La renovación de la adoración debería basarse en la Escritura, la teología y una comprensión apropiada de la historia y la misión
Una de las “terrribles primaveras” de Dios. Esta frase apareció en uno de los sermones de Billy Graham, pero el contexto está ahora completamente perdido. La idea que persiste es que hay períodos de la historia en los cuales las circunstancias de la vida y la cultura parecerían ser ominosamente lúgubres, como el amargo frío y el fango de las tormentas de invierno en nuestras así llamadas zonas de climas templados. Pero un invierno que se alarga puede no ser más que una “terrible primavera”, porque debajo de la nieve y el hielo brotes vivientes comienzan a emerger de semillas largo tiempo dormidas. ¡Un nuevo verdor del panorama tendrá lugar muy pronto!
En la vida de adoración de nuestra generación, los vientos prevalecientes son de cambio, y en algunos casos, cambios radicales. Antiguas formas, especialmente de música, están desapareciendo y otras completamente nuevas están produciéndose. Para algunas personas que llaman al movimiento “contemporáneo y creativo”, la primavera en plena floración ya está aquí, y las expresiones de la nueva música y la nueva adoración son sus maravillosos símbolos. Para otros, lo que está ocurriendo es iconoclástico, una limpieza a fondo de la liturgia, un desarraigo de las raíces dadoras de vida de nuestra ‘—-tradición evangélica. Para ellos la muerte del invierno, y parte de la desolación que trae en su estela, se debe a los conflictos creados entre los grupos de edad o los grupos de preferencia cultural dentro de la iglesia.
Pero ¿podría esto no ser más que una “terrible primavera” que precede a la renovación genuina? Por primera vez, hasta donde puedo recordar, algunos evangélicos están comenzando a comprender el significado de una adoración cristiana corporativa plena, y están comprometidos practicándola dentro de la vida de la iglesia.
Otras terribles primaveras
La iglesia ha experimentado terribles primaveras en otras épocas de su historia. Durante la reforma del siglo dieciséis, en un esfuerzo por quitar de la adoración los errores teológicos de la Edad Media, los dirigentes evangélicos se deshicieron de mucho de lo que era tanto significativo como ortodoxo. Por ejemplo, Zwinglio, eliminó toda la música de sus servicios, y Calvino trató de hacer lo mismo. Cuando el reformador ginebrino finalmente admitió la música en la adoración, la limitó a los salmos métricos, cantados al unísono por la congregación. ¡Todos los libros corales habían sido quemados y los órganos entregados al hacha! La iglesia inglesa recibió una fuerte influencia de Calvino y, especialmente durante la rebelión que estableció una mancomunidad bajo Cromwell, los puritanos erradicaron la música coral e instrumental, toda la liturgia escrita y todo simbolismo en la adoración. Una vez que la monarquía fue restaurada, la adoración anglicana retrocedió en busca de un mejor equilibrio.
Una más reciente ola de iconoclasticismo afectó a la música de la iglesia americana negativamente durante más de 200 años. En 1800 los reavivamientos de las reuniones campestres estallaron en la ruda cultura de frontera de Kentucky. Las reuniones “Brush Hartar” se caracterizaron por expresiones altamente verbales y emocionales que semejaban las de la moderna adoración carismática. La música también tenía mucho en común con la de hoy; era simplista, altamente repetitiva, y a menudo improvisada en el fervor de una experiencia de adoración, y centrada en un estribillo que prefiguraba los “coros de alabanza actuales”. La obsesión con estos nuevos “espirituales” (así llamados como una contracción de la expresión paulina “cánticos espirituales”) era tan completa que muchas iglesias perdieron de vista completamente los himnos teológicamente ricos de Isaac Watts y Carlos Wesley, que apenas comenzaban a conocerse en Norteamérica.
El movimiento de las reuniones campestres fue parte del fenómeno de una larga sucesión de reavivamientos que culminó en el segundo despertar bajo Charles Finney y las misiones de D. L. Moody más tarde en el siglo diecinueve. Además, los espirituales de las reuniones campestres se convirtieron en el modelo para himnos evangélicos posteriores que dominaron gran parte de la vida evangélica durante unos 150 años. Los cantos evangélicos, como expresiones de la experiencia cristiana, fueron los accesorios lógicos y útiles de la predicación evangelística. Sin embargo, a causa de su popularidad, muchas iglesias en realidad nunca aprendieron a usar la herencia de los himnos evangélicos para la adoración que les pertenece histórica y teológicamente.
