Hay momentos en la vida de todo pastor en los que nada sale bien. Son ocasiones en las que los aspectos más importantes de nuestra experiencia se vuelven confusos y, peor aún, las situaciones que parecen estar controladas de repente explotan como un volcán y llenan de frustración nuestros más desesperados esfuerzos para lograr la paz interior.

Abandonadas a su suerte, las emociones que provocan estas situaciones se pueden fijar dentro de nuestra mente y, en ese caso, resultan difíciles de erradicar. Tienden a menoscabar nuestra estima propia, induciéndonos a creer que no valemos mucho, o que no estamos haciendo nada valioso o importante. Podemos terminar sintiendo que hemos perdido el “toque” del pastor, del predicador, del ganador de almas, del líder; y eso, inevitablemente, ejercerá influencia sobre nuestra vida y nuestras relaciones. Podemos volvernos hipersensibles, paranoicos, agresivos, y probablemente irritables e incapaces de manejar esas emociones.

No hay una solución fácil para estos problemas, especialmente cuando se convierten en patrones establecidos de pensar o de sentir. Es posible que necesitemos invertir mucho tiempo, una gran dosis de fe y una cantidad importante de energía psíquica para que realmente nos libremos de esta red de desánimo.

Parte del problema consiste en que muchos de nosotros somos impacientes, porque creemos que con un pequeño esfuerzo podemos alcanzar resultados inmediatos. Pero, como muy bien lo sabemos, ciertos demonios sólo salen con ayuno y oración (Mar. 9:29).

En otras palabras, encontrar una salida puede requerir que avancemos la mayor parte del tiempo “con el barro hasta el cuello”. Paulatinamente iremos sintiendo que ha descendido hasta el tórax, después hasta la cintura y luego hasta las rodillas. Finalmente, verificaremos con alegría que estamos pisando tierra firme otra vez.

Debemos tratar directamente con Dios cuando queremos encontrar una salida para los desvíos de nuestra vida; ya sabemos esto, pero nunca está de más recordar lo. No estoy diciendo que nadie más nos pueda ayudar; en realidad, puede ser fundamental la ayuda de amigos dignos de confianza, confidentes y espiritualmente maduros. Pero creo que somos personalmente responsables de tomar la iniciativa para salir del atolladero en el que nos encontramos atrapados. Es decir, nuestra curación no provendrá de ninguna fuerza extraña o de la casualidad, sino de nuestra propia iniciativa y determinación, de nuestra dependencia de la gracia y de la ayuda del Espíritu Santo. No nos podemos quedar esperando pasivamente hasta que alguien nos libere.

También creo que es importante recordar que el camino de retorno no necesita pasar los campos de la psicología, y ni siquiera por las marañas de la teología. Muchas de esas “guías” eventual mente podrían complicarnos la vida y nos pueden impedir alcanzar la verdadera plenitud espiritual. El camino de regreso no está hecho ni de teorías ni de conceptos humanos. En realidad, se trata de una Persona, es decir, del que dijo de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Juan 14:5). Él es la verdadera salida de nuestros embates espirituales. Irónicamente, como pastores, somos especialistas en la materia cuando se trata de aconsejar a los demás.

Pero, ¿dónde podríamos comenzar? ¿Cuál debería ser nuestro primer objetivo al intentar librarnos de nuestros desalientos? Hay un pasaje bíblico que basta para presentarnos la esencia de este asunto. Al pueblo de Dios en el exilio, cuando estaba separado de sus más profundas raíces y realidades espirituales, Jeremías le transmitió esta magnífica reafirmación de confianza, que es a la vez un desafío:

Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis a mí, y os oiré: y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:10-13).

Sobre el autor: Director de la revista Ministry.