Al abordar el tema de los dones espirituales, generalmente lo hemos hecho desde una perspectiva eclesiológica, observando cómo el tema impacta la organización de la iglesia, la creación de ministerios o la capacitación de los miembros. Sin embargo, no podemos descuidar la dimensión escatológica del asunto. Esta parece evidente en el discurso apocalíptico de Cristo registrado en Mateo 24 y 25.
Después de describir las señales previas a su venida (Mat. 24:3-31) y de exhortar a los discípulos a la vigilancia (vers. 32-44), Jesús presenta una serie de parábolas que ilustran la diferencia de actitud entre los dos grupos coexistentes en la iglesia cristiana: fieles e infieles (vers. 45-51). Las tres parábolas, relatadas en secuencia, proveen una importante enseñanza sobre la actitud de estos grupos en relación con la fuente, la administración y el resultado de los dones espirituales.
La Fuente de los dones (vers. 1-13). En la parábola de las diez vírgenes, los fieles y los infieles son llamados vírgenes prudentes e insensatas, respectivamente. Ambas tenían lámparas, esperaban al novio y se durmieron ante su demora. Aparentemente, no había diferencia entre ellas.
Hasta que se oyó el anuncio de la llegada del novio, y fue necesario preparar las lámparas para acompañar el cortejo nupcial. Quienes tenían aceite en la vasija pudieron seguir adelante; quienes no lo tenían se vieron en la necesidad de ir a buscar a la ciudad. Finalmente, el primer grupo entró a las bodas, mientras que el segundo quedó afuera. El objetivo de la parábola está en la importancia del aceite espiritual, el Espíritu Santo (Zac. 4:1-6), en la vida del cristiano. Sin él, nadie está preparado para prestar un servicio aceptable al Señor.
La administración de los dones (vers. 14-30). En la parábola de los talentos, tres siervos, dos buenos y uno malo, retratan a los fieles y los infieles. A los tres por igual se les encargó cuidar, de acuerdo con la capacidad que tenían, una suma considerable de dinero mientras el propietario se ausentaba del país. Para tener una idea, un talento correspondía al salario de unos seis mil días de trabajo. Los dos primeros multiplicaron los recursos, mientras que el último enterró su talento, por miedo a perderlo. Al volver, el señor ajusta cuentas con los siervos, honrando el carácter emprendedor de los dos primeros y repudiando la apatía del último. El objetivo de la parábola es destacar que el uso diligente de los dones en la obra de Dios es evidencia del compromiso espiritual que los cristianos deben tener con él.
El resultado de los dones (vers. 31-46). En la última parábola del capítulo, nuevamente se presenta la distinción entre fieles e infieles. Son representados por ovejas y cabritos, separados a la derecha y a la izquierda del Rey. El primer grupo, el de los salvos, recibe el Reino porque sirvió a la persona de Cristo a través de los hambrientos, los sedientos, los extranjeros, los desnudos, los enfermos y los encarcelados. La motivación de los fieles fue el amor desinteresado, espontáneo y no pretencioso. Por su lado, los infieles son rechazados porque dejaron de servir al Maestro en la persona de los necesitados. Tuvieron la oportunidad, pero no lo hicieron, por comodidad. Si vieran al propio Cristo en apuros, lo ayudarían, esperando recompensa. Ellos ignoraron el clamor del pobre y despreciaron, así, a su Creador (Prov. 17:5). El propósito de la parábola es reafirmar el concepto de que “la religión pura y sin mácula delante de Dios el Padre es esta: Visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y guardarse sin mancha del mundo” (Sant. 1:27).
En conjunto, estas parábolas presentan el siguiente cuadro: los fieles son cristianos llenos del Espíritu Santo, dispuestos a multiplicar los dones que el Señor les confió sirviendo desinteresadamente a aquellos que necesitan de su atención. Por otro lado, los infieles son aquellos que descuidan la presencia del Espíritu Santo, entierran los talentos recibidos e ignoran a los necesitados a su alrededor. Conclusiones simples, que implican gran responsabilidad.
En última instancia, la enseñanza de Mateo 25 indica que, si la consagración no lleva al cristiano a multiplicar sus talentos y servir al prójimo por medio de ellos, entonces no puede ser verdadera. De este modo, la discusión sobre los dones espirituales va mucho más allá de ser una cuestión vinculada con la organización de la iglesia: debe ser un aspecto inherente al estilo de vida del cristiano que verdaderamente se prepara para la venida de Cristo.
Sobre el autor: editor de la revista Ministerio Adventista, edición de la CPB.