Consejos para tener éxito en la administración eclesiástica
Actualmente es común escuchar términos como administración, liderazgo y coaching en conversaciones cotidianas. Las grandes empresas buscan líderes en todas partes y están dispuestas a pagarles altos salarios si logran resultados significativos para ellas. ¿Cuáles son las cualidades que esas organizaciones buscan en los profesionales? ¿Por qué están dispuestas a pagarles tan bien para tenerlos en funciones clave?
La iglesia no es una institución con fines de lucro, pero debe aprender algunas lecciones útiles para ser exitosa en su gestión. ¿Qué principios de administración y liderazgo pueden utilizar pastores, administradores y líderes de instituciones adventistas? ¿Qué cuidados hay que tener para no incurrir en el riesgo de imitar prácticas administrativas que, aunque sean productivas, no armonizan con la cosmovisión cristiana? Hay que reconocer que algunos pastores tienen la tentación de utilizar estrategias y herramientas de liderazgo que pueden incluso impulsar el crecimiento de su iglesia o institución, pero que entran en conflicto con los fundamentos cristianos del liderazgo y la administración.
¿En qué difieren el liderazgo y la administración convencionales del liderazgo y la administración cristianos? En síntesis, la administración y el liderazgo convencionales se concentran en las cualidades y capacidades de los líderes para generar resultados. Por otro lado, la administración y el liderazgo cristianos tienen por objetivo servir con amor a las personas lideradas, teniendo en vista la misión designada por Dios. En este sentido, el esfuerzo del líder cristiano, orientado hacia la misión, está puesto en guiar y motivar a las personas a comprometerse con objetivos y metas relacionados con la expansión del Reino de Dios. Esta es la diferencia entre estos dos conceptos. En este artículo utilizaré el término gestión como sinónimo de la confluencia de los conceptos de administración y liderazgo eclesiástico, ya que se considera que el objetivo de ambos es el mismo.
Principios de gestión eclesiástica
En el mundo corporativo el gestor tiene por objetivo orientar, animar y motivar a sus colaboradores a crecer en su desempeño personal. Para lograrlo, utiliza metas claras para crear objetivos medibles, identifica talentos y desarrolla las competencias de su equipo. Al salir del ambiente del mercado y entrar en el contexto eclesiástico, de acuerdo con la Biblia, ¿cuáles son los principios que un gestor debe seguir para contribuir efectivamente a la misión designada por Dios? En este artículo me gustaría presentar ocho puntos fundamentales para que pastores y líderes cristianos sean exitosos en su liderazgo.
Liderazgo servidor
El gestor interesado en ser servido y no en servir, no sirve. Esa es la idea central del concepto de “liderazgo servidor”, descripto así por primera vez por Robert Greenleaf en 1970. En un ensayo sobre el tema, el autor enfatizó la necesidad de que las empresas traten a sus colaboradores y clientes con justicia y espíritu de servicio.[1]
A todo esto, Cristo ya había dejado en claro este pensamiento en los evangelios, al decir: “Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo; como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mat. 20:26-28). Además, otros autores neotestamentarios como Pablo (Gál. 5:13; 2 Cor. 4:5; 1 Cor. 9:19; 2 Tim. 1:3) y Pedro (1 Ped. 2:18) destacaron la importancia de esta actitud esencial. Así, el testimonio bíblico indica que el liderazgo espiritual aprobado por Dios ocurre por medio del servicio.
Descentralización del trabajo
Éxodo 18:13 al 27 narra un momento significativo para Moisés. Al frente de Israel, juzgaba él solo las cuestiones del pueblo, y esto comprometía su tiempo y su capacidad para liderar. La gente esperaba en largas filas hasta que él analizaba sus causas. Al observar la penosa situación, Jetro, su suegro, le sugirió que eligiera hombres íntegros para dirigir grupos de mil, cien, cincuenta y diez personas, con el fin de resolver problemas menores, y encargarle a él los temas realmente difíciles (vers. 21- 23). Moisés siguió ese consejo, y tanto él como el pueblo se vieron beneficiados por esta medida.
