(parte 2 de 2)¿Son Ellos una única Persona, que actúa en formas distintas?
En nuestros esfuerzos para responder al argumento de que Jesús y el Espíritu Santo son una sola Persona, de acuerdo con la edición anterior de esta revista, surge una pregunta: ¿Es posible que existen problemas con los antiguos manuscritos bíblicos en relación con los textos que hablan del Padre, del Hijo y el Espíritu Santo?
No podemos afirmar que los manuscritos bíblicos antiguos presentan evidencia contraria a la persona y la personalidad del Espíritu Santo; sin embargo, con eso, no estamos diciendo que tales referencias están totalmente libres de dificultades. Hay dos pasajes en disputa: 1 Juan 5:7 y 8, y Mateo 28:19. Sin embargo, solamente uno de ellos es problemático. Como se sabe exactamente dónde radica la dificultad, la Iglesia Adventista, así como otras confesiones cristianas, se han esforzado por usar este pasaje para fundamentar sus enseñanzas sobre la persona del Espíritu Santo.
EL “COMA JUANINO”
En el caso de 1 Juan 5:7 y 8, ocurre lo que se dio en llamar el “coma juanino”, o “paréntesis juanino”. Aquí está el texto: “Porque tres son los que dan testimonio (en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que dan testimonio en la tierra): el Espíritu, el agua y la sangre; y estos tres concuerdan”. Ninguno de los manuscritos antiguos contiene el texto que aparece aquí entre paréntesis. Entonces, ¿cómo explicar que el texto se ha incluido en las Escrituras? Se trata del único caso de un lamentable descuido por parte de los especialistas que estudian los manuscritos antiguos.
En el siglo XVI, surgió la necesidad de que se preparara un texto griego que serviría como base para las traducciones de la Biblia a las lenguas modernas. Desde la división del Imperio Romano, Occidente había abrazado la llamada Vulgata, la traducción en latín de las Escrituras, haciendo de ella la base de su devoción, mientras que Oriente siguió utilizando el texto griego. Cuando el latín cayó en desuso y fue reemplazado por las lenguas nacionales (inglés, francés, italiano, español y portugués, entre otras), se hizo necesario preparar manuscritos griegos y hebraicos (más próximos al texto original) para que las nuevas traducciones pudiesen tenerlas como base. Entonces, como la lengua griega dejó de ser hablada en Occidente, fue con cierta dificultad que se juntaron algunos de estos manuscritos.
En 1514, fue preparada una versión erudita, llamada Políglota Complutense, donde las distintas columnas presentaban el texto bíblico en hebreo, griego y latín; de ahí el nombre de “políglota”. Esta versión no alcanzó prestigio y pronto fue sustituida por el texto griego del Nuevo Testamento, preparado por Desiderio Erasmo, también conocido como Erasmo de Rotterdam, un distinguido estudioso de la lengua griega. Pronto, el Nuevo Testamento de Erasmo vendió tres mil copias. Esto despertó el descontento de los estudiosos que habían contribuido a la redacción de la Biblia Políglota Complutense, que pasaron a criticar los supuestos defectos en el texto de Erasmo. Es cierto que el texto de Erasmo, dependiendo excesivamente de las fuentes bizantinas, no tenía la misma precisión y la fiabilidad que tienen los textos que actualmente sirven de base para las traducciones. Sin embargo, estaba libre de error en cuanto a la principal crítica que le hacían sus opositores: que no contenía el llamado “paréntesis juanino”. Erasmo cedió a la presión de sus rivales y terminó incluyendo, en la tercera edición de su Nuevo Testamento Griego, un texto que él sabía que no figuraba originalmente en las Escrituras. El texto de Erasmo fue utilizado en la elaboración del “texto recibido”, que finalmente sirvió de base para traducciones tan prestigiosas como la versión King James, en inglés, y la Biblia Almeida, en portugués.
El texto de 1 Juan 5:7 y 8 no se menciona en los manuscritos antiguos, no es citado por los padres de la iglesia ni tampoco por Elena de White. Por lo tanto, no debe ser considerado como auténtico. Por otro lado, la Iglesia Adventista siempre reconoció este hecho y, como institución, nunca trató de usarlo como base de sus doctrinas fundamentales. De hecho, el Comentario bíblico adventista (t. 7, p. 675) contiene la siguiente explicación de este pasaje: “Las palabras en cuestión han sido utilizadas ampliamente en defensa de la doctrina de la Trinidad, pero en virtud de la abrumadora evidencia en contra de su autenticidad, no deben ser usadas con este objetivo”. Por lo tanto, se puede ver que el texto no contradice la creencia adventista en la personalidad y la persona del Espíritu Santo, que fue, incluso, desarrollada sin necesidad de él.
