Dos lados de la misma moneda

“A la gente no le importa si hay un santuario en el cielo o no, o si los días de la creación son literales o no. Tampoco necesitan perder el tiempo aprendiendo sobre el sábado, el juicio investigador o cosas por el estilo. La gente quiere oír hablar de Jesús, no de doctrinas”.

Estas y otras afirmaciones similares se escuchan a menudo en reuniones de estudio, congresos bíblicos, en la propia iglesia y en distintos medios de comunicación. Aunque con diferente retórica, todas parecen apuntar a la misma idea: las doctrinas bíblicas no son importantes, solo Cristo y su amor son realmente importantes.

¿Es Jesús realmente más importante que las doctrinas? Para responder a esta pregunta tenemos que empezar por lo básico. ¿Qué se entiende por doctrina? ¿Por qué las iglesias formulan doctrinas?

¿Qué es una doctrina?

El Diccionario de la Real Academia Española define “doctrina” como “Conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas, políticas, etc., sustentadas por una persona o grupo”.[1]

La doctrina se desarrolla a partir de la necesidad de formular una idea que necesita ser creída y compartida. Al tratarse de ideas u opiniones individuales o colectivas sobre diversos ámbitos de la vida, pueden estructurarse de forma sencilla o más compleja. Los niveles de significado varían según el contexto.

El nivel más sencillo es el que define el diccionario. Consiste en las opiniones sobre un tema y pretenden tener validez universal. En un nivel intermedio, pueden referirse a un conjunto de afirmaciones sostenidas por un grupo o institución. Estas afirmaciones pueden refinarse con el tiempo. Por último, en un sentido más estricto, son expresiones infalibles establecidas por un organismo oficial, ya sea político o religioso, que determina la identidad del grupo u organización. En este caso, también se conocen como dogmas.[2]

¿Qué dice la Biblia sobre esta doctrina?

Quienes subestiman la importancia de un sistema doctrinal para el cristianismo actual desconocen o ignoran el valor que el Antiguo y el Nuevo Testamento concedían a la enseñanza autorizada. De hecho, la práctica de instruir y enseñar era bastante común para el pueblo de Dios.

El lector atento notará que estoy equiparando doctrina con enseñanzas e instrucciones autoritativas. ¿Por qué lo he hecho? Bueno, en términos de teología y religión, una doctrina es todo lo que “nos enseña toda la Biblia hoy respecto a algún tema dado”.[3] Y, como bien señala John M. Fowler: “Ningún cuerpo religioso puede existir o comenzar a funcionar sin un sistema doctrinal central que sea aceptado por los adherentes de ese cuerpo”.[4]

¿Qué nos dice la Biblia sobre este tema? En el Antiguo Testamento descubrimos que el Pentateuco era el manual doctrinal o de enseñanza del pueblo de Israel. Es un documento autorizado para su teología y praxis. Se le denomina “ley” (Deut. 1:5), “libro de la ley” (Deut. 28:61), “libro de la ley de Moisés” (Jos. 8:31), “ley de Moisés” (Jos. 8:32), “libro de la ley de Dios” (Jos. 24:26), “ley del Señor” (2 Rey. 10:31) o “libro de la ley del Señor” (Neh. 9:3). En la Biblia hebrea, este conjunto de principios y normas de comportamiento se conoce como la Torá. Aunque esta palabra se traduce a menudo como ley, va más allá de un mero código jurídico, pues también significa dirección, instrucción o enseñanza.

Por otra parte, el Nuevo Testamento subraya repetidamente la importancia de una doctrina correcta (Rom. 16:17; 1 Tim. 6:3, 4; Tit. 1:9; 2:1). Los escritores del Nuevo Testamento utilizaron dos palabras griegas para referirse a ella: didajē y didaskalia. En ambos casos, el “comprende, desde el acto de enseñar (traspasar) y ejercitar, hasta la ‘predicación’ que quiere mantenerse a un nivel elevado y solemne, pero puede significar asimismo la transmisión de un conjunto de enseñanzas ya fijadas”.[5] De este modo, estos términos hacen hincapié en la necesidad de enseñar y aprender.

Iglesia y doctrinas

El libro de los Hechos relata que la iglesia primitiva perseveraba en la doctrina y la enseñanza de los apóstoles (Hech. 2:42). Tenían una enseñanza que fue analizada por el Sanedrín de Jerusalén (Hech. 5:28) y que incluso asombró a las autoridades seculares (Hech. 13:12). Por otra parte, también es importante reconocer que, guiados por el Espíritu Santo, los apóstoles revitalizaron las enseñanzas de las Escrituras hebreas, que habían sido restauradas por el propio Señor Jesús durante su ministerio terrenal (Luc. 24:27, 44).