Elena de White escribió algo importante para los líderes cristianos: “El tiempo y la fuerza de quienes en la Providencia de Dios han sido colocados en los principales puestos de responsabilidad en la iglesia deben dedicarse a tratar los asuntos más graves que demandan especial sabiduría y grandeza de ánimo. No es plan de Dios que a tales hombres se les pida que resuelvan los asuntos menores que otros están bien capacitados para tratar”.[2]
A veces, los pastores y los líderes se ocupan en tareas menos complejas, que otras personas podrían hacer obteniendo los mismos resultados. Esto consume tiempo y energía innecesarios. Por lo tanto, es importante que el gestor descentralice su liderazgo y permita que otros dirigentes se capaciten y estén en condiciones de alcanzar metas simples, claras y proporcionales a su atribución. Si obras así, tu capacidad de liderazgo ciertamente se multiplicará, y tu iglesia o institución se verá beneficiada.
Atención a los dones espirituales
Especialmente en el contexto local, la gestión eclesiástica debería realizarse a través de ministerios según los dones. En sus escritos, Pablo destacó la variedad y el origen de los dones espirituales, al decir: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo” (1 Cor. 12:4). De hecho, el apóstol fue el autor que más escribió sobre el tema, mencionándolo en los libros de Romanos (12:3-8), 1 Corintios (12-14) y Efesios (4:7-16).
En el estudio sobre los dones espirituales, algunos autores entienden que los talentos naturales, aquellos que forman parte de la personalidad individual, se transforman en dones espirituales cuando la persona comienza a utilizarlos al servicio de la obra de Dios. Otros estudiosos defienden que los talentos naturales son distintos de los dones espirituales dados por el Espíritu Santo para la realización de actividades que están relacionadas con la expansión del Reino de Dios en la Tierra.
Independientemente de qué perspectiva adopte, el gestor eclesiástico debe ayudar a las personas a descubrir, desarrollar y usar sus talentos y dones espirituales en los ministerios de la iglesia. Desdichadamente, esto no ocurre en muchas iglesias, donde las personas adecuadas terminan sirviendo en los lugares equivocados. Y ese es uno de los grandes desafíos para la gestión, sea eclesiástica o empresarial. James Collins, consultor estadounidense, afirma que una de las características más importantes de las empresas sólidas es su capacidad para posicionar a las personas adecuadas en el lugar correcto.[3] Esto es algo que debemos aprender a poner en práctica.
Idoneidad comprobada
De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, la palabra idóneo tiene tres significados: (1) “Que es propio o conveniente para alguna cosa”; (2) “Que tiene capacidad de conocimiento o competencia para realizar bien alguna cosa; apto, capaz, competente”; y (3) “Que es digno, honrado y de honestidad incuestionable”.[4]
Se espera, por lo tanto, que el gestor eclesiástico sea reconocido por estas características. Al aconsejar a Moisés, Jetro sugirió que se elijan auxiliares “capaces y temerosos de Dios, que amen la verdad y aborrezcan las ganancias mal habidas” (Éxo. 18:21, NVI). Cuando los apóstoles eligieron a los primeros diáconos, buscaron a hombres de “buena reputación, llenos del Espíritu y de sabiduría” (Hech. 6:3). En la lista paulina de virtudes para los presbíteros, es notorio que la mayor parte de las características de los postulantes al oficio está relacionada con su carácter (1 Tim. 3:1-7).
Por lo tanto, se espera que el gestor eclesiástico sea íntegro e idóneo, incluso antes de pensar en sus cualidades o capacidades concretas. Elena de White aconsejó: “Apártense de toda iniquidad aquellos en cuyas manos Dios puso la luz de la verdad. Anden ellos en sendas de rectitud, dominando toda pasión y costumbre que de alguna manera estorbaría la obra de Dios, o dejaría una mancha sobre su carácter sagrado. […] Por la gracia de Cristo, los hombres pueden adquirir valor moral, fuerza de voluntad y estabilidad de propósito. Hay en esta gracia poder para habilitarlos para elevarse por encima de las seductoras y engañosas tentaciones de Satanás y llegar a ser cristianos leales y consagrados”.[5]
Autoridad sin autoritarismo
Algunos gestores tienen dificultades para equilibrar la autoridad con el amor. En este caso, la palabra “amor” representa elementos como cuidado, bondad o simpatía. Por su lado, el término “autoridad” se relaciona con el control, la voz de mando y el orden. Es posible comprender las relaciones entre estos dos conceptos del siguiente modo didáctico:
- Si tienes 100 % de amor y 0 % de control, eres permisivo.
- Si tienes 100 % de control y 0 % de amor, eres autoritario.
- Si tienes 0 % de control y 0 % de amor, eres negligente.
- Si tienes 100 % de amor y 100 % de control, tienes autoridad.