LA FÓRMULA BAUTISMAL
Otro texto a menudo señalado como problemático es el de Mateo 28:19: “Por, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. El problema surgió sobre la base de un pie de página de la Biblia de Jerusalén (y otras fuentes católicas seculares), que declara: “Es posible que esta fórmula refleje la influencia del uso litúrgico establecido más adelante en la comunidad primitiva”. A pesar de que críticos no creyentes consideran que el texto no es parte del original, no hay ninguna evidencia en los manuscritos antiguos que confirme tal suposición.
Existen aproximadamente cinco mil manuscritos del Nuevo Testamento de antigüedad reconocida. Todos ellos contienen el texto en cuestión. De los antiguos autores, Homero, Virgilio y Plutarco son aquellos de los que tenemos la mayor cantidad de manuscritos antiguos: cien de cada uno. Más allá de esto, el más antiguo de los manuscritos clásicos es uno que pertenece a Homero y que, además de incompleto, data del siglo IV a.C.; es decir, quinientos años después del período de escritura del texto original. El intervalo de tiempo que separa el manuscrito más antiguo del Nuevo Testamento de la época de su escritura es de alrededor de cien años. Con la excepción del Nuevo Testamento y la Septuaginta, no hay ningún manuscrito completo –en griego o en latín– anterior al siglo VI a.C., y todo esto demuestra que la crítica textual del Nuevo Testamento es la más confiable de todas.
El Códice Sinaítico, a menudo citado como el mejor y más confiable manuscrito del Nuevo Testamento, fue encontrado en 1844 por Tischendorf. Se trata de un manuscrito completo que pertenece al siglo IV a.C. y, como era de esperar, contiene Mateo 28:19. Elena de White cita este versículo entero cincuenta veces, y nunca se plantea duda alguna sobre su autenticidad. Ella esclarece: “Mas el Consolador que Cristo prometió enviar después de subir al cielo es el Espíritu Santo en toda la plenitud de la Deidad, poniendo de manifiesto el poder de la gracia divina a todos los que reciben y creen en Cristo como su Salvador personal. Hay tres Personas vivas en el Trío celestial. En el nombre de estos tres Poderes, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, quienes reciben a Cristo por la fe viva son bautizados, y estos Poderes colaborarán con los súbditos obedientes del Cielo en sus esfuerzos por vivir una nueva vida en Cristo” (Bible Training School, 1º de marzo de 1906).
A pesar de la inspirada validación del bautismo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, algunos disidentes dicen que ser mencionado en la fórmula del bautismo no es una garantía de igualdad. En un intento por demostrar esta hipótesis, mencionan el texto de 1 Timoteo 5:21, que dice: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, y de sus ángeles escogidos, que guardes estas cosas sin prejuicios, no haciendo nada con parcialidad”. Ellos argumentan que, al escribir a Timoteo, Pablo hizo referencias consecutivas al Padre, al Hijo y a los ángeles, y que no por esto estas personas pueden ser consideradas en pie de igualdad.
Sin embargo, debemos recordar que los dos textos tienen un estatus diferente. En el caso de la gran comisión de Mateo 28:19, tenemos una fórmula litúrgica recomendada por Cristo mismo. En el caso del consejo de Pablo a Timoteo, solo tenemos una recomendación pastoral. La fórmula del bautismo se ha repetido a través de los siglos cada vez que una persona es bautizada, reconociendo la autoridad conjunta del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. El consejo de Pablo se utiliza principalmente en el ámbito local o en otros casos esporádicos, sin pretensión de autoridad divina para su ejecución. Además de esto, la autoridad de las tres Personas de la Deidad es reiterada en otras fórmulas litúrgicas como, por ejemplo, en la llamada bendición apostólica: “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, y el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2 Cor. 13:13). Como se ha señalado, la referencia al Trino Dios –al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo– ocurre, en el Nuevo Testamento, en un contexto claramente autoritario, lo que explica por qué versículos semejantes terminaron siendo incorporados en la liturgia de la adoración.
A pesar de estas explicaciones, los disidentes recurren a otro artificio. Explican que, como no está escrito “comunión con el Espíritu Santo”, sino “la comunión del Espíritu Santo”, el Espíritu Santo no puede ser una Persona. Sin embargo, esto no es cierto en la lengua griega. El griego podría ser perfectamente traducido como “la comunión que el Espíritu Santo tiene con nosotros” (genitivo subjetivo) en lugar de “que tenemos comunión con el Espíritu Santo” (genitivo objetivo). Esto es posible siempre que el genitivo (en este caso, “el Espíritu Santo”) se utilice como referencia a un nombre abstracto (en este caso, la “comunión”).