Modelos de adoración basados en propósitos evangelísticos
No todos los vientos de cambios litúrgicos actuales soplan en la misma dirección, y no todos los conceptos de adoración y música resultantes son realmente nuevos. Ciertas iglesias se han dedicado a una adoración “reavivalista” a través de la mayor parte de su historia. Para ellas “el culto de adoración” ha sido una oportunidad para evangelizar a los no salvos o para reclutar a los miembros de la iglesia. La estructura y el estilo de sus servicios recuerdan los de las cruzadas evangelísticas, con énfasis en el sermón y su llamado a una consagración inicial a Cristo, o al culto de adoración en la iglesia local. Los “preliminares” de aquellos servicios consisten en un período de música y testimonios emotivos y cautivantes, dirigido por músicos y directores de canto atractivos y bien dotados. Muchas de las iglesias reavivalistas de hoy han decidido arreglar su formato tradicional en armonía con el ejemplo de la televisión. Actualmente la audiencia alcanza a varios miles de personas, tienen hasta 500 personas en el coro, una orquesta completa y varios solistas que pueden cantar los festivos arreglos escritos para los medios de comunicación y las estrellas de concierto de hoy. Las megaiglesias actuales tienen otros atractivos también para los que todavía no se han decidido: quizá una alberca de dimensiones olímpicas y saunas adjuntos, una programación completa de actividades sociales y atléticas así como otras más espirituales para los grupos de toda edad. Los expertos en crecimiento de iglesias recuerdan a los pastores que los cristianos de hoy han crecido en una cultura de consumo en la cual se espera que la gente tenga la oportunidad de elegir. Evidentemente muchas iglesias están preparadas para crear un “centro comercial cristiano” donde todos los deseos puedan satisfacerse, aun cuando el costo pudiera ser considerable.
Otros dirigentes eclesiásticos, quizá aquellos que pierden miembros por la competencia de las megaiglesias, pueden señalar que la “adoración de reavivamiento” no es una experiencia de adoración plena y madura para los asistentes. Mientras que como una cruzada, puede ser evangelísticamente exitosa, para el miembro antiguo no será más que un recuerdo de sus primeros pasos en la fe y una oportunidad para reconsagrarse a Cristo, y en el peor de los casos, una experiencia de entretenimiento pre-evangelístico seguido de un sermón igualmente evangelístico dirigido a alguien más y no a él.
Los que planean la adoración para las megaiglesias están convencidos de que deben diseñar programas que sean atractivos para los inconversos, que incluyan actuaciones profesionalmente ejecutadas y emocionalmente estimulantes, como los espectáculos comerciales seculares. Si uno preguntara por qué todos los solos y las obras corales de la iglesia tienen que ser excitantes, la respuesta sería que están compitiendo con los decibeles de la música popular contemporánea que bombardean los sentidos. Kenneth A. Myers, ex editor de la revista Etemity y autor de All God’s Children and Blue Suede Shoes,[1] no quedaría impresionado con la explicación. El alega que el moderno evangelicalismo se ha identificado casi completamente con la cultura popular de hoy, una cultura de diversión cuyos dos símbolos más típicos son la música rock y la televisión, cultura caracterizada por una búsqueda de novedades y una sed de gratificación instantánea de sus deseos.
El modelo de adoración del buscador
Los servicios ampliamente publicitados para los “buscadores en la Iglesia de Willow Creek en los suburbios de Chicago pueden ser tanto más honestos como exitosos como medio de evangelismo genuino los sábados por la noche y los domingos por la mañana. No se anuncian como adoración, sino sólo como “eventos donde los buscadores pueden oír el evangelio de Jesucristo. De acuerdo con sus patrocinadores, las presentaciones de fines de semana están planeadas para los que se han alejado de las iglesias tradicionales “porque lo único que hacen es pedir dinero”, o “porque las formas de adoración son irrelevantes o “porque la predicación no está relacionada con la vida”. Por éstas y otras razones es que la gente está invitada a asistir a Willow Creek para escuchar y disfrutar; no se espera que vayan “endomingados” a cantar o que den dinero durante la ofrenda. El marco es un auditorio con una plataforma. La actuación que viene antes del sermón es una actividad de calidad profesional presentada por una orquesta, excelentes cantantes, y una dramática presentación del sermón que se relaciona con situaciones de la vida real. El tema central es un sermón no elevadamente bíblico ni teológico, sino cuidadosamente razonado que destaca la suprema relevancia de la fe cristiana en la vida contemporánea.