A lo largo de mis 46 años de ministerio, buena parte de ellos sirviendo como gestor eclesiástico, conocí dirigentes sin voz de mando, pero amorosos. También conocí líderes autoritarios, faltos de amor y compasión. Para librarnos de las garras de los extremos, los gestores eclesiásticos debemos seguir el modelo de Jesús. Él era serio, pero era bueno. Tenía autoridad, pero era amoroso. Era fuerte, pero se comportaba con humildad. Tenía poder, pero era tierno. El líder que adopte a Cristo como modelo tendrá autoridad, pero no será autoritario.
Consideración por los antecesores
En una carta, Isaac Newton reconoció: “Si he podido mirar más lejos, fue por estar sobre los hombros de gigantes”. Los grandes líderes reconocen la ayuda directa o indirecta que recibieron en su trayectoria. Jesús utilizó una metáfora del trabajo agrícola para presentar este concepto, al decir: “Uno es el que siembra, y otro es el que siega” (Juan 4:37). Y Pablo repitió esa idea al escribir a la iglesia de Corinto (1 Cor. 3:5-9).
Michael Youssef dice que reconocemos a los demás cuando (1) reconocemos que todo talento que tenemos es don de Dios; (2) no nos vanagloriamos por los talentos que Dios nos dio; (3) reconocemos y agradecemos a aquellos que nos ayudaron a desarrollar esas capacidades; y (4) somos agradecidos a Dios por lo que tenemos.[6]
La manera en que Dios orientó a Josué cuando asumió el liderazgo de Israel es muy instructiva. En Josué 1:1 al 7, Dios ordenó a Josué que fuera fuerte y valiente y que siguiese toda la ley dada a Moisés. Antes de atravesar el Jordán, el Señor declaró a Josué: “Desde este día comenzaré a engrandecerte delante de los ojos de todo Israel, para que entiendan que como estuve con Moisés, así estaré contigo” (Jos. 3:7). De este modo, Josué estableció su liderazgo sobre el fundamento del liderazgo de Moisés. Jamás intentó legitimar su posición explorando las fallas de su antecesor.
Tristemente, esto no siempre sucede en el contexto de la gestión eclesiástica. A veces algunos son tentados a exponer las debilidades, e incluso a borrar la memoria de aquellos que los antecedieron. ¡Que ninguno de nosotros cometa ese error!
Conducta refinada
Todo gestor eclesiástico debe ser reconocido por su postura cordial y positiva. Por lo tanto, llamar a las personas por el nombre, ser altruista, valorar la participación de los miembros del equipo, saber controlar la ira, tener habilidad para tratar temas sensibles, manifestar aprecio adecuadamente y apoyar espiritualmente a aquellos que están bajo su liderazgo son virtudes esenciales.
Elena de White destacó la importancia de este principio al decir: “Muchas almas han sido desviadas en la mala dirección, y así se han perdido para la causa de Dios, por falta de habilidad y sabiduría de parte del obrero. El tacto y el buen criterio centuplican la utilidad del obrero. Si él dice las palabras apropiadas a la ocasión, y manifiesta el debido espíritu, ejercerá un poder convincente sobre el corazón de aquel a quien trata de ayudar”.[7]
Conclusión
En algunos lugares la concepción es valorar las cosas y usar a las personas. Pero los gestores eclesiásticos exitosos valoran a las personas y usan las cosas. Ellos saben que, la mayoría de las veces, las personas que están bajo su responsabilidad son voluntarias y desempeñan sus tareas por amor y con dedicación. Así, su objetivo principal es amar a esas personas que se proponen hacer lo mejor para Cristo al servir como un instrumento de edificación en sus vidas.
Sobre el autor: Pastor jubilado y profesor en la Facultad de Teología del Instituto Adventista Paranaense.
Referencias
[1] “Robert K. Greenleaf”, Wikipedia, consultado el 04/11/2020, disponible en <bit.ly/3mPqgMm>.
[2] Elena de White, Los hechos de los apóstoles (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2009), p. 78.
[3] Jim Collins, Empresas Feitas para Vencer (Río de Janeiro: Alta Books, 2018), ver capítulo 3, “Primeiro quem… Depois o quê”.
[4] “Idôneo”, Dicionário Brasileiro da Língua Portuguesa, consultado el 06/11/2020, disponible en <bit.ly/3l9fpfO>.
[5] White, Obreros evangélicos (Florida, Bs. As.: Asociación Casa Editora Sudamericana, 2015), pp. 129, 130.
[6] Michael Youssef, O Estilo de Liderança de Jesus (Curitiba, PR: Betânia, 2019), p. 42.
[7] White, Obreros evangélicos, p. 123.