En el capítulo 10 de su epístola a los Romanos, Pablo más de una vez realza la persona de Jesucristo como prenda de nuestra justificación ante Dios. Al haber enfatizado que, a través de Cristo, esa vivencia puede ser experimentada indistintamente por todas las personas, el apóstol presenta los caminos a través de los cuales es posible llegar a ella: “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Rom. 10:13-15).

En estas palabras, el predicador emerge como figura indispensable en el plan de Dios para la divulgación del evangelio. Para que los hombres y las mujeres lo invoquen y reciban la salvación, primeramente, necesitan escuchar las buenas nuevas transmitidas por los que fueron enviados. Hemos escuchado muchas veces que Dios podría cumplir su objetivo valiéndose del trabajo de los ángeles, pero prefirió contar con nosotros, lo que representa un privilegio inaudito concedido únicamente por causa de la inmensidad de su gracia.

La expresión: “¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian buenas nuevas!” incluye la belleza del compromiso, la perseverancia, la dedicación, y la entrega a la misión de llevar el evangelio a todas las personas en todos los lugares: montes, valles, campos empolvados o lodosos, por el asfalto o por entre el pedregullo, espinas y flores, en ocasiones de llanto o de risa, al pueblo o a la elite. Originalmente utilizada por Isaías (52:7), la expresión se refirió a los mensajeros que anunciaban la liberación de los judíos del cautiverio babilónico. Hoy puede ser aplicada al anuncio de la liberación del cautiverio del pecado, ofrecida a todas las personas.

En las palabras de Rusell N. Champlin: “desde el punto de vista del Cielo, no hay nada más encantador sobre la tierra como la propagación del nombre de Jesucristo, a menudo en necesidad. Ese trabajo puede tener, y generalmente lo tiene, poco del romance colorido que muchos imaginan. Generalmente esta tarea lleva al obrero a las circunstancias más extrañas y difíciles… con frecuencia será tentado a pensar que el viaje es por demás grande para él, llevándolo a anhelar el descanso para sus pies cansados y pesados. Pero su Señor le dice todo el tiempo: ‘¡Cuán bellos son los pies!’ Y ese trabajo necesita ser hecho por los que ya lo conocen pues, de lo contrario, no podrá ser realizado, bajo ninguna hipótesis. ‘No hay otro nombre…’ Y tampoco existe otro método de evangelización” (O Novo Testamento Interpretado Versículo por Versículo, t. 3, p. 779).

A propósito del Día del Pastor, ¡celebremos ese privilegio! ¡Reflexionemos en esa responsabilidad!

Sobre el autor: Director de Ministerio, edición de la CPB.