Este no es un fenómeno peculiar de la lengua griega, y también ocurre en portugués. Por ejemplo, la expresión “amor de madre”, en portugués, puede significar tanto “el amor que uno tiene por su madre” como “el amor que una madre tiene por su hijo”. Como la palabra “amor” es un sustantivo abstracto, el genitivo que sigue (“de madre”) puede ser interpretado tanto como un complemento nominal (“el amor que tiene la madre”) y clasificado como un complemento (“amor que se tiene por la madre”). En cambio, lo mismo no ocurre con las palabras “la invención de la imprenta”. Aunque la “invención” es un sustantivo abstracto, uno solamente logra pensar que la prensa fue inventad y no que alguien fue inventado. En este caso, la ambigüedad se disuelve porque el genitivo únicamente tiene valor de pasivo y, por lo tanto, debe ser interpretado como un complemento nominal. Sin embargo, en el caso de “la comunión del Espíritu”, no hay ninguna razón lingüística o teológica para que optemos por una lectura unilateral que solo contemple el aspecto pasivo de la relación sin tener en cuenta la actuación del Espíritu Santo.
La referencia al Trino Dios, a las Personas de la Deidad, es un fenómeno que se conoce teológicamente como “relación coordinada”, según explica Wayne Grudem en su libro Systematic Theology. Otro ejemplo de este fenómeno, aparte de los estudiados hasta ahora, incluye 1 Pedro 1:2: “Elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo: gracia y paz sean multiplicadas a vosotros”. Además de ser lingüística y teológicamente comprobada, la personalidad del Espíritu Santo es ampliamente defendida por Elena de White: “Debemos reconocer que el Espíritu Santo […] es tanto una persona como Dios mismo” (La fe por la cual vivo, p. 52).
EL MISTERIO REVELADO
Últimamente hemos sido testigos de una creciente resistencia a la doctrina histórica de la personalidad y la persona del Espíritu Santo. Se puede sugerir que este punto de desacuerdo constituye una de las evidencias de que nos acercamos vertiginosamente a la consumación de los siglos. Las Escrituras profetizaron que habría, en la época final de la historia humana, una subversión drástica de la verdad. El tiempo del fin comenzó con la muerte de Jesús, pasó por la enseñanza de la “muerte de Dios” y se extiende ahora, con dedos largos y penetrantes, a la negación de la existencia del Espíritu Santo. ¿Por qué es tan importante que nos mantengamos fieles a nuestra comprensión histórica de la doctrina de la Deidad? Elena de White esclarece que “el pecado podrá ser resistido y vencido únicamente a través de la poderosa actuación de la tercera Persona de la Trinidad, la cual vendría, no con energía modificada, sino en la plenitud del poder divino” (ibíd.). Existen intereses perversos que apuntan a que se les niegue a los creyentes el acceso al poder que los puede capacitar para vivir victoriosamente.
La postura decisiva contra la manipulación de las Escrituras con el propósito de tergiversar las enseñanzas que nos preparan para la victoria final es descrita por Elena de White como una gran prueba en la que todos tendremos que ser aprobados. Según ella, “Dios está poniendo a prueba la lealtad de su pueblo, probándolo para ver qué uso hará de la preciosa bendición que le confió. Esta bendición provino de nuestro Intercesor y Abogado en las cortes celestiales, pero Satanás estaba listo para entrar en cualquier avenida que le abriésemos, para así poder transformar la luz y la bendición en oscuridad y maldición. ¿Cómo puede la bendición convertirse en maldición? Al persuadir que el agente humano no cuide la luz, o que no revele al mundo que ella tiene el poder para transformar el carácter. Lleno del Espíritu, el agente humano debe dedicarse a él para cooperar con los agentes divinos” (Review and Herald, 6 de febrero de 1894).
No podemos presumir que tenemos una comprensión completa de la naturaleza y el papel del Espíritu Santo, pero sí tenemos suficiente información en las Escrituras para poder declarar, confiadamente, que él es el Amigo que nos puede conducir, en tiempos de crisis, a una comprensión más adecuada de las Escrituras. Rechazar este tipo de ayuda nos predispone al fracaso y al error. “La naturaleza del Espíritu Santo es un misterio. Los hombres no la pueden explicar, porque el Señor no se la reveló. Con puntos de vista fantásticos, se pueden reunir textos de las Escrituras y darles un significado humano; pero la aceptación de estos puntos de vista no fortalecerá a la iglesia. En cuanto a tales misterios –demasiado profundos para el entendimiento humano– el silencio es oro” (La fe por la cual vivo, p. 54).
Sobre el autor: Profesor en la Facultad Adventista de Teología de la UNASP, Engenheiro Coelho, SP, Rep. del Brasil.