Llevaron a cabo esta gran obra porque en los tiempos apostólicos ya surgían rápidamente falsas enseñanzas que influían en la iglesia naciente. Pablo se refirió a estas falsas doctrinas como “mandatos y enseñanzas de hombres” (Col. 2:22), “fábulas y genealogías sin término” (1 Tim 1:4), “vanas discusiones” (vers. 6) y “doctrinas de demonios” (1 Tim. 4:1), entre otras.

Por eso Pablo instó al joven Timoteo a mantenerse “nutrido con las palabras de la fe y la buena doctrina” (1 Tim. 4:6). Además, le exhortó a dedicarse a “la lectura, a exhortar y a enseñar” (vers. 13).

¿Pueden las doctrinas afectar negativamente a la vida?

Cuando cursaba mi primer año de teología en el seminario, mantuve una conversación habitual con un compañero que me contó que había venido al seminario en busca de respuestas porque se sentía frustrado al no encontrarlas en las otras confesiones que había visitado. Me confesó que ciertas doctrinas de algunos movimientos religiosos le causaban “esquizofrenia” espiritual. La primera doctrina tenía que ver con Jesucristo. Me comentó que le habían enseñado que Jesús no era igual a Dios Padre, sino que era un dios menor creado por el Padre.

Mi colega estaba confuso, porque si Jesús era un ser creado, su muerte en la Cruz no bastaría para salvar a los pecadores. Le pedí que leyera Isaías 43:10. Le dije que algunas personas establecen doctrinas basándose solo en unos pocos textos de la Biblia, ignorando el contexto más amplio o el resto del canon bíblico. Leyendo Isaías, este amigo se dio cuenta de que Dios mismo dijo: “Antes de mí no existió ningún Dios, ni habrá otro después de mí”. Entonces le pregunté: ¿Cómo es posible que algunos enseñen que Cristo es un dios menor y un ser creado, cuando el propio Señor dice que no hubo ni habrá otro Dios además de él? Si Jesús realmente fue creado, la enseñanza bíblica sobre la Trinidad es errónea.

Por tanto, si una enseñanza que pretende ser bíblica no armoniza con las Escrituras, no es sólida y debe ser rechazada. Lo que creemos siempre repercute en lo que hacemos. Las doctrinas no son meras cuestiones teóricas, sino que influyen directa e indirectamente en nuestra experiencia de vida.

Cristo y las doctrinas

Ahora bien, “es cierto que la Escritura no es un libro de texto de Teología Sistemática. También es cierto que Jesús no nos dejó una serie de estudios sobre temas bíblicos”.[6] Sin embargo, esto no significa que Jesús no se preocupara de las enseñanzas bíblicas. De hecho, “las mantuvo, las defendió, mostró su belleza y promovió nuevas perspectivas”. Así pues, ante la insistente pregunta de qué es lo importante -¿Cristo o las doctrinas?-, debemos responder que es imposible separar una de otra. Creo que son dos caras de la misma moneda.

Jesús dedicó mucho tiempo a enseñar sobre el Reino de Dios (Mat. 3:2; 4:23; Mar. 4:26; Luc. 4:43) y la gente se maravillaba de sus enseñanzas (Mat. 7:28; 22:23), aunque lo que él enseñaba no era otra cosa que los preceptos revelados por Dios en las Escrituras hebreas (Mat. 5:17; 26:56; Mar. 14:49).

Antes de ascender al cielo, Jesús pidió a sus discípulos que “enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos” que les había dado (Mat. 28:20, NTV). Si las doctrinas no fueran importantes, ¿por qué Jesús les pediría a sus discípulos que las enseñen? Además, puesto que Jesús es el personaje central de las Escrituras, ¿qué pasaría si lo dejáramos fuera de las enseñanzas o doctrinas de la Biblia? ¿Cómo podríamos obtener el perdón de nuestros pecados? ¿Cuál sería el significado de la muerte de Cristo en la Cruz, su ascensión y su regreso por segunda vez? ¿Qué seguridad de salvación tendríamos ante el juicio final? ¿Qué esperanza tendríamos ante la muerte? ¿Qué evangelio predicaríamos? Ninguna de las enseñanzas cristianas tendría sentido sin Cristo. La humanidad encuentra su razón de ser en aquel que venció a Satanás, al pecado y a la muerte.