La Iglesia de Willow Creek explica que los cultos de los sábados y domingos no son para creyentes maduros. Para ellos -la “Nueva Comunidad’- se planean actividades significativas en las reuniones de los miércoles y los jueves por la noche, en los grupos pequeños organizados por todos aquellos que son miembros de la iglesia.
Pero ciertas preguntas permanecen sin respuesta. Algunos creen que muchas de las 15,000 personas que asisten a Willow Creek durante los fines de semana no son realmente gente que no pertenece a ninguna iglesia, sino más bien cristianos de viejo linaje que huyen de las responsabilidades de su discipulado, confundiéndose en el anonimato de una gran multitud.
Adoración carismatica
El grupo de la iglesia contemporánea que está seguro de que la primavera espiritual ya está aquí son los carismáticos. Sin ninguna duda, estos evangélicos glosolálicos han desarrollado una práctica completa de adoración dentro de su propia teología y exégesis escriturística. Al mismo tiempo, sus más históricos comparsas, los pentecostales, tienen un récord envidiable en evangelismo. Además, los carismáticos han ejercido una influencia extraordinaria, y según mi opinión, no garantizada, sobre la adoración y la música no carismáticas, por una parte porque han producido la mayor parte de la música congregacional nueva y popular y por otra porque han comunicado con éxito la razón de ser de su adoración.
Los carismáticos creen que el Dios trascendente está verdaderamente presente en la adoración, y esperan experimentar un dramático encuentro con él que produzca tanto milagros como un gran gozo. Al mismo tiempo, muchos de ellos aborrecen la “actuación” y el “entretenimiento” en la adoración de modo que eliminan la mayoría de los solos y especialmente la música coral en favor de la participación congregacional total. La participación personal y el gozo en la adoración se fortalecen por los símbolos y actos que involucran a la persona total, y especialmente por la acción corporal – levantar los brazos, aplaudir, abrazar y danzar – que son muy significativos en los cultos. Sin embargo, la experiencia cognitiva tiende a enfatizarse sólo en el sermón.
Es posible lograr una plena comprensión de los cultos carismáticos a través de uno de sus representantes, Graham Kendrick. Todo estudiante de la práctica litúrgica podría concordar con lo que él dice en su libro Learning to Worship[2] Sin embargo, ciertos conceptos deben notarse, siendo que proceden de un pensamiento evangélico típico y afectan el uso de la música en los cultos.
Música de adoración y alabanza
Los carismáticos consideran que la alabanza y la adoración son entidades diferentes.[3] Para ellos, la “adoración” ocurre únicamente cuando un creyente, en una experiencia trascendente y a menudo glosolálica, entra a un lugar “santísimo” a la misma presencia de Dios. El enfoque de esta experiencia íntima y extática se obtiene a través del “lugar santo”: aquí, el candidato a la adoración canta sólo cantos de alabanza, ‘expresiones de los atributos o nombres bíblicos de Dios”. En este enfoque, el que conduce la adoración tiene una gran importancia. Esa persona (apoyada por otros cantantes y una banda que está en la plataforma con muchos instrumentos de percusión) dirige los cantos según una progresión bien planeada aunque parezca espontánea, animando a la persona a “abandonarse a sí misma al Espíritu”, en cantos, aplausos y danzas. Finalmente, extendiéndose lo más posible, excitantes cantos de pura alabanza dan paso a un silencio de asombro o de canto suave, mientras los creyentes entran en la santa presencia de Dios, donde están libres para expresar su adoración en cualquier forma que ellos elijan: hablando o cantando en lenguas (“en el Espíritu”), en interpretación, en profecía, o cualquier otra forma.
