigentes voluntarios ni los laicos pueden votar en asambleas su establecimiento. Los educadores no las pueden prescribir.

De cualquier manera, todos podemos avanzar juntos a través de este proceso, considerando con una actitud de ferviente oración y respeto cuál es realmente el foco más valioso, y de qué manera ejercerá influencia sobre nosotros en el nuevo milenio. Después de todo, un foco central nos dará seguridad en una época de incertidumbre, sabiduría en medio de diversas y confusas informaciones, conducción en medio de un mundo moralmente devastado y poder en una era de apatía.

En el Pentecostés el Espíritu Santo descendió sobre los creyentes “como un viento impetuoso”. Que sople de nuevo sobre la iglesia en este tiempo solemne con la fuerza de un huracán.

Sobre el autor: Pastor asociado de la Iglesia de Chatanooga, Tennessee, Estados Unidos.


Referencias:

  • [1] Stephen Covey, Os Sete Hábitos das Pessoas Muito Eficaces [Los siete hábitos de las personas muy eficientes] (São Paulo, SP, Editora Best Seller), p. 117.
  • [2] Cuando empleo la palabra “movimiento”, me estoy refiriendo en primer lugar a los asuntos relativos a la organización. Eso incluye las instituciones, prácticas, maneras de conducir la obra de Dios y las verdades de las Escrituras que contribuyen a la formación de nuestra cultura adventista. Cuando uso la expresión “mensaje”, estoy hablando primariamente de un tema dominante, concepto o idea que dirige, motiva y contribuye a la formación de nuestra cultura adventista.
  • [3] James Collins, Built to Last: Succesful Habits of Visionary Companies [Construidas para perdurar: los hábitos exitosos de las compañías visionarias] (Nueva York, Harper Business, 1997), pp. 46-79.
  • [4] Ibíd., p. 81.

[5] Ibíd., p. 82.