Por lo tanto, es importante darse cuenta de que las doctrinas tienen por objeto ayudar a los creyentes sinceros a fortalecer su relación con Jesús de acuerdo con lo establecido por la propia Revelación divina. En esta línea de razonamiento, los editores de Creencias de los adventistas del séptimo día han afirmado: “Hemos escrito esta obra con la profunda convicción de que todas las doctrinas, cuando se las entiende como es debido, están centradas en Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida, y son extremadamente importantes”.[7]

Salvador y Señor

Resulta bastante atractivo hablar del amor de Dios y hacer hincapié en que nos ama. Sí, Dios nos ama y quiere salvarnos. No debería haber ninguna duda al respecto. Sin embargo, esta creencia puede verse distorsionada por una experiencia religiosa que incluya poco o ningún compromiso. Como saben que Dios les ama, muchos creen que no les exigirá nada.

Este concepto se ha hecho muy popular en el cristianismo actual. Sin embargo, aquellos que buscan una experiencia con Jesús como Salvador, y no están dispuestos a aceptarlo como Señor, deben recordar lo que la Escritura dice al respecto. “Si alguien afirma: ‘Yo conozco a Dios’, pero no obedece los mandamientos de Dios, es un mentiroso y no vive en la verdad” (1 Juan 2:4, NTV). Aceptar a Jesús como Señor significa obedecerle.

¿Qué debemos hacer para permanecer unidos al Señor? Puedo destacar dos cosas. En primer lugar, establecer un compromiso con las enseñanzas de Jesús, seguirlo y dejarnos transformar por él. Pablo nos recuerda: “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar. Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta” (Rom. 12:2, NTV).

En segundo lugar, recuerda lo que dijo Jesús: “No todo el que me dice: ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mat. 7:21).

Conclusión

Las doctrinas siempre han sido de gran importancia para el pueblo de Dios. Jesús las restauró durante su ministerio terrenal y los apóstoles las revitalizaron.

Sin embargo, la cultura posmoderna ha subestimado la importancia de las doctrinas bíblicas, o simplemente las ha rechazado por completo. Como resultado, muchos cristianos sinceros adoptan prácticas contrarias a la sana doctrina establecida por la Biblia. Este es el caso de los que dicen: “No necesito doctrinas, solo necesito amor”. Sin doctrinas, la iglesia corre el riesgo de perder su identidad y misión, y convertirse en un club o centro social. Además, los miembros de la iglesia estarán más expuestos a “espíritus engañadores y doctrinas de demonios” (1 Tim. 4:1). Por eso, a través de las doctrinas, la Iglesia Adventista del Séptimo Día busca el crecimiento teológico y una experiencia que lleve a sus miembros a la unidad en la fe y al cumplimiento de la misión en el escenario escatológico que la define como remanente. Estoy convencido de que las doctrinas deben ser cristocéntricas y conducirnos a una práctica coherente. Así, estamos llamados a tener una auténtica relación con Jesús y a aceptar y obedecer sus enseñanzas.

Sobre el autor: Pastor y editor de Safeliz, en España


Referencias

[1] Diccionario de la Real Academia Española; disponible en:

<https://dle.rae.es/doctrina>; consultado el 11/04/2024.

[2] “Dogma” es un término frecuentemente usado por la teología católica romana. El concepto se refiere generalmente a las doctrinas que cuentan con el respaldo oficial del magisterio de la iglesia. Es considerado como una verdad absoluta, infalible, incuestionable e irrevocable. Ver Bernard Meunier, “Pourquoi les Dogmes Vinrent?”, Théophilyon 7 (2002), pp. 51-74.

[3] Wayne Grudem, Teología sistemática: Una introducción a la doctrina bíblica (Miami: Vida, 2007), p. 21.

[4] John M. Fowler, “Los adventistas del séptimo día y sus creencias”, Diálogo universitario 34, Nº 2 (2002), p. 9.

[5] K. Wegenast, “Enseñanza”, en Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, ed. por Erich Beyreuther, Hans Bietenhard y Lothar Coenen (Salamanca: Sígueme, 1990), t. 2, p. 79.

[6] Ekkehardt Mueller y Elias Brasil de Souza, “Reflections on Jesus and Biblical Teachings”, en Affirming Our Identity: Current Theological Issues Challenging the Seventh-day Adventist Church, ed. por Dan-Adrian Petre, Joel Iparraguirre y J. Vladimir Polanco (Madrid: Safeliz, 2023), p. 87.

[7] Asociación Ministerial de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, Creencias de los adventistas de séptimo día (Florida: ACES, 2018), p. 10.