La pérdida de la “ejecución de la música”
Los cristianos no carismáticos deberían aplaudir e imitar a sus amigos más emocionales en cuanto a la participación en el canto congregacional por encima de los solistas y los coros. Al mismo tiempo, para muchas personas no hay una clara sensación de pérdida en la cual no hay oportunidad para una música que tenga más substancia, más identidad melódica y armónica, más desarrollo del texto, más habilidad en el diseño y más arte en la ejecución. Deberían recordarles a los carismáticos que hay una emoción que se demuestra en expresiones musicales más sofisticadas. Incluso deberían preguntarles si el uso exclusivo de mantras cristianas no está al servicio de la moderna preocupación por la gratificación instantánea, y si no hay una respuesta más retardada y una experiencia añadida, posiblemente más rica, en estímulo de la imaginación, que proviene de otro tipo de música. Para muchos evangélicos el entrenamiento y uso de la juventud, los niños, y los adultos cantantes de solos, pequeños grupos, y actuación coral e instrumental es una respuesta positiva al mandato de ser buenos mayordomos de los talentos dados por Dios, y al desafío de ofrecer a Dios nuestro mejor “sacrificio de alabanza” (Heb. 13:15). Si bien el canto congregacional debería ser central en la adoración, escuchar una buena música ejecutada provee una experiencia adicional diferente que podría ser más cognitiva (especialmente si las palabras están impresas en el boletín), puesto que los adoradores no están confrontados con el desafío de comprender las palabras mientras las cantan. El Antiguo Testamento ciertamente endosa ‘la ejecución musical”; el registro más conmovedor de adoración musical está en 2 Crónicas 5:11-14, donde, coincidente con la música de los coros sacerdotales y los instrumentistas, “la gloria de Jehová había llenado la casa”.
Las bases de la alabanza carismática
El Dictionary of Pentecostal and Charísmatic Movements[4] define la palabra “alabanza” (evocando la alabanza a Dios y a su Hijo Jesucristo) como uno de los nueve singulares énfasis de este movimiento transdenominacional. Terry Law, uno de los exponentes principales de esta idea, habla de la alabanza en términos más sacramentales: “La alabanza pone en silencio al diablo. La alabanza es una vestimenta del Espíritu. La alabanza conduce al creyente al triunfo de Cristo. La alabanza produce revelación. La alabanza nos prepara para los milagros. La alabanza es el camino hacia la presencia de Dios. Dios habita en nuestra alabanza (Sal. 22:3)”.[5] Como lo expresa Law, la preparación para la alabanza en el lugar santo comienza en el atrio exterior del templo, donde la congregación canta himnos de gratitud por los poderosos hechos de Dios; una vez que están en el lugar santo, los cantos deben ser de pura alabanza, libres de agradecimientos centrados en el yo. El apoyo escriturístico para esto es Salmo 100:4: “Entrad por sus puertas con acción de gracias, por sus atrios con alabanza”. Sin embargo, en la experiencia práctica, los carismáticos (y sus imitadores) rara vez cantan himnos loando los grandes hechos de Dios; los coros hablan sólo de la persona de Dios.
En este tipo de adoración no hay lugar para los cantos que son didácticos, penitenciales, confesionales, petitorios, o narrativos de la experiencia cristiana. Sin embargo, debería hacerse notar que ningún salmo del Antiguo Testamento es de “pura alabanza”, cada uno menciona los hechos de Dios en favor de su pueblo, y juntos expresan todos los tipos de oración mencionados más arriba.
Paul Waitman Hoon ha señalado que el concepto del valor de Dios no debería ser el “punto básico de partida” para expresar las motivaciones de la adoración, porque “la categoría de valor en el pensamiento bíblico es secundaria a las categorías de ser, decisión y acción”.[6] Además, dice, no es una idea distintivamente cristiana, puesto que es compartida con otras religiones y filosofías. Finalmente, niega la trascendencia de Dios porque implica que la “iniciativa para la adoración está en el hombre… quien ‘reconoce’ y ‘adscribe valor”.
Una mejor norma neotestamentaria de la música para la adoración
Aunque los carismáticos usan imágenes del Antiguo Testamento para desarrollar una razón fundamental de la adoración, ignoran, al parecer, las profundas implicaciones del registro del Nuevo Testamento de que la iglesia cristiana primitiva cantaba “salmos, con himnos y cánticos espirituales” (Efe. 5:19; Col. 3:16). Los carismáticos pretenden que los cánticos espirituales son su expresión singular del canto glosolálico, y que no hay razón para entrar en conflicto con esa identificación.
Sin embargo, Pablo identifica también “salmos e himnos” como cantados por la iglesia primitiva. Los Salmos contenían mucho más que pura alabanza. Todas las formas de oración están allí, incluyendo acciones de gracia, confesiones, peticiones, sumisión, e incluso lamento. Los himnos, como muchos creen, fueron creados para suplir las necesidades de la iglesia primitiva de expresar su comprensión de Cristo y su fe en él. En las epístolas hay muchos ejemplos de himnos de la iglesia primitiva. Por ejemplo, 1 Timoteo 3:16: “Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria”.
Note el carácter abarcante del canto del Nuevo Testamento. Los Salmos eran escriturísticos, históricos y clásicos en su naturaleza. Los himnos eran expresiones teológico-poéticas. Los cánticos espirituales eran cantos expresados espontáneamente. Incluso hay un bosquejo trinitario aquí: Los salmos eran oraciones a YHWH; los himnos expresaban la verdad de que Jesús era el Hijo de Dios, nuestro Redentor; y los cánticos espirituales eran un don del Espíritu Creador.
Se ha difundido mucho la nueva costumbre de descartar el himnario en favor de palabras proyectadas por un proyector en una pantalla. Se arguye que esta práctica ayuda a que el servicio “fluya”, siendo que nadie necesita inclinar la cabeza para buscar el himno en un libro. Centra la atención de todos en un lugar, unificando así a la congregación. Deja las manos libres para aplaudir con ellas o elevarlas a Dios.
Sin embargo, hay también algo negativo en ello. La pantalla del proyector no contiene ninguna música escrita, de modo que ésta debe ser muy simple: un tono que en realidad no constituye ningún aprendizaje, sino que simplemente “se canta a sí mismo”. Además, los adoradores no pueden cantar ninguna armonía sino solamente la melodía proyectada en la pantalla.
Además, el uso del himnario es un recordativo de que la nuestra es una fe histórica, porque nuestro Dios es el Dios de la historia. Nosotros confirmamos la continuidad de la iglesia y la perpetuidad de los pactos de Dios, y preservamos la memoria de la iglesia y su literatura cuando cantamos los himnos de Ambrosio, de Francisco de Asís, de Bernardo de Cluni, de Martín Lulero, de Clemente Marot, de Isaac Watts, de Carlos Wesley y de Fanny Crosby.
Adoración cuasirreavivalista y cuasicarismática
Siendo que la pasión casi universal de hoy es de cambio en la adoración, en el estilo de la música y en la estructura, parece razonablemente seguro suponer que se necesita el cambio. Pero ¿qué tipo de cambios se necesitan, y sobre qué bases bíblicas, históricas y teológicas deberían hacerse? Siendo que la mayoría de los evangélicos no están acostumbrados a enfocar la adoración en esos términos, la tendencia es simplemente copiar aquellas técnicas que parecen ser populares en otras iglesias. Es posible que una congregación quiera celebrar los actos de Dios en la redención, pero en un sentido mucho más completo de lo que las iglesias del reavivamiento comprenden. Sin embargo, adoptan el entretenimiento, el culto a la personalidad, el estilo de ejecución de una cruzada evangelística o de las megaiglesias que roban a la congregación sus derechos como creyentes/sacerdotes para expresar totalmente su adoración a Dios.
Es también probable que otra iglesia se convenza de que su forma tradicional de adoración está desgastada y resulta intrascendente para su generación, y que debe haber una “experiencia de celebración”. Puede ser que para lograr esto adopten un menú de “cantos de alabanza’ de los carismáticos, aunque no deseen seguirlos hasta el interior de su “santo de los santos” e incluso aunque esa forma simple no alcance la norma paulina del canto en la adoración. La investigación de una congregación tal no incluye preguntas como “¿deberíamos tener más lectura de la Escritura y más oración en la adoración?” El objetivo aparente más bien es, añadir meramente un estímulo emocional a su estilo anterior de adoración: un formato basado en la informalidad controlada y sorpresas sensoriales que a menudo dan lugar a la “emoción por la emoción misma”.
En cualquier cambio de la adoración que deseemos hacer, es propio preguntar en qué medida cumple tal cambio la norma del Nuevo Testamento. El desafío de Jesús de adorar a Dios en Espíritu y en verdad (Juan 4:24) afirma que la adoración debiera ser sincera. Por encima de todo, la adoración debe expresar la sumisión del corazón humano a la voluntad de Dios, tal como se revela en Jesús y en la Palabra Escrita. Significa también que la adoración debería conformarse con la verdad de Dios, especialmente sus actos salvíficos a través de Jesucristo, como cada congregación o grupo confesional entiende la verdad. Los sermones, las selecciones escriturísticas, los himnos y las oraciones deberían expresar con claridad quién es Dios y lo que ha dicho y hecho, y proveer el vehículo adecuado para una respuesta humana a esa revelación. Finalmente, debería hacerse esto en formas tales que hablen a la persona contemporánea total, tanto intelectual como emocionalmente. La expresión emocional genuina, por causa de la clarificación e intensificación de la verdad, es un deber. Pero las expresiones emocionales por la emoción misma, conducen a la ‘alabanza de la alabanza’ y la ‘adoración de la adoración”.
¿Se avecina una primavera espiritual?
¿Es posible que todo el torbellino y el conflicto en torno a la adoración contemporánea anuncien el advenimiento de una verdadera primavera espiritual en la iglesia? Es posible que sí. Hay algunas evidencias de que lo que está ocurriendo es un movimiento de largo alcance y muy amplio. La idea de celebración comenzó alrededor de 1960, quizá con el libro 20th Century Folk Mass, de Geoffrey Beaumont, en la Iglesia Anglicana. La idea propuesta en aquel tiempo fue que la adoración debería ser, más que correcta y apropiada, pastoral. Más o menos por ese mismo tiempo aparecieron los coros de alabanza, que fueron una contribución del movimiento de reavivamiento carismático. Tengo poca duda de que muchos individuos y congregaciones en el marco de esta tradición han sido verdaderamente renovados, especialmente aquellos que pertenecen a iglesias litúrgicas, donde los recuerdos y la literatura de la iglesia no se han perdido.
Históricamente, las nuevas formas de adoración, y la dolorosa y lamentable pérdida de lo antiguo que las han acompañado, han sido el resultado de los fuertes vientos de reavivamiento del Espíritu de Dios. Por contraste, las iglesias no carismáticas de hoy parecen estar esperando lograr el reavivamiento al pedir prestados nuevos métodos y formas que pueden no concordar con su propia teología ni con su comprensión particular de la Escritura.
Incluso si es posible desarrollar iglesias más grandes, siguiendo fórmulas prescritas, todavía no tendrá sentido intentar programar una obra verdaderamente renovadora de la obra del Espíritu Santo. La renovación espiritual no viene como resultado de programas y esquemas humanos y no depende de las formas humanas, ya sean tradicionales o contemporáneas. Graham Kendrick lo dice bien cuando expresa que la verdadera adoración espiritual es total obediencia a Dios, llegar a ser “sacrificio vivo” (Rom. 12:1).
Primavera en una Iglesia particular
Sin embargo, es posible que una iglesia individual no esté satisfecha con los enfoques modernos populares de la adoración y experimente la dirección del Espíritu Santo en el desarrollo de un servicio que sea totalmente bíblico, que agrade a Dios, y que edifique a los seres humanos.
Pocas iglesias querrán ignorar los coros de ‘adoración y alabanza”, pues han llegado a ser el símbolo, si no la realidad, de la renovación; además, los detalles escriturísticos constituyen un excelente material de adoración. Pero incluso los compositores carismáticos de himnos, como Graham Kendrick y Jack Hayford, han demostrado que las expresiones musicales y más teológicas de la verdad cristiana todavía son bienvenidas en sus servicios. Si nuestros dirigentes de la música de la iglesia pusieran más atención a la educación musical más que contratar ejecuciones de conciertos, las congregaciones revelarían el gozo de cantar las alabanzas de Dios en cantos tan difíciles corno la CORONACIÓN (“Todos saluden el poder del nombre de Jesús”) y SAGINA (“y quizá yo debería ganar”).
Esta cualidad de la renovación de la adoración de la iglesia local debe estar basada en un estudio de las bases escriturísticas, la teología y las prácticas históricas de la adoración que sea al menos tan completa como lo hacen las comisiones litúrgicas y los carismáticos. Una vez que las convicciones se hayan desarrollado, deberían ser enseñadas incasable y claramente a toda la congregación, tanto dentro como fuera de la experiencia real de la adoración.
Referencias:
[1]Kenneth A. Myers, All God’s Children and Blue Suede Shoes (Westchester, III.: Crossway Books, 1989).
[2] Graham Kendrick, Learning to Worship (Minneapolis: Bethany House Publishers, 1984).
[3] Véase Paul Wohlgemuth, “Praise Singing”, The Hymn, enero de 1987, págs 18 23
[4] Stanley M. Burgess and Gary B. McGee, eds., Dictionary of Pentecostal and Charismatic Movements (Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1988), pág. 156
[5] Terry Law, The Power Praise and Worship (Tulsa, Okla.: Viclory House Publishers), págs 143-158.
[6] Paul W Hoon, The Integrity of Worship (New York: Abingdon Press, 1971), págs